domingo, 14 de febrero de 2016

De "La bruja y don Cristóbal" a Otegui: cobardía y escándalo

El escándalo fue desde el primer minuto. Sin embargo, muchos de los que al par de días ubicaron su grito en el cielo, en la hora primera, o estuvieron muditos, o tentados de sacar de paseo los aperos del linchamiento moral. No escribo estas líneas para enaltecer mi enfado babilónico desde que el viernes por la tarde tuve conocimiento del dislate que el sábado transmutó en un acto canalla de la peor especie: la del manifiesto abuso de poder. Nacen, sin negar un cierto enrabiscamiento, como decepción ante un titubeo que me parece sintomático de la actitud claudicante, miedosa, de un amplio sector de la izquierda ante el cotidiano desafío autoritario y de su renuncia a combatir la hegemonía ideológica que mantiene la derecha en el estado español. Fue patética, por lo que implica de cobardía política, la denuncia judicial ejercida el viernes por la tarde por un despavorido Ahora Madrid que, temiendo por su pescuezo, en vez de serenarse y plantarse, ayudaba a llevar la soga del linchamiento. Tuve claro desde el primer momento que detener a los titiriteros, en ese contexto, era un acto fascista. Incluso aunque alguien considerara que el contenido de su obra era denunciable. Que ejerza, quién se sienta agraviado, sea persona privada o entidad pública, su derecho a la denuncia, y que se sustancie el conflicto en su momento, tras las diligencias oportunas en las que cada parte explique su postura. Pero arramblar con dos personas que están representando una obra artística, que no suponen peligro alguno para la seguridad de nadie (aunque reconozco que puede ser molesto o doloroso que alguien nos quiera extraviar  de nuestros rígidos esquemas mentales), hacia una comisaría, es un acto perverso, pues consiste en triturar, cuando menos el alma, de dos trabajadores del escalafón más humilde de la cultura con la maquinaria represiva del estado, reforzada con una Ley Mordaza que según parece el PSOE, aplicando su inveterado dondieguismo, no piensa derogar. Y es que, en esta hora de alianzas inciertas, el PSOE nos intenta convencer de que está por el cambio político, por la regeneración y por un gobierno progresista (palabra vacía utilizada en cualquier guiso político). No obstante, cuando la derecha muestra, desafiante, su afilada dentadura mediática, cuando, siguiendo el lenguaje del nunca llamado a declarar por sus amenazas, Jiménez Losantos, la lucha pasa del plácido agro al agreste monte, después de adoptar ciertas poses de lobo farruco, el PSOE nos enseña, apenas le entreabrimos la puerta, su patita de cordero timorato. Situándonos en el campo de la izquierda, los coherentes, desde el primer momento, han sido los enemigos manifiestos: el PP y Ciudadanos. Bajo la ajada y maloliente manta del respeto a la autoridad judicial defendieron la encarcelación utilizando el espantajo (que no llega a marioneta pero moviliza incondicionales de pituitaria averiada), de una apología del terrorismo que intenta ser dogal para las disidencias que no frenan su pensamiento, ni su acción, en la arena circense de la ramplona corrección política. 
Ya que hablamos de cobardía y escándalo aliñados de injusticia, recuerdo que el próximo uno de marzo saldrá a la calle, después de estar encarcelado seis años y medio, el preso político, sin delitos de sangre, Arnaldo Otegui. Un preso político que no había que ir a defender a Venezuela, y que para gran parte de la izquierda española, que a veces pidió su libertad en un susurro, no tenía la comodidad ni el hálito progresista de clamar por los derechos de los saharauis o los palestinos. Un preso político que había que defender a la contra de una caverna que se agranda y ya recela hasta de unos titiriteros. Un preso político que, guste o no, ha sido una pieza fundamental para el abandono de la acción armada por parte de ETA. Un preso político al que el pasado siete de febrero Instituciones Penitenciarias prohibió recibir la visita de la activista estadounidense Angela Davis, con un apagón mediático inversamente proporcional a la luminosidad de un Felipe González rodeado de decenas de cámaras en su visita, hace meses, al preso político venezolano Leopoldo López, reivindicado sin complejos por la derecha. Un preso político al que el tan cacareado estado democrático español teme tanto la posibilidad de ver como lehendakari, que saldrá con la inadmisible cortapisa de, durante cinco años, no ser electo para cargo público alguno. Sí, cobardía y escándalo. Otra marca España.

2 comentarios:

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  2. Todo el merecumbé montado alrededor de los titiriteros, sólo busca el acoso y derribo de Manuela Carmena. Los "cavernícolas" no están dispuestos a permitir que demuestre que se podía hacer lo que ellos siempre negaron.

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