martes, 9 de febrero de 2016

Sangre de trapo

En el programa "Al Rojo Vivo", tratando el tema de la prisión incondicional de los titiriteros, vi al portavoz de Jueces para la Democracia dar un dato que me pareció revelador. Hasta 2010, fecha del último atentado de ETA, las denuncias anuales por enaltecimiento del terrorismo eran dos o tres. En los años posteriores, cuando la  organización armada, afortunadamente, ya no es una amenaza para la vida de ninguna persona, esas denuncias son mucho más numerosas.
Y, desde este pequeño callejón, mi particular republiquita (tengo un textito pendiente para los próximos días donde envío besitos a los izquierdistas solícitos con el Borbón) de pensamientos dispersos y enfadados, de mil sangres que son vida, enlazo lo expresado en el párrafo anterior con esos padres alarmados llamando a la autoridad policial competente porque sus vástagos veían a una bruja rebelde (de trapo) darle la de Lynch a un juez malvado (de trapo), enviar a la vida eterna a una monja (de trapo) o la mendacidad de un poli servidor del status quo ¡qué raro! (de trapo). El lunes ocho, primer día hábil tras el infausto viernes cinco, ardían los teléfonos de los psicólogos madrileños solicitando restauración para las mentes infantiles que fueron sometidas al sanguinoliento espectáculo de los titiriteros alkaetarras. Animo a una terapia conjunta paterno-filial. Tanta sangre de trapo obnubila al más centrado, o sea, al CiudadanoPPsoeiano anhelante de la gran coalición. Me pregunto si las armas que el gobierno español vende al atacante saudí sobre suelo yemení (un ejemplo entre muchos) son de trapo y generan sangre de trapo. Espero que el gobierno español, en justa compensación, ayude a los padres del ignorado, incluso geográficamente, Yemen, para que puedan llevar, entre masacre y masacre ¿de trapo? a sus hijos al psicólogo. Y sí, seguro que Bush, Blair y Aznar, que nunca han pasado, ni siquiera preventivamente, un día en el trullo, cuando se reunieron en 2003 en Las Azores, no querían tratar a Iraq como a un trapo, que lo retuerces y rezuma sangre.
Disculpen este texto incorrectísimo, pero el asquerosito que soy hoy, el tipo que siempre quiere husmear en la trastienda de las ideas imperantes, fue un niño que creció anhelando que el coyote estrujara al puñetero correcaminos y su odioso vip-vip, un niño estigmatizado por las mil resurrecciones, después de mil muertes violentísimas, del elenco que, tarde tras tarde, encabezaba ese cínico que respondía ("que hay de nuevo viejo") al nombre de Bugs Bunny, un niño que se lo pasaba pipa con Pedro (ojito Sánchez) llamando, entre yabadabadu y yabadabadu, con desprecio y modos zafios, enano a Pablo (al loro Iglesias). 
Imagino, en un alarde de inocencia falsaria que seguro me refutaría cualquier educador que no confunda sus deseos con la realidad, que hoy en día las criaturitas de seis o siete años, protegidas por sus progenitores guardianes, desconocen los que es un zombi y su apetito voraz de carne humana, sólo remediada mediante la mil veces explícita destrucción cerebral. A partir de los ¿diez? ¿doce? ¿catorce? años, con la licitud de lo socialmente apabullante, comienza el libre acceso al comercio al por mayor de carne humana donde, por ejemplo, el cine o el vídeojuego, nos enseñan que nada importa la muerte de miles de títeres si, emocionados, (¿quién cuenta la historia de sus cuatro hermanos?) asistimos a la salvación del soldado Ryan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario