sábado, 20 de febrero de 2016

Viajando en el tiempo: del Frente Popular al hipotético "gobierno reformista y de progreso"

Casi todo el mundo, con un cierto interés por el devenir político, conoce, cuando de la Segunda República hablamos, básicamente dos fechas. Su natalicio, el 14 de abril de 1931, y el inicio de su agonía, que a la postre devino en óbito, el 18 de julio de 1936. Bastante más desapercibida es otra fecha crucial: el 16 de febrero de 1936, del que este 2016 se cumplieron 80 años. Ese día, una coalición de fuerzas de izquierdas, el Frente Popular, ganó las elecciones. En él se integraron el PSOE, el PCE y diferentes fuerzas republicanas de ámbito estatal o regional, además del trotskista  Partido Obrero de Unificación Marxista y el anarquista Partido Sindicalista. Buscaba revertir las políticas llevadas a cabo por la derecha durante el "bienio negro", cuyo objetivo de gobierno había sido frenar y destruir los caminos reformistas emprendidos por la Conjunción Republicano-Socialista del 31 al 33, para intentar sacar al país de un atraso secular liderado por una clase dominante, que mantenía en la miseria a gran parte de la población y se amparaba ideológicamente, también de manera secular, bajo los faldones eclesiásticos. Sin olvidarnos, por supuesto, de las bayonetas afiladas en la guerra colonial de Marruecos. 
En el momento presente, a la hora de formar un posible "gobierno reformista y de progreso", uno de los conceptos más baqueteados es el que hace referencia a unas "líneas rojas" cuya delgadez está por descubrir. No sé si, usando un término frívolo y en boga, ese trazo será un puro postureo. Sin embargo, tengo claro que para la derecha española de los años 30, deslumbrada por el nazi-fascismo en auge, y espantada por lo que para ella eran las trompetas que anunciaban ese juicio final que suponía la revolución bolchevique (ojo, sólo 14 de los 263 diputados del Frente Popular eran comunistas), la victoria de la coalición de izquierdas fue el inadmisible zapateado sobre la madre de todas las líneas rojas. Si ya en agosto de 1932, con una República jovencísima, se había producido la sublevación de Sanjurjo, en febrero del 36 la clase dominante empezó a considerar que el único camino que le aseguraba la desactivación de una lucha de clases, cada vez más pujante y peligrosa para sus intereses, era el uso de la violencia acompañada del terror. Los escuadrones paramilitares de Falange fueron la fuerza de choque desestabilizadora mientras se urdía la conspiración, y un arma represiva esencial en los territorios dominados por los fascistas, cuando el fracaso del golpe militar derivó en contienda armada. Pienso que fue un error del Frente Popular la formación de un gobierno exclusivamente republicano con apoyo parlamentario del partido mayoritario, el PSOE, y de los comunistas. En ese momento tan crítico, cuando la derecha, más allá de sus siglas, se había echado en brazos del fascismo, habría sido necesario un gobierno fuerte y cohesionado, de todos los grandes integrantes de la coalición, ante la fortaleza y los recursos, ideológicos y materiales, del adversario. Salvando las distancias, y volviendo al tiempo actual, y teniendo muy clara la tesitura diferente de ambos momentos históricos, entiendo la posición de Pablo Iglesias de condicionar el apoyo de su grupo a un gobierno presidido por el PSOE, a la participación, en pie de igualdad, en el mismo. No es un problema de sillones o de ansia de poltronas. Es un problema de corresponsabilizarse con el programa y tener más poderío y entereza en la acción ejecutiva. Sin olvidar, por supuesto, desde la perspectiva de la izquierda, esa trayectoria de "donde dije digo, digo Diego" que acompaña, en cuanto a promesas programáticas defraudadas, al PSOE. Si quieren realizar una política (mi escepticismo es enorme) que revierta los graves ataques sufridos por las clases populares desde el inicio de la crisis, tendrán que aprestarse para enfrentar, con 80 años de diferencia, y sin el peligro de la asonada militar (para eso tendrían que plantearse desafíos políticos inimaginables en la España actual), el golpe de estado mediático, el estado de alarma continuado. Todo el estado español será el ayuntamiento de Madrid. El país será para la derecha un escándalo continuo, la desinencia ETA proliferará como un mar de minas prestas a volar moralmente a los pérfidos rojos. Ya están realizando voladuras para que exploten ante los ojos, atónitos, de los espectadores de las horas punta. Puede ser un acto civil, en un espacio civil, en el que una poeta catalana integra el sexo de la mujer en un padrenuestro. Y explotará tras el pavor generado por el bombazo de los titiriteros alcaetarras. Sí, habrá mil ritasmaestres a las que la justicia pedirá un año de cárcel por quedarse en sostén en una capilla católica, mientras condena a Díaz Ferrán a 2 años de prisión por ese hermoso eufemismo de robo que es "apropiarse de manera indebida" de 4,4 millones de euros de los clientes Viajes Marsanz, o zapatas a los que buscarán tuits en las cloacas de internet, que coparán titulares abrasadores en medios con gran potencia de fuego. Aunque no haya, creo, el peligro de la extrema violencia, del baño de sangre de hace 80 años, pues saben que hoy en día, a pesar de aberraciones como que las 20 personas más ricas del estado español tengan la misma riqueza que las 14.000.000 más pobres, en el seno del orden establecido no hay ninguna fuerza significativa, ni siquiera esos que ellos califican de antisistema, que tenga una penetración en el pensamiento social, que pueda poner sus privilegios de clase, su hegemonía, en cuestión. No obstante, cautos, cuando se producen ciertos movimientos levemente telúricos, que se apartan del bonancible guión, dan la batalla principal en dos frentes: el del descrédito y el del miedo. Creo, es mi humilde opinión, que, al menos al primero hay que enfrentarlo. Y me refiero a la titubeante Rita Maestre que llama, para disculparse por un torso semidesnudo, al obispo de una confesión que ha pagado millones por abusos a menores y que ha encubierto a los abusadores. Ante esa gente cabeza alta, mirada desafiante y firmeza ideológica. La de Julio Anguita cuando en una polémica le espetó al Obispo de Córdoba, bajándole con una simple frase de su pedestal: "yo soy su alcalde, pero usted no es mi obispo". Y está firmeza sería un buen primer paso para combatir al miedo. Ese pegajoso bastardo infinitamente más peligroso. 

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