Cuando un hombre
se para al borde de un acantilado,
y cansado de zigzagueos y dudas
tiende
el mapa,
detallada cartografía
de sus trasiegos inhumanos,
en la línea del horizonte,
con la certeza de que sus perseguidores
jamás alcanzarán
ni sus amores
ni sus justicias o crímenes.
Cuando un hombre
se desviste impávido de su pellejo
curtido
de soles y fríos
y ritualmente los quema,
sal de todos los cuerpos,
en la hoguera de sus lágrimas,
sabe que,
exhalando,
tiene la frágil dureza
de un fósil lanzado a los tiempos.
Julio 2011
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