domingo, 6 de febrero de 2022

¡Rusia es culpable!



La mayoría de prebostes del franquismo, incluso los que pronto dieron, o les hicieron dar, un paso al costado, fueron gente con visión de futuro. Todos tenemos en mente, por ser los más notorios, a Adolfo Suárez o Martín Villa, impulsores de la extinta Unión de Centro Democrático, a Manuel Fraga, fundador de Alianza Popular (transformada en 1989 en el Partido Popular) junto a otros seis ex ministros de Franco. Su exitosa carrera política como dirigentes de una dictadura que se caracterizó por una pertinaz represión, todos ellos la continuaron, sin problema e incomodidad alguna, con el advenimiento (la palabra en su pomposidad cuasi religiosa es correcta, durante muchos años la “venida” de la democracia fue obra de un demiurgo regio y campechano que, caída en parte la coraza mediática, devino en ladrón) de la democracia o, para ser más preciso, de las libertades políticas. Pero, como decía al inicio, incluso alguno  que salió de los focos en la primera hora tuvo puesta la luz larga y resultó clarividente.

Me refiero al autor de la frase que da título a este texto: Ramón Serrano Suñer. Dirigente político de Falange, primero ministro de Gobernación y después de Asuntos Exteriores, salió de posiciones protagónicas de la escena política en septiembre de 1942. Antes, el 24 de junio de 1941, dos días después del inicio de la invasión nazi de la Unión Soviética, pronunció desde el balcón de la sede de Falange en Madrid el discurso donde expresó el enfático, y parece que intemporal, “¡Rusia es culpable!”, con el que preconizaba que España ayudara a los nazis en el frente ruso, petición que devino en la creación de la División Azul, formada por voluntarios al mando de militares profesionales. Quiero destacar una frase de su arenga porque me parece que, en buena medida, ilumina lo más oscuro del pensamiento nazi-fascista: 


“El exterminio de Rusia es una exigencia de la historia y del porvenir de Europa”


La rotundidad de la palabra exterminio, referida a toda una nación, nos agarra de la pechera y nos sitúa ante uno de los conceptos más infames del nazismo: Untermensch (subhumano en alemán), término con el que designaban a quienes ellos, incluido el cuñado de Franco, consideraban personas o pueblos inferiores, entre los que estaban judíos, gitanos y eslavos. Estos últimos, especialmente los rusos, eran considerados primitivos y asiáticos, hordas siempre amenazantes, tanto en la historia como en el porvenir, de esa cuna civilizadora y culta llamada Europa. Ésta era la carcasa, claro. La esencia era la existencia de la Unión Soviética, en esos momentos una impugnación del sistema capitalista y su defensa férrea de la sociedad de clases, un estado que cuando Europa y EEUU, en la década de los 30, arrastraban las consecuencias del Crack del 29, tenía, con sus planes quinquenales (que por cierto, salvando distancias, siguen vigentes en China), unos índices de crecimiento elevados, partiendo, claro está, de una situación de enorme subdesarrollo y con un territorio vastísimo que los alemanes consideraban esencial para la conquista de su “espacio vital”, otro concepto fundamental del nazi-fascismo . Lo he dicho y lo repetiré: Rusia, desde 1922 la URSS, pasó de ser en 1917 una economía escasamente industrializada y un campo donde se trabajaba con tecnología medieval a convertirse, solo 40 años después y una guerra devastadora económica y demográficamente en su territorio por medio, en el primer estado del mundo en poner un satélite en órbita en 1957 o a Yuri Gagarin en el espacio cuatro años después. O sea, se trataba del exterminio de otra posibilidad de producir y organizarse socialmente, circunstancia, por supuesto, compleja y llena de avatares, en forma de errores y crímenes, que no podía plasmarse de la noche al día por mor de una varita mágica. Y a quienes descalifican el socialismo (olvídense del PSOE) o el inexistente comunismo, por la historia de la Unión Soviética, o por tener las manos manchadas de sangre, les invito a que analicen o simplemente vean una relación de lo acontecido en los siglos que le llevó al capitalismo y a la burguesía, la clase social que lo impulsa, implantar su dominio y a costa de cuanto sufrimiento se hizo. Un dato, un botoncito: la pequeña Bélgica (o por precisar más, su rey Leopoldo), en su colonización del Congo asesinó alrededor de 10 millones de personas, y como castigo ejemplarizante y horrorizante a la escasa productividad cauchera o a la rebeldía, mutilaba a las personas cortándole las manos. 




La colonización, en cuyo origen están muchas de las fortunas europeas (y  una descolonización que no ha cambiado las relaciones de poder), siempre es un crimen que genera un enorme sufrimiento de las poblaciones autóctonas y se realiza para explotar los recursos naturales de los pueblos colonizados. La extracción de materias primas fue la base de la industrialización europea, del desarrollo de esa Europa teórico valuarte de una democracia que negaba, y niega, a los pueblos sometidos. El asesinato  en 1961 de Patrice Lumumba, líder de la recién creada República Democrática del Congo, o en 1987 el de Thomas Sankara, líder de Burkina Faso, con sus ex potencias colonizadoras moviendo los hilos, son paradigmáticos. Un inciso: aconsejo la lectura de “El caso Sankara”, maravillosa novela del escritor canario Antonio Lozano en la que se narra en esencia que con la descolonización, metrópoli mediante, en este caso una Francia presidida por el socialista Miterrand, no llegó la independencia. O viceversa.

Si, como vulgarmente se dice, Serrano Suñer levantara la cabeza (la tuvo alzada mucho tiempo, vivió 101 años), estaría feliz estos días, pues se regocijaría viendo como los grandes medios, más de 80 años después de su soflama, y habiendo caído el socialismo hace 30 años, siguen azuzando la culpabilidad de ese híbrido euroasiático que ahora, coaligado con la absolutamente asiática (y dirigida por el partido comunista) China, se nos presenta como un ente guerrerista presto para zamparse a Ucrania.

Estoy convencido de que la mayoría de la población española o europea que se informa por esos entes manipuladores considera a Rusia una amenaza, no reparando en que son ellos los que viven en el seno de la amenaza.

Sí, una amenaza llamada Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), dirigida por Estados Unidos, que no ha dejado de expandirse, pasando de 12 miembros fundadores cuando se constituye en 1949 a los 30 que la componen en la actualidad. Pero el punto de despegue en su crecimiento es la caída de la Unión Soviética. En los aproximadamente 30 años que van de 1949 a 1991 aumentó, escasamente, hasta los 16 países. En los siguientes 30 años, hasta la actualidad, se ha duplicado, constituyéndose por 30 miembros. Todos esos nuevos componentes han supuesto un acercamiento, inexorable y constante, hacia las fronteras de la Federación Rusa, a pesar del compromiso de la OTAN de no expandirse “ni un milímetro hacia el este”, a cambio de la aceptación de la URSS de la reunificación alemana. Siempre digo lo mismo: acuerdos, tratados, referéndums… son importantes, pero muchas veces no se respetan porque la política es siempre la expresión de una correlación de fuerzas concreta, en un momento, o periodo histórico, determinado. No obstante, no deja de ser curioso que una organización que nace para frenar la posible “expansión del comunismo”, haya duplicado sus miembros tras la caída del, llamado en su momento, “bloque del Este” o “bloque comunista”. No obstante, las grandes baterías mediáticas nos bombardean, siguiendo con el símil belicista, con expresiones como “expansionismo ruso” e “imperialismo ruso” por el despliegue de tropas rusas dentro de su propio territorio cerca de la frontera con Ucrania. 

Estados Unidos tiene, según el periódico de derechas La Razón, un mínimo de 254 bases militares (hay fuentes que elevan la cifra a alrededor de 800) en el extranjero y 173.000 soldados desplegados. Su presupuesto militar en 2020 fue de 778.000 millones de dólares. Mayor que el de los siguientes 10 países conjuntamente. El triple que el de China (252.000) y doce veces mayor que el de la “imperialista” Rusia (61.700). Cierto es que Rusia cuenta con el enorme desarrollo nuclear heredado de la Unión Soviética, lo que le da un rango mayor que el que le confiere su presupuesto militar, similar al de Reino Unido (59.000) e inferior al de la India (72.900).

Sin embargo, en los grandes medios no oirán hablar del imperialismo estadounidense y el peligro de su expansionismo para la paz mundial. Sus intervenciones, con o sin la cobertura de la OTAN (Serbia, Afganistán, Iraq, Libia o Siria, por citar solo los últimos 20 años) vienen avaladas casi siempre por la palabra talismán, democracia, que convierte las bombas en castillos de fuegos artificiales y a decenas de miles de muertos en “daños colaterales” de acciones que asépticamente, y en una de las múltiples perversiones lingüísticas, son denominadas “quirúrgicas”. Esa palabra sirve de excusa y bálsamo ante las tropelías para las denominadas “gentes de bien”, trasunto mundial de ese ejemplar, siempre moviéndose entre la pereza mental y la extrema derecha, que es el “español de bien”.

Disperso como soy, no quiero que se me olvide comentar una idea que circula acerca de Ucrania y su hipotética adhesión a la OTAN. Dice, más o menos, así: “Ucrania es un estado soberano y tiene derecho a pertenecer a la organización militar que considere pertinente”. Trasládense conmigo 60 años atrás: octubre de 1962. Cuba, amenazada su revolución por EEUU (en abril de 1961 se había producido la invasión de Playa Girón), y la URSS llegaron al acuerdo de instalar misiles soviéticos en la isla. Misiles que, por supuesto, podían alcanzar múltiples centros neurálgicos de EEUU. John F. Kennedy movilizó su flota para bloquear Cuba. Se considera el momento más delicado de la Guerra Fría, aquel donde estuvo más cerca la posibilidad de un enfrentamiento directo, y nuclear, de las dos superpotencias. Cuba era un país soberano, pero es evidente que EEUU jamás iba a tolerar ese despliegue militar cerca de sus fronteras. De hecho la crisis supuso una victoria política de Kennedy dejando “tocado” el liderazgo de Nikita Kruschev. Los misiles, con ciertas contrapartidas relacionadas con armas estadounidenses desplegadas en Turquía, fueron retirados. Si ahora Rusia llegara a un acuerdo, es una hipótesis que no está sobre la mesa, para desplegar armas nucleares en Cuba, o Nicaragua, o Venezuela (por citar al “eje del mal” latinoamericano), EEUU volvería a actuar con la misma contundencia que hace 60 años. Lo he expresado en algún texto anterior: aparte del interés económico, siguen considerándose portadores del Destino Manifiesto, doctrina esbozada a mitad del siglo XIX, que los convierte, con la potente artillería ideológica que eso supone, en una nación elegida por la Providencia. Esta doctrina, en principio referida al continente americano, la aplican hoy guerreando en todo el planeta, mientras, con hipocresía infinita, acusan a Rusia de desplegar sus tropas dentro de sus límites territoriales. Expresado lo anterior, no es difícil comprender que la posible entrada de Ucrania en la OTAN es una línea roja infranqueable para una Rusia que sabe que EEUU y Europa, tal como dictaminara el nazi español hace 80 años, la consideran culpable.

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