lunes, 24 de enero de 2022

El sueño de Martin Villa y el crucero Baleares

"No he perdido ni un minuto de sueño en estos años por la querella argentina”. Son palabras de Rodolfo Martín Villa, en un acto que le homenajeaba, el lunes 17 de enero.

También expresó, con cierta ironía: ”Yo pude ser el responsable, políticamente por supuesto, y también incluso responsable penal de aquellas muertes; incluso hubiera sido posible que yo en un rapto de locura hubiera podido ser el autor material de aquellas muertes. Lo que no era posible es que yo formara parte de algunos gobiernos en la Transición que urdieron un plan sistemático deliberado, generalizado y planificado de aterrorizar a españoles partidarios de un gobierno democrático".

Entiendo el sueño de Martín Villa. Si alguien ha podido dormir a pierna suelta en el estado español, esas han sido todas aquellas personas que formaron parte del aparato represivo de la Dictadura, aparato que se mantuvo incólume tras la muerte de Franco, no solo en el periodo que conocemos como Transición, que se considera terminada con el acceso del PSOE al poder a finales de 1982, sino posteriormente. La impunidad fue, y es, absoluta. No creo que nadie pensara que lo decidido por una jueza argentina iba a tener repercusión práctica alguna sobre cualquier elemento del escalafón represivo español. La siesta ha sido perpetua y plácida bajo la cobertura de una Ley de Amnistía que era reclamada, tras la muerte del dictador, por la oposición democrática para sacar de las cárceles a las víctimas de los tribunales fascistas, no para obrar como manto de los milagros que cubre y perdona actuaciones contra los más elementales derechos humanos, como son la tortura y el asesinato. Algunos, como Martín Villa, para que el sueño les sea aún más gratificante, incluso reciben la suave brisa de los paipays que mecen expresidentes de gobierno y antiguos dirigentes sindicales. Por cierto, que estos últimos (Cándido Méndez o José María Fidalgo) enviaran  a la jueza argentina, en 2020, cartas de apoyo a una persona que tiene una querella por delitos de lesa humanidad, siendo el más grave de ellos el asesinato de 5 obreros en Vitoria el 3 de marzo de 1976, es cuando menos una ignominia hacia el movimiento obrero que alguna vez ellos (se supone) lideraron. Nadie respondió penalmente de aquella masacre, ni hubo juicio alguno. En las conversaciones policiales por radio, que se conservan, dos mandos policiales expresaron lo siguiente: 

“-Hemos contribuido a una de las palizas más grandes de la historia.       

   Cambio.

  -Por cierto, aquí ha habido una masacre. Cambio.”

Es conveniente añadir que en los días siguientes, en manifestaciones de solidaridad, hubo dos muertos más en Tarragona y Basauri. 

Ninguna de estás personas, ni tantas otras de las asesinadas por los cuerpos de seguridad del estado en la época de esa Transición llamada pacífica*, y en no pocas ocasiones ejemplar (recuerdo cuando se pretendía que fuera modelo para la “salida” de las dictaduras militares del Cono Sur; afortunadamente algunos países como la propia Argentina, con más de 600 represores juzgados, no siguieron el mal ejemplo hispano), tuvo la consideración que se merecía, la de víctimas del peor terrorismo: el ejercido por el estado. 

En el enlace que ofrezco un poco más abajo, por si alguien quiere comprobarlo, página oficial del Ministerio del Interior, aparece la lista de víctimas del terrorismo. En ella encontrarán a Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Político-Social en Guipúzcoa, torturador ajusticiado por ETA en 1968 y a Luis Carrero Blanco, presidente del gobierno nombrado por el dictador asesino Franco, ejecutado por la misma organización (¿con el beneplácito de la CIA?) el 20 de diciembre de 1973. No encontrarán en esa lista a los trabajadores asesinados en Vitoria o a Germán Rodríguez, muerto en Pamplona por la policía de un tiro en la frente el 8 de julio de 1978, durante los Sanfermines. Diez personas más presentaron heridas de bala. La instrucción recibida por los policías también es  muy clarificadora: 

“Preparad todas las bocachas y tirad con todas las energías y lo más fuerte que podáis. No os importe matar”. 

Todos estos hechos se archivaron sin juicio. Por cierto, el propio Martín Villa, Ministro del Interior en ese momento, reconoció 130 disparos de bala.

http://www.interior.gob.es/documents/10180/1210621/fallecidos_terrorismo_indemnizados_02_01_2015.pdf/8e8df51d-947b-462a-a6d8-130e3f4d7f79


Y aquí engarzo con la segunda parte del texto entrecomillado donde Martín Villa niega un plan sistemático de crear terror durante la Transición. Y yo le creo, pues no hacía falta. Como también pienso que el terror o, si esa palabra les parece demasiado contundente, el miedo, no había que planearlos, ya le venía a mucha gente incorporado de serie con la brutal acción criminal iniciada, y persistente en el tiempo tras el golpe de estado fascista de 1936. Negar que, por ejemplo, la Constitución del 78 (monarquía incluida en un lote que no admitía fragmentación, dicho sea para quienes quieren equiparar la ratificación de este texto con un referéndum monarquía-república) se aprobó con la mirada puesta en los cuarteles y en la ultraderecha gobernante durante más de 40 años, es alimentar una mentira que le interesa a las élites que cocinaron los pactos en aquel momento. Por cierto, los principales chefs que elaboraron el guiso, con el hijo político de Franco a la cabeza, hoy residente en Abu Dhabi por su moral escasa y su mano larga, provenían de la Dictadura. 

Y en el génesis de esa Dictadura que parió a Martin Villa tiene un lugar prominente, en nuestra particular y amplia Historia Universal de la Infamia, el crucero Baleares. 

El Guernica de Picasso, cuadro de grandes dimensiones que inmortaliza el bombardeo nazi de esa villa vasca, debería tener una replica de una dimensión mucho mayor llamada “La Desbandá”. Sin embargo estamos, a pesar de su crueldad, ante un episodio bastante desconocido de la Guerra Civil. Entre el 6 y el 8 de febrero de 1937, ante la llegada inminente de las tropas franquistas a Málaga, decenas de miles de personas se “echaron” a la carretera costera que unía Málaga con Almería. Esos huidos, desarmados, mayormente a pie, y con gran presencia de mujeres y niños,  esa gente que no suponía amenaza alguna para los sublevados, fue bombardeada desde la costa por buques de guerra entre los que destacó el mentado crucero. La estimación más baja cifra el número de víctimas mortales en alrededor de 3.000, diez veces más que los cálculos hechos sobre los fallecidos en el bombardeo de Gernika.

Su nombre ha sido noticia esta semana, al menos en ciertos ámbitos de las redes sociales y en esa inmensa minoría que son los medios de comunicación situados en el ámbito de la izquierda, porque en Madrid, por impulso de su ayuntamiento ultraderechista, y con el refrendo de un juez,  siendo benevolente insensible, se le ha restituido el nombre de una calle al buque que realizó esta acción genocida. Esa calle había sido renombrada con el de otro barco, el Sinaia, que en 1939, en una acción humanitaria, trasladó a casi 1600 refugiados españoles de Francia a México. En un país donde la izquierda es un ente timorato, y no me refiero al PSOE, reconozco que admiro el desenfado de la derecha, su capacidad para defender, incluso desafiante, sus símbolos más atroces. En resumen, para seguir, con el sarcasmo de los “martinvillas” que en el mundo son, plasmando sus sueños.


 *Dos libros han tratado el tema de la violencia en la Transición:

La Transición sangrienta, de Mariano Sánchez Soler. Contabiliza un total de 591 fallecidos entre 1975 y 1982, de ellos 188 por “violencia de origen político institucional”.

El mito de la Transición pacífica: violencia y política en España (1975-1982), de Sophie Baby. Eleva el número de muertos a 714 en el marco de “más de 3000 acciones violentas”. Calcula en 178 el número de víctimas mortales de la “violencia del estado”.


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