Habían pasado mil años
o segundos
siempre me extravío
en el laberinto de los matices,
me desprecio de liquidador de certezas
y muñidor de incertidumbres.
Pero la mañana,
gélida y lloviznosa,
emboscada de inviernos anhelados,
retaba a la osadía,
a ser el atrevido
de todas las causas perdidas
y algún azar improbable.
Lanzado a las calles,
despojado de humanidad
y pertrechado contra la tiranía de la emoción,
un bamboleo
con la inocencia de la picardía
y la insinuación del estrépito,
ajados combatientes
de infinitesimales barrancos,
cautivó mis ojos.
Convencido
de que el cielinfierno
cabe en la galaxia, repisoteada,
de una baldosa,
desatrevido y silente,
retorné para otros mil años
(o segundos)
a la calidez,
estática aventura,
de mis cuarteles de otoño.
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