El final de un año siempre
es tiempo de balance y de buenos propósitos.
Escaso de propósitos, buenos
o malos, me presto a hacer aquí, si el empeño me acompaña, un balance quizás un
tanto peculiar. El balance de una serie de ideas apuntadas en el apartado de
notas de mi móvil en los últimos meses y que se quedaron, fruto de mi desidia e
impericia, en textos nonatos.
La única pretensión es
compartir esos picotazos, esas mínimas descargas eléctricas, activaciones por
afinidad y, casi siempre rechazo, que el acontecer de los días produce en el
ánimo de quién esto escribe. Ese afán que tengo, quizás cómodo y facilón, dicho
sea desde la honestidad, por el cuestionamiento de toda la catarata informativa
que me llega (o, para ser más precisos, que yo me busco, por lo tanto al
infierno a quejarse que diría mi madre) se traduce en estás notas que a veces
acompaño de breves comentarios y en otros casos reflejo de manera desnuda, sin
agregar nada. En cualquier caso es difícil que aquí, en mi callejón, en mi
pequeña y desvencijada república que ya poco transito, me muerda la lengua.
“La izquierda se sustenta en
la ilusión” dice Rufíán. Esta frase me recuerda los dos últimos versos de la,
hoy otra vez vigente, canción Santiago de
Chile de Silvio Rodríguez. Dicen así: Y
el deseo de cambiar cada cuerda/ por un saco de balas. Espero que jueces y
fiscales de las intenciones estén ahítos de navidad.
“Primero España y luego las
siglas” sentencia Íñigo Errejón (y sonríen Abascal y Casado y Arrimadas y Bono
y Felipe VI o Felipe X y cualquier falangista-demócrata de bien).
Pablo Iglesias cree que “la
monarquía no está en crisis” y le parece un detallazo
que la aspirante a Jefa del Estado
hable en un acto en perfecto catalán. Tiene razón Pablo, no está en crisis, ni
siquiera lo estuvo, en el sentido de correr serio peligro, cuando el hijo
político de Franco le pasó el testigo al nieto. Lo que me irrita es la causa
principal: la absoluta desidia de la izquierda para intentar ponerla en crisis.
Y no me refiero al PSOE, que sigo pensando que es el pilar fundamental del
régimen del 78. Podemos e Izquierda Unida, más allá de gestos simbólicos
estomagantes como el ciudadano Borbón
que repite Alberto Garzón cada vez que va al encuentro del, guste o no, Rey.
No, no es el ciudadano Borbón. Si tal fuera, Alberto, tú no irías a la antesala
de palacio tras cada nueva elección. Más allá de la proclama de Rufián, la
realidad siempre es el límite de la ilusión, sobre todo cuando ni siquiera en
un programa electoral, en un compromiso que se ofrece a los ciudadanos, se
explicita la lucha efectiva y fiera por la República. Me evado de las comillas
y me voy a las dos palabras en cursiva. El detallazo,
la amabilidad con los súbditos levantiscos del noreste del reino, de la aspirante. Esa extraña aspirante a cargo
público, que ya lo era al minuto de nacer gracias al bisabuelo terrorista
Franco. Creo que casa mucho mejor la palabra heredera que aspirante.
Generalmente cuando se aspira a algún puesto público se depende o bien de su
propia pericia (oposición o algún otro tipo de prueba) o bien de la aquiescencia
de otros (votación popular o de una cámara capacitada).
Jiménez Losantos, el hombre
que tendría incontinencia balística si se topara con algún dirigente de
Podemos, sentenció: “Cataluña va a un escenario de terrorismo peor que el del
País Vasco”. Y así los CDR crearon los ERT (Equipos de Respuesta Táctica),
desarticulados por la organización más benemérita debido a la arriesgada
actuación de 500 efectivos prestos a filmar un tenebroso garaje. Y la prensa, a
cinco columnas, y las televisiones, abriendo durante días los informativos, pudieron,
en éxtasis, unir terrorismo e independentismo, y hablar del día D (que éxito
tienen los yankis para imbuirnos de su épica), y de cuarteles de la guardia
civil que estarían bajo el acecho de la bestia. Y al final, la montaña de
mentiras está pariendo un ratón. En estos días, tres meses después de la
infamia del caldero nuclear más exhibido de la historia, la Audiencia Nacional
decreta, con una fianza ridícula de 5.000 euros, en una depreciación enorme del
kilo de terrorista, la libertad, por ahora, de cinco de los siete encarcelados.
Y en la prensa, a duras penas se llena a una columnita inferior de pocas
líneas, y en la tele, menos de un minuto perdido entre el marasmo liquida la
puesta en libertad de unas personas sometidas a vilipendio. Pero se logró el
objetivo político: que quién ya, en términos políticos, piensa poco, aún piense
menos.
Almeida, el sujeto que es
alcalde de Madrid, dice en un edicto que en Chile hay un “irracional furor
destructivo”. No sé que es peor si la locura de un pueblo o la miserabilidad
que quién le vota a tipos como él, heredero, por vía franquista, de unos de los
peores furores destructivos del siglo XX (¿y del XXI?): el fascismo.
En la siguiente nota no cito
a nadie. Es el apunte que me sugiere una noticia para, tal vez, su desarrollo
posterior. Dice así: “La defensa de la libertad de expresión en los
parlamentos. Referencia al Tribunal Constitucional y su derogación de la reprobación del Rey por
el Parlament de Cataluña”. Cualquiera entiende que una ley debe ser recurrible
jurídicamente, bien en parte o en su totalidad. Sin embargo, es absolutamente
inapropiado derogar, por parte de la judicatura, la resolución política de un
órgano elegido por el voto popular. En parlamentos o ayuntamientos
tradicionalmente se han votado resoluciones políticas del más variado pelaje en
solidaridad o reprobación de mil causas y actitudes diferentes. Incluso, ver
para creer, se ha votado en un parlamento el derecho de autodeterminación sin
entrar en liza la judicatura. Se llevó a cabo en el parlamento de Galicia, en
marzo de 1990, a
propuesta del Partido Socialista Galego-Esquerda Galega. El eje del asunto es
que solo tuvo dos votos a favor. Para el estado fue apenas una anécdota que, no
suponiendo peligro alguno, incluso reforzaba una imagen abierta y generosa del
Estado. Eran los tiempos en que se decía que, en ausencia de violencia, se
podía hablar de todo. Pues casi 30 años después, avanzando hacia atrás, para el
TC, un parlamento no puede debatir y adoptar las resoluciones políticas que
considere pertinentes.
“Algo habrán hecho” le dice
un reportero de televisión a una señora que cuestiona una actuación policial.
“La policía vela por la seguridad de esta manifestación” añade el mismo
reportero. La primera frase, aún siendo el entrevistador una persona joven, lo
que entristece un poco, es un clásico de la dictadura fascista de Franco. Al que
no hace nada, nada le pasa. Hay que ser machadiano y transitar de nuestra casa
a nuestros asuntos sin desviarnos con actos impuros. Con respecto a la segunda
frase, la historia en la mayoría de ocasiones revela justo lo contrario. La
función policial es embridar que la manifestación derive en protesta o revuelta,
salvo que interese que se desboque, claro. La policía sabe aparecer y también
desaparecer. Bolivia es un ejemplo meridiano. La policía, en un gesto
inesperado para el gobierno de Evo, se replegó a los cuarteles y dejo vía libre
a la actuación de grupos fascistas en las calles, asaltando los domicilios de
la dirigencia gubernamental (por ausencia o presencia siempre asoma la punta
del fusil o el saquito de balas). El ejército sopló y el gobierno (¿dónde
estaban sus masas organizadas?) cayó.
El reportero anterior me
trajo a la mente una expresión que oigo a menudo: “periodistas mercenarios”. Se
utiliza con demasiada facilidad y generalizando en exceso. Salvo las
encumbradas (y Ferreras), el resto de periodistas de muchísimos medios apenas
pasará del mileurismo. Triste y mal llamado mercenariado el que se realiza por
tal cantidad. Yo, más apropiadamente, lo llamaría ganarse, en tiempos precarios,
como buenamente se puede, los garbanzos.
¿Nos atrevemos a llamar mercenarios a los trabajadores de cualquier
sector que pone en riesgo la salud (por ejemplo, tabacos) o la vida de otras
personas (por ejemplo, sector armamentístico)?
“El momento político actual
es más difícil que cuando ETA mataba” dice
Cayetana Álvarez de Toledo. Y la lapidaron, pero tiene razón. Quién haya
leído cualquier texto mío sabe que estoy
en sus antípodas ideológicas, pero lo que dice es cierto. El último atentado de
ETA en territorio español fue en 2009. Hasta ese momento, desde la llegada del
PSOE al poder en el 82, aunque ETA cometiera atentados el estado español se
sentía fuerte y estable, con un bipartidismo robusto que representaba el modelo
“democrático” más querido por las élites económicas: una segunda restauración
con dos partidos centrales sumando cerca de 300 escaños y turnándose y
apoyándose, cuando lo precisaban, en la llamada “Minoría Catalana” y/o “Minoría
Vasca”. Ese modelo, no es muy difícil verlo, en esta década ha saltado por los
aires, siendo la más inestable, con diferencia, desde los años 80. Cayetana no
miente: surge a la izquierda del PSOE, Podemos, como hipotético contrapeso la
banca crea Ciudadanos (el Podemos de derechas), en Cataluña brota un poderoso
movimiento independentista que gana elecciones y pone en cuestión, pilar
esencial del estado español, su indivisible unidad. Análisis político y
análisis moral son cuestiones diferentes, aunque muchas veces nos lo quieran
servir como un mejunje las mentes bienpensantes.
“Cientos de personas
dormirán en la calle para saber que se siente”. Ocurrió el 7 de diciembre en el
marco del evento The World Big Sleep Out.
La experimentación en propia
carne… ¡Uf! Espero que a las asociaciones de lucha contra la tortura no se les
ocurra una idea semejante. Billy, de torturador a activista antitortura
haciendo la misma tarea.
"Añoranza del hombre nuevo". Si algún deporte tuvo a gala
dominar la extinta Unión Soviética ese, sin lugar a dudas, fue el llamado
deporte ciencia: el ajedrez. De 1952
a 2002 (desde 1992 como Rusia) ganó todas las olimpiadas
de ajedrez en las que participó menos una (1978). Después, acabada la estela de
la URSS, no ha ganado ninguna. Todos sabemos que el ajedrez es un combate con
infinitas posibilidades, donde los campeones necesitan miles de horas de
estudio, de disciplina. Ahora, siguiendo tras la tragedia la farsa de la
historia, de Rusia nos llega una modalidad más directa de combate: el concurso de
bofetadas, cuyo título mundial ostenta un granjero siberiano.
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