El 25 de noviembre, Día
Internacional contra la Violencia de Género, pudimos ver en todo su esplendor a
ese ente, absolutamente desacomplejado y desinhibido, que responde al nombre de
derecha española.
Por la mañana, su sector
abiertamente fascista (VOX) usó el concepto aséptico de “violencia
intrafamiliar”, que me retrotrae a la niñez y la juventud, cuando era habitual
oír aquello, tan sórdido, de que “en los asuntos de un matrimonio nadie debe
meterse”. Lo utilizó Ortega Smith, ese fascista que dijo que su admirado Franco
fusilaba con amor y al que no puedo evitar visualizar (mi inventiva es pobre,
lo reconozco) acodado en la barra de un bar, bien cargado de humo y grasiento,
con la camisa abierta y un palillo en la boca rulando de una comisura a otra,
para despreciar lo que no tiene otro nombre que terrorismo machista. Sé que
vivimos momentos en que el abuso del concepto terrorismo impide establecer un
mínimo consenso sobre el significado de este término. Ya se utiliza, como
comodín ventajista y paralizador de mentes, para estigmatizar casi todo tipo de
lucha que pueda inquietar a los grupos socialmente dominantes. Una barricada
ardiendo en las calles de Barcelona es terrorismo, cortar una carretera y dejar
un infante lloroso en un coche durante horas es terrorismo, el indio Evo Morales,
para la india lacaya que ahora preside Bolivia y de cuyo nombre no tengo ganas
de acordarme, es la encarnación del terrorismo. Sin embargo, expresadas mis
reservas anteriores, sí pienso que es un término muy preciso para definir, no
ya la máxima tragedia que son las asesinadas, sino también las heridas, física
y psicológicamente, y los muchos años que demasiadas mujeres han tenido, y
tienen, que convivir con el miedo. Siempre recuerdo una situación que vivió mi
hermano cuando hizo, tras declararse objetor de conciencia, la prestación
social sustitutoria. Me contó la inquietud que sintió cuando acompañó a una
mujer que estaba acogida en una casa para maltratadas a otro hogar más seguro.
No recuerdo bien los detalles, pero la esencia es que esa situación, que para
mi hermano quizás fueron unas horas desasosegantes, para esa mujer era una
condena en vida, un terror cotidiano.
Sí, en el estado español hay
más de tres millones y medio de fascistas que piensan que hay mucha tía que va
provocando y que los “menas” son un peligro para el toreo, la caza y el manto
protector que la Virgen del Pilar tiende sobre España. Los votantes de VOX son
fascistas. Gente que admira al Abascal que aparece en un vídeo, poderoso y
autoritario, machacando un saco de boxeo. Esas imágenes no son nada inocentes,
sobre todo de cara a muchos jóvenes que veneran la fuerza y al líder que la
ejerce. Al fascista de facto (él o ella seguramente no se caracterizarían así)
le gusta el antipolítico, ese Abascal al que Sánchez Dragó, tras caerse del
caballo en brazos de José Antonio Primo de Rivera, eleva a la categoría de
jefe, un individuo que transmite mensajes tan sencillos como contundentes.
Oraciones simples en las que se pone la diana en enemigos claros de tez oscura
y marcadamente perversos que quieren destruir ese ente inmemorial y glorioso,
esa patria sin parangón, que salvará el Führer, el Duce o el Caudillo de turno.
Lo que desconocen parte de
los fascistas que les votan, aquellos que pertenecen a los sectores más
deprimidos de la sociedad, es que se están pateando su propio culo, que este
fascismo actual hispano en materia económica sigue el modelo neoliberal
estricto, que todo lo privatiza y jibariza las pensiones, implantado por
Pinochet en Chile y que desde hace mes y medio provoca una revuelta
generalizada en ese país. Revuelta que, por cierto, los social-liberales que
nos gobiernan, demostrando que el pozo de la abyección cuando se empieza a
descender no tiene fondo, van a contribuir a reprimir enviando policías
españoles a adiestrar a los carabineros que están vejando y machacando al
pueblo. O sea, en una paradoja siniestra (o diestra, para ser más precisos y
sarcásticos), el PSOE manda instructores para un control más adecuado de las
masas que, tantos años después, se empeñan en transitar las grandes alamedas,
aquellas de las que hablaba en su último discurso un socialista digno: Salvador
Allende.
Por la tarde de ese mismo
lunes de desparpajo fascista, salió a la palestra, cierto que en un modesto rincón
de los espacios informativos, lo que yo llamaría el fascismo originario, de
nacimiento, y algo más sutil, del PP. Un fascismo tenue que se disfraza, se
camufla con conceptos amables, como reconciliación o no abrir heridas cerradas.
Conceptos a los que tendemos a plegarnos sin reflexionar, desde una bondad
siempre inducida y peligrosa
La felonía de la tarde fue
la imagen de los muros desnudos (parecían tapias preparaditas para un fusilamiento
amoroso de los tan gratos a Ortega Smith) del memorial que había erigido el
ayuntamiento de Madrid en memoria de los casi 3000 asesinados por la dictadura
terrorista de Franco entre 1939 y 1944. Ni una foto ni una imagen del proceso de
desmantelamiento. El oprobio a veces es estentóreo y en otras ocasiones trabaja
sigiloso. Las losas, algunas de ellas rotas, apiladas y arrumbadas unas contra
otras. Retorno a la oscuridad y listo. Problema solucionado y 3000 antifascistas
(que poco valor tiene esta condición en el estado español), rojos hijos de la
gran checa, enviados a la ignominia de un olvido del que salieron por un
espacio breve de tiempo. Triste contraste, apenas un mes antes, en la exhumación
del jefe terrorista Franco está presente la ministra de Justicia socialista, es
televisada, y se permite a los descendientes sacar, en claro homenaje, el féretro
a hombros y ubicarlo en un coqueto apartamentito en el cementerio de
Mingorrubio que costó a las arcas públicas 60.000 euros.
Como justificación de los
fascistas peperos que susurran a los fascistas voxeros, la asquerosa
equidistancia de comparar a los defensores de la legalidad republicana, cuyos
nombres deberían inundar las calles de un país decente, con los golpistas de
vocación asesina que, aupados por el nazifascismo europeo, bañaron, premeditadamente
(el director Mola lo certifica mandando el 25 de mayo del 36 una directriz decretando
la extremada violencia que debe presidir
la sublevación militar) el país en sangre.
No seamos ilusos, la derecha
española, esa que a través de su artillería mediática se espanta de la
anunciada entrada en el gobierno de un Podemos cuyo tibieza programática hace
que el laborista Corbyn parezca dispuesto a convertir la Cámara de los Comunes
en un Soviet, esa derecha fascista, tímida o arrogante, nos aplicaría, sin
dudarlo, dejando de lado mandangas reconciliatorias, la medicina amorosa de
Ortega el herrero si los chuzos de la lucha de clases se pusieran de punta enfilando
sus privilegios.
El último parte militar de
Franco hablaba de un ejército rojo “cautivo y desarmado”. Tantos años después,
y con otras cadenas, tengo la impresión de que ahí seguimos.
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