sábado, 30 de noviembre de 2019

Lunes de desparpajo fascista


El 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, pudimos ver en todo su esplendor a ese ente, absolutamente desacomplejado y desinhibido, que responde al nombre de derecha española.
Por la mañana, su sector abiertamente fascista (VOX) usó el concepto aséptico de “violencia intrafamiliar”, que me retrotrae a la niñez y la juventud, cuando era habitual oír aquello, tan sórdido, de que “en los asuntos de un matrimonio nadie debe meterse”. Lo utilizó Ortega Smith, ese fascista que dijo que su admirado Franco fusilaba con amor y al que no puedo evitar visualizar (mi inventiva es pobre, lo reconozco) acodado en la barra de un bar, bien cargado de humo y grasiento, con la camisa abierta y un palillo en la boca rulando de una comisura a otra, para despreciar lo que no tiene otro nombre que terrorismo machista. Sé que vivimos momentos en que el abuso del concepto terrorismo impide establecer un mínimo consenso sobre el significado de este término. Ya se utiliza, como comodín ventajista y paralizador de mentes, para estigmatizar casi todo tipo de lucha que pueda inquietar a los grupos socialmente dominantes. Una barricada ardiendo en las calles de Barcelona es terrorismo, cortar una carretera y dejar un infante lloroso en un coche durante horas es terrorismo, el indio Evo Morales, para la india lacaya que ahora preside Bolivia y de cuyo nombre no tengo ganas de acordarme, es la encarnación del terrorismo. Sin embargo, expresadas mis reservas anteriores, sí pienso que es un término muy preciso para definir, no ya la máxima tragedia que son las asesinadas, sino también las heridas, física y psicológicamente, y los muchos años que demasiadas mujeres han tenido, y tienen, que convivir con el miedo. Siempre recuerdo una situación que vivió mi hermano cuando hizo, tras declararse objetor de conciencia, la prestación social sustitutoria. Me contó la inquietud que sintió cuando acompañó a una mujer que estaba acogida en una casa para maltratadas a otro hogar más seguro. No recuerdo bien los detalles, pero la esencia es que esa situación, que para mi hermano quizás fueron unas horas desasosegantes, para esa mujer era una condena en vida, un terror cotidiano.
Sí, en el estado español hay más de tres millones y medio de fascistas que piensan que hay mucha tía que va provocando y que los “menas” son un peligro para el toreo, la caza y el manto protector que la Virgen del Pilar tiende sobre España. Los votantes de VOX son fascistas. Gente que admira al Abascal que aparece en un vídeo, poderoso y autoritario, machacando un saco de boxeo. Esas imágenes no son nada inocentes, sobre todo de cara a muchos jóvenes que veneran la fuerza y al líder que la ejerce. Al fascista de facto (él o ella seguramente no se caracterizarían así) le gusta el antipolítico, ese Abascal al que Sánchez Dragó, tras caerse del caballo en brazos de José Antonio Primo de Rivera, eleva a la categoría de jefe, un individuo que transmite mensajes tan sencillos como contundentes. Oraciones simples en las que se pone la diana en enemigos claros de tez oscura y marcadamente perversos que quieren destruir ese ente inmemorial y glorioso, esa patria sin parangón, que salvará el Führer, el Duce o el Caudillo de turno.
Lo que desconocen parte de los fascistas que les votan, aquellos que pertenecen a los sectores más deprimidos de la sociedad, es que se están pateando su propio culo, que este fascismo actual hispano en materia económica sigue el modelo neoliberal estricto, que todo lo privatiza y jibariza las pensiones, implantado por Pinochet en Chile y que desde hace mes y medio provoca una revuelta generalizada en ese país. Revuelta que, por cierto, los social-liberales que nos gobiernan, demostrando que el pozo de la abyección cuando se empieza a descender no tiene fondo, van a contribuir a reprimir enviando policías españoles a adiestrar a los carabineros que están vejando y machacando al pueblo. O sea, en una paradoja siniestra (o diestra, para ser más precisos y sarcásticos), el PSOE manda instructores para un control más adecuado de las masas que, tantos años después, se empeñan en transitar las grandes alamedas, aquellas de las que hablaba en su último discurso un socialista digno: Salvador Allende.
Por la tarde de ese mismo lunes de desparpajo fascista, salió a la palestra, cierto que en un modesto rincón de los espacios informativos, lo que yo llamaría el fascismo originario, de nacimiento, y algo más sutil, del PP. Un fascismo tenue que se disfraza, se camufla con conceptos amables, como reconciliación o no abrir heridas cerradas. Conceptos a los que tendemos a plegarnos sin reflexionar, desde una bondad siempre inducida y peligrosa
La felonía de la tarde fue la imagen de los muros desnudos (parecían  tapias preparaditas para un fusilamiento amoroso de los tan gratos a Ortega Smith) del memorial que había erigido el ayuntamiento de Madrid en memoria de los casi 3000 asesinados por la dictadura terrorista de Franco entre 1939 y 1944.  Ni una foto ni una imagen del proceso de desmantelamiento. El oprobio a veces es estentóreo y en otras ocasiones trabaja sigiloso. Las losas, algunas de ellas rotas, apiladas y arrumbadas unas contra otras. Retorno a la oscuridad y listo. Problema solucionado y 3000 antifascistas (que poco valor tiene esta condición en el estado español), rojos hijos de la gran checa, enviados a la ignominia de un olvido del que salieron por un espacio breve de tiempo. Triste contraste, apenas un mes antes, en la exhumación del jefe terrorista Franco está presente la ministra de Justicia socialista, es televisada, y se permite a los descendientes sacar, en claro homenaje, el féretro a hombros y ubicarlo en un coqueto apartamentito en el cementerio de Mingorrubio que costó a las arcas públicas 60.000 euros.
Como justificación de los fascistas peperos que susurran a los fascistas voxeros, la asquerosa equidistancia de comparar a los defensores de la legalidad republicana, cuyos nombres deberían inundar las calles de un país decente, con los golpistas de vocación asesina que, aupados por el nazifascismo europeo, bañaron, premeditadamente (el director Mola lo certifica mandando el 25 de mayo del 36 una directriz decretando la extremada violencia que debe presidir  la sublevación militar) el país en sangre.
No seamos ilusos, la derecha española, esa que a través de su artillería mediática se espanta de la anunciada entrada en el gobierno de un Podemos cuyo tibieza programática hace que el laborista Corbyn parezca dispuesto a convertir la Cámara de los Comunes en un Soviet, esa derecha fascista, tímida o arrogante, nos aplicaría, sin dudarlo, dejando de lado mandangas reconciliatorias, la medicina amorosa de Ortega el herrero si los chuzos de la lucha de clases se pusieran de punta enfilando sus privilegios.
El último parte militar de Franco hablaba de un ejército rojo “cautivo y desarmado”. Tantos años después, y con otras cadenas, tengo la impresión de que ahí seguimos.

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