Para las personas que en el
estado español nos situamos en ese complejo ámbito de lo que hoy llamamos
izquierda creo que el 11 de septiembre nos presenta una triple faz: una cara
emblemática, emocional, frustrante y eternamente en blanco y negro (1973); un rostro que dejó al mundo boquiabierto y empequeñeció
las catastrofistas producciones cinematográficas estadounidenses del último
cuarto del siglo XX (2001); y, en el ámbito del hispánico reino, la pertinaz
demostración de que una parte significativa de los habitantes de uno de sus
territorios quieren constituir un estado propio (2012- ¿?).
El 11 de septiembre “más
antiguo” y más doloroso, al menos para los de mi generación, es el que revive,
año tras año, el golpe de estado de Pinochet contra el gobierno de la Unidad
Popular de Salvador Allende. Todavía a algunos se nos rayan los ojos cuando, en
una cita ineludible, volvemos a oír la voz serenamente resignada de Allende
despidiéndose de su pueblo y hablando de alamedas que el hombre libre (y
neoliberal, compañero, es lo que hay) habría de volver a transitar.
Allende, en su grandeza
innegable, es el arquetipo de algo que goza de cierta popularidad en el campo
de la izquierda: el mártir. No olviden que el icono más reproducido del siglo
XX, en infinidad de formatos, es la fotografía que Alberto Korda le hizo al guerrillero por excelencia (acabo
de encender mi pipa con un mechero que tiene su imagen y hace unas semanas,
cuando un voraz incendio asolaba Gran Canaria, la TVC conectó con un local
municipal de La Aldea que acogía desalojados, y allá al fondo, a la izquierda
de entrevistador y entrevistado, en un cuadrito, trabajo manual rudimentario,
aparecía la inconfundible silueta). El Che quedó fijado, en un imaginario que
barre fronteras, como una especie de héroe romántico sacrificado en el altar de
una rebeldía intemporal. Sin embargo, el guerrillero era comunista, y tenaz, y
en una entrevista al periodista francés Jean Daniel, en 1963, dijo: “El
socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la
miseria pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación”. A veces pienso que
el Che murió a tiempo de no ver el transito del sueño del “hombre nuevo” a la realidad del “hombre
infantil”. Me pregunto si el mechero en el que ahora contemplo la mitad de su
cara no es una paradoja.
El Che empuñó el fusil y
Allende empuñó la papeleta. El martirologio los unió y los instaló en el
corazón de muchas personas de izquierdas y de bastantes progres. Sí, lo sé,
cuando utilizo el término progres, se aproximan curvas y mala baba, y de los
años 60 y 70 me vengo, cabreado, al primer quinto del siglo XXI, donde los
mismos elementos de la izquierda desdentada, que rinden cálidos homenajes a la
altura moral de Allende, sin problema alguno satanizan, tachándolos de
dictadores, a Chávez y a Maduro, a pesar de que la denostada revolución
bolivariana se ha hecho, tal como Allende, empuñando la papeleta y, es un dato
fundamental, teniendo los fusiles de buena parte de las fuerzas armadas a su
favor. Pero estos revolucionarios venezolanos tienen un defecto imperdonable: están
empeñados, a pesar de una guerra económica similar a la que padeció la Unidad
Popular en Chile, o la que lleva padeciendo desde hace 60 años Cuba, en algo
que no es nada romántico pero es práctico: resistir y vencer.
El 11 de septiembre que
inauguró el siglo XXI es, como dije más arriba, Godzilla con turbante entrando en Nueva York. Algún medio de
comunicación anticapitalista como Rebelión.org, quizás emocionado por esa
imagen de las Torres Gemelas implosionando, tan potente como el hongo atómico
de Hiroshima (perdón el inciso que no viene a cuento, pero me impacto leer que hubo
personas que vivieron y sobrevivieron a las dos explosiones atómicas), publicó
la avalancha de artículos y reflexiones que el evento generó bajo el optimista,
impactante e inexacto epígrafe de “El imperio se derrumba”. En aquel momento,
con Rusia postrada tras la liquidación de la Unión Soviética y el alcoholizado
mandato de Yeltsin, y China en desarrollo pero aún muy lejos, el mundo unipolar
parecía más asentado que nunca cuando un par de aviones civiles hicieron que el
Presidente de EEUU fuera llevado a una base militar secreta, circunstancia que
jamás había ocurrido ni en los periodos mas duros de la llamada Guerra Fría.
Ningún terreno tan feraz
para todo tipo de conjeturas conspiranoicas (conocimiento previo del Mossad,
explosivos dentro de los edificios, el misterioso avión del Pentágono…). El
hecho cierto es que siguen habiendo muchas más incógnitas que certezas. Bueno,
un momento, una certeza grande si hay, sirvió a EEUU como justificante para
masacrar y ocupar Afganistán (2001) e Iraq (2003). No sería la primera vez que
un ataque de falsa bandera, en la mente de todos está la explosión del Maine en
la bahía de La Habana en 1898, es la excusa perfecta para una intervención
militar. Me tienta decir que quizás con los años vayamos sabiendo más, pero
pienso que muchos elementos permanecerán en la cara oculta.
El 11 de septiembre que
desde 2012, hasta no se sabe cuando, aturde y exaspera la vida política del
estado español es la Diada Nacional de Cataluña. Este año los medios de
comunicación de la derecha, casi todos, están extrañamente felices. Según su
valoración los independentistas han pinchado. La guardia urbana de Barcelona
estimó la asistencia a la manifestación en, apenas, 600.000 personas. En 2014
fueron un millón y medio, el año pasado un millón, celebran el descenso los
portaviones mediáticos con hipocresía, pues siempre pusieron en duda las cifras
oficiales. Seamos serios, que una Comunidad de siete millones y medio de
habitantes logre sacar durante 8 años consecutivos a más de medio millón de
personas a la calle en torno a una idea concreta, en este caso la independencia
o al menos derecho a votarla, debe ser un record absoluto al menos en Europa.
Si no se sacia con una Diada
de “solo” 600.000, el alimento del unionismo antidemocrático puede ser una
encuesta que recoja un descenso del 48 al 44% en la cifra de los partidarios de
la independencia, obviando que entre un 70 y 80% siguen queriendo ser
preguntados, decidir.
Usted manifiéstese, usted
responda encuestas, usted otorgue dos mayorías absolutas consecutivas en el
Parlamenta a los independentistas. Usted, como dijo Zapatero hace unos días en
una entrevista, creo que en Al rojo vivo, en un ejercicio que en el mejor de
los casos es cinismo y en el peor imbecilidad, siga siendo independentista pero
deje de dar la matraca, renuncie ya a su objetivo aunque la masa social que
comparte su proyecto esté en condiciones de pujar por la mayoría.
Sobre este asunto lo más
honesto que le he oído a una persona del PSOE lo expresó, el 11 de septiembre
por la noche en una emisora de radio catalana, la dirigente del PSC Eva
Granados. Textualmente: “¿Un referéndum? con el PSOE no lo tendrán. No ha de
ser la ciudadanía quien dirima una cuestión tan importante como la
autodeterminación”. Y entiendo su lógica de partido angular, sin intercambiabilidad
para las élites (como sí ocurriría si se diera el caso entre PP y Ciudadanos)
en el entramado político español. Se resume en tres palabras: cuestión de
estado (¡¡danger!!), que siempre, siempre, está en un plano superior a la
palabra que les cuelga permanente de la boca como colilla de currante de
viñeta: democracia.
El estado español nunca va a
poner en marcha el único modo democrático, la única vía, no represiva, que
permite, no el aplazamiento, sino la resolución de un problema que no es un
invento ni la acción iluminada de una minoría, que existe y es grave: un referéndum
de autodeterminación.
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