lunes, 11 de julio de 2016

De mochilero a emperador

Ha visitado España un emperador negro y crepuscular. Estados Unidos es un imperio que cada 4 años elige al hombre que dirige, al menos nominalmente, sus destinos. Utilizo la palabra hombre con plena conciencia, pues varones han sido, hasta ahora, todos los ocupantes del sillón presidencial de ese país. Quizás, incluso podría decir ojalá en vista del varón fascista que es alternativa, esta afirmación quede obsoleta el próximo mes de noviembre y una mujer, Hillary Clinton, ocupe la presidencia. No lancen campanas al vuelo, ni hagan fiesta en exceso, los corazones progres que quieran ver en esa circunstancia un avance para los derechos de la mujer. La India de las violaciones constantes tuvo como presidenta a Indira Ghandi. El Pakistán donde repugnantes canallas queman con ácido a las mujeres que cometen la osadía de rechazarlos como maridos, tuvo como lideresa a Benazir Bhuto. Ambas llegaron a sus responsabilidades, sin negar las capacidades políticas que debían poseer, por pertenecer a sagas políticas que accedieron al gobierno con la independencia de sus países en la década de los 40. El hipotético acceso de Hillary al rango de emperatriz del llamado mundo libre occidental (siempre quedan los eslavos y sus devaneos con el mundo asiático encarnado por China), mal menor deseable ante la bestia Trump, no supondría cambios sustantivos en la situación de la mujer en los territorios imperiales. No olviden a esa halcón negra llamada Condolezza Rice, que voló a las ordenes de ese criminal de guerra blanco, que nunca será juzgado, llamado George Bush jr.
El negro, o el blanco, es insustancial ante el sustantivo Imperio y las no menos sustantivas clases sociales. Estoy convencido de que los ciento y pico negros abatidos por la policía en lo que va de año (sobre un total de 500, siendo el 14% de la población), aparte del color de piel, tenían en común una extracción social humilde que los convertía automáticamente en individuos sospechosos. Todos hemos visto los espeluznantes vídeos de los últimos días. Esa pistola que se coloca en el pecho de un hombre inmovilizado boca arriba en el suelo y es disparada en dos ocasiones. El policía asesino se retira y queda la imagen de la sangre brotando con un siniestro borboteo. El emperador no fue al funeral de ese hombre, ni del joven que expiró en su coche sin siquiera tiempo de quitarse el cinturón de seguridad. Pobre (el emperador), iba a salir a funeral casi diario. Sin embargo, el emperador que en su juventud fue mochilero y disfrutó de la comida barata de la llamada piel de toro (astados vengativos han dejado tres muertos en diversos ¿festejos? en los últimos días), sí acudirá a las honras fúnebres de los policías blancos ejecutados por un vengador ejecutado a su vez por un arma novedosa, al menos para mí: el robot bomba. Un paso evolutivo, sofisticado y tecnológico, sobre el pedestre humano-bomba. Y esos funerales que demuestran que el emperador, tonalidades de piel aparte, sabe quiénes son los suyos, me retrotraen a uno de los títulos más significativos del cine español de la época fascista: Bienvenido Mr. Marshall. Sí, Sevilla tras acicalarse para recibir como se merece al jefe de los jefes, tras cerrar calles y espacios públicos, elaborar postres especiales y vestidos de faralaes con la bandera borbónica y la de las barras y estrellas, se ha visto convertida en un trasunto de Villar del Río. La única diferencia es que la fugaz caravana polvorienta del año 1953 ha mutado en el rutilante Air Force One cruzando el cielo sevillano camino de la base naval de Rota, lugar donde el emperador confraternizó con sus tropas, esas que nunca han incomodado a la más extraña especie de nacionalista no nacionalista, el amante del “¡yo soy español, español, español…!”.
Como colofón baboso al patético remedo de la película de Berlanga, un trío formado por Rivera, Sánchez y, desafortunadamente, Iglesias, ha esperado durante una hora para repartirse diez minutos humillantes. Rivera, el más honesto por sincero, expresó su admiración y ganas de servir al Imperio. Sánchez, el más desvergonzado, nos mintió diciéndonos que repasó toda la política nacional e internacional en tan exiguo tiempo. Iglesias, ¿el más desorientado?, habló previamente de su interés intelectual por conversar con Obama. Espero que los doscientos segundos que le han tocado hayan sido tan deslumbrantes y reveladores que le compensen el tufo lacayo que, para muchos de los que votamos a Unidos Podemos, tuvo tan larga espera y corta presencia.

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