jueves, 3 de marzo de 2016

Otro 3 de marzo o la sempiterna impunidad del fascismo en España

En el estado español el fascismo no murió con Franco, ni la democracia llegó con Juan Carlos, ese designado al que el fascista agonizante tomó de la mano en su sangriento lecho de muerte y le pidió, en una escena desbordante de ternura, que, por encima de todo, preservara la unidad de España. Este mismo individuo, en una entrevista televisiva emitida en Francia, con expresión lacrimosa, expresó su hondo pesar por las más de 800 víctimas de la violencia de ETA. A mí no me extraña su llanto de un solo ojo, pero para aquellos que defienden la necesidad de la regia figura (tragándose la píldora hereditaria y vitalicia), escudándose en su papel arbitral por encima de la contienda partidista, debe ser una decepción observar como para el rey d-emérito no todas las víctimas de la violencia política tienen el mismo valor. Y no me remito a lo que ya debiera estar archisabido: la dictadura fascista mientras vivía Franco. Me remito al tiempo iniciado el 22 de noviembre de 1975. A cuando él ya ostentaba, sin precariedad, la jefatura del estado.
El 3 de marzo de 1976, en Vitoria, fue la carnicería. 5 muertos y decenas de heridos de bala. Según palabras textuales captadas en la emisora de la policía, se había producido "la paliza más grande de la historia". Y es que la llamada Transición, que durante muchos años se quiso poner como ejemplo a los países que en Latinoamérica acababan con sus dictaduras militares, estuvo jalonada, aparte de ésta de Vitoria, escandalosa, de impunes palizas policiales. Decenas de personas que protestaban de formas variadas y no tenían  ninguna relación con actividades violentas fueron asesinadas por fuerzas policiales. Nadie, ni en el escalafón policial, ni en el político, en el caso de Vitoria, se sentó jamás ante un tribunal español para responder por esas muertes o, según el audio de la propia policía, por esos "mil disparos" que quedaron como rastro siniestro. 
El Ministro de la Gobernación, o sea, el responsable político de la masacre, pues la dirección política es la que marca la mayor o menor contundencia de la acción policial, era Manuel Fraga Iribarne, fundador apenas un año después de Alianza Popular, nombre del Partido Popular antes de su refundación imaginera. Estos días los dirigentes del PP expresan su disgusto por ver a Otegui, ya libre después de su injusta condena, hablar de la consolidación de la paz. Pues sí, señores del PP, el fundador de su partido, y considerado gran hombre de estado, tenía, y no sólo por su participación en los gobiernos de la dictadura y su pertenencia al Consejo de Ministros que en 1963 dio el visto bueno al fusilamiento del dirigente comunista Julián Grimau, sino por su acción en el primer gobierno del hijo político de Franco, por tener en sus manos el gran poder de las fuerzas coercitivas del estado, las manos bastante más manchadas de sangre de lo que las pudiera tener el dirigente de la izquierda abertzale vasca. Y nunca, ni él, ni ninguno de sus adláteres en la represión, fueron llamados a declarar ante un juez español. Cuarenta años después, la triste batalla por la justicia de las familias y los damnificados sigue. Justicia que, en el remoto caso de que llegue, ya estaría mellada por el tiempo.
La matanza de Vitoria, degradada muchas veces en el impreciso y casi nunca inocente lenguaje a "los sucesos de Vitoria", fue el episodio más siniestro de unos años regados de sangre por las fuerzas policiales intactas, nunca depuradas, de la dictadura fascista. Mientras escribo, me viene a la mente Javier Fernández Quesada, asesinado por disparos de la guardia civil en la puerta principal de la Universidad de La Laguna en diciembre de 1977. Bastante tiempo quedaron los impactos de las balas en los cristales. Y un tiempo mucho mayor, al igual que en Vitoria, ha quedado el predominio lacerante de la injusticia, de la impunidad. Y hubieron muchos mas fallecidos y heridos por las fuerzas policiales, o por la acción de grupos parapoliciales de extrema derecha, a los que no rozo, o acaso lo hizo muy levemente, la acción de la justicia. Tengo el convencimiento de que ninguna de estás víctimas está en el recuerdo ni pone en acción el lagrimal del elegido de Franco. Para el republicano viejo que esto escribe, y no cree en imparcialidades imposibles, es un orgullo.


4 comentarios:

  1. Si tiene usted a bien léase La Sombra de Franco en la Transición de Alfredo Grimaldos , editada por OBREGON . Un saludo

    ResponderEliminar
  2. Le agradezco mucho la recomendación, pero la leí. Y efectivamente, según mi opinión Grimaldos es de los autores que han intentado poner luz en la zona más umbría de la Transición. Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Y, con su permiso, un pequeño matiz que acabo de confirmar en la red: la editorial es Oberón.

    ResponderEliminar
  4. Efectivamente es Oberón después de tantos años la memoria puede fallar .

    ResponderEliminar