viernes, 6 de febrero de 2015

José Manuel Lara y los caminos inescrutables

Cuando este blog me haga millonario y me permita comprar medios de comunicación, y cultivar loas carentes de mesura y vergüenza, pediré a mis acólitos y corifeos que en la hora de mi desaparición física no se pasen de frenada babosera. Ni siquiera exigiré que mis televisiones abran, presentadores compungidos mediante, sus informativos con mi óbito. No lo haré porque queden en mí reminiscencias del hombre de izquierdas, anticapitalista y sentimental, que en una vida de ofuscación fui. Reconvertido, cual Pablo de Tarso volteado por el caballo camino de Damasco, por mor del inesperado y fulgurante éxito de mi blog, a la fe verdadera del libérrimo mercado, y fervoroso creyente en que un hombre con ambición y valor no tienes límites, me podrá la soberbia, la ira de ver truncada mi trayectoria de dios viviente por esa contingencia ingobernable, esa puta soberana (aún, pero todo se andará, al menos para algunos) llamada muerte. No querré fanfarrias pues será una cabronada irme cuando dios y el diablo, al unísono, me sirven.
Esta última situación tan desmesurada, ficticia e inimaginable para el cobarde que rige mis actos, la luz y las tinieblas como sirvientes, debe haberla sentido, desde la contradicción de su cuenta atrás vital, el oligarca de la comunicación José Manuel Lara Bosch. Ningún medio estalla tan brutalmente en los cerebros como la televisión. Lara era propietario de dos de los cuatro grandes canales privados televisivos: la derechista Antena 3 y la ¿izquierdista? La Sexta. De ahí mi afirmación de que, no pudiendo encarnarla él, se servía de la dicotomía divina. Imagino que para el también dueño de la editorial Planeta y su amañado premio, la rama diabólica sería La Sexta y su nada desdeñable "audiencia roja". Esos seres que, aunque sea  a regañadientes y teniendo que sufrir (ya que de diablos hablamos) las periódicas demonizaciones venezolanas, encuentran en este canal un cierto aroma cercano a su aire ideológico.
Cualquier gran burgués, más allá de sus convicciones políticas, ama el amplio espectro cromático del dinero. Pero los grandes oligarcas comunicacionales saben que tienen un papel especial, y fundamental, para los de su clase. No venden sólo, como nos quieren hacer creer, entretenimiento o información aderezada con opiniones y tertulias. Nos introducen en casa, con agilidad de trileros, una visión global del mundo donde ellos mismos se presentan como modelo beatífico, único y exclusivo, que asocia, en afortunadísima frase de Rafael Correa, presidente ecuatoriano, al dueño de la imprenta con la libertad de imprenta (o de expresión). O sea, Lara Bosch era, según este criterio, el garante de que a mí me llegara, mientras él no decidiera lo contrario, una información veraz o, tal vez, cercana a mi campo ideológico. 
Una frase que siempre me ha despertado curiosidad en el credo católico es aquella que afirma que "los caminos del señor son inescrutables". Los seres humanos, en nuestra pequeñez, tenemos vedada la comprensión de los vericuetos que siguen los designios divinos. Lara, un defensor de la estabilidad del sistema, mimado por el bipartito, ha incubado en el ala izquierda de su imperio a lo que algunos ya ven como el huevo de la serpiente (primera representación del demonio) con coleta: Podemos. Ya incluso tocan, quizás fuera de tiempo, a rebato las campanas. Esperanza Aguirre pasó de entrevistada a entrevistadora en el ala derecha (A3), cuando, en una reveladora lección, preguntó, ni siquiera a la periodista, si el dueño era consciente del tiempo que le dedicaban en sus empresas a Podemos (el enemigo, esos bárbaros que hemos estado esperando toda la vida señor Lara, le faltó decir). Si ya interpelan descarnadamente en público, qué hilos no estarán moviendo entre bambalinas para atenuar la presencia de esos rojos camuflados en los platós. Pero claro, desde hace algo más de un año Podemos es un activo que genera pingües beneficios al grupo oligárquico que comandaba Lara, quién, con toda seguridad, y con temores ojalá no infundados, vivía la contradicción divina de estar insuflando vida a un grupo de redomados ateos.

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