jueves, 26 de febrero de 2015

El buen corazón

Hace unos meses, en un texto anterior, mostré una posición crítica sobre una campaña que hicieron los bancos de alimentos para recaudar en un fin de semana 20 millones de kilogramos de comida. Hablaba de que me parecía irritante esa transferencia de renta de las clases media-baja y baja a la paupérrima. Transferencia que beneficiaba directamente a las grandes superficies y puenteaba el indemne bolsillo de los muy ricos, aquellos que viven en la estratosfera social. En un camino al pasado, que la mayoría parece ignorar o aceptar, nos acercamos tanto a la caridad y la buena voluntad individual, como nos distanciamos de la justicia social. Y sé que nadie puede esperar a que ésta se haga entre nosotros, pero esa alimentación de la persona que queda a la intemperie vital debería ser una sagrada obligación del estado. Más aún cuando este no garantiza que todos los ciudadanos puedan procurarse un digno sustento con su trabajo.
He vuelto a este asunto que traté hace pocos meses por una noticia que vi en un informativo (no recuerdo cuál), que me pareció una profundización peligrosa en este camino de irresponsabilización del estado con respecto a las personas en situación precaria que, se supone, son las que más necesitan de su protección. Cuidado,  no soy un pardillo, sé que el estado, como estructura, en un país capitalista es básicamente una herramienta de dominio de la clase dominante, pero las luchas de los trabajadores han ido logrando que en el propio seno de esos países capitalistas los estados tuvieran que reforzar su vertiente social, protectora. Sin embargo, ahora, entre la abulia o la inconsciencia social y aprovechando que la crisis pasaba por aquí, en un proceso escasamente cuestionado, se pierden.
Tras el banco de alimentos arriba a nuestras puertas el banco de medicamentos. Si la memoria no me falla alrededor de mil farmacias de todo el país invitan a sus clientes a adquirir alguna de las medicinas que el estado ha dejado de cubrir y donarlas al banco. El esquema se repite. Pobres en su mayoría, ayudando a muy pobres. Ya no hablamos sólo de la caridad de los alimentos, sino de la caridad de los medicamentos. El que unas personas sin recursos económicos puedan llevar a cabo sus tratamientos completos pasa a depender, ante la abstención o retroceso de la acción estatal, de la buena voluntad, de lo que no tendrían que depender jamás derechos básicos como son el cobijo, el alimento o la salud de una persona: del buen corazón ajeno.

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