miércoles, 21 de enero de 2015

Tranquilizantes y creencias

Existe un mecanismo mental, al menos en el mundo desarrollado, que nos hace creer, erróneamente claro, que la muerte por causas no naturales (accidentes o catástrofes) nos queda lejos. Si cada vez que cogiéramos un coche no se apartara de nuestra mente la idea de sufrir un horrible accidente, que puede llevarnos incluso a algo peor que la muerte, padeceríamos un sufrimiento insoportable sólo paliable o no conduciendo o, lo que está lógicamente prohibido, haciéndolo bajo los efectos de una determinada medicación.
No sé si real o no, pero el dato que comunicó un corresponsal televisivo en París fue el siguiente: "La venta de ansiolíticos y somníferos ha crecido en Francia, desde el 7 de enero, fecha del atentado a Charlie Hebdo, un 30%". Hago la observación de que en algunos territorios, no sé si dejados o especialmente "cuidados" por la mano de Dios, las existencias se agotaron hace tiempo. En cualquier caso, enhorabuena para las farmacéuticas. Vuelvo a remitirme a la frase que se le atribuye a Franco tras la ejecución de Carrero Blanco: "no hay mal que por bien no venga". Y es cierto. Los grandes males del ser humano son lucrativos. Ese jinete del apocalipsis, primo hermano de la enfermedad, que es la guerra, no sólo beneficia los propietarios de las grandes empresas armamentísticas (que siempre citamos), sino también a sus trabajadores, a los vendedores. Por cierto, el vendedor del arma con la que se atentó contra el supermercado judío, en una declaración digna, no sé si de la historia universal de la infamia o de la candidez, declaró que el no sabía para que quería el arma el comprador. Sin comentarios.
Reconozco que me sorprende el pico de ventas de lexitines y trankimacines, pues me parece que, al menos el de Charlie Hebdo, fue un atentado criminal pero selectivo. Entiendo que en Nueva York, o en Madrid tras el 11M, hubiera un impacto emocional brutal. Un atentado que mata a casi 200 personas indiscriminadamente y hiere a más de mil es una herida profunda y difícil de curar en el cuerpo colectivo. Imaginemos tantos países bombardeados (Gaza, Iraq, Siria, Libia, Afganistán) donde el bombardeo, durante largos periodos, no ha sido la excepción sino la cotidianidad. No obstante, tanto en Francia como en España, o en cualquier otro país occidental, la posibilidad cierta de morir en un atentado es mucho menor que la de hacerlo en un accidente de coche, laboral o por un catálogo extenso de enfermedades.
El miedo siempre es una baza de la minoría dominante (el poder). Una invitación a aparcar el pensamiento, a no analizar los porqués, a adormecernos con tranquilizantes, a aceptar medidas en caliente que enflaquecen la libertad que, pomposamente, dicen defender y, lo que es más importante aún, a ampliar el espectro de los delitos terroristas hasta invadir el espacio de la protesta social (en España se baraja la posibilidad de que un escrache sea considerado un acto terrorista).
Lo mismo que aflora el miedo, surge un cierto papanatismo. Las colas en España, de horas, para hacerse con un ejemplar del primer número, tras el atentado, de la revista francesa, espero que sean más por un cierto afán de protagonismo (presencia televisiva asegurada) o un fetiche coleccionista, que por el hecho de que alguno de los pacientes hacedores de la fila piense que realmente está haciendo un servicio a la libertad de expresión.
Aprovecho la libertad de expresión y, sin que sirva de precedente, estaré de acuerdo con el jefe de la Iglesia Católica. Al menos en determinados momentos, ningún derecho se ejerce en abstracto, creo en el uso responsable de la libertad de expresión. Me parece que en un momento de enormes tensiones en y con el mundo musulmán, no es lo más adecuado por parte de la revista volver a los quioscos con una caricatura en la portada de Mahoma. Se me objetará que eso sería un triunfo de los terroristas. No, el triunfo, lamentable, de los terroristas, fue su crimen. Añadir gasolina al fuego me parece una valentía errónea. Considero mejor ser prudente, intentar explicarte, no con los terroristas, sino con los musulmanes que han salido por miles a la calle en muchos lugares, que honestos pero equivocados, piensan que ni siquiera un no creyente en su fe tiene derecho a representar la imagen de su profeta. Me pregunto, quizás con excesiva dosis de fe en la razón y pecando de pánfilo, si esa no sería la vía más adecuada. Y no planteo que haya que renunciar a caricaturizar a Mahoma, pero medir tiempos y calibrar situaciones me parece, en cuanto al problema religioso, la postura menos dañina. Pero lo confieso, las dudas, como casi siempre, me asaltan.
Yo, siendo ateo, no siento la necesidad de ofender a ningún creyente. Pero siempre combatiré y esgrimiré mil razones contra la imposición de cualquier creencia en la vida pública. Acabo con un recordatorio. En España año tras año un representante estatal desgrana sus ruegos al apóstol Santiago y se hacen ofrendas oficiales a las vírgenes por doquier. Mientras tanto, en esta tierra adalid de la libertad de expresión, los últimos años se ha prohibido celebrar en Madrid una marcha atea el jueves santo, por considerarla ofensiva en esa fecha.

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