viernes, 9 de mayo de 2014

Quiebros futboleros

A Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Galeano algunos rojos les agradecemos que nos abrieran el camino. Después vinieron otros, como por ejemplo Javier Marías, pero ellos fueron los precursores, al menos en lengua castellana. Por supuesto, me refiero a sacarnos de la clandestinidad, del susurro culposo, a poder hacer público, sin menoscabo de nuestro compromiso ideológico e intelectual, nuestro amor por ese moderno "opio" del pueblo llamado fútbol.

En realidad, éramos  unos idiotas, despreciábamos un deporte que nos muestra uno de los pocos ámbitos de fidelidad inalterable de un ser humano (¿conocen algún aficionado chaquetero?), y que en bastantes ocasiones ha sido una herramienta política de primer orden.

Vázquez Montalbán, socio del Barça, acuñó una frase célebre, creo que en los 60 o inicios de los 70: "el Barcelona es el ejército desarmado de Cataluña". Once modernos caballeros defendían, domingo tras domingo, el honor, la identidad catalana aherrojada por el fascismo, en una arena transformada en césped, alcanzándose el cénit (de la gloria o el martirio), cuando enfrente se situaba el que, según el ministro español de Asuntos Exteriores Fernando Mª Castiella, era en los 60 el mejor embajador de España en Europa: el Real Madrid. El equipo de Franco. Mis conocidos madridistas siempre me dicen: "pero si en los 40 el Barça ganó más ligas que el Madrid". Cierto. Pero estaba España muerta de hambre; con ese alucinógeno como para fijarse en quién ganaba la liga. Bastante tenía el Régimen con mirar, silbando, para otro lado tras la caída del nazifascismo y además, la Champions aún era nonata. A partir de los 60, con el desarrollismo, cimentado a base de emigrantes y turistas, fue diferente. El Real Madrid yeyé (Velázquez, Amancio, mi paisano Betancor, etc), era la mejor carta de presentación, la cara amable, saludable, de un estado que empezaba a flirtear con la Comunidad Económica Europea.

De todas maneras les pido disculpas, los asiduos ya lo habrán percibido, con mis textos soy bastante calzonazos, me mangonean, me llevan por donde ellos quieren. No era mi intención analizar (y menos desde mi confesa simpatía culé), ese duelo que a los futboleros siempre nos convoca.

Les agradecía, al inicio de este texto, a Vázquez y a Galeano, que me permitieran, dentro de ciertos límites, con mis contradicciones llenas de sabrosura casi pecaminosa, tras unos años (de los 15 a los 18), en los que la lucha política me absorbió casi por completo, compaginar mi fe de rojo irredento con mi amor a este deporte que sólo necesitaba el descampado que había detrás de mi calle, cuatro piedras que marcaran las porterías, y que el niño que traía el balón no se enfurruñara y se lo llevara dejándonos desolados. Yo, para mi desgracia, era galeanista. Éste cuenta siempre que cuando pibe hacía unas jugadas maravillosas, donde regateaba a medio equipo contrario y marcaba un gol inolvidable. El problema, insignificante pero doloroso, era que esas jugadas sólo se producían en las hermosas canchas del sueño. Galeano, como quién les escribe, cuando salía del refugio nocturno, tenía una pata de palo y estaba condenado (¡cuántas veces sufrí esa amargura!) a ser el último o el penúltimo, si había un gordo mórbido salvador, en ser elegido cuando se hacía el reparto de los equipos.

Sobre el estigma intelectual que tenía y en cierta medida sigue padeciendo el fútbol, contaré una anécdota personal. Hace ya bastantes años, sobre el 96 o 97, fui a una librería de mi ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, a comprar un libro (sí, lo han adivinado) de Galeano que se llama : "El fútbol a sol y sombra", publicado en 1995. El librero, que llevaba en el negocio bastantes años, cuando uní título y autor torció el gesto y manifestó tanta extrañeza que tuve que reiterarle, con cierta firmeza, la pertinencia de mi petición . Imagino que no le casarían la exquisita prosa del uruguayo y un grupo de tipos afanados tras un balón (definición del futbol que dan los ignorantes). Además, galeanista probablemente como yo, en el sentido de seguidor de un escritor emblemático de la izquierda latinoamericana, con su indispensable "Las venas abiertas de América Latina", no concebía la unión en el mismo cuerpo y entendimiento del hombre que  quiere transformar un mundo injusto, con el consumidor compulsivo de la droga que quizás Marx habría disfrutado si llega a vivir un siglo después.

Y a pesar de todo lo que argumento, quedo atrapado en la contradicción. Hoy existen razones más poderosas que 40 ó 50 años atrás, para hacer lo que nunca haré (¿o quizás sí?): repudiar el fútbol. El narcótico es, vía televisión perpetua, infinitamente más devastador. Y, por encima de lo anterior, se ha convertido en un exponente, entre muchos otros, de enormes desigualdades sociales, de "salarios" (es una burla en una época de sueldos menguantes llamarlos de esa manera) que sitúan a los futbolistas profesionales en el olimpo de la inmoralidad.

¿Por qué se han empeñado hoy mis caprichosos textos en que escriba de fútbol?

Seguramente porque aunque saben que aunque nunca he sido joven (en el sentido de carecer de miedo), siempre he sido niño (en el sentido de tener pequeñas ilusiones). Y el niño, al que un día las Reinas Magas le pusieron un equipaje amarillo y azul, ya está pensando, ilusionado, en el enyesque que preparará para ver con su hijo este sábado por la noche el derbi canario. Mi querido (y tantas veces detestado por resucitador de cadáveres futboleros) equipo amarillo contra el "pérfido chicharrero" blanquiazul, nuestro enemigo más amado, el Club Deportivo Tenerife. Ambos jugándose la posibilidad de acceder al monte sacro de la primera división, aquél que durante años vio a un equipo, la Unión Deportiva Las Palmas, que a finales de los 60, cuando aún Guardiola no había nacido, ya basaba su juego en un sobeteo libidinoso del balón.


1 comentario:

  1. La verdad es que lo mejor de los partidos de la UD es el enyesque , porque de fútbol, nada de nada.

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