lunes, 9 de marzo de 2020

El hijo de Franco y sus hormigas

Teniendo mucho más camino detrás que delante, reconozco que he devenido en un cínico menor, un tipo inofensivo que intenta ver la realidad, aún en la Tierra, con la lejanía y perspectiva que me daría la balconada celestial con vistas que, si fuera creyente, anhelaría. 
No es asunto de este texto, pero permítaseme uno de mis típicos desvíos: es desazonante ver secarse las pilas de agua bendita, observar a los fieles inclinar la cabeza, temerosos de besar los pies de un Cristo o al Papa  Francisco impartir sus bendiciones ante una cámara en la frialdad de un salón vaticano. Si la gente de fe duda en los tiempos del coronavirus (donde quedaron las reuniones en las iglesias para pedir ayuda a Dios ante la yersinia pestis, una Godzilla-bacteria que tenía la costumbre de no hacer casi prisioneros), mi balconada, mi posición privilegiada de espectador post mortem del mundo que exista cuando yo no esté se me antoja hartamente improbable. 
Por eso quiero, ya, aunque esté tan alejado de mi esencia, en el inicio de la sesentena, investirme de la impasibilidad que pensaba dejar para el tiempo eterno del mirador que no será.
Pero no hay manera. Si no me retiro a un montañoso monasterio de clausura para ateos (me imagino que tendría que fundarlo, y me da infinita pereza), donde estuvieran prohibidos todos los artilugios electrónicos y pudiera retrotraerme al medievo, reconozco que es tarea imposible para mí no envenenarme y enervarme y sublevarme con el aire mefítico que desprenden determinadas informaciones (y desinformaciones).
Sé, y ojalá tuviera que tragarme mis palabras, que el hijo político del asesino terrorista Francisco Franco, Juan Carlos de Borbón, más allá del infinito fárrago judicial salpicado de peticiones diversas, nunca sufrirá la denominada pena de banquillo. Ni en el estado español, ni en el extranjero. Tampoco será posible una investigación política en sede parlamentaria con la banal excusa, por parte de ese pilar de la monarquía llamado PSOE, de la inviolabilidad del sujeto. Es una degradación intolerable del lugar de residencia de la soberanía nacional que unos letrados te digan lo que puedes debatir o investigar y lo que no. Me atrevo a decir que el privilegio, la irresponsabilidad consentida de un solo individuo que, peculiaridades designatorias aparte, es el funcionario número uno, es la negación más indignante de la denominada democracia formal. 
Pero no me engaño, su evasión de la justicia o la timoratez del PSOE, no serán fruto de lo escrito en la Constitución española (recuerden que unos pocos días de agosto  de 2011 bastaron para que, reforma constitucional exprés del PP y PSOE mediante, la Deuda pasará por delante de cualquier otra prioridad de gasto). Es el fruto podrido del abotargamiento de un pueblo que le da lo mismo ser chuleado por un tipo al que dudo si calificar de inmoral o amoral. 
El inmoral conoce la moral y la pervierte a conciencia. El amoral no puede pervertir lo que desconoce. Yo introduciría al tipo que fue jefe del estado español cerca de 40 años en este último saco. Cuando vives en la estratosfera (el sí está acomodado en una balconada lujosa y exclusiva) todo lo que ves, desde esa enorme distancia, son hileras de hormigas tan ajenas a tu acontecer cotidiano que no te producen dilema ético alguno.
El mismo año, 2008, que la tiranía saudita le “regala” 100 millones de dólares, estalla la crisis que llevó a millones del personas del estado español a un empobrecimiento que generó, y genera, grandes dificultades para las capas populares de la población que sufren una destrucción masiva de empleo y una reducción generalizada de los salarios. 
Mientras tanto, el heredero del asesino Franco, aún rey ejerciente, guarda ese dinero en Suiza para ni siquiera tributar a la Hacienda Pública. El “ni siquiera” anterior hace hincapié en lo miserable de su comportamiento. Lo lógico, lo decente, sobretodo para un gobernante vitalicio y no electo, que recibía del estado para su libre disposición una asignación de alrededor de 8 millones de euros, más toda una serie de sustanciosas partidas que llegaban (y llegan), vía otros ministerios, para el mantenimiento de la Casa Real, habría sido entregar hasta el último céntimo al erario público. Fíjense que no he hecho mención, lo que aumentaría su infamia, a la fortuna de más de 1500 millones de dólares (¿salidos de comisiones petroleras?) que la revista Forbes, boletín que estable el ranking mundial de los cresos, le atribuye. Y que, no nos olvidemos, como el cargo, heredaría su hijo, el nieto político de Franco.
En 2012, la crisis está en sus momentos más crudos, cada Consejo de Ministros es un rosario de recortes. Comienza el rescate de la banca, que ha costado 75.000 millones de euros al erario público, recuperándose hasta el momento, según el diario Publico, apenas un 6%. 
Ese mismo año, el del “Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir” dicho con la boca chica, como muestra de su gran arrepentimiento decide practicar algo que es del gusto de la nobleza: la caridad, que ya sabemos que bien entendida empieza por los de la misma clase social. El dadivoso le da a la aristócrata Corinna Larsen 65 millones de euros de los 100 recibidos (mírenlo así: es como jugar a la lotería primitiva 30 días seguidos y que cada uno de esos días, sin excepción, te toquen  algo más de dos millones), y a otra señora afincada en Suiza, y bastante más abajo en el ranking, un milloncejo. 
Un cierto tono irónico es la defensa ante el muy esperado encubrimiento de los grandes medios, y la no menos esperada pasividad social. Hablaba más arriba de que su impunidad (ellos la llaman inviolabilidad) no tenía que ver con la constitución y su articulado, sino con la mansa aceptación de las tropelías borbónicas por parte de la población.
Cientos de miles en las calles, con persistencia y determinación, abrirían el camino, sin constitución que valga, a lo que nos birlaron hace 40 años, a lo mínimo: un referéndum en el que decidir la forma de estado. Una consulta que la izquierda (IU y Podemos) tiene que situar entre sus prioridades abandonando un estomagante republicanismo cobarde y de boquilla.
Quiero traer aquí también, a cuenta del mangoneo del pueblo por los medios masivos de información y como elemento comparativo, un tema que ocupó más espacio en las tertulias que las tropelías reales: una propuesta que llevarán a la próxima Asamblea de Podemos para que sus cargos públicos ya no tengan que limitarse a cobrar 3 salarios mínimos. 
¡Ardió Troya! Podemos ya se ha corrompido y es casta, como todos, dicen los todólogos que nos amenizan las mañanas. A mí me da igual el temita de la casta. Siempre me pareció un debate estéril y mentiroso el de los sueldos de los cargos públicos. Cobre usted lo que le corresponda en base a la responsabilidad que ostenta. Lo he dicho y lo mantengo, el salario del Presidente del Gobierno, aproximadamente 83.000 euros brutos, o el de un ministro, 73.000 euros, están en la escala de lo razonable para alguien que tiene dedicación y responsabilidad a tiempo completo. Ahora mismo, por ejemplo, me pongo en la piel de Salvador Illa, Ministro de Sanidad en tiempos del coronavirus y creo que se entiende a lo que me refiero. Este hombre y su equipo, independientemente del resultado de su gestión, trabajan sin horario.
El salario de un cargo público, fruto de unas elecciones, hace que no pocos pongan el grito en el cielo y digan toda clase de bobadas sobre el gasto que genera la “clase política”, mientras que un rey impuesto por un dictador sanguinario, recibiendo 100 millones de dólares que escatima al erario público, deja a una gran mayoría impávida o, expresando su “malestar” a través a través de memes en las redes sociales.

Desfogado, torno, apoltronado en mi balconada, a mi cinismo de baja intensidad que el mes que viene volverá a conmemorar una república que nunca veré.

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