Unidad y división
Son términos antagónicos bastante utilizados en muy diversos contextos. El primero está dotado en el imaginario social de un aura de positividad y, en sentido inverso, el segundo se asocia con lo negativo. Tengo claro que el pensamiento
socialmente dominante, aunque no sea ni mucho menos el único, es el de la clase
dominante. Y la clase dominante casi siempre hace llamados a la unidad como el
modo de arreglar o enfrentar los diferentes conflictos o situaciones, más o
menos graves, que van surgiendo en el devenir de cualquier estado.
Recuerden, cuando comenzó
la crisis económica, como constantemente se hacían llamados a que de esa
situación solo se salía si todos, indistintamente, arrimábamos el hombro. Hoy,
diez años después, los trabajadores tienen el tren superior corporal de alguien
largamente convaleciente mientras los oligarcas pondrían en dificultades al
actual campeón mundial de fisicoculturismo. La burguesía siempre ha hablado
interesadamente, a través de sus grandes canales de comunicación, de colaboración
de clases. En cambio, los trabajadores, cuando tienen conciencia, hablan de
lucha de clases, de los intereses antagónicos que existen entre estos dos
sectores sociales. Cuando esa lucha se ha exasperado por una conciencia crecida
de los trabajadores la burguesía suele utilizar, expresado a través de los
sindicatos verticales, un colaborativo
de clases llamado fascismo.
Aunque en realidad el
objeto de este texto no es el conflicto entre el capital y el trabajo sí me
parecía un ejemplo sobre la carga tramposa y apriorística que tienen conceptos
como unidad y división. Conceptos que
nos hemos hartado de oír tras los atentados ocurridos el 17 de agosto en
Cataluña y cuya cresta ha coincidido con la manifestación convocada en las
calles de Barcelona el sábado 26.
Ir a una manifestación
contra una acción terrorista concreta no quiere decir, desde mi perspectiva,
que se aliente la falsedad, la mentira que mata el pensamiento que se subleva, ese
que no quiere dejarse enrejar por mantras interesados que ponen el foco en la buenrollista
unidad para que el vasto páramo de la indecencia quede en la penumbra.
El poder habría querido que
la manifestación de ayer en Cataluña fuera una procesión “respetuosa”, llena de
silencio y congoja. La expresión del dolor unánime de un pueblo, en lenguaje
pomposo. Quizás yo sea un tipo algo deshumanizado (estos días me lo he
preguntado), pero no voy a ser hipócrita. Esos atentados, como tantas acciones
injustas que generan muerte y sufrimiento, son un horror, quizás un poco más
cercano porque yo, tan poco dado al viaje, también he recorrido ese espacio
bullanguero que parece una celebración continua de la vida. Pero pienso que el
dolor es patrimonio intransferible de los familiares y amigos de cada una de
las víctimas. Y nuestra misión no es sentir su dolor, pero sí es preguntarnos,
no sólo el porqué hemos llegado a esta situación, sino, lo que es tan
importante, cuál es el camino que hay que seguir, más allá de las pesquisas
policiales que no cuestiono (otro tema es plantearnos si, aparte de ético, es
razonable para la propia investigación que todos hayan sido “abatidos”), para
que esto no se repita, aparte de llenar las ciudades de barreras físicas. Es
llamativo, parece que retornáramos a las murallas del medievo, la antítesis de
ese espacio abierto que es la ciudad contemporánea.
Cuando la CUP, con un
primer paso al que después se unieron otros colectivos, quebró la unidad acrítica
que querían imponerle a la manifestación, la dotó de vida, de significación. Y
se equivocaba al principio planteando que si iban el rey o Rajoy ellos tal vez
no lo hicieran. Había que estar allí, disputándole el espacio a los figurones
que desprecian la vida humana, como el gobierno español multiplicando por 30 el
valor de la venta de armas a la monarquía saudí que, aparte de estar junto a
EEUU en el origen de un yihadismo ultraconservador e irrelevante hasta inicios
de los 80, está masacrando, con la mayor indiferencia de nuestras mediáticas
sociedades, a la población de Yemen. Una vida que también existe bulliciosa más
allá de Las Ramblas, en lugares menos famosos que nunca pintó Joan Miró, donde
los atentados, quizás por su cotidianidad, no generan enormes espacios
cubiertos por ramos de flores y velas rojas.
El merecido abucheo al rey
y al gobierno de España no creo que fuera obra solo de independentistas, como
han querido reflejar las maquinarias mediáticas manipuladoras que pretenden que
una manifestación contra el terrorismo sea apolítica. O sea, el simple tránsito
de una masa ovejuna pastoreada por lobos.
Por último, resulta significativo
comprobar como los mismos que siempre han defendido que el terrorismo no puede
marcar las agendas políticas, ahora pretenden que el gobierno de la Generalitat
“aproveche” esta ocasión para recuperar en sentido común, unitario por
supuesto, y se deje de veleidades que dividen y debilitan a la sociedad
catalana. Unión y fortalecimiento que, tras la trágica caída del caballo del 17
de agosto, pasaría porque los independentistas, aún teniendo mayoría
parlamentaria, declinarán, en el país de las mil encuestas, su intención de,
referéndum mediante, como hicieron sin dramatismo los escoceses, contarse el 1
de octubre.
Estimado don Pepe Juan:
ResponderEliminarAndaba redactando un textito algo airado quizás, pero claro, la premura con la que actúan PUAGdemont y el gordito Junqueras, fueron inflamando mis palabras de tal manera que hube de consultar el Código Penal para comprobar, espantado y acobardado, que mi texto parecía redactado para ejemplificar el delito de odio recogido en su artículo 510.
Por lo tanto, desde la nostalgia de mi España (ya no)Una (menos)Grande y (poco)Libre; me despido de usted con un sincero y cariñoso abrazo...aprovechando que aún no se ha instaurado el delito de amor.
Estimado don Manuel:
ResponderEliminarYa sabe, el odio y el amor fluyen, o confluyen, según días. Ayer los independentistas ofrecían claveles a la guardia civil mientras procedía al registro del semanario "El Vallenc". No sé... creo que contar a la gente no debería verse como algo tan atroz o trágico. Las comunidades políticas no son algo inmutable.
Por cierto, a mí también el delito de odio me parece bastante absurdo.
Ya sabe que le quiero mucho y por eso me permito hacerle una apreciación. Lo del gordito Junqueras siempre me ha parecido simpático y un punto tierno. En cambio, su reciente PUAGdemont me chirría, me parece una nota desafinada en esa armonía, nunca exenta de fina ironía, que percibo cuando leo un texto suyo.
Como siempre, un abrazo grande.
Estimado don Pepe Juan:
ResponderEliminarTiene usted razón. Disculpe mi mal gusto. Le agradezco su apreciación en vías de evitar mi barbarización.
Lamentablemente,el españolazo que llevo dentro aflora en forma de toscos juegos de palabras.
Además de resultar del todo irrespetuoso, soy injusto con el President de un pueblo que, bajo su mandato, ofrece claveles a las fuerzas de ocupación.
Cuánta civilización en ese pays, qué sentir pacífico y democrático, vaya seny, redios!
Hace tan solo unos años, con el honorable Mas, recibían a sopapos en la Universidad Autónoma a Rosa Díez, reventaban los mítines del PP o le negaban el saludo al ciudadano Felipe Borbón.
Y ahora, mire usted:
"clavelitos, clavelitos,
clavelitos para mi opresor"
Reitero mi bochorno, a partir de ahora: Puig-demoni.
No pierde un ápice su denominación de origen y además tiene ese puntito cariñoso de cuando por aquí le decimos a alguien que es un demonio (permítame el desahogo léxico-semántico, siempre será mejor que desenvainar el sable de mi añorado padre).
Vuelvo a darle la razón. Contar a la gente no es atroz ni trágico. Salvo que se pretenda, en lugar de numerar, señalar.
Que le pregunten a los judíos.
Reciba mi fuerte abrazo.
Recibo su taimado acto de contrición y celebro, aliviado, que no sea usted judío en tierra de limpiezas étnicas.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.