lunes, 14 de agosto de 2017

Canción triste por la huelga del Prat

Desde hace algunas semanas se mantiene en el aeropuerto del Prat, en Barcelona, un conflicto laboral de los trabajadores de la empresa Eulen, encargada de los arcos de seguridad. Hasta ahora los paros han sido parciales, intercalando horas de trabajo con horas de huelga. También se ha acusado a los trabajadores de huelga encubierta. Me imagino que se referirán a trabajar a un ritmo lento, con una cierta parsimonia o un exceso de celo. Es curioso, tienes que ser un, perdóneseme (o no, me da igual, seguramente a quién le moleste está en mis antípodas mentales) lo soez de la expresión, un puto animal que supla las carencias cuantitativas de la plantilla con tu propia sobreexplotación.
Y buena parte de la población trabajadora, desclasada por los grandes medios de manipulación masiva que nos dicen que el derecho de uno acaba cuando lamina el derecho del otro, expresa su malestar por tener que hacer largas colas, por ver alterado ese nuevo derecho básico que es el de viajar. Población trabajadora que en muchos casos, con sobrada pasividad y escasa lucha, ha visto quebrado un derecho básico que yo si considero fundamental: que no te disminuyan el sueldo por realizar un mismo trabajo.
Desde el hoy, 14 de agosto, los trabajadores de Eulen realizan una huelga indefinida. Curiosamente, según informan los medios, hay normalidad casi absoluta. La huelga objetivamente está neutralizada. Con dos elementos básicos que tiene el poder en sus manos: los servicios mínimos y las fuerzas de seguridad del estado. Los servicios mínimos establecidos por la autoridad (competente, por supuesto, muy competente cuando de quebrar huelgas obreras se trata) son del 90%. Y aquí no pasa nada, no hay, como mínimo, una declaración conjunta de todas las centrales sindicales que se consideren de clase diciendo que esos servicios mínimos son unos servicios máximos, son prohibir de facto, casi con burla, el derecho de huelga a un colectivo de trabajadores. Pero, no satisfechos con este abuso, han decidido poner al lado de ese 90% obligado a trabajar a la guardia civil. Ya no es que la guardia civil, o la policía, sean un instrumento para reprimir a los trabajadores en la lucha por sus derechos. La historia de España (y del mundo) es rica en ejemplos de cómo las llamadas fuerzas de seguridad, o cuerpos represivos de la clase dominante en lenguaje marxista, tienen como función, no confesa pero esencial, derrotar las luchas de los trabajadores (sí, Eulen es una muestra más de esa antigualla llamada lucha de clases, esa que quiere diluirse, ¡viva el pensamiento líquido!, en el concepto muelle de clase media).
En este conflicto, alegando el poder motivos de seguridad, la guardia civil realiza labores directas de esquirolaje. Nos jugamos la seguridad de los españoles dice el gobierno. Es un servicio esencial, alegan, en estos tiempos convulsos por la amenaza terrorista. Sin embargo, tuvieron la desvergüenza de privatizar ese servicio esencial mediante subasta al peor postor. O sea, al que hace la oferta más barata que implica por supuesto salarios míseros para los trabajadores, oscilantes entre 900 y 1.100 euros según los complementos que tengas por antigüedad, que solo los pueden dignificar mediante horas extras pagadas a 8 euros.
Un servicio que el propio gobierno considera esencial tendría que estar en manos directas del estado. Esos trabajadores que realizan una labor en la que se supone que está en juego la vida de personas deberían ser empleados públicos con un salario digno, no pertenecer a empresas privadas cuya regla de oro es obtener, a través de la máxima explotación, el mayor beneficio posible.
La normalidad de hoy en el Prat, la casi invisibilidad de la huelga por la acción antiobrera del gobierno del Partido Popular, la sutil o burda criminalización mediática de los trabajadores, el silencio de las supuestas centrales de clase, la falta de acción solidaria, aunque sea simbólica, de los empleados de seguridad de otros aeropuertos, más allá de que lamentablemente nada de esto suponga, al menos para mí, una sorpresa, no deja de ser una triste noticia para la lucha de la clase trabajadora.

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