sábado, 28 de septiembre de 2013

La tortura franquista bajo los focos de la justicia... argentina

La tortura (tradicionalmente presencia silenciosa o de voz baja) está de moda en el estado español.
La solicitud de extradición de cuatro policías españoles, torturadores del tardofranquismo y la denominada transición, por parte de la jueza argentina María de Servini, que atendió una demanda de represaliados por la dictadura fascista, ha puesto tan ominosa práctica en las portadas de todos los medios de comunicación.
Llevo varios días rumiando como arrostrar el tema. En mi se debaten, como casi siempre, la víscera y mi anhelo de ser un circunspecto profesor.
Pocas situaciones se me hacen más aterradoras que estar inerme en unas manos que pueden hacer contigo casi lo que quieran. Esa situación, afortunadamente, yo no la he vivido. Pero sí estuve detenido en comisaría, con otros compañeros, en dos ocasiones: agosto de 1976 y abril de 1977.  De la primera experiencia, apenas 20 horas, recuerdo que pase la noche en una celda tan exigua que no podías  tenderte. La segunda vez cumplimos las 72 horas legales. Nos detuvieron el 13 por la noche tras realizar una “pegada” de carteles en conmemoración de la Segunda República y en pro de la Tercera. Unos días antes, el 9 de abril, el Partido Comunista de España, tras 40 años de ser la organización esencial en la lucha contra la dictadura, había sido legalizado. Tenía dos condiciones básicas (con lo que ellas implicaban): reconocimiento de la monarquía de Juan Carlos y de la bandera bicolor. Los cuatro detenidos aquella noche empezábamos a ser ya unos restos a la deriva, unos náufragos. La oposición de izquierdas, calada hasta el tuétano, se subía masivamente al barco que le ofrecían los reformistas del régimen dictatorial. Recuerdo que uno de los policías que me interrogó me dijo: “ O se meten en el PCE o acaban todos aquí”. Eso es capacidad de adaptación a los tiempos. Todo el mundo adaptándose (transicionando): el poli y el PCE. Por otro lado es curioso. No me dijo: “métete en el PSOE, muchacho”. El poli sabía, era su trabajo, que quiénes se habían cargado a sus espaldas la oposición a la dictadura eran los comunistas y, empeñados en darle matarile a Franco, los anarquistas. Pensaba que el PCE rentabilizaría esa lucha en las urnas que venían. Pero está claro que le faltó visión política, al menos en un primer momento.
Esos policías no nos torturaron en el sentido de los horrores que implica el término. Hubo un leve maltrato  y alguna humillación. Teníamos 17 años. El fascismo te consideraba mayor de edad legal  a los 21, excepto en el ámbito penal, donde esa mayoría se adelantaba en ¡5 años! Con 16  ya podías quedarte 72 horas en comisaría y si el juez lo consideraba oportuno enviarte a la cárcel. Cuando íbamos detenidos en el coche yo pensaba en el famoso, entre los círculos clandestinos de la izquierda de Las Palmas, Heliodoro. Ese “social” (apelativo común de los miembros de la Brigada Político Social) tenía fama de torturador. Ya parte de la izquierda estaba legalizada y yo sentía que iba derechito a las fauces de la bestia. Por mi trabajo de profesor lidio todos los días con jóvenes de 16 ó 17 años. Muchos de ellos son complicados, desnortados, con mucha rabia interior. Nosotros teníamos la rabia de la injusticia y el socialismo, el anhelo de un mundo más justo, como brújula que nos señalaba el norte. Pero seguíamos siendo unos críos. Y pienso que era asqueroso el pan que se ganaban aquellos individuos amedrentando a un chico como esos con los que hoy (exactamente hoy), he estado luchando para que no acaben en un camino sin salida ni retorno. Estoy convencido de que uno de los mejores hombres que he sido a lo largo de mi vida lo fue ese muchacho expectante de 17 años. Aquellos represores y la confortable apacibilidad con la que transcurrieron sus “vidas laborales”  posteriores, me dieron –a mi pesar- una gran lección que vas estudiando con el tiempo, una lección pesimista y puñetera: la justicia es un bien escaso, al que pocas veces accedemos, y que además no tiene nada que ver con la ley.  He dicho que era asqueroso el pan que se ganaban, y lo mantengo, pero no los masacro moralmente. Tal vez eran buenos padres de familia que, cuando los llamaban, acudían raudos al colegio preocupados por la enseñanza de sus hijos. A uno de ellos lo vi en un par de ocasiones entrar en la iglesia del barrio. Pensaba, irritado, que era un tipejo hipócrita. Hoy en día estoy convencido de que para ese hombre maltratar a un chico de 17 años o, si se terciara torturar, no significaba ninguna contradicción con su fe en un dios omnipotente y bondadoso. Mis camaradas y yo éramos el enemigo, el mal. Con esto quiero decir que los torturadores fascistas o los torturadores “demócratas” (Amnistía Internacional denuncia que en el estado español todavía se tortura), no eran o son malvados a tiempo completo. Eran o son hombres con una ideología clara, como lo eran los nazis: el anticomunismo. Ésta era y sigue siendo la barrera infranqueable. El fascismo siempre surge cuando esa barrera corre peligro de quebrarse, cuando se avizoran unos cambios profundos e igualitarios del modelo capitalista existente. Por eso muchos nazis de “rango menor” transitaron del uniforme pardo a la americana y la corbata de la República Federal Alemana. Y por eso la fidelidad de los “sociales” a un régimen fascista sanguinario no fue impedimento para, cambiando algún nombre, reubicarlos dentro de la “democracia”. Y, añoranzas particulares aparte, seguro que la mayoría se sintieron muy a gusto en la nueva situación.
No escurro el bulto. No concibo la tortura como parte del engranaje estatal de un país socialista. Para mí el socialismo, en sus raíces ideológicas, triste utópico, tiene un componente moral básico donde la vileza ejercida desde el poder no tiene cabida. Ríanse, pero yo me creo el concepto del “hombre nuevo”, y éste no puede ser construido a golpe de picana. Lo repito, soy utópico pero no quimérico. La lucha de clases es dura, pero en el poder tenemos que ser diferentes, nuestra moral, nuestros límites, como aspirantes a una sociedad de seres libres, tienen que ser innegociables. Una vez a Fidel (Castro, por supuesto) unos periodistas le preguntaron si llevaba chaleco antibalas. Desabotonándose la camisa verde oliva, con un toque teatral, contesto que el llevaba siempre puesto un escudo moral.
Ahora todo el mundo “progre” está feliz de que la juez argentina reclame a cuatro torturadores para juzgarlos. Encantadísimo. Hay centenares de abueletes (si hablamos de torturadores de la época franquista) que reclamar. Ya que aquí es imposible, que los juzguen a 10.000 kms. Que a Heliodoro, si vive, se le pongan de corbata, sería un gran placer. Que Martín Villa esté de boca en boca como posible extraditable (¿cuántos te negarían Rodolfo?) es un regocijo. Sin embargo, imagino que extraditar  a un anciano recién operado de cadera, aunque sea hijo fidelísimo de su padre y “jefe de los torturadores” (no olvidemos que el torturador es un empleado público), según atinada expresión de Otegui que le costó una condena a un año de cárcel, debe ser un poco más complicado.  Insisto, todo genial.
Pero.
Han existido más de 30 años de silencio mediático (hablo de los medios de masas, ya sé que los marginales denuncian muchas situaciones que gran parte de la gente desconoce o conoce mal, que es peor aún), más de 30 años donde se vendió por parte de la derecha y se compró por gran parte de la izquierda, la baratija de la desmemoria como método de avance hacia una supuesta reconciliación entre los fratricidas españoles, hacia el borrón y cuenta nueva. Pero según parece el borrón persiste. Tal vez un fantasma de Canterville rojillo dedica sus noches a reponer el rastro de sangre de los criminales.
Para acabar dos breves:
Titular de una noticia del digital Kaos en la Red que no siendo buena, vista desde el estado español, es magnífica. Dice: “Chile: represores de la dictadura pinochetista gozan de privilegios en las cárceles”.
Recomiendo un libro llamado: “Claves de la Transición. 1973-1986. (Para adultos)”. Su autor es Alfredo Grimaldos. Es breve, poco más de 170 páginas, y muy ágil. Contraindicado para las almas cándidas, puede originar un subidón de realidad que quiebre algún bello esquema mental.

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