domingo, 4 de diciembre de 2022

Joaquín Sabina, el valor de las opiniones, la izquierda y un epílogo sobre Pablo Milanés

Casi siempre si quiero tratar algún tema, sobretodo cuando es fruto de una declaración que, por la relevancia del opinante o la enjundia de lo dicho, levanta cierta polvareda, espero que pase un poco de tiempo para hacer una reflexión, no por exquisitez, sino porque suelo sentirme arrollado por la avalancha de comentarios que, llenos de ruido y furia, rebosan o amor incondicional o desamor despechado. Mis textos suelen ser fruto de un cierto reposo y cien mil vueltas mentales aunque esto implique llegar cuando quizás ya solo quedan, o ni siquiera eso, los restos de la batalla. 

Me refiero a las declaraciones que hizo hace varias semanas Joaquín Sabina en la presentación del documental Sintiéndolo mucho realizado por el cineasta Fernando León de Aranoa. Desde luego, aquí el amor o desamor hacia el cantautor no va a encontrar camino. Sus palabras me servirán como punto de partida para expresar algunas ideas, o pinceladas quizás sea un término más preciso, sobre esa parte esencial de la historia contemporánea de la humanidad que conocemos, desde la Revolución Francesa y la ubicación física en la Asamblea Nacional de aquellos que querían cambios más profundos, con el nombre amplio y genérico de izquierda.  Lo primero que me pregunto, antes de transcribir las palabras que generan este escrito, es por qué tiene tanta relevancia lo que diga Joaquín Sabina. 

Siempre es curioso observar como necesitamos una comunión con aquellos personajes públicos que por alguna razón, generalmente relacionada con el mundo de las artes, son emocionalmente muy importantes en nuestras vidas. Y sería yo un necio si no percibiera que para muchas personas, principalmente adscritas al espectro de la izquierda, Joaquín Sabina, al igual que otros cantautores como Aute, Silvio o Pablo, son la banda sonora de sus vidas. Y tiene lógica, los cantautores casi siempre, incluso cuando cantan al amor, revisan o revientan las costuras del mundo. Hurgan, van mucho más allá del mero amor romántico de esos boleros que tanto me gustan.  Esos boleros y tangos (aquellos que se enfadan con las letras del reguetón  que escuchen algunos) son culturalmente pura derecha. Un hombre y una mujer se aman y ahí se acaba el mundo y sus complejidades e injusticias. No hay más. A mí me da igual. Digo: vivan Los Panchos y, aunque sea la mayor falacia, “si tú me dices ven lo dejo todo”.  En realidad, los pensadores Joaquín Sabina y Los Panchos o el recién fallecido Pablo Milanés, creo que no deberían pasar, en cuanto al valor de sus muy respetables opiniones sobre los aconteceres del mundo, de la ajenidad (quizás me invento la palabra, pero me expresa y creo que quien me lee en este momento la entiende) que le daríamos a cualquier otra persona anónima de otra profesión. El único elemento de valoración debe ser la enjundia, el ánimo reflexivo sobre el meramente enunciativo que alimenta titulares de prensa.

Puede pasar en cualquier ámbito del arte: la decepción. El héroe, por mor de abrir la boquita fuera de su ámbito, o por cambiar sus opiniones, o por enterarnos de que es un ser humano manifiestamente mejorable, cuando no despreciable, es villanizado. Y el admirador decepcionado que ve ensuciarse en su alma el arte, narrativo, plástico o musical, que hasta hace cinco minutos lo conmovía, sabe que su rotura ya no va tener reparo y que el disfrute de la comunión ya no volverá. Y en el otro lado, o con la visión opuesta, estará quien, aun desencantado o al tanto de ciertas bajezas o ignominias, es capaz de extraer el arte del artista. Reconozco que, con mis dudas,  creo estar más cerca del segundo grupo pues soy poco dado a encumbramientos, probablemente tan fruto de la pereza como del escepticismo. Escepticismo que cada vez me produce  más una faceta de mucha gente del arte que es el abajofirmantismo. Yo también a veces voy, por puro marujeo, a ver quienes apoyan tal o cual lucha o una u otra formación política ante las elecciones generales. Sé que es absolutamente banal. Las  luchas tienen que apoyarse en su justeza y el escritor, el cantante o el actor comprometidos, que cualquier día se descompromenten, no le aportan, fuera del soporte emocional, valor añadido alguno. 

Voy con lo declarado por Joaquín Sabina. Lo tomo, para que no se me acuse de tendencioso, del digital con el nombre más bonito del mundo: El Español.

El músico Joaquín Sabina ha presentado en Madrid el documental Sintiéndolo mucho, que ha dirigido Fernando León de Aranoa sobre los últimos años del cantautor, lamentando "la deriva de la izquierda latinoamericana" que le ha llevado a replantearse su ideología.

"Esta deriva me rompe el corazón, justamente por haber sido tan de izquierdas. Pero ahora ya no lo soy tanto, porque tengo ojos, oídos y cabeza para ver las cosas que están pasando. Y es muy triste", ha explicado Sabina, acompañado del propio director y del músico Leiva, que ha creado la banda sonora de este trabajo.

Sabina ha reconocido que ha estado "mucho tiempo enfadado" con el siglo XXI. "Todo lo que pasaba: Trump, Putin... Eran cosas feas, incluso el lenguaje de gente a través de redes sociales que lo degrada mucho", ha apuntado, para luego añadir que se viene del "fracaso feroz" del comunismo en el siglo XX.

De todo el texto para mí la frase más enigmática está en la tercera línea del primer párrafo: "la deriva de la izquierda latinoamericana" como origen de su replanteamiento ideológico. La palabra clave es deriva. Y hace referencia a la segunda acepción de la RAE: Evolución que se produce en una determinada dirección, especialmente si esta se considera negativa. Esta definición establece que para Joaquín Sabina la izquierda latinoamericana ha evolucionado en un sentido indeseable. En el segundo párrafo, como complemento, dice que esa evolución a peor le rompe el corazón por haber sido tan de izquierdas. O sea, de la conjunción de esas dos frases infiero que lo que le duele es, grosso modo, que la izquierda latinoamericana ya no es, perdonen la redundancia, tan de izquierdas. Deduzco que él echa de menos la izquierda latinoamericana de los 60 y 70 que se planteaba la toma del poder, en no pocas ocasiones por las armas con el impulso que supuso la Revolución Cubana, para realizar cambios estructurales que condujeran al socialismo superando el sistema capitalista. La izquierda latinoamericana que hoy en día gobierna o aspira a gobernar, aunque sé que existen muchísimos matices entre organizaciones y países,  tiene una agenda que propone, con mayor o menor profundidad, reformas del sistema imperante que generen mayor igualdad social y avances dentro del sistema capitalista. Ninguna izquierda gobernante de Latinoamérica tiene  la ambición de la Unidad Popular de Chile que se planteaba la construcción del socialismo. El recién elegido Lula da Silva se plantea beneficiar a los desfavorecidos sin cuestionar nada del sistema de clases de Brasil. Curiosamente, a pesar de lo expuesto, expresa que la decepción con la derechización de la izquierda lo ha llevado, ojos, oído y cabeza mediante, a derechizarse. 

Lo dije más arriba, esta no es una reflexión sobre si me gusta o no la posición de Sabina, esta reflexión va sobre un fenómeno que se da entre muchas personas autodenominadas de izquierdas. Justifican su cambio ideológico idealizando a una izquierda que en una deriva derechista o autoritaria ya no es, nunca lo ha sido, impoluta. Y Joaquín Sabina y los decepcionados curan sus heridas en los fértiles campos de la derecha (todos los digitales de esta tendencia, la gran mayoría, han acogido su declaración con alborozo). Tengo claro que todo lo idealizado es tremendamente frágil, se nos quiebra el mundo soñado y nos queda la tremenda decepción que es, en cualquier sistema, eso que se denomina, cortina que cubre egoísmos y corruptelas, la condición humana. Esa condición humana que nada expresa mejor que la letra del tango Cambalache: Que el mundo fue y será/ una porquería ya lo sé/ en el quinientos seis/ y en el dos mil también. Y claro, si el mundo siempre ha sido una porquería, según otra frase famosa el que es comunista a los veinte y lo sigue siendo a los sesenta ha pasado de tener un gran corazón a ser portador de un menguado cerebro. A eso alude Sabina cuando declara que ha adquirido una cabeza, a que le ha crecido el órgano del pensamiento y ha disminuido el que asociamos a los impulsos. A mí, en contraposición, se me viene a la mente, por ejemplo, José Luis Sampedro. Un cerebro que, habiendo sido senador de designación real en 1977, con los años crecía y era cada vez, sin alardear de haber sido el más rojo de la clase, más crítico con el mundo injusto que le rodeaba. 

Creo que los años necesariamente no nos hacen más sabios o sensatos, sí suelen hacernos más resabiados, que es una sabiduría aderezada con cierta dosis de mala leche.

Sobre la fealdad de Trump y Putin solo comentar la utilidad de los monstruos oficiales, esos monstruos que lo llenan todo y ocultan que Bush hijo o el increíblemente nobelizado Obama fueron presidentes, objetivamente, yendo a la frialdad de los datos, mucho más bombardeadores que Trump. De Putin poco que decir, tras la guerra de Ucrania, es, perdóneseme la simbiosis, el Stahitler de nuestro tiempo mientras preparamos la salida a la escena mediática del próximo Fu Manchú: Xi Jinping, que imagino es digno sucesor del fracaso feroz del comunismo en el siglo XX. Peor imposible: ferocidad y fracaso. Sé, no quiero manipular las palabras de Sabina, que el término feroz se refiere al fracaso, pero, como casi siempre en un mundo tan plagado de ferocidades perpetuadas en el tiempo, se une a la palabra comunismo, que ni siquiera se merece un fracaso de andar por casa: a una ideología feroz, según el pensar de estos tiempos, un fracaso feroz. Fracaso que no sé si Sabina aplicará al gobernante PC de China que ha sacado en 70 años a centenares de millones de personas de la pobreza extrema.

Muestro mi acuerdo con la fealdad que aprecia en el degradado lenguaje que en muchas ocasiones utiliza, sin necesidad alguna, la gente en las redes sociales, cuando pueden ser, entre otras muchas cosas, un estupendo instrumento comunicativo de intercambio de reflexiones e ideas. Por eso en este texto y en cualquier otro de este blog está habilitada para quien lo lee la opción de comentar libremente. Y jamás, salvo que hubiera un insulto personal, borraría comentario alguno. Hace años, en los albores, cuando logré que este callejón tuviera su pequeña pujanza, un amable señor, ante mi querencia ideológica, me puso muy educadamente un comentario con el listado de los precios de los billetes de avión de avión a La Habana, Pekín, Pyonyang y otras capitales del mal. Por supuesto, pervive.

Para acabar quiero, como en el anterior texto, poner un video musical. Como dije más arriba, acaba de fallecer Pablo Milanés. Ha habido consenso general en la merecida alabanza. No obstante, no puedo dejar de cuestionarme sobre si esta habría sido tan unánime, incluso desde sectores abiertamente hostiles a la revolución cubana, en el caso de que su posición respecto a la citada revolución no hubiese cambiado a partir de los 90 tras la caída del campo socialista. Han salido a la palestra desde sus maravillosas y eternas canciones de amor como Para vivir o El breve instante en que no estás a alguna menor como la muy popular Yolanda. De las canciones manifiestamente políticas se ha recordado la emocionante Yo pisaré las calles nuevamente sobre la represión sangrienta en el Chile de Pinochet. Yo me voy a permitir traer aquí, como colofón, una bastante menos conocida y que tiene que ver con la preocupación de Joaquín Sabina por la izquierda latinoamericana. Se llama Canción por la unidad latinoamericana. Recomiendo su escucha atenta. Su última estrofa dice lo siguiente:

Bolivar lanzó una estrella que junto a Martí brilló/ Fidel la dignificó/ para andar por estas tierras.                                 








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