jueves, 14 de enero de 2016

Naciones de fábula

Una gran nación. Es uno de los sonsonetes más gratos al presidente interino Rajoy. En casi todas sus intervenciones públicas intenta insuflar las velas de la nave hispánica con los aires de un patrioterismo rancio. Pienso que la grandeza de una nación es directamente proporcional a la capacidad que tenga de generar una situación de bienestar para su población. Siendo la base de esta circunstancia la atención de necesidades básicas, tanto las físicas (en primer orden), como las espirituales, y no hago referencia a la respetable e íntima dimensión religiosa.
El gobierno del PP siempre enfatiza que somos la quinta economía de la UE. El volumen, el Producto Interior Bruto no miente, es así. Lógicamente el PIB español supera ampliamente al de Luxemburgo o Irlanda. Esas podrían ser catalogadas, en distinta escala, como pequeñas naciones. Aunque Luxemburgo triplica el salario mínimo español (1900 euros) e Irlanda lo duplica (alrededor de 1200). Esas pequeñas grandes naciones nos llevan gran trecho a nivel salarial. Sospecho, aquí especulo, que no se "reirán" de su población "elevando" el salario mínimo en 6 euros mensuales. Algo que hizo a finales de 2015 el gobierno español al pasarlo de poco menos de 649 euros a poco más de 655. Sí, la quinta economía de la UE tiene uno de los salarios mínimos más bajos y ha convertido, vía crisis, el mileurismo es un anhelo. Un  salario mínimo que ¡oh paradoja! no se corresponde con la incontrastable grandeza de la nación española. Esa que es indivisible, no por libre acuerdo de los pueblos que la integran, sino por el mandato de una constitución elevada a unos altares de los que, cuando de garantizar derechos sociales se trata, es bajada con suma rapidez.
Hace unos días descubrí, en el atlas de los sueños o las pesadillas, según el punto de vista, una nación nueva. Una nación de territorio indefinido, digna de fábulas y leyendas, que ocupa muchos espacios físicos a lo largo del planeta. Una nación, óptima para sus 34 millones de habitantes, de gente libérrima, de gente que acumula el 45% de la riqueza del planeta. Son gente que ejerce su derecho a decidir pudiendo ser de mil lugares y de ninguno. Son gente que no necesita una patria. La llevan consigo, en sus abultadas carteras, donde quiera que van. El común de los mortales sí. Los 7.000 millones restantes sí necesitan, en diferente medida, un territorio protector. Espacios cuyas dinámicas, más allá de declaraciones tajantes, no son inmutables. Son espacios en construcción por la gente que los habita, tal vez no para ser grandes, pero sí para ser, en la medida de una voluntad colectiva, afables, dignos de vivir.
No obstante, existen lugares donde el ensueño de los 34 millones de terrícolas privilegiados se queda pequeño. En el seno del territorialmente igualitarista estado español, silencioso, ronronea un micropaís maravilloso en el que habitan 19 personas que, según la revista Forbes, suman un patrimonio de 102.000 millones de euros. Ésta ínfima nación supera el PIB de más de 130 países del mundo. 

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