domingo, 6 de diciembre de 2015

Elecciones o un cierto nihilismo gatopardiano

Tengo un cierto sentimiento de culpa por poder permitirme el lujo de, ante las próximas elecciones del 20 de diciembre, ser algo parecido a una especie de nihilista (in)tranquilo. Siendo funcionario de educación desde el 91, y traspasado el ecuador de la cincuentena, la estabilidad laboral, que a tantas personas quita el sueño, no es el fantasma que a mí me atormenta. Si me molestaron los recortes y congelaciones salariales, iniciados por el PSOE y afianzados por el PP, no fue porque ellos supusieran una merma en mis posibilidades de gasto. A nivel crematístico, y siendo un tipo poco ambicioso, me siento servido. Hace más de diez años que no me atosiga ninguna hipoteca. Por añadidura dispongo de un vehículo que me permite subir, cuando los demonios me rondan en exceso, a la cumbre de mi isla a contemplar, si los cielos están diáfanos, un anochecer absolutamente espectacular con el Teide ocultando el sol. Además, puedo permitirme derrochar en mi vicio confesable, los libros, a un ritmo mayor que mi capacidad de lectura. Confieso que hice las últimas huelgas generales más que convocado por la tenue acción sindical (y de los trabajadores, aunque suene contradictorio, colectivamente dispersos), invocado por el deber moral, bastante idiota, de no trabajar un triste, un mísero día en que hay que dar un golpe unánime en el asfalto saliendo a las calles masivamente, para que los oligarcas beneficiarios de la crisis observen que tenemos un resto de dignidad, y que no nos chupamos el dedo y somos conscientes de que buena parte de la población está siendo sometida a un ajuste social durísimo.
Sí, estás elecciones que miro de reojo, van a completar el remozamiento de la fachada. Operación que se inició, con éxito, el año pasado con el recambio en la jefatura del estado. Según algunas formaciones se dirime una lucha entre lo viejo (Rajoy/Sánchez), que se resiste a morir, y lo nuevo (Iglesias/Rivera), que encuentra grandes dificultades para nacer. No me lo trago. Aquí lo único viejo, y que goza de una mala salud de hierro, es el capitalismo. Un sistema, ahora mismo incuestionable para ninguno de los cuatro grandes candidatos a comerse una porción grande del pastel. Y sé que tiene lógica electoral. Garzón, candidato de Unidad Popular, que dijo el otro día en un acto con jóvenes que el capitalismo es un sistema criminal, quizás tenga dificultades para formar un grupo parlamentario propio, para lograr cinco diputados. Y lo lamentable es que su afirmación seguro que no le ayuda a conseguir votos. No existe un discurso alternativo de la izquierda que plantee la necesidad de superar este sistema, ni siquiera a largo plazo. Es imposible ir un pasito más allá del discurso, cuya necesidad reivindico, paliativo de los daños salvajes inmediatos sin incomodar en demasía, desarrollado por el PSOE (carente de credibilidad alguna, salvo para masocas confesos) y, principalmente, por Podemos, organización que desde unos ciertos aromas fundacionales anticapitalistas a inicios de 2014, ha transitado a una socialdemocracia clásica. Aunque introduciendo la variable los de arriba versus los de abajo o, como elemento sustitutorio y más amable, la gente o la ciudadanía. Y así, en el ámbito inclusivo, acolchadito, de la ciudadanía, surge con la intensidad del rayo que manejan los que habitan el Olimpo, no cuestionados en su financiación, Ciudadanos, un cauce manso, apacible, para desencantados criados en la moderación y el orden por el bipartito hasta ahora reinante. 
Pido perdón por este texto extraño, abrupto, quizás inapropiado en estos momentos de expectativas para muchas personas que hacía demasiado tiempo que políticamente no esperaban nada. Pegajoso, me ronda el precepto gatopardiano: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". Se aplicó con éxito, en lo referente al orden social, durante la transmutación del fascismo en democracia siguiendo el camino diseñado por un hijo de Franco, Torcuato Fernández Miranda: "de la ley a la ley a través de la ley". Quizás en esta nueva hora reformista aquellos que simbiotizan en las redes sociales los rostros de Primo de Rivera y Albert Rivera se equivocan de falangista.
Acabo preguntándome si en el caso de estar llamado hoy a votar en las elecciones parlamentarias de Venezuela, que centran una gran atención mundial, mi desidia de lo incuestionable sería la misma.

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