Pienso que la
principal baza que tienen los grandes medios para manipular nuestras mentes y
crear opinión es su capacidad de conformar la memoria colectiva. Uso que puede
ser en sentido masivo o en sentido mínimo y siempre con un fin determinado. Un ejemplo
claro del sentido masivo es la catarata de información de los grandes medios
sobre el 20 aniversario del asesinato de Miguel A. Blanco, alimentando polémicas
que induzcan a la población a pensar que las organizaciones a la izquierda del
PSOE, léase Unidos Podemos o los denominados ayuntamientos del cambio, son
culpables, más o menos soterradamente, de ser filoetarras. A la inversa, se
intenta que no se extinga en la conciencia de la población el sufrimiento,
rayano con el heroísmo, de los militantes del PP en el Euskadi. Y como fin último
se busca remachar la asociación casi exclusiva del concepto terrorismo a un
espacio limitado al separatismo y al yihadismo. En el sentido mínimo, o
información que se hurta o sobre la que se pasa de puntillas y queda siempre
fuera de foco, podríamos establecer como un ejemplo entre muchos el asesinato
en 1976 en Vitoria, a manos de la policía, de cinco trabajadores después de una
ensalada de tiros por la que nunca nadie, ningún responsable, fue llevado al banquillo y mucho menos condenado.
Ni siquiera oirán nunca, salvo en ámbitos muy concretos de la izquierda y jamás
en los grandes medios, referirse a esos hechos con el concepto que los define:
terrorismo de estado. Al menos tan criminal como el de ETA. Con la diferencia,
que ya he señalado en otras ocasiones, de que muchos miembros de esa
organización ya desarmada han pagado, en conjunto, con al menos centenares de
años en la cárcel. Poner un foco nacional y masivo sobre los sucesos de Vitoria
significa retirarnos la venda de una Transición que se nos muestra como un
plácido y ejemplar paseo, casi una obra de arte que nos llevó de la dictadura a
la democracia. Por supuesto, me refiero a lo que nos transmiten los medios que
llegan a millones de personas que podríamos denominar informados pasivos. Un
apunte: un análisis interesante de este tema lo hace en su recomendable libro
“La transición sangrienta”, el periodista Mariano Sánchez Soler.
Dicho lo anterior
como visión general, a veces los medios son aún más groseros, casi obscenos, en
su afán por estabular nuestro pensamiento.
Retrotráiganse a las
huelgas generales convocadas en el estado español. ¿Cuáles han sido las músicas
más recurrentes en cada una de ellas? Lo saben. Seguro que sí. Les voy a citar
al menos dos que, apenas se vislumbra esa jornada de paro laboral, empiezan a
ser repetidas machaconamente. Primero: cada trabajador es libre de ir o no a la
huelga. La hipotética sacrosanta libertad individual por encima de todo, de
cualquier objetivo colectivo. Segundo: hay que combatir a los piquetes
violentos. Surge la otra palabra estigmatizante y que suele poner en fuga muchas
neuronas: violencia. Por supuesto, ni un triste foquito alumbra la violencia
que puede ejercer la empresa en un país con abundante empleo precario.
Insisto, salvo que
estés en la inopia, lo que acabo de exponer es el complemento de cada huelga
general. Complemento que suele llevar a muchos huelguistas al banquillo,
acusados de ejercer de piquetes violentos o a ser condenado, como le ocurrió al
joven Alfon, a 4 años de cárcel por tenencia de una mochila con material
explosivo en la jornada de huelga del 14 de noviembre de 2012, en un suceso
cuando menos bastante controvertido.
Sitúense ahora en la
huelga general del jueves 20 de julio en Venezuela. Para los grandes medios de
influencia españoles el éxito ha sido total. Nos enseñan imágenes de zonas con
avenidas vacías. Estupendo. El tráfico es uno de los indicadores que
generalmente se utilizan, más allá de las inevitables guerras de cifras, para
medir el impacto de un paro general. Y en esas avenidas caraqueñas no transita
ni un “carro”. El asunto, la trampa, es que los grandes medios españoles no nos
muestran como se logra en determinados lugares esa unanimidad huelguística. Sí
lo mostró Rusia Today (RT). Nada nuevo bajo el sol: barricadas, con pasquines
donde incluso podía leerse un taxativo “no hay paso”, y piquetes. Lo que allí
denominan un trancazo de las vías: no entra ni sale nadie hasta nueva orden. Y
todo el mundo ¿libremente? a pasar por el aro. Los mismos medios que en el
estado español defienden con vehemencia la libertad de no ir a la huelga, esos
medios que, como un arma cargada de anestesiante, hablan constantemente de
piquetes violentos si usted tira un par de huevos a un esquirol, en Venezuela
tienen una visión completamente diferente y se cuidan muchísimo de unir dos
palabras que desde el 1 de abril caminan de la mano en ese país: oposición y
violencia. El Alfon cuasi terrorista de aquí al que se le niega su condición de
preso político, es un heroico resistente allá, como Willy Arteaga, el joven violinista
que pone hilo musical a las acciones de guerrilla urbana de sus compañeros, cívica
quema de conciudadanos incluida, y que abrió, tras ser herido, en una España donde
los héroes siempre lindan con el fascismo, la edición del mediodía del telediario
de A3 el domingo 23 de julio. Lo que para los medios tahúres es la oscuridad
totalitaria de nuestras siniestras huelgas generales se convierte allende los
mares en, nunca mejor dicho, el augurio de un diáfano, griego, “amanecer
dorado”.
La próxima huelga general
que se convoque en el estado español debería ser extraterritorial, pedir que
nos acoja Venezuela para que esa mínima escaramuza que nuestros
formadores de opinión consideran aquí inusitada violencia, se convierta, por el arte
de la doble vara de medir y el desierto moral, en resistencia.
Nota de frustración: intento con tanto encono como escasa sapiencia quitar este extraño fondo blanco lineal que ya apareció en el anterior texto, pero soy incapaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario