El domingo 17 de febrero salió de
La Habana, como si la parieran al mundo, recién nacida talludita, la bloguera
cubana Yoani Sánchez. Sin embargo, por
si alguien lo desconoce, ya vivió dos años en Suiza, de 2002 a 2004. O sea, ya ha
salido -aunque fuera anónimamente- de Cuba. Y además, directamente al corazón bancario, a
uno de los órganos acumulativos del capitalismo. Y tuvo libertad para volver a
la que los enemigos de la revolución cubana llaman isla-prisión. No está
haciendo nada novedoso para ella. Quizás para otros cubanos si lo sea. Recordemos
una circunstancia. El moverse libremente por el mundo tiene que ver más, en
muchas ocasiones, con las posibilidades económicas que con las propias libertades. Seguro que en
el mundo hay muchos blogueros y activistas políticos y sociales realmente
perseguidos y hasta torturados o asesinados. Y ningún foco mediático los
ilumina. Se trata de hacer mártir a alguien que no lo es en absoluto, que
incluso vive en Cuba con un nivel económico infinitamente mejor que la mayoría de la
población. Dinero que ha recibido de los numerosos premios internacionales que
aparte de convertirla en un símbolo le han permitido gozar de una posición económica
envidiable. La población cubana, dentro
de la pobreza, tiene acceso a unos servicios como sanidad y educación, que aquí
cada vez están más en entredicho. Si el sueño capitalista de Yoani se apodera
de Cuba no dudo que los oropeles revestirán de lujo y luminarias deslumbrantes
grandes zonas de La Habana, como ahora pasa en Moscú, de capital de los soviets
a capital del lujo. Si un niño no puede ir al colegio o un joven no accede a la
universidad o una operación deja de ser gratuita no habrá una cámara que filme,
no habrá un foco que saque ese paso atrás para la humanidad que sería que
tantos aspectos que Cuba ha puesto en su centralidad se desvanecieran. El
capitalismo es experto en mostrar sus riquezas y ocultar sus miserias. Es buen
escaparatista y mejor barredor bajo las alfombras. Y quede claro, diáfano, prístino,
que defiendo el derecho a viajar
incesantemente de una persona. Esa necesidad de viajar que, según algunos, (¿nunca
han oído la frasecita que dice que el nacionalismo o el patriotismo se curan
viajando? Yo estoy cansado de escuchársela a ciudadanos del mundo españolísimos,
vitoreantes hasta la lágrima de “la roja”)
amplía las miras de los que somos grey sedentaria. Eso sí, si vienes en cayuco
de África te remiten de vuelta, libertad incluida, al corazón de las tinieblas.
El capitalismo se reveló en los premios Goya con su realidad de amplio espectro.
La actriz Candela Peña, entre focos y lentejuelas, rodeada de gente guapa, dijo
que su padre murió en un hospital público sin agua ni mantas. Mientras tanto
los cubanos tienen desde el 2003 un Festival de Cine Pobre. Vaya iniciativas
raras las de estos aspirantes a irreductibles galos. La libertad, aunque sea la
de viajar si tienes el dinero necesario, es un preciado bien, pero no existe en
abstracto. Se concreta siempre en una realidad y en un momento histórico
determinado. Y no es ajena a la lucha de clases. Si ésta se encona y la
sociedad opulenta observa que al rebaño le están creciendo colmillos…, que quizás
hasta se atreve a usarla, habrá, sí o sí, conciliábulo de pastores. Yoani es una representante del pensamiento
burgués, un pensamiento que convierte la libertad en una invocación cuasi divina,
hueca. Y como tal, debe ser combatida ideológicamente por los que defendemos la
libertad de tener un techo, alimento, acceso a una formación radical (de raíz,
no se alarmen) que nos ayude a discernir, a analizar los caminos que se nos
presentan, a ser diversos. No hay que impedirle a Yoani que viaje, que hable,
que haya podido escribir, al subirse al avión en La Habana, con melindres de dama
decimonónica -visualizo a la Scarllett O´Hara de “Lo que el viento se llevó”-
una frase rotunda: “ya siento el olor de la libertad”. Que se fije donde pisa, perdón, donde viaja,
creo que en algún país que tiene programado visitar empieza a oler a
podredumbre e instituciones muertas.
A todo lo contrario huele esta “Pequeña
Serenata Diurna” de Silvio Rodríguez y la victoria de Correa -siempre señalando
a los poderosos mediáticos- en Ecuador.