En varias ocasiones he expresado en mis textos que la
principal organización terrorista del siglo XX español fue “La 18 de julio”. Y
que su jefe, el general fascista Francisco Franco, en correspondencia con su “caudillaje”,
fue el mayor terrorista de la historia del estado español. También he
mencionado en algún otro escrito a Pedro Perdomo, un vecino del barrio de La
Isleta, en la isla de Gran Canaria, que estuvo oculto entre los años 1936 y
1969. ¿Cómo medimos el terror que autoencarceló a Pedro durante más de tres décadas?
Y no fue un caso único, hubo decenas de “topos”, término acuñado por Manu Leguineche
y Jesús Torbado en un libro con ese nombre, por todo el territorio español. Y
además, sé que vuelvo a repetirme, no es sólo la mayor organización terrorista
por una estimación cuantitativa: dar un golpe de estado sangriento que deriva (ante
la respuesta de un pueblo que no permaneció inane, sino que respondió y en
buena parte de la geografía española, con el concurso de militares republicanos,
venció la sublevación), en una guerra antifascista de tres años que ocasionó
medio millón de muertos. Y como colofón un régimen fascista de 40 años que hizo
de la tortura su seña de identidad y que dejo más de 100.000 personas
asesinadas en cunetas. También es la principal organización terrorista desde un
punto de vista cualitativo porque ejerció el terror sobre la población con las
armas más contundentes, más devastadoras: las de la maquinaria del estado. Conclusión:
decir ¡viva Franco! debería ser en cualquier país autodenominado democrático un
delito de odio mucho mayor que decir ¡viva ETA! Establezco la comparación con las
ochocientas y pico personas a las que quito la vida ETA porque esta organización
es el paradigma del terrorismo en España, pero en cambio, desgraciadamente, casi
nunca veo asociadas las palabras terrorismo y franquismo, demostrando la escasa
cultura antifascista de este país, que se quedó anclado en la pueril e
interesada versión (de la clase dominante, claro), de un pueblo que en el 36 se
volvió “loco” y empezó a matarse de
manera compulsiva.
Si el mismo día a la misma hora y en la misma red
social, dos personas de ideologías contrapuestas lanzan los vivas que yo he
citado anteriormente, tengo el convencimiento de que uno será investigado por
la fiscalía por ese engendro estúpido llamado delito de odio (¿es un delito de
odio “odiar con toda el alma” a las eléctricas y sus abusos, con alevosía
invernal, consentidos por el poder político, o es un mínimo acto de dignidad
para no ser considerado poco menos que una ameba?), y el otro, el que aclame al
cien veces más terrorista, no será molestado. Esta circunstancia, ya de por sí
grave, se convierte en lacerante cuando son perseguidos por el aparato estatal
quiénes hacen un chiste o mofa sobre un colaborador estrecho y hombre de confianza
del jefe de la banda terrorista 18 de julio. Me refiero, por supuesto, a Luis
Carrero Blanco, que en 1941 fue nombrado subsecretario de la Presidencia, en
1951 ministro de la Presidencia, en 1967 vicepresidente, y en junio de 1973,
cuando el jefe delegó ese cargo al frente de la banda, efímero presidente por
mor de una acción armada netamente antifascista llevada a cabo por ETA. No nos
olvidemos que la oposición al terrorismo fascista que gobernó el estado español
durante 40 años, guste o no, también se hizo, sobretodo en la década de los 40
por los maquis, y era legítimo, con las armas en la mano. Así, en una burla a
tanto morador de cunetas que hay en este país, en una injusticia absolutamente
antipoética, Carrero que era un dirigente de altísimo nivel de un régimen
fascista (ese estado de excepción de la burguesía contra el pueblo cuando el
hilo de la cometa democrático amenaza con romperse) cuya esencia era el odio,
se convierte en intocable porque quiénes hacen chistes con la acción armada que
lo mató (César Strawberry o Cassandra, una estudiante de Murcia) incurren en un
delito de humillación a las víctimas del terrorismo. Él se humilló cuando se
sublevó contra el legítimo gobierno de la República en 1936 y cuando, durante
gran parte de su vida, fue el escudero de un genocida.
Siguiendo una estela que nos lleva más allá del odio, un
año después, la fiscalía sigue sin llamar a declarar al locutor Jiménez Losantos,
que dijo en antena: “Veo a los de Podemos y si llevo arma disparo”. Cuidado,
aquí no hay delito de odio. Incluso añadiría que el odio de cierta gente es,
poniéndome pelín teatral y antiguo, un blasón. El delito es mucho más grave que
el odio o la humillación, es la amenaza, es, se supone, el paso previo al
ataque a la integridad física de una persona. Insisto, que algún o alguna
valiente escriba en las redes, yo no, que soy un cobarde: “Veo al rey Felipe VI
y si llevo arma disparo”. Insisto, si yo fuera valiente y escribiera en una red
social lo que acabo de escribir, entendería que la fiscalía me llamara a declarar
pues estoy expresando mi disposición a cometer un delito. Porque ni siquiera
podría alegar que es esa invocación genérica, en la que tienes el subterfugio de
que te refieres a la institución, tipo ¡muerte al Borbón!, que a veces se
escucha en Cataluña entre los que aspiran a establecer una república independiente.
Por esto, más que asombrosa es reveladora la inacción ante las palabras de Jiménez
Losantos. Y es igualmente revelador que exista con total impunidad, y
recibiendo en la segunda legislatura de Aznar subvenciones, la Fundación
Francisco Franco, y que el gobierno sea capaz de decir que la obra en la que más
empeño puso el jefe terrorista, El Valle de los Caídos, no es un monumento
franquista, siendo como es el monumento fascista por excelencia, no de España,
sino de Europa. Podría hablar también de ese museo patético de exaltación
fascista que es el restaurante Casa Pepe, en Almuradiel, cuyo dueño, ya
fallecido, salió en un informativo diciendo, en un alarde de honestidad que le
honra, ante tanto facha disfrazado, que “uno de los dos hacía falta en España:
Hitler o Franco”. En homenaje a esta declaración, y otras que aparecen
condensadas al pie de este texto, el PP, con la aquiescencia de Ciudadanos, le
puso una calle a este buen señor y, creo que no ofendo su memoria, fascista de
pro.
Todo esto demuestra que en el estado español puedes
enaltecer la violencia, con total impunidad judicial, si ésta tiene una matriz
fascista. Pero si eres rojo cuidadito con las bromas (o los chistes).