sábado, 16 de diciembre de 2017
Borrell y la desinfección que viene
No deja de sorprenderme (mi familia dice que siempre estoy
sorprendiéndome) que el independentismo no tenga el 60 ó 70 por ciento de
simpatías en Cataluña. El principal motivo es que yo no querría estar ni cinco
minutos en compañía de una gente, el español común, profundamente
codigopenalista (para que usar la razón si tengo una ley a mano que me quita el
trabajo), que mayoritariamente, y no exagero, me detesta. Sé que decir esto es
políticamente muy incorrecto, pero la persona común, el envenenado por la dosis
diaria de anarrosas o grisos o las dosis más suaves, más elaboradas, de los
ferreras, si pudieran se quedaban con el solar y repoblaban el territorio con
otra “especie” menos levantisca.
Para desinfectar la sociedad catalana nada mejor que “la que se avecina”.
Algo que, si se produce, hará estremecerse de gozo al tipo que con el disfrute
de la extrema derecha y la aquiescencia del centro derecha (PSOE) seguirá habitando
el Valle de los Caídos: una Causa General contra el independentismo que, como
la que en 1940 impulso Franco contra la España Roja, ponga en la picota a todo
el movimiento soberanista. Pasarán ante los jueces, con mayor o menor grado de
implicación, centenares de personas. Y el proceso durará años. Y quizás se
arrepentirán de la duda, de no hacer efectiva la independencia cuando, a
inicios de octubre, el estado español estaba grogui ante la realización de un
referéndum cuya puesta en práctica, con cierta altanería, tachaba de imposible.
Puestos a ser acusados de rebelión violenta, aunque sea pacíficamente, rebélate.
viernes, 8 de diciembre de 2017
El horno, el fascismo y siempre… la dignidad
Del tripartito que aspira a gobernar Cataluña, el
PPSOEC,s, nada digno espero. Son derecha pura y dura. El cinturón de hierro del
sistema monárquico. Interpretan sus papeles con mejor o peor convicción y
logran que dos tercios o más de los votantes introduzcan en la urna la papeleta
de alguno de ellos. Después esos electores vuelven a casa y con mansedumbre
asisten a la masacre sostenida de sus derechos, al gobierno de un partido
corrupto, felices y contentos de vivir en una democracia que les da la opción
de elegir quién incumplirá su programa electoral durante los próximos cuatro
años. Visto lo ocurrido en Cataluña, es casi lo mejor, pues parece que el
cumplimiento de ese programa puede traerte graves consecuencias penales.
Extraño estado ese ente antiguo, que solicita cadenas o prisiones, llamado
España. Triste destino el de Oriol, con esos ademanes un tanto cardenalicios,
apelando siempre a la no violencia, se ve confinado en prisión por ser, según
el juez, una bomba andante, el peligro hecho hombre de un estallido violento.
El juez se lo insinúa en su auto: desactívese Oriol, abandone su afán de que
haya una explosión que llene de república Cataluña y podrá volver a su cómodo
hogar y tendrá toda la “libertad de soñar” (que eso, el ensimismamiento
soñador, ha estado permitido siempre), en la intimidad de su hogar mientras
juega con sus pequeños vástagos, con una Cataluña republicana en la que no
exista un tribunal constitucional que tumbe, una tras otra, todas las leyes de
carácter social (15) aprobadas por un Parlament que se creyó soberano. Le faltó
al juez advertirle, Oriol, del incierto sino de Puigdemont, condenado a la
grisura libre de Bruselas o a la grisura soleada de un apart-penal español.
Como casi siempre me pasa, mis textos, tan o más
erráticos que yo, se toman grandes libertades. Siempre les advierto: cuidadín
que no está el horno para bollos. Ellos son hijos valientes, pero yo soy un padre
cobarde. Un ejemplo: el año pasado me trajo mi hijo de carne y hueso, a estas ínsulas
africanas, tras un viaje a Barcelona, cumpliendo un encargo mío (él es un
muchacho de orden señor juez, aquí, en Canarias, gracias a la constitución y a
la sobresaturación de grandes áreas comerciales en las que somos líderes
afroeuropeos, la población está libre de todo adoctrinamiento ideológico), una
estelada. Como íntima solidaridad con los alzados catalanes la tengo extendida
sobre una parte de la librería en el pequeño cuarto de estudio donde ahora
tecleo. Mucho he pensado en desplegarla en mi balcón. Incluso lo consulté,
delicioso almuerzo mediante, con un querido amigo. Serio, probablemente también
acudieron a su mente el horno y los bollos, me dijo: no, Pepe, no lo hagas.
Incluso pensé en mostrar la estelada junto con la tricolor republicana (también
tengo la de las 7 estrellas verdes que vergonzosamente no es la oficial de mi
patria), que adorna otra estancia de la casa y es la bandera legítima de la
España digna, aquella que combatió el fascismo. Pero me vino otro refrán a la
mente: igual es peor el remedio que la enfermedad. Quizás en vez de adormecer a
la bestia transmitiéndole aquello de "tranquilo, mira, hipotético vecino facha, yo también me
siento un poquito español", la bestia se enfurece más pues observa que además de
simpatizante del separatismo, soy un puto rojo guerracivilista de esos que se
asquean de que el PP haya votado en la Asamblea de Madrid contra la posibilidad,
planteada por Podemos, de que la justicia
investigue los crímenes de la dictadura fascista que duró 40 años y no
ha procesado a ninguno de sus múltiples represores.
Y aquí enlazo, a lomos de la propuesta de Podemos,
con la dignidad que no esperaba en la primera línea de este escrito por parte
de ese tripartito de facto, pero que sí exijo, al menos en cierta medida, de
Pablo Iglesias, aunque sea por la simple circunstancia de ser un hombre educado
en las juventudes del PCE, el partido que de manera más pertinaz lucho contra
la dictadura fascista de Franco mientras otros, léase el PSOE, resurgieron vía
socialdemocracia alemana cuando ya casi teníamos un dictador cadáver y había
que “integrarse” en Europa. Desde esa cultura, y con el independentismo catalán
acosado por la represión del estado, es inmoral culpar al soberanismo catalán
de contribuir a “despertar el fantasma del fascismo”. Si el Frente Popular no
se hubiera constituido y vencido en febrero del 36 la bestia fascista de tres
cabezas que puso en marcha su sanguinaria máquina en julio del 36 tal vez nunca
habría sembrado de cadáveres las cunetas y no habría existido la posterior
dictadura. Con este mecanismo tan miserable de razonamiento podríamos
cuestionar los innumerables movimientos políticos que a lo largo de la historia
han despertado la reacción de los sectores privilegiados de la sociedad que
siempre defienden su status quo. Movimientos políticos que, aun siendo
derrotados y ferozmente reprimidos en muchos casos, han ido abriendo muchos caminos.
Tú sabes, tacticismos y posibilidades, o imposibilidades, electorales al margen, que al fascismo,
vista el ropaje que vista, aunque tenga los correajes guardados, aunque el
Rivera se haya dejado al Primo por el camino, solo se le frena combatiéndolo sin tregua ideológicamente, lucha que es hoy, ante la brutal manipulación informativa que
convierte a nazis en atribulados vecinos, mucho más complicada que ayer.
Acabo haciendo mención al titular antológico de El País que pasará a los anales de la ignominia: "El separatismo pasea su odio a España por las calles de Bruselas". Anabolizante puro para los del "Puigdemont a prisión", para los del "a por ellos", para los que tienen como himno esa cumbre de la creatividad humana que es "la cabra, la cabra, la puta de la cabra...", para que anunciemos de una vez, Pablo, Monedero (también tiene miga lo tuyo colando, subrepticiamente, a ETA, sabiendo que la simple mención del término activa resortes y desactiva razonamientos), que son otros, los de siempre, quienes tocan las cornetas desperezando al fascismo.
Acabo haciendo mención al titular antológico de El País que pasará a los anales de la ignominia: "El separatismo pasea su odio a España por las calles de Bruselas". Anabolizante puro para los del "Puigdemont a prisión", para los del "a por ellos", para los que tienen como himno esa cumbre de la creatividad humana que es "la cabra, la cabra, la puta de la cabra...", para que anunciemos de una vez, Pablo, Monedero (también tiene miga lo tuyo colando, subrepticiamente, a ETA, sabiendo que la simple mención del término activa resortes y desactiva razonamientos), que son otros, los de siempre, quienes tocan las cornetas desperezando al fascismo.
viernes, 1 de diciembre de 2017
Monigotes
Colgando boca abajo de un puente que cruza una autopista catalana aparecieron, al modo de las venganzas que realizan algunos cárteles de
la droga en México, una serie de monigotes con los logos de los partidos
unionistas (PPSOEC,s).
No tardó en clamar la armada mediática española
contra esta inadmisible barbarie de los independentistas amedrentadores del
pobre y “acollonit” unionismo. Un unionismo que cada vez que ha salido a
manifestarse lo ha hecho de la manita de un fascismo que casi siempre, cuando
acaba la convocatoria oficial, se dedica a repartir hostias, probablemente
siguiendo la doctrina del malvado Cañizares (lo llamo malvado porque creo que
le ofendería más que le llamara ignorante; además se que es imposible que
desconozca que en múltiples luchas por la independencia nacional, Irlanda, por
ejemplo, el catolicismo ha sido fuerza mayoritaria e incluso rectora) que les
allana el camino moral cuando, desde su eminencia eclesial dictaminó lo
siguiente: “no se puede ser independentista y buen católico”. Si no eres santo,
eres diablo. Y contra la bestia, esa que en palabras del maestro Silvio “ruge y
canta a ciegas”, es lícita la espada flamígera. La filosofía de base es la
misma, o peor, que aquella que destinó concienzudos debates a establecer si
mujeres, negros, o indios tenían esos volátiles 21 gramos que algunos
llaman alma.
El unionismo en Cataluña está tan indefenso que ha
logrado que dos líderes sociales y más de medio Govern independentista estén en
prisión, mientras el resto, President incluido, está en el exilio. De propina,
el indefenso mozuelo ha conseguido que imputen a 700 alcaldes, independentistas
por supuesto, y que el color amarillo, en un baile agarrado entre la infamia y el
ridículo, esté prohibido en las fuentes y edificios públicos de Barcelona. Anemia
pura la de esta muchachada horrorizada por los monigotes que, para regocijo de su
ideología ultraderechista, ha logrado que se prohíba que en la fachada de la Conselleria
de Economía figuren dos pancartas con dos palabras, según parece, inadmisibles para
el estado español: “libertad” y “democracia”.
El gran problema es que aquí, mientras los grandes medios
montan su numerito por unos monigotes mal hechos y que seguramente son de falsa
bandera, la Fundación Francisco Franco, que mantiene excelentes relaciones con
la Fundación Adolf Hitler (sujeto convenientemente monigoteado por el Ejército
Rojo) y con la Fundación Benito Mussolini (éste si fue ajusticiado y colgado por
los partisanos), celebra una cena para recordar con devoción a su líder, el
mayor terrorista español del S. XX, y cagarse en los más de 100.000
antifascistas que siguen en cunetas y fosas comunes.
Mientras, escalando la vileza, un tipo llamado M.
Rajoy en algún papelito comprometedor, monigote de la oligarquía (también de la
catalana, que con tantos parabienes lo recibió en un acto reciente) declaró que
no sabía porqué le habían quitado a la calle en la que pasó su tierna infancia (no,
no es retórica, la infancia casi siempre la recordamos con una matizada ternura)
el nombre de Salvador Moreno, un militar fascista que participó en el golpe de
estado el 36, fue ministro un par de veces con Franco y durante la guerra tuvo
el repugnante honor de dirigir el acto más sangriento de la guerra, “la desbandá”,
un bombardeo inmisericorde que se
realizó desde el mar en febrero de 1937 sobre miles de personas que huían por
la carretera costera que une Málaga y Almería.
El problema es que en este país ninguno de los
monigotes que sirvieron a la dictadura fascista de Franco ha pasado, al
contrario que los miembros del Govern, ni cinco minutos en la cárcel. Como digo
más arriba, quizás mientras tecleo esto, ocho y media de la noche del 1 de
diciembre, están de francachela conmemorando a su jefe.
Nos queda el consuelo de que a veces el monigote
fascista, aunque sea a miles de kilómetros de distancia, en Argentina, recibe
su merecido en forma de 29 condenas a cadena perpetua por los crímenes cometidos
mediante los llamados “vuelos de la muerte” que arrojaban secuestrados al mar. Acabo
con un dato que debería sonrojar a quién hable de la Modélica Transición Española:
en Argentina, hasta el mes de octubre de este año, habían sido condenadas 818
personas (754 más están siendo enjuiciadas) por crímenes cometidos durante la
dictadura militar que gobernó el país de 1976 a 1983. Aquí duró 40 años, casi seis veces
más, y ni siquiera hemos sido capaces de desenterrar los huesos secuestrados de
los antifascistas. Esas personas dignas, que no monigotes, a los que M. Rajoy y
su partido, con total impunidad, ningunean.
viernes, 10 de noviembre de 2017
El juez y la violencia del proceso independentista
“La
ocupación organizada de
calles por centenares
de tractores; incluyendo el bloqueo
del edificio de
la Delegación del
Gobierno de Cataluña;
el asedio de edificios
pertenecientes a la
Administración del Estado;
el aislamiento de agentes
o de la comisión
judicial que realizó
el registro de
la Consejería de Economía;
el impedimento por
numerosos individuos de
que se realizara
en registro
en la entidad
Unipost; el asedio
de los hoteles
donde se alojaban
los integrantes
de las fuerzas
del orden; los cortes
de carreteras y
barricadas de fuego;
las amenazas a
los empresarios que
prestaran soporte a los servicios
del Estado; o algunas
de las murallas humanas
que defendían de
manera activa los centros
de votación, haciendo
en ocasiones recular
a las cuerpos
policiales, o forzando a estos a
emplear una fuerza que hubiera resultado innecesaria de otro modo; son
una clara y plural expresión de esta violencia”.
El
párrafo que antecede pertenece al auto del juez del Tribunal Supremo Pablo
Llarena sobre la presidenta y los miembros de la Mesa del Parlament.
Para este señor todo lo expuesto más arriba es, según
sus propias palabras, violencia. Es atroz. Está equiparando las acciones de
protesta, que pueden ser muy diversas, con la violencia. Alguien que haya
estudiado o leído un poco de historia, y al señor magistrado le supongo ese ejercicio,
sabe que uno de los elementos que nos hace humanos, en un sentido hermoso del término,
es nuestra capacidad para rebelarnos, para decir no ante el abuso y la
injusticia.
Muchas veces en la historia se ha necesitado de la
acción violenta contra ese abuso y esa injusticia. Sí, digo necesitado. Es el
caso de Espartaco y la rebelión de los gladiadores en el siglo I a. c. Aquellos
hombres, para intentar ser libres, tuvieron que usar en una lid más justa las
armas con las que luchaban, hermano contra hermano de sufrimiento, en los
anfiteatros. Mil setecientos años después, los hijos de la Ilustración, ese
movimiento que planteaba como fin supremo del ser humano la felicidad (para
mosqueo de la Iglesia que prefería al rebaño pastando del valle de lagrimas
terrenal), comenzaban su revolución contra el Antiguo Régimen a golpe de
guillotina. Hace cien años, en los albores del siglo XX, los bolcheviques se
saltaron todos los semáforos de Petrogrado cuando el Aurora lanzó un cañonazo
que dio paso a la creación del primer estado obrero de la historia. A finales
de los 50, en Cuba, un sujeto llamado Fidel, que era una condición objetiva en
sí mismo, lideró, fusil en mano, un movimiento de insurrección perpetua contra
la injusticia que aún perdura en el mundo. El siempre ponderado, erróneamente,
como pacifista perpetuo, Nelson Mandela, lideró “La lanza de nación” el brazo
armado de su partido, el Congreso Nacional Africano, en la lucha contra el
odioso apartheid.
De mí boca saldrán pocas palabras de crítica contra
las acciones anteriormente descritas. Lo admito, yo, conocedor de la lucha de
clases, y aspirante a la erradicación de éstas, no soy un pacifista
machamartillo. En el año 1936 cualquier antifascista tenía que coger las armas
y enfrentar el violento golpe de estado fascista del general Franco con
violencia. No existía alternativa. O sea, señor juez, yo, modesto trabajador de
ese surtidor de sangre (casi siempre de los desposeídos) que es la historia, y
posible adoctrinador de jóvenes, según los peligrosos criterios que pronto
pueden estar en boga en todo el territorio español, me atrevo a decirle que,
visto lo anterior, todo lo que usted expone como violencia es pura protesta pacífica,
acciones en las que, buscando un objetivo político, no se ha derramado ni una gota
de sangre. Su auto es una criminalización global de la protesta, que, por
supuesto, siempre implica acciones que no están exentas de tensión, de
enfrentamiento, de encono, elementos consustanciales a cualquier conflicto
aunque se desarrolle por cauces pacíficos. No obstante, atribuir a un
movimiento como el soberanista catalán el estigma social de ser violento es,
sencillamente, faltar a la verdad.
Me reservo un comentario especial para lo que he
subrayado en negrita. Considerar las murallas humanas, en las que hubo multitud
de personas apaleadas por la policía, y que fueron vistas en todo el mundo como
ejemplo de una población luchando con métodos pacíficos, como una expresión de
violencia, es hacer oposiciones a que Borges lo incluya, señor juez, en una
nueva “Historia Universal de la Infamia”. Esas cuatro líneas son inadmisibles.
Usted podrá acusar a esas miles personas que ofrecieron su carne, corazón
incluido, para amurallar un espacio de votación, de resistencia a la autoridad,
de desobedecer la orden policial de desamurallarse, pero jamás de violencia. Y
le digo una cosa, cuando vienen decenas de armarios a empotrarse contra ti, hay
que ser un colectivo bastante templado y disciplinado para, prácticamente sin
excepción, controlarse.
Para acabar hay una línea que quiero resaltar
especialmente por la filosofía de la sumisión que la impregna: “forzando a estos a emplear una fuerza que
hubiera resultado innecesaria de otro modo”. Los titubeantes avances históricos, quizás entre
ellos la generalización de la enseñanza universal, que tal vez permiten que un
chico de barrio llegue a juez, siempre, siempre, han venido forzados y contra
la fuerza opuesta, y muchas veces brutal, de una minoría que los consideraba
innecesarios.
domingo, 29 de octubre de 2017
Fotos que revelan
La foto es magnífica porque nos demuestra, en su compadreo, lo que es el régimen borbónico español. Cuando Iceta, exaltado y angustiado, solicitaba hace un año a Pedro que nos librara de las garras del PP solo hacía su papel, puro teatro para mantenernos engañados en la ficción de que cuando votamos decidimos algo. Y no, aquí deciden los jefes de los alegres empleados de la foto, los grandes poderes oligárquicos que usan su "papeleta de oro" económica. Y cuando alguien osa apartarse del guión, cayendo en la imprudencia de creerse la milonga democrática de que nosotros decidimos, más allá de que nos permitan expresarnos libremente (sé independentista pero no trabajes por la independencia, por ejemplo) enfada a los amos y recibe su castigo.
viernes, 20 de octubre de 2017
Los presos de Mariano (y Pedro)
Lo he dicho en alguna ocasión y lo reitero, desde mi punto de
vista hay un tipo de nacionalismo que es oprobioso: el imperialista. Ese
nacionalismo que, pongamos que hablo del gran país que habita Joaquín Sabina (pobres
quiénes moran pequeños países humildes que, siguiendo el poema de León Felipe nunca
tuvieron una casa solariega), celebra como fiesta nacional una invasión
sangrienta de otros pueblos disfrazada de descubrimiento.
Este tipo de nacionalismo, que es el español, lleno de una ofensividad
que genera cantos tan hermosos como el “a por ellos”, incomparable loa a la
fraternidad, ha tratado al presidente Nicolás Maduro y anteriormente a Hugo Chávez,
con todo tipo de lindezas despectivas. “Conductor de autobuses” (guagüero decimos
en Canarias), se ha espetado al primero desde una visión aristocrática, con la
intención de menospreciarlo en base a lo que consideran una insuficiente preparación
académica que lo invalidaría para el cargo. “Gorila rojo” era el calificativo usado
contra Chávez para intentar rebajar a la categoría de vulgar militarote a quién
ya es un revolucionario fundamental en la historia de América Latina. Un revolucionario
bajo cuyo nombre la izquierda venezolana sigue ganando elecciones: la última el
domingo 15 de octubre obteniendo la victoria en 18 de las 23 gobernaciones en
disputa.
Las esferas del poder en el estado español siempre hablan del régimen
de Maduro y de los presos políticos de Maduro (antes lo eran de Chávez). Ante
ese machaqueo muchos españoles están convencidos de que en Venezuela no hay
jueces o, si los hay, son simples marionetas.
Esos mismos entes, en cambio, alardean de una independencia
judicial, la española, cada día más en entredicho. El 12 de octubre el
periodista Arsenio Escolar escribió en twitter, tras el besamanos ante el nieto
político de Franco, que en los corrillos se especulaba conque el lunes 16 irían
a la cárcel al menos dos de las cuatro personas llamadas a declarar a la
Audiencia Nacional por un hipotético delito de sedición. Lo clavó. Cuixart y Sánchez llevan ya varios días en la cárcel. Hay nuevos presos políticos en el estado
español. Sí, presos políticos, señores del PSOE y demás gente de alma cándida o
cínica. Es reduccionista considerar preso político a aquel que solo lo es por
lo que piensa o expresa. Están en la cárcel por su acción, guste o no bastante
exitosa, conducente al logro de sus objetivos políticos, no personales.
Digo que hay nuevos presos políticos porque recuerdo a Aisha Hernández
Rodríguez, en Canarias, a Alfon, en Madrid o a los tres jóvenes de Altsasu, ya
casi un año en prisión provisional por ver convertido en delito de terrorismo
una riña de bar con guardias civiles. Ahora entran al trullo los llamados Jordis, máximos
representantes de algo que ha caracterizado, e incluso singularizado, al
movimiento independentista catalán: su absoluto compromiso con la no violencia.
Del 1 de octubre al día en que escribo, apenas 20 días, ha generado más
violencia el unionismo trufado de grupos fascistas que seis años de
movilizaciones independentistas.
Sabemos que ningún juez deja su ideología en casa cuando se pone
la toga. No pocas decisiones, incluso de gran relevancia, se toman con votos
particulares que expresan una posición contraria al fallo. Y se supone que
todos los jueces están aplicando los mismos códigos. Si todo fuera mera técnica
judicial, una simple tarea de cuadrar el articulado legal, las sentencias se
redactarían solas tras, con el programa adecuado, introducir en un ordenador
los datos pertinentes. Si los grandes medios de comunicación españoles fueran
coherentes, esos que defienden a Leopoldo López como paradigma del preso político
(yo no le niego esa condición) estando condenado por incitación a una violencia
que causo 43 muertos en 2013, tendrían que asumir que las dos personas que han
liderado un movimiento pacífico en Cataluña también lo son.
Lo peor del asunto, y aquí quizás me aparto un poco de la intención
original del texto, es que la posible independencia de Cataluña “brilla, fija y
da esplendor” (siguiendo el lema de la unionista Academia de la Lengua) en
amplios sectores de la sociedad española su huero concepto de patria. Me
impresionó un whatsapp en el que se habla, con el colofón de una ristra de
banderitas monárquicas, de que, secuestrado Puigdemont bajo amenaza de ser quemado
vivo, los patriotas hispanos educados en el ¡vivan las caenas! aportan,
gustosamente, combustible, madera y mecheros suficientes para quemar al govern
completo.
No, no todas las banderas son iguales, ni todos los delitos de
odio tampoco lo son. Al menos para la injusticia española.
sábado, 14 de octubre de 2017
Entre la mofa y el silencio del Parlem
Desde diferentes ámbitos, no olvidemos el famoso Parlem, se le
solicitó al govern catalán que no hiciera una DUI en aras de no cerrar todas
las vías de diálogo con el gobierno español. El 10 de octubre en sede
parlamentaria Puigdemont declaró la República Catalana y la dejó en suspenso a
los pocos segundos para favorecer una hipotética negociación. A los 15 o 20
minutos recibo en mi whatsapp una imagen donde se ve un bebé boca abajo con la
cara del president y el pañal cagado. Más o menos al mismo tiempo me llega otro
de mi hijo que me dice: el profesor (de la facultad de Ciencias Jurídicas) ha
comentado que Puigdemont ha dado marcha atrás. Las primeras conclusiones o
lecturas de los unionistas sobre lo ocurrido tienen un cierto recochineo:
victoria, el infiel a la indivisible patria hispana se ha asustado. Tanto,
suelta el chisposo fascistilla de turno, que la única empresa que quiere
desembarcar en Cataluña, cuando todas cambian sus domicilios sociales, es la de
dodots. No lo pueden evitar. Les sale por los poros esa chulería repugnante tan
propia de la mentalidad de derechas española (criada con diferentes dosis de heroicas
conquistas de América, fundacionales Reyes Católicos y un fascismo sanguinario
que dominó el estado español durante 40 años y nunca fue derrotado). Da lo
mismo que la persona que te haga llegar el whatsapp se autocalifique de izquierdas,
el PSOE también lo hace, es una mentalidad, esa sí, preñada del peor
nacionalismo existente: aquel que tiene vocación imperialista, de dominio de
otros territorios. Precisamente el que vimos campar el 12 de octubre, triste
día de la fiesta nacional española que conmemora el inicio de la masacre que se
llevó a cabo sobre el continente americano, por mucho que le disguste a algún
teórico sobre imperialismos creadores y destructores y a los defensores de la
perfidia de la Leyenda Negra. En un vídeo de Sociedad Civil Catalana, la más
importante entidad unionista de Cataluña, en el que salen una serie de niños
libres de todo adoctrinamiento, se llega a decir que España es un gran país que
dominó cinco continentes. Puro alarde imperialista que obvia el sufrimiento que
dicho dominio supuso sobre la población originaria. Y no se pretende reescribir
la historia, pero tengamos claro que ha dejado muchas más cicatrices sobre la piel
del planeta el nacionalismo imperialista y su rapiña que las fronteras.
Creó mofa en las redes que Anna Gabriel dijera en el pleno del
Parlament lo siguiente: “somos independentistas sin fronteras”. Que es lo mismo
que decir que somos patriotas sin fronteras. Desde mi perspectiva no es tan
difícil de entender: hacía referencia a que ellos sí tienen verdadera vocación
internacionalista, de apoyo a las causas justas de cualquier pueblo en
cualquier lugar del mundo. Ese es el verdadero internacionalismo de izquierdas:
el que intenta ayudar a cada pueblo a ser, libre de engolamientos y cantos
vacíos, una patria decorosa y justa para la gente que la habita. Nunca es
internacionalismo esa bobada de algunas personas de cartera llena que te
espetan: “yo soy ciudadano del mundo”. Pues claro. El dinero, ese gran
internacionalista, es el sésamo del cuento que volatiliza las concertinas y
abre las fronteras. Las que necesitan una patria, en el sentido que a ese
término le da un pueblo tan solidario como el cubano, que ahora conmemora el 50
aniversario del asesinato por el imperialismo de ese patriota e
internacionalista llamado Ernesto Guevara, son las personas más humildes del
planeta. Son esas patrias las que tienen banderas cargadas de un significado
concreto, real, y no enseñas vacías que anclan su razón de ser en miserables
glorias e injusticias. Por esa razón, no es lo mismo la bandera republicana que
la monárquica, aunque el aguilucho lo hayan guardado. Y por esa misma razón, en
cualquier lucha social para conservar o ganar derechos es una bandera extraña,
inexistente porque la inmensa mayoría de las personas que la sacan a pasear son
patriotas falsos, gente ajena a cualquier tipo de lucha o compromiso social que
no sea celebrar una victoria deportiva o arengar a una tropa invasora.
Acabo volviendo al inicio, al Parlem o Hablemos que se movilizó a
fines de la pasada semana con importantes dirigentes del PSOE en su seno a los
que nunca se me ocurriría tachar de oportunitas. Es curioso el silencio que
mantienen esas buenas personas después del gesto dialogante de Puigdemont. Lo dije
en su momento: podría ser una estrategia blanda para parar la DUI. Espero que
me desmientan saliendo a la calle para solicitar al gobierno que no use el 155
y se siente a negociar sin condiciones. ¿Cómo? ¿Qué hay que negociar en el
marco de la Constitución? A ver si me dicen los sacerdotes del nuevo libro
sagrado en que artículo se recoge el diálogo que llevaron a cabo los señores
González, Aznar y Zapatero con la organización (ex)armada ETA. El problema,
sospecho, es que la acción del movimiento independentista catalán, pacífico y con
cero víctimas mortales, es potencialmente mucho más sangrante para el estado
español que la ya fenecida acción de ETA.
lunes, 9 de octubre de 2017
Del Parlem al palo o del blanco al rojigualda
Ante la posibilidad de que tras la celebración, en condiciones
heroicas, del referéndum que según el gobierno español nunca se iba a celebrar,
se declare la independencia por parte del Parlament, ateniéndose al mandato
recibido por más del 90% de los votantes, se dibujan dos líneas de respuesta o
de disuasión. Ambas se movilizaron el sábado y el domingo en las calles del estado
español y de la propia Cataluña.
La línea que podríamos catalogar como blanda, es la que se expresó
el sábado ante muchos ayuntamientos: gente vestida de blanco (color vinculado a
la paz ¿y a la rendición?) reunida bajo una advocación, una fe a la que nadie,
al menos de dientes afuera, le hace ascos: el ya famoso “Parlem” o “Hablamos”.
Si algo gusta a casi todo el mundo es catalogarse de dialogante. Desde entes
gigantescos y apabullantes como el Gobierno de EEUU hasta microorganismos como
un profesor mindundi con tics autoritarios, cualquier bicho racional ha dicho
alguna vez: “hablando se entiende la gente”. Y parece que tras decirlo has
crecido, aunque sea moralmente, un par de centímetros. Obviaré, no es el
asunto, que hablando también se desentiende mucho la gente y que, al menos en
el diálogo sobre un conflicto político, siempre están sobre la mesa, ajenos a
la mayor o menor entidad de las razones expuestas por cada parte dialogante,
los poderes materiales, los instrumentos coercitivos que puede emplear cada una
de las partes citadas.
Parlem es lo que llamaríamos, los que tenemos una cierta mala uva,
una iniciativa buenista, que quizás sea necesaria, pero a mí acude, con hebras
de maldad, una pregunta que mancha la pureza del planteamiento: ¿hablar de qué?
Es lo esencial. ¿Cuál es la cancha, qué superficie tiene el terreno en el que
van a contender los sujetos dialogantes? ¿Las Tablas de la Ley Constitucional?
Para que el diálogo no esté condenado de antemano al fracaso
absoluto tiene que partir de la realidad existente, no del marco inflexible que
establece una constitución, cuando en una zona del territorio actual del estado
español, Cataluña, se ha desbordado por buena parte de la población el marco
constitucional votando en unas condiciones de acoso policial pocas veces vistas
en el planeta. A esa fuerza que representan los dos millones de síes obtenidos
en medio de la adversidad no los eliminas declarando la votación ilegal. El
centro de toda negociación, más allá del Parlem etéreo, solo puede ser una
consulta vinculante en la que aparezca el término independencia.
La línea dura se expresó el domingo en Cataluña con la masiva
manifestación en la que Vargas Llosa (que apoyó en su momento a Ollanta Humala,
líder del Partido Nacionalista Peruano), flirteando con la estupidez, expresaba
su rechazo total a los nacionalismos ante una masa enfervorizada de
nacionalistas españoles. Esa línea dura dejó claro que su única línea de
negociación es el reclamo más coreado: “Puigdemont a prisión”. Algo hemos
avanzado, pues la hipotética rima podría permitir ir un paso más allá en el
castigo solicitado. Paso que hoy ha dado el impagable (por andar siempre sin
careta, a fascismo descubierto) Pablo Casado augurándole a Puigdemont el fin
que tuvo Lluis Companys. En este lunes de resaca españolista, henchidos los
corazones, el
catalán de bien que diría otro descaretado como Albiol, exiliado
en el Madrid de Aguirre, Albert Boadella, ha declarado: “El estado debe aplicar
(en lo que sería una actuación pedagógica, según él) un electroshock legal, y
si es necesario, militar”. Aparte de su necesidad de epatar con cada palabra
que sale de su boquita, se apunta a la vía Companys como marco de resolución
del conflicto.
Entre las dos líneas, haciéndose casi un nudo, un PSOE que se
viste de blanco el sábado solicitando mucho e inconcreto Parlem y que el
domingo se manifiesta de rojigualda en Barcelona sin la presencia de un Iceta
que manda a actores secundarios para no verse contaminado por los saludos
fascistas que salpimentaron la manifestación unionista. Como guinda, el discurso
de un miembro de la vieja guardia socialista, Borrell, que define las fronteras
como “cicatrices que la historia ha dejado en la piel de la Tierra”. Todos los
movimientos de liberación que surgieron en África, en Asia o en América dejaron
la piel de la tierra llena de cicatrices. Tenían que haber protegido la piel
tersa de sus imperios manteniéndose sumisos en vez de empeñarse en guerras que
causaron, sí, enormes cicatrices sobre todo en su propia población. Sí, ya sé
que alguien me dirá que no hablamos de territorios colonizados, que cuando la
URSS y Yugoslavia saltaron en multitud de estados independientes Borrell y
todos los internacionalistas de nuevo cuño del PSOE y sus intelectuales progres
adláteres, andaban mesándose los cabellos por las esquinas.
En homenaje a todos los neointernacionalistas termino transcribiendo
aquí el artículo 10 de la Constitución de 1812, cuando la nación española aún intentaba
mantener, aunque fuera a sangre y fuego, un planeta libre de cicatrices:
“Art. 10. El territorio español comprende
en la Península con sus posesiones e islas adyacentes: Aragón, Asturias,
Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Cataluña, Córdoba, Extremadura, Galicia,
Granada, Jaén, León, Molina, Murcia, Navarra, Provincias Vascongadas, Sevilla
y Valencia, las islas Baleares y las Canarias con las demás posesiones de
África. En la América septentrional: Nueva España con la Nueva-Galicia y
península de Yucatán, Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias
internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de
la isla de Santo Domingo y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a
éstas y al continente en uno y otro mar. En la América meridional, la Nueva
Granada, Venezuela, el Perú, Chile, provincias del Río de la Plata, y todas
las islas adyacentes en el mar Pacífico y en el Atlántico. En el Asia, las
islas Filipinas, y las que dependen de su gobierno”.
Defendamos el
imperio mundial de los plutócratas, que se cree un gran consejo de
administración mundial y que caigan definitivamente, todas las caretas.
jueves, 28 de septiembre de 2017
Convoyes y odio
Últimamente nos hemos acostumbrado a oír hablar mucho del delito
de odio. Unos cuantos tuiteros saben que hacer chistes sobre el atentado que le
costó la vida al líder fascista Carrero Blanco puede llevarte ante los
tribunales de justicia. Circunstancia que, aunque no acabes en la cárcel,
supone una llamada de atención que quizás te lleve, en cierta medida, a
autocensurarte, pues sabes que una segunda condena acarrea la entrada en
prisión. Otro clásico de la justicia hispánica reciente es la posibilidad de
acabar en el banquillo por apología del terrorismo, pues la AVT u otra
organización similar siempre están con el radar puesto. Radar que,
curiosamente, funcionaba bastante menos cuando ETA estaba operativa. No es el
objeto de este texto, pero es bueno recordar el inmenso valor que tienen unas
víctimas en España con respecto a otras que yacen en cunetas y cuya mofa o
escarnio, que yo sepa, nunca ha conllevado recibir una de esas citas judiciales que hoy se multiplican en Cataluña.
En estos días que, parafraseando a Silvio, la historia dirá si
tienen absolución posible, la línea roja que separa la libertad de expresión de
un banquillo de los acusados es cada vez más delgada y quebradiza. Cierto es
que esa línea tiende a ser más frágil cuanto más a la izquierda del espectro
político se sitúe la persona que la bordee. En estos días inciertos la fiscalía
actúa como un redivivo Tribunal de la Inquisición que rastrea con lupa
cualquier posible coacción o amenaza en Cataluña (de lo más que han podido
hablar los militantes medios de comunicación antirreferéndum ha sido de
alcaldes socialistas que se han sentido incómodos porque parte de sus vecinos
les han reclamado que cedan espacios municipales para poner urnas) por parte de
quiénes promueven el 1-O. Es bochornoso que una institución siempre avizorante
ante el hipotético delito de odio de los débiles, y presta a encarcelar
preventivamente durante casi un año a tres jóvenes de Altsasu por una riña
saldada con el tobillo roto de un guardia civil, esté ciega ante el cántico más
amenazante, y lleno de inquina, que se ha escuchado en tantos días de
movilizaciones. Me refiero, por supuesto, al ya famoso “a por ellos oé, a por
ellos oé”. En diferentes lugares del estado español una fuerza armada, cual
convoy heroico presto a recuperar una tierra
de infieles, ha salido de sus cuarteles rodeada de decenas o centenares de
personas, llenas de coherencia, que detestan el nacionalismo al grito de “yo
soy español, español, español”. Estos ejemplares (en el doble sentido) no
nacionalistas consideran su patria el culmen y, lo que es peor, una cárcel de
la que no se salva ni el dios aquel que, según Blas de Otero, asesinaron. Pero
bueno, ese graznido es legítimo, y allá ellos si les gusta ejercer el triste
oficio de carceleros de gentes que cometen el delito de querer saber cuantos
quieren formar parte de la monarquía española y cuantos constituir una
república catalana. En cambio, el “a por ellos” que la selectiva fiscalía ignorará,
es, aparte de imbécil, absolutamente ruin. Lo primero lo es porque con dos
dedos de frente, aunque fuera colectiva, debería bastarles para percibir que la
gasolina no es el método más idóneo para apagar el incendio que tienen en el noreste
de lo que consideran su indisoluble territorio. Lo segundo, ruin o malvado, lo
es porque estás deseando que se ejerza sobre un pueblo desarmado, que
desarrolla un proceso político pacífico, la violencia más poderosa que existe:
la del estado. Lo verbalizó magníficamente Manuel Gómez Martín, portavoz del PP
en Gibraleón (Huelva) a través de Facebook: “Llámenme como quieran!! Pero a
estas alturas de conflicto quiero ver a la policía y guardia civil dando
hostias como panes!!!” (quizás no se había enterado de que la guardia civil
investiga a los panaderos como posibles transportistas de urnas). Tristes bromas
aparte, estos son los peperos que a mi me gustan: los que no disimulan (por
supuesto, ya ha sido reconvenido por su propio partido de cara a la galería),
los que nos muestran la raíz y esencia de ese partido. Una esencia que, lo
sabemos, comparten millones de españoles que disfrutarían con un puñetazo estatal en la mesa, una acción
contundente como la que se reclama a través de un vídeo unionista donde se hace
un juego de palabras, menos mal, se agradece un cierto rasgo de inteligencia, entre
el votarem catalán y el Voltarén como crema analgésica tras la tunda policial
española.
Una nota final: ni en los años más duros del terrorismo de ETA,
aquellos en que se decía por parte de los sacroconstitucionalistas que sin la
violencia se podía hablar de todo, entendiendo que no se referían a una amable charla
académica, se enviaron miles de policías y guardias civiles a “tomar” Euskadi.
La razón es simple: el terrorismo de ETA, con su limitada capacidad de acción,
fortalecía al bipartidismo instaurado en el 78. El referéndum, “lo que más me
preocupa en los últimos 40 años” ha dicho con toda razón Felipe González, desde
su pacifismo, podría ser una brecha no sólo para transitar hacia la república
catalana sino, tal vez incluso, sé que estoy ejerciendo el extraño oficio de
optimista, hacia una “república democrática de trabajadores de toda clase”,
basada en la libre unión de sus pueblos en ausencia, por supuesto, de convoyes
de ocupación.
sábado, 23 de septiembre de 2017
De la falta de respeto como viento de cola
Uno de los aspectos que me hace reflexionar acerca del proceso que
se está viviendo en Cataluña, es la facilidad con la que desde el unionismo se
desprecia a la gran e indeterminada cantidad (epicentro del problema y
circunstancia que el bloque PPSOECs pretende perpetuar) de gente que quiere
constituir un estado soberano. Hacia este enorme colectivo casi todo es
menoscabo y, con la ira y el respaldo de un eternamente enfadado dios bíblico
llamado Democracia, blandir amenazante las Tablas de la Ley Constitucional.
La democracia, en boca de los llamados constitucionalistas,
adquiere un carácter mayúsculo e inequívoco, casi sobrehumano, que usted y
quién esto escribe, sabemos, aunque a veces queramos engañarnos, que no tiene. Prácticamente nadie en el planeta
deja de usar tan enorme palabra para definirse y, en la misma medida, esgrimir su antítesis como
anatemización absoluta del adversario. Por lo tanto hay que ponerse el traje de
faena del pensamiento e intentar, en la medida de lo posible, analizar caso a
caso, aplicándonos, con respecto a los medios, la célebre frase de Malcom X:
“Si no estás prevenido ante los medios de comunicación, te harán amar al
opresor y odiar al oprimido”. Y, donde impera el odio al oprimido, al débil, no
hay sustrato alguno de democracia. Palabra con múltiples apellidos, no pocos
méritos asesinos (observen la llamada mayor democracia del planeta), y que a
menudo es confundida con gozar de determinadas libertades políticas. Por lo
tanto, la utilización por uno u otro bando de un conflicto, sea el catalán o
cualquier otro, ni me impresiona, ni me posiciona.
También existen elementos que operan como reafirmantes en las
posiciones que previamente uno ha adoptado. Uno de ellos es bastante
simple: la falta de respeto. Circunstancia que se agrava cuando quién la ejerce
es la parte poderosa, el trasatlántico que maneja Rajoy, contra la parte débil,
los acosados independentistas catalanes que van en la zodiac que les concedió
Pablo Casado. Veámos esa falta de respeto.
El fiscal general Maza dijo hace unos días que una parte de la
sociedad catalana había sido abducida por el Govern. La segunda y tercera acepción que da la RAE son las
que podrían venir al caso:
“Dicho de una supuesta criatura extraterrestre: apoderarse de
alguien”.
“Dicho de una persona o creación humana: suscitar en alguien una
poderosa atracción”.
Alguien se preguntará que pintan aquí los viajantes siderales. Piensen que, en el imaginario popular, cuando un extraterrestre (sospecho que a Maza aquel que no quiere
pertenecer a su indisoluble y bienamada España debe parecerle casi
extragaláctico) se apodera temporalmente de un terrícola, lo hace no sólo de su
cuerpo, sino también de su mente. Así, cuando el pérfido marciano te devuelve a
nuestro mundo ya eres otra persona. Un esclavo manejado por un ente que no
viene de ver arder naves más allá de Orión, pero te ha convertido en un ser
dispuesto a inmolarse, preso de una poderosa atracción, en el altar de Oriol
Puigdemont, donde oficia una ángel caída llamada Gabriel. Sí, aquí entra la
segunda definición transcrita de la tricentenaria institución. Definición que
me parece incompleta, pues el abducido, en la misma dimensión que experimenta la
atracción, padece la disminución de su voluntad.
Sí. Eso es lo que está diciendo Mata y donde falta al respeto: los
independentistas catalanes son gente a la que el govern ha lavado el cerebro
con quimeras y actúan carentes de voluntad propia. Este planteamiento del
fiscal general, que habla de una parte sustancial de la sociedad catalana como
un ente ignorantado, fue afianzado ayer por una vuelta de tuerca bastante hiriente de la
vicepresidenta Sáenz de Santamaría, lamentándose de “esos padres y esos niños
que (los esbirros del govern, se supone) acarrean a las manifestaciones”. Esta
frase, más que zombificarlos, los bestializa o los cosifica. Ustedes son
acarreados por Hamelín-Puigdemont que los conduce, cual ratas, directos a un
río en el cuál perecerán, quizás traumáticamente, sus delirios secesionistas.
Y, por último, existe un
agravante imperdonable. Los adultos acarreados, en bastantes ocasiones
son acarreadores de sus crías. Y oiga, que feo está eso de adoctrinar a la
gente menuda. Por suerte, en el estado español está prohibido que los padres
lleven a sus hijos e hijas a colegios donde los pongan a rezar o donde la
religión sea una asignatura obligatoria. También está prohibido mandarlos a los
6 años a una catequesis que dura tres años y en la que te inyectarán
racionalidad en vena.
La portada del católico, monárquico y centenario ABC del 23 de
septiembre nos alerta: “El independentismo recluta a los niños”. Se refiere a
que la CUP convocó en una plaza de Barcelona a niños y niñas para que pintaran
pancartas contra la monarquía y a favor del 1-O. Malvados. Afortunadamente, nadie
de la redacción del ABC puede bautizar a sus hijos para evitar que te hagan miembro
de una asociación cuando aún no tienes uso de razón. El ABC, cada vez que se convoca
el concurso "Qué es un rey para ti", pone su laico grito en el cielo. O se envenenan
cuando se enteran de que unos padres llevan a sus pequeños vástagos a ver un desfile de la
milicia hispana o a aplaudir a la guardia civil bandera monárquica en mano.
Falta de respeto, mayormente a la inteligencia, e hipocresía. Ese es
el campo de juego en el que se deleita el régimen surgido del fascismo en el 78.
Y estos catalanes independentistas intentando joder el paraíso.
jueves, 14 de septiembre de 2017
Amedrentamientos y seguridad
Hace
unos días me llegó la siguiente pregunta por WhatsApp: “Imagina que quisieras
votar y pretendieras votar no, ¿te parecería seguro hacerlo en este referéndum?"
La
palabra clave es “seguro”. Y bajo mi punto de vista es una palabra que en el
texto puede tener una doble interpretación. O bien puede hacer referencia a la
seguridad física de la persona en cuestión, o podría referirse a si existiría la
seguridad de que ese voto negativo se contabilizaría correctamente.
Reconozco
que en la primera lectura sólo me lo planteé como un mensaje que hacía referencia
a la seguridad de las personas. Y esa sensación mía inicial no es descabellada.
Parece que buscan desesperadamente la violencia. No voy a decir, aunque hayan
antecedentes y seguro que las baraja, que el estado se dispone a realizar
acciones de lo que habitualmente se llama “falsa bandera”, pero hay un elemento
evidente: unos manifestantes destrozando mobiliario urbano entre esteladas sería
el sueño húmedo del estado español. De hecho, un acto simbólico como la quema
de banderas de España, Francia y la UE, en la manifestación de la izquierda
independentista el 11 de septiembre, fue tildada por algunos medios de acto
violento. Medios que también señalaron, con aviesa intención, que quiénes
realizaron la acción, con toda la lógica del mundo, iban encapuchados, pues el
año pasado lo hicieron a cara descubierta y acabaron ante el juez. La idea
machacona y falsa, por eso mi primera asociación con la integridad física de
las personas, es que una parte de la sociedad catalana está siendo excluida y
señalada. Se consideró poco menos que una incitación a la violencia que
Puigdemont pidiera a los vecinos que quieran votar, en un sentido u otro, que preguntaran
a su alcalde, respetuosamente, porque no ceden espacios para poner urnas.
¿Preguntar
es amedrentar o amenazar? ¿En qué medida el amedrentamiento o la amenaza es
mayor que la que pueden sentir los más de mil cargos públicos catalanes
apercibidos de consecuencias penales en el BOE con nombres y apellidos? Los 712
alcaldes que van a ser citados por la fiscalía en calidad de investigados,
cuando aún no han realizado ninguna actividad presuntamente delictiva, bajo amenaza de detención si no se presentan a
declarar ¿tienen razones para sentirse amedrentados o amenazados? ¿Quién
amedrenta o asusta más, el vecino que interpela a su alcalde o el estado
español con todo su aparato coercitivo? Pablo Casado, junto a Albiol, un
dirigente del PP que se descareta con bastante facilidad (circunstancia que
siempre se agradece), dijo lo siguiente: "Comparar un
transatlántico como la nación española con una zodiac pinchada que es lo que
tienen ahora mismo los de la CUP y sus colaboradores en la Generalitat, da
risa". Obviando el tonillo prepotente y mamporrero, hay que
reconocer que no le falta cierta dosis de razón. Quién tiene capacidad de
ejercer la fuerza es el estado constituido español ante la nación catalana que
busca constituirse como tal.
Hablando
de amedrentamientos, estos bastante más silenciados por los grandes medios, en
Canarias, el mismo once de septiembre entró en la cárcel, tras serle denegado
el indulto por un gobierno que perdona a no pocos indeseables que usan las arcas
públicas para enriquecerse, la luchadora social Aisha Hernández Rodríguez por realizar
una pintada que denunciaba el elevado paro juvenil de Canarias y un incidente
con la policía por el que acabó acusada de desobediencia (constitucional, por
supuesto) a la autoridad. Siguiendo con el amedrentamiento, esta previsto que
vuelva a declarar en el juzgado la drag que gano la gala del carnaval de Las
Palmas este año. Su hipotético delito es parodiar a la virgen en un espacio
absolutamente laico en el que se supone que la Iglesia Católica no tiene
potestad alguna.
Federico
Jiménez Losantos, cuando a inicios del año pasado declaró antes decenas de
miles de radioyentes que si se encontrara con determinada gente de Podemos (citó
nombres) y llevará “lupara” dispararía, no hubo fiscal alguno que perdiera un
segundo en amedrentarlo aunque sea un poquitín. Los instrumentos del estado,
incluida la justicia, son los que amedrentan casi siempre en la misma dirección,
nunca unos vecinos preguntando a su alcalde o manifestándose para que se pongan
urnas en espacios municipales.
En
una lectura posterior pensé que esa seguridad a la que hace referencia la
persona interpelante quizás tiene el sentido del tongo electoral, de lo que comúnmente
se llama pucherazo. Si la interpretación correcta transita este derrotero, me
atrevo a decir que en estos momentos la tentación que podría estar cocinándose
al fuego de la Generalitat sería un guiso probablemente nunca visto en la
historia. Lo que yo me atrevería a llamar “el pucherazo inverso”. El problema
para los soberanistas catalanes es que haya muy pocos noes, pues el unionismo
busca que en el caso de que el estado español no evite la instalación de las
urnas, estás se desacrediten y deslegitimen con una escasa participación que, ante
la gran movilización del independentismo, solo podría salir del campo de un no
que quedaría tremendamente escuálido. Así que ¡oh paradoja! en su perversidad imagino
a los cuernirrábicos diablillos independentistas condimentando el puchero más con
noes que con síes.
sábado, 9 de septiembre de 2017
Del sueño a la realidad o la posibilidad de la república catalana
Siempre nos dijo el poder,
tuviera la cara sonriente de PSOE o la cruz amenazante (no olvidemos su
condición de instrumento de tortura y muerte elevado a los altares) del PP,
cuando ETA habitaba entre nosotros: la independencia puede defenderse por vías
pacíficas.
O sea, pueden manifestarse
unos cientos por el paseo de la playa de Las Canteras en Gran Canaria al viejo grito de ¡Viva Canarias Libre y
Socialista! O pueden hacerlo un millón por La Diagonal clamando ¡Visca
Catalunya Lliure! Nadie los lleva al trullo, se supone, por ser independentistas
y reunirse con otros independentistas y dar eternos vivas a la independencia y
al socialismo levantando ardorosamente el puño. Mientras todo queda en el
terreno del fervor simbólico el poder le permite a usted regresar reconfortado
a casa tras participar en esa comunión laica con sus compañeros de sueños. Sí,
sueños. A usted, persona entrada en años y luchas o joven al que un día un
profesor le habló de la imagen más reproducida del siglo XX, esa sílaba, Che,
que expresa en un lenguaje universal la rebeldía, el poder estatal español le
permite soñar con la independencia. Y soñar es tremendamente (y utilizo esta
palabra con absoluta conciencia) hermoso, aparte de necesario. Martin Luther
King tuvo un sueño que, da lo mismo el color de la piel del presidente de EEUU,
sigue pendiente cuando vemos la facilidad con la que, perdóneseme el juego de
palabras facilón, la policía tira al negro. Calderón de la Barca nos desanimó
diciéndonos, el muy sinvergüenza, que “los sueños, sueños son”. También el
acervo popular nos disuade: “ten cuidado con lo que sueñas… puede cumplirse”.
Los cientos de soñadores en
una Canarias Libre y Socialista, en una sociedad que se adormece entre romerías
y bajadas y subidas de vírgenes (tranquilos compatriotas, que a mi también me
gusta La Rama), no quitan ni un segundo, oh paradoja, el sueño al poder.
En cambio, cada persona que
conforma ese millón y pico, sobre una población de siete y medio, que lleva
saliendo a la calle cada 11 de septiembre en Cataluña desde hace varios años,
pretende y siente que, junto a las otras, ha acumulado fuerzas, incluso una
mayoría absoluta parlamentaria, para intentar, trayendo el sueño a la realidad,
lo que no está previsto por el poder: la posibilidad de construir, más allá de las
libertades concedidas, un estado propio.
Y el primer paso de ese
sueño factible debe ser contarse. Es muy simple: cuantas personas están a favor
y cuantas en contra de que Cataluña forme un estado independiente en forma de
república. No lo piden unos cientos o miles de personas, como sucedería en
Canarias, lo solicita una mayoría de los habitantes de Cataluña.
El poder ha sacado a
colación mil veces la trampa constitucional: “Vengan ustedes, partidos
políticos independentistas catalanes, al parlamento español e intenten, con sus
magras fuerzas (Cataluña aporta 47 diputados sobre 350), una modificación de la
constitución que les permita realizar un referéndum legal”. El estado español
les ofrece a los catalanes que quieren decidir la posibilidad de construir su
república una vía muerta o un muro contra el que se han estrellado 18 veces,
las que le han solicitado al gobierno español un referéndum pactado. Lo que
queda entonces es, desde tu mayoría absoluta en el Parlament, que te legitima,
crear una arquitectura legal propia para dar cauce a que de una vez por todas
se haga la única encuesta que necesita el pueblo catalán: un referéndum en el
que cada cuál vote, o se abstenga, libremente. Sin coerción alguna. Y hoy el único
elemento coercitivo, cada vez más amenazante (registro de una imprenta y un
semanario entre el 8 y el 9 de septiembre con encausamiento del director de
este último), es el gobierno español, que es quién quiere que nadie vote, oh
heroico Coscubiela transportado en incómoda parihuela por la derecha política y
mediática, ni los del sí ni los del no, porque en su fuero interno España es y
será siempre unagrandeylibre.
Alberto Garzón escribió en
Facebook: “En
@iunida no apoyaremos la ley del referéndum que se votará hoy en el parlamento
catalán. Defendemos el derecho a decidir con garantías”. Garzón, estás
defendiendo, cobardemente, el derecho a decidir cuando las ranas críen pelo o
les de la bendita gana al PPSOECs, que será nunca. Los ciudadanos catalanes
están a tres semanas de decidir, de votar sí o no a la posible construcción de
una república (que va más allá de llamar al rey Felipe ciudadano Borbón cuando,
en vez de desconocerlo, vas a entrevistarte obedientemente con él), lo que sería un mazazo al régimen del 78, y los
desacreditas convirtiéndote en esta hora, que no admite ambigüedades, en un
aliado de facto de la derecha españolista. Y no vale la trampa habitual: decir
que el proceso catalán es fruto de la burguesía catalana. Me atrevo a afirmar
justo lo contrario: este proceso intranquiliza mucho a la parte más poderosa de
la burguesía, a la oligarquía catalana que, por cierto, se ha manifestado
claramente en contra de la independencia pues ahora mismo no tiene lo que
siempre ha poseído, más allá de circunstanciales mayorías políticas, desde 1939
para acá: el control absoluto. Lo lamentable es que uno solo de los objetivos
del referéndum catalán: la posibilidad de tirar al basurero de su historia la
monarquía del ciudadano Borbón, es una tarea inafrontable para Unidos
Podemos, la autodenominada izquierda del estado español que, por tacticismo, oportunismo
o cobardía, nunca encuentra el momento (aquello de las condiciones objetivas y
subjetivas da para mucho) para
reivindicar y educar a la gente en la necesidad de una república.
Sigo
con la izquierda. Los comuns (hermoso nombre que pasa rozando), cuyo referente
es Ada Colau, que quizás ya no piensa que la injusticia implica en momentos
decisivos, esos que parecen acelerar la historia, desobediencia, harán a su
militancia la siguiente pregunta: “¿Cataluña en Comú tiene que participar en la
movilización del 1-O?”. Puedo irritar a algunas personas, pero esta actitud
contorsionista y sibilina que degrada un referéndum a una mani con papeleta de
mentirijillas es más dolorosa que la embestida, absolutamente esperable, de la derecha.
No obstante, la respuesta ya la doy yo por adelantado: si hay urnas en todo el territorio
catalán, circunstancia que está por ver pues creo que el estado va a apretar
mucho las clavijas, ustedes van a participar sí o sí, aunque voten no, se
abstengan o hagan una macrosentada. Por una sencilla razón: se van a contar
síes, noes, votos blancos, nulos y abstenciones. En la lectura de los resultados
entrará, a gusto o a disgusto, manejando esos cinco vectores, aunque tres sean los
básicos, todo el mundo, de derecha a izquierda, porque es un referéndum y no una
movilización ocasional sobre la que pronunciarse a través de una pregunta timorata.
Me
parece oportuna esta canción de Silvio Rodríguez y Buena Fe llamada La Tempestad.
jueves, 31 de agosto de 2017
La boda del comunista o la perpetua lucha ideológica
Si algo tengo claro es que
para la derecha, vía armada mediática, la lucha ideológica, ese terreno en el
que quizás por desacomplejada nos lleva una ventaja sideral, es una prioridad. Siempre
la tienen al fuego, bien burbujeante, con el objetivo, paradójico, de enfriar
la gran lucha inmemorial, básica y esencial: la de clases.
Una de las maneras más
simples de lucha ideológica para la derecha es la vía del descrédito personal
del mensajero. Circunstancia que servirá para invalidar la totalidad del
mensaje y desencantar a aquellos que se acercan al fenómeno político con la
palabra creencia en el borde de los labios. No es raro oír, por ejemplo: “yo no
creo en los políticos”. Pues ya somos dos, oiga. Ni maldita falta que hace. Imaginemos
un líder de izquierdas que dice verdades como puños y del que un aciago día se
revela que su intachable palabra esta salpicada de deshonestidades diversas. Ese
líder tendría que ser removido y, si es necesario, responder ante la justicia
de sus tropelías. Pero sus palabras, sus denuncias o sus propuestas, seguirían
teniendo la misma veracidad. Sin embargo, somos conscientes de que a una parte
muy apreciable de la población, esa que necesita creer, el impacto le llevaría
a cuestionar el lote completo (mensajero y mensaje). Y sé que, lamentablemente,
el liderazgo de un proyecto, aunque la historia la protagonicen y la padezcan,
en mayor medida aún, los pueblos, es importantísimo. Me parece poco probable
que alguien en el ámbito de la izquierda transformadora discuta el incalculable
papel de Fidel en la revolución cubana, o de Chávez como desencadenante de la revolución
bolivariana. Incluso la magnitud de estos individuos hace que me pregunte lo
siguiente: ¿Esos procesos sociales habrían tenido el mismo recorrido sin sus
prominentes figuras? Y, ¡oh paradoja! es
una pregunta que me entristece, pues en sus países, como en tantos otros, la
realidad de miseria, opresión y desigualdad, ya estaba allí. Afortunadamente pienso
que tanto en Cuba como en Venezuela gran parte del pueblo ha pasado de la creencia
en uno u otro líder a la conciencia de la necesidad de un mundo más justo.
Alberto Garzón, líder de
una formación política, Izquierda Unida, nucleada alrededor del Partido
Comunista de España, es uno de esos que piensa que es necesario un mundo más
justo, un mundo socialista en el cuál no deberían existir dos grandes
aberraciones: la extrema riqueza que no se puede gastar en mil vidas y la
extrema pobreza que no te deja completar con dignidad una sola.
Más allá de la ola
anticomunista mundial tras la caída de Unión Soviética (ese estado que surgió
de una revolución casi centenaria que no se si conmovió, pero sí sé que, por
decirlo sin crudeza, acongojó al mundo capitalista), el mensaje de los
comunistas, de un mundo más igualitario debe ser conveniente y pertinazmente
machacado a la más mínima oportunidad con lo que decía al principio: con la máxima
simpleza que casi siempre encuentra el confortable sofá de la mínima actividad
neuronal. Me refiero, por ejemplo, a convertir la boda de dos personas ideológicamente
de izquierdas, que viven de su trabajo, en la política o la medicina, sin
explotar a nadie, en un acto de opulencia capitalista que haga desconfiar a la
gente humilde de ese tipo que siempre habla de la clase trabajadora y, pregonando
la igualdad, en el fondo es igual que todos los políticos: un aspirante a
llenarse los bolsillos.
El elemento sustancial y
conformador de esta mugre ideológica es la mentira, que avanza desbocada por las grandes avenidas de las redes sociales
donde campan del bracete ágrafos y estultos, tan sobrados de ¿información? como
escasos de formación.
Un par de simplezas bastan.
“El comunista se casa por la iglesia”, mienten, para remachar la falsedad del
supuesto ateo, aquellos a los que no les da asco vivir en un país donde su
confesión religiosa esta libre de pagar impuestos por sus numerosas propiedades.
“El comunista contrató un menú de 300 euros”, mienten, triplicando el precio y
buscando el menoscabo moral de Garzón, los mismos que no ven inconcebible que
muchos jugadores de fútbol de primera división ganen en un año lo que un
diputado y una médica no ganarán conjuntamente en toda su vida.
domingo, 27 de agosto de 2017
Los atentados de Barcelona: ¿unidad o división?
Unidad y división
Son términos antagónicos bastante utilizados en muy diversos contextos. El primero está dotado en el imaginario social de un aura de positividad y, en sentido inverso, el segundo se asocia con lo negativo. Tengo claro que el pensamiento
socialmente dominante, aunque no sea ni mucho menos el único, es el de la clase
dominante. Y la clase dominante casi siempre hace llamados a la unidad como el
modo de arreglar o enfrentar los diferentes conflictos o situaciones, más o
menos graves, que van surgiendo en el devenir de cualquier estado.
Recuerden, cuando comenzó
la crisis económica, como constantemente se hacían llamados a que de esa
situación solo se salía si todos, indistintamente, arrimábamos el hombro. Hoy,
diez años después, los trabajadores tienen el tren superior corporal de alguien
largamente convaleciente mientras los oligarcas pondrían en dificultades al
actual campeón mundial de fisicoculturismo. La burguesía siempre ha hablado
interesadamente, a través de sus grandes canales de comunicación, de colaboración
de clases. En cambio, los trabajadores, cuando tienen conciencia, hablan de
lucha de clases, de los intereses antagónicos que existen entre estos dos
sectores sociales. Cuando esa lucha se ha exasperado por una conciencia crecida
de los trabajadores la burguesía suele utilizar, expresado a través de los
sindicatos verticales, un colaborativo
de clases llamado fascismo.
Aunque en realidad el
objeto de este texto no es el conflicto entre el capital y el trabajo sí me
parecía un ejemplo sobre la carga tramposa y apriorística que tienen conceptos
como unidad y división. Conceptos que
nos hemos hartado de oír tras los atentados ocurridos el 17 de agosto en
Cataluña y cuya cresta ha coincidido con la manifestación convocada en las
calles de Barcelona el sábado 26.
Ir a una manifestación
contra una acción terrorista concreta no quiere decir, desde mi perspectiva,
que se aliente la falsedad, la mentira que mata el pensamiento que se subleva, ese
que no quiere dejarse enrejar por mantras interesados que ponen el foco en la buenrollista
unidad para que el vasto páramo de la indecencia quede en la penumbra.
El poder habría querido que
la manifestación de ayer en Cataluña fuera una procesión “respetuosa”, llena de
silencio y congoja. La expresión del dolor unánime de un pueblo, en lenguaje
pomposo. Quizás yo sea un tipo algo deshumanizado (estos días me lo he
preguntado), pero no voy a ser hipócrita. Esos atentados, como tantas acciones
injustas que generan muerte y sufrimiento, son un horror, quizás un poco más
cercano porque yo, tan poco dado al viaje, también he recorrido ese espacio
bullanguero que parece una celebración continua de la vida. Pero pienso que el
dolor es patrimonio intransferible de los familiares y amigos de cada una de
las víctimas. Y nuestra misión no es sentir su dolor, pero sí es preguntarnos,
no sólo el porqué hemos llegado a esta situación, sino, lo que es tan
importante, cuál es el camino que hay que seguir, más allá de las pesquisas
policiales que no cuestiono (otro tema es plantearnos si, aparte de ético, es
razonable para la propia investigación que todos hayan sido “abatidos”), para
que esto no se repita, aparte de llenar las ciudades de barreras físicas. Es
llamativo, parece que retornáramos a las murallas del medievo, la antítesis de
ese espacio abierto que es la ciudad contemporánea.
Cuando la CUP, con un
primer paso al que después se unieron otros colectivos, quebró la unidad acrítica
que querían imponerle a la manifestación, la dotó de vida, de significación. Y
se equivocaba al principio planteando que si iban el rey o Rajoy ellos tal vez
no lo hicieran. Había que estar allí, disputándole el espacio a los figurones
que desprecian la vida humana, como el gobierno español multiplicando por 30 el
valor de la venta de armas a la monarquía saudí que, aparte de estar junto a
EEUU en el origen de un yihadismo ultraconservador e irrelevante hasta inicios
de los 80, está masacrando, con la mayor indiferencia de nuestras mediáticas
sociedades, a la población de Yemen. Una vida que también existe bulliciosa más
allá de Las Ramblas, en lugares menos famosos que nunca pintó Joan Miró, donde
los atentados, quizás por su cotidianidad, no generan enormes espacios
cubiertos por ramos de flores y velas rojas.
El merecido abucheo al rey
y al gobierno de España no creo que fuera obra solo de independentistas, como
han querido reflejar las maquinarias mediáticas manipuladoras que pretenden que
una manifestación contra el terrorismo sea apolítica. O sea, el simple tránsito
de una masa ovejuna pastoreada por lobos.
Por último, resulta significativo
comprobar como los mismos que siempre han defendido que el terrorismo no puede
marcar las agendas políticas, ahora pretenden que el gobierno de la Generalitat
“aproveche” esta ocasión para recuperar en sentido común, unitario por
supuesto, y se deje de veleidades que dividen y debilitan a la sociedad
catalana. Unión y fortalecimiento que, tras la trágica caída del caballo del 17
de agosto, pasaría porque los independentistas, aún teniendo mayoría
parlamentaria, declinarán, en el país de las mil encuestas, su intención de,
referéndum mediante, como hicieron sin dramatismo los escoceses, contarse el 1
de octubre.
sábado, 19 de agosto de 2017
Terrorismos (sin ánimo de incordiar)
"Terrorismo.
Como el texto va a girar
acerca del terrorismo he querido poner, a modo de referencia o marco (del cuál
quizás yo tienda a escaparme), la triple definición con que la RAE se aproxima
a tan polémico concepto.
Considero que los dos actos
terroristas (me refiero a acciones concretas, hora y lugar) más crueles de la
historia de la humanidad, por su mortandad masiva en el momento de producirse y
por sus consecuencias durante decenios, tuvieron lugar en 1945.
Por supuesto, me refiero a
las bombas atómicas lanzadas los días 6 y 9 de agosto sobre las ciudades
japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Sí, ya lo sé. Alguien estará pensando que
esa fue, nos parezca más o menos reprobable, una acción en el marco de la 2ª
Guerra Mundial. Como si el terror en un contexto bélico fuera más tolerable,
más asumible al situar cada persona su mente, aunque sea por mero instinto de
supervivencia, en “modo” guerra. Yo creo que es justamente al revés. Seguro que
se sufre muchísimo más terror cercado por la guerra, cuando las sirenas anuncian
la escuadrilla que va a repartir su siniestra lotería, que viviendo en paz,
aunque puedas estar expuesto, es inevitable, en algún momento a una acción
esporádica de gran violencia que puede surgir incluso en el contexto del ocio o
la fiesta. Así, el sufrimiento
cotidianizado que implica la guerra, ese terror diario, nos parece aceptable
dentro de nuestros parámetros mentales, mientras varios individuos repartiendo
cuchilladas a seres indefensos no nos cuadran y nos parecen una abominación
mayor que una bomba borrando en unos segundos cien mil personas de la faz de la
tierra. Casi nadie se refiere a las dos únicas bombas atómicas detonadas sobre
población civil como una acción diáfana y espeluznante de lo que fue:
terrorismo de estado y en estado puro. Cuando el ejército israelí ha cerrado
por completo y bombardeado Gaza durante un mes asesinando cerca de mil
quinientas personas, entre ellas centenares de niños, ningún gran medio ha
hablado de una acción terrorista de Israel, eso concepto solo lo ha usado la
izquierda transformadora. Y no es casual, el lenguaje es importantísimo pues
legitima, condena o disfraza. Los EEUU aún defienden la legitimidad de su mayor
acto terrorista apelando cínicamente a la bondad de finiquitar la guerra en un
plis plas y a un inaceptable trapicheo de vidas: la invasión de Japón habría
costado un millón de muertos, muchos de ellos estadounidenses, dice el milico
yanqui de turno en algún canal temático que a veces, entreverándose con la
lectura, acoge mis tardes. El asunto es que, paradójicamente, podían haber
aterrorizado sin causar víctimas mortales, lanzando las bombas en algún paraje
deshabitado a modo de advertencia.
En el ámbito español, hace
ya bastante tiempo que para referirme a Franco, como deber ético, hablo del
jefe de la banda terrorista más sanguinaria que ha padecido el estado español:
los sublevados el 18 de julio. Un jefe terrorista que se lució especialmente en
agosto (vaya con agosto, y eso que suena a cervecita y holganza) del 36 matando
en un día a 4000 personas en Badajoz. Si ustedes revisan las definiciones de la
RAE verán, al menos a mí me lo parece, que le son aplicables las tres, con el
colofón añadido de más de cien mil muertos en cunetas.
Alguien me dirá que esos
parámetros son aplicables a diversos gobiernos del mundo. Ese es el quid de la
cuestión, creo que acierta quién así piensa, los estados en muchos casos pueden
ser la más siniestra máquina de terror, al menos en sus ámbitos de acción. Por
eso el terrorismo más devastador que lacera el planeta es el que proviene de la
acción imperialista de EEUU, pues su radio de actuación, por motivos de dominio
económico, por fuerza militar y por una cierta autopercepción de pueblo elegido,
no conoce fronteras. Así, por ejemplo, ahora mismo tiene bajo amenaza explícita
de intervención militar a dos países: Venezuela y Corea del Norte. Acción
imperialista que casi siempre, al menos en sus primeras fases, toma la forma más
artera de guerra que, en mi opinión, es el bombardeo indiscriminado de núcleos
donde habita población civil. En una deshumanización brutal se puede ejecutar a
grupos humanos con drones desde un luminoso despacho con plantitas y
portarretratos de familia sonriente.
Planteo que el imperialismo
es la raíz venenosa que pudre de injusticia el planeta. El terror del coche
bomba, del suicida o del que deja caer, desde miles de pies de altura, su mortífera
carga como si de un vídeo juego se tratara, solo entrará en vías de solución
cuando, y vamos en el sentido contrario pues el saqueo se profundiza, el
planeta sea un clamor antiimperialista. Fíjense: Libia, Somalia, Siria, Iraq,
Afganistán, Pakistán, Yemen. En todos estos países musulmanes, con el disfraz
de coaliciones que sin EEUU no serían nada, han intervenido estados que
alardean de sus raíces cristianas. Cuidado, bajo ningún concepto estoy diciendo
que vivimos un conflicto religioso (esa es la sangrienta maniobra de distracción),
pero si tengo claro que los jóvenes que apuñalan o arrollan multitudes, creyendo
que sí, que su acción brutal la determina un Alá que ellos mismos tachan de
misericordioso, generando un daño inmenso e irrecuperable para tantas familias,
no son una simple encarnación del mal absoluto, “debidamente” fanatizados (y
desconociendo que manos concretas manejan los hilos), son instrumentos
objetivos del imperialismo para crear un terror entre la gente del pueblo que
obre como sepultura del pensamiento y vivero del fascismo.
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