lunes, 18 de diciembre de 2023

Gotas de iniquidad (1)

Iniquidad, según la RAE, significa maldad e injusticia grande. Establece también tres sinónimos: perversidad, vileza e infamia. 

Fijo el marco sobretodo porque me surgen dudas de si este concepto está bien aplicado a los aspectos de la realidad que voy a tratar en este texto. Aunque, como he dicho en alguna ocasión, cuando empiezo su escritura todos ellos se vuelven bastante autónomos y cuesta disciplinarlos. Ya ustedes, al final, juzgarán si he sido excesivo en mi consideración. Lo digo porque a veces me pregunto si mi umbral para establecer las iniquidades, aunque sean pequeñas, está demasiado bajo y ya voy repartiendo quijotescos mandobles a la diestra y a la siniestra (a estos, aunque alguno les cae, bastante menos, lo reconozco).

La primera gota de vileza, es la palabra que en este primer caso me parece más ajustada pues la asocio a una ruindad menuda, me cayó encima cuando vi un pequeño vídeo de la reunión celebrada por el Consejo de Seguridad de la ONU el 8 de diciembre. La convocó Antonio Guterres, invocando el artículo 99 de la Carta de la ONU que establece que el Secretario General “puede llamar la atención al Consejo sobre cualquier tema que en su opinión puede amenazar el mantenimiento de la paz y de la seguridad internacional”. Ante una situación humanitaria de desastre total con miles de niños asesinados y carencias básicas enormes por una agresión armada a un territorio pequeño, después de dos meses Guterres presentó una propuesta para un alto el fuego inmediato. Sucedió lo que casi todos, lo desearan unas personas o lo lamentáramos otras, esperábamos. EEUU votó en contra, lo que supuso el veto de facto a la propuesta, mientras el gemelo pequeño, Reino Unido, se abstuvo. Los trece votos a favor de la resolución de nada sirvieron. No es objeto de este texto, pero ya en alguna ocasión he hablado de la estructura antidemocrática de la ONU, surgida de la Segunda Guerra Mundial, donde cinco potencias (EEUU, Rusia, China, Francia y Reino Unido) pueden ejercer el derecho a veto y tienen presencia permanente en el Consejo de Seguridad constituido por quince estados, mientras el resto, gigantes demográficos como la India incluidos, van rotando en los diez puestos que quedan libres por periodos bianuales. Evidentemente, ese voto bloqueador de EEUU es la iniquidad importante, pero es tan repetida, tan previsible, que a casi nadie con cierto nivel de conocimiento de la realidad política internacional puede extrañarle. Pero a veces dentro de las grandes iniquidades se producen las pequeñitas, las ínfimas miserias que te muestran con más contundencia la deshumanización. Me refiero a la actitud del embajador de EEUU durante la intervención ante el Consejo del representante de la Autoridad Nacional Palestina. El señor, así se ha visto por televisión, miraba el móvil. Sé que es un mínimo detalle, pero a mí, quizás excesivo, me parece toda una muestra intolerable de irrespeto, principalmente teniendo en cuenta la gravedad de lo que se estaba debatiendo. En un órgano de esa entidad tienes que estar atento a las palabras de cada uno de los quince representantes. Es la mínima educación y la mínima consideración a tantas víctimas asesinadas. Alguien me objetará que podía estar mirando algo relacionado con el tema. Aún así, no. Quien conozca la sala de reuniones de ese Consejo, una gran mesa redonda con una pequeña apertura, habrá observado que detrás de los representantes de cada uno de los países miembros están sentadas una serie de personas que, por supuesto, son asesores. Si surge alguna cuestión de ultimísima hora que el embajador deba conocer esa es la función de esas personas: comunicárselo. El ninguneo al representante de un pueblo que en dos meses y medio ha visto su territorio destruido y a 27.000 de sus habitantes masacrados es una gota sucia de iniquidad. Hay un detalle al que se ha hecho referencia en redes: el color negro de la piel del representante de EEUU. Lo comento porque me sorprende que todavía estemos con esos esquemas preconcebidos que anidan en la mente de ciertas posiciones denominemos progresistas. El color de la piel o ser mujer u hombre no te otorga conciencia automática y, sobretodo, interiorizada, del racismo o de la necesidad del feminismo. Recuerden a Condoleezza Rice. Mujer y negra, y una imperialista que como Secretaria de Estado de EEUU defendió la falacia de las armas de destrucción masiva para justificar la invasión de Iraq en 2003. En la sanguinaria policía sudafricana del apartheid había, cierto que como tropa, negros que reprimían a la muy mayoritaria población negra. Y no hablo de dar palos, hablo, por ejemplo, de 176 asesinados en Soweto por la represión de una protesta de estudiantes negros de Secundaria. Siempre, el combate contra el racismo o la lucha feminista tienen que ver con la conciencia adquirida. Lógicamente, desde el ámbito del padecimiento de la injusticia el pensamiento crítico aflora con mayor facilidad, pero no es así siempre. VOX, que en vez de violencia de género utiliza el concepto “violencia intrafamiliar”(deberían añadir unidireccional) siempre alardea de todas las diputadas que tiene. Los traficantes europeos que acudían a las costas de África Occidental a abastecerse de esclavos en muchas ocasiones no necesitaban ser cazadores de seres humanos y actuaban como meros comerciantes. Eran los propios reyezuelos locales los que les vendían, sin mala conciencia alguna (aquello de “no es nada personal, son negocios” se aplica en múltiples ámbitos), a personas con su mismo color de piel. Casi siempre en la base del racismo o el feminismo está la economía y, derivando de esta, la clase social y, siendo más específicos, la conciencia de clase, que es el soporte básico para un antirracismo o un feminismo consecuentes.

La segunda gota también hace referencia al acto terrorista continuado que Israel lleva perpetrando contra el pueblo de Gaza en forma de brutales bombardeos desde el 7 de octubre. Para quienes me digan que el iniciador fue Hamás con su acción, dos aclaraciones: sufrir el ataque de un grupo armado no te legitima para destruir todo un territorio (lo reitero, Gaza es cinco kilómetros cuadrados más pequeña que La Gomera con una población de 2.300.000 habitantes, algo superior a la de toda Canarias) abusando de una superioridad militar aérea brutal y, por otro lado, como segunda objeción, sigue siendo una incógnita cuántos de esos 1200 fallecidos lo fueron por el “fuego amigo” del propio Israel. Un dato, acaba de reconocer el ejército israelí que abatió a tres militares suyos, rehenes de Hamás en Gaza, que iban sin camisa y con un trapo blanco atado a un palo, por error. No puedo evitar acordarme de la doctrina Hannibal que ya cité en un texto anterior. Pero para la iniquidad que tengo en mente me voy a Europa y me refiero en concreto a Alemania, Francia e Italia que solicitaron a la UE “un régimen de sanciones contra Hamás y quienes le apoyan que envíe un mensaje fuerte de solidaridad con Israel”. Cuando leí la noticia no pude evitar sentir asco, no ya porque hablen de sanciones a Hamás, organización a la que los que más muertes violentas siembran por el planeta catalogan de terrorista, sino por ese final que habla de “fuerte solidaridad con Israel”. El que bombardea hospitales y escuelas y ha destruido decenas de miles de casas incluidos edificios universitarios, hambrea a más de dos millones de personas, no deja entrar a la prensa internacional, asesina cerca de cien periodistas, trabajadores de la ONU y sanitarios y, como colofón, si contamos los cerca de 20.000 asesinados y los 7.000 desaparecidos bajo los escombros, ha provocado alrededor de 27.000 muertos, esa potencia militar que arrasa sin un mínimo atisbo de piedad necesita, para ahondar la infamia de la Unión Europea, una solidaridad fuerte. 

Y hago un inciso para referirme a la piedad. Muchos israelíes son profundamente impíos, y no hablo de religiosidad, de creencias en divinidades, pues según la RAE la segunda acepción de pío es ser misericordioso o compasivo, no haciendo referencia alguna a las creencias. O sea, lo acabo de descubrir, puedes ser pío y ateo. Cuatro actos de impiedad de los militares terroristas israelíes en los últimos días: un ataque directo al ala pediátrica del hospital Nasser en el sur de Gaza asesinó a Dunia Abi Mohsen, una niña de doce años que había sido víctima de un bombardeo anterior donde perdió, aparte de a su familia, una pierna; un francotirador israelí asesinó a una madre y una hija cristianas que estaban refugiadas en el complejo de la parroquia de la Sagrada Familia en Gaza, noticia cuya fuente no es Hamás sino el Patriarcado Latino de Jerusalén; en Canal 14, televisión de Israel, un periodista llamado Shimon Ritklin expresa lo que quizás le habría dado pudor verbalizar incluso a un gerifalte nazi: “No puedo dormir sin ver casas destruidas en Gaza. Necesito más y más casas destruidas de palestinos hasta que no tengan donde volver. Estoy a favor de los crímenes de guerra”; un bulldogzer del ejército israelí entró en el patio de un hospital donde había instalados heridos arrasando y provocando víctimas mortales. Impiedades en estado puro que se comentan solas.

Vuelvo a la pura infamia de la moción ítalofrancoalemana: el apoyo al país poderoso, que no respeta ninguna norma de guerra establecida por las convenciones internacionales, contra un pueblo casi indefenso. Estas pequeñas cosas, que casi pasan inadvertidas en la avalancha de noticias que nos arrollan, para mí manifiestan una dimensión moral de la que necesito no sustraerme. Es pura maldad (y no soy dado a reflexionar en términos de maldad o bondad absolutas) apoyar al que, más allá de sus objetivos militares, está llevando a cabo una venganza que trasciende la conocida Ley del Talión, pues no estamos en el "ojo por ojo y diente por diente" sino en la lógica de los nazis, que cuando sucedía una acción de la Resistencia que eliminaba a soldados alemanes ocupantes, como represalia mataban a equis número de personas. Así lo hicieron en Serbia y en las Fosas Ardeatinas en Italia. En Serbia, probablemente por estar categorizados los eslavos como subhumanos, el alto mando nazi estableció en 1941 una relación de cien ejecutados por cada soldado alemán abatido por la Resistencia. Si el soldado resultaba herido, la cifra de represaliados se rebajaba a cincuenta. Para que la venganza no resultara muy trabajosa para las tropas nazis solían tener una amplia bolsa de rehenes. De todas maneras, no siempre cumplían la norma. Tras un enfrentamiento con la guerrilla, el 16 de octubre de 1941 cerca de la ciudad de Kragujevac, en el que murieron 10 soldados alemanes y 26 resultaron heridos la venganza, en términos matemáticos, suponía masacrar a 2300 personas siguiendo lo que los nazis llamaban “la regla de la expiación”. El resultado final, concretado el 21 de octubre, fue la ejecución en Kragujevac de 2264 personas y una macabra propina de 1700 en Kraljevo, situada a 50 kms de distancia. Más conocida es la masacre de las Fosas Ardeatinas donde en 1944, como represalia a un atentado en Roma que mató a 28 policías alemanes y dos italianos, se ordenó la ejecución de 10 italianos por cada alemán muerto. Así, en las Fosas Ardeatinas, una mina abandonada, fueron ejecutadas 335 personas. 

Suponiendo, aunque ya está claro que no, que Hamás matara 1200 personas en su ataque del 7 de octubre, ya la proporción en ese tiro al blanco a un territorio bloqueado donde hay 2,3 millones de rehenes es de más de 25 a 1. Israel, insisto, es un emulador aventajado de los nazis. Ese bombardeo continuó, esa matanza de niños que apela a nuestras conciencias, lo que sirve de poco, y deja como miserable a una impávida comunidad internacional que, infame, no adopta sanción alguna contra Israel, no tiene ninguna diferencia moral con ese horror no tan lejano llamado nazismo. 

Iba a acabar ya esta primera parte referida a la matanza de Gaza, pero las iniquidades, en un carrusel enloquecido, no amainan. EEUU anunció el lunes 18 la operación militar que, en otra pequeña vileza, lleva el cínico nombre de Guardianes de la Prosperidad. Yemen, un pequeño país en el suroeste de la Península Arábiga, lleva desde hace alrededor de un mes hostigando a los barcos mercantes que están relacionados con Israel o se dirigen a su territorio a través del Mar Rojo, teniendo que cruzar el estrecho de Bab el-Mandeb cuya orilla oriental controla Yemen. Lo cierto es que este país es el único que en la práctica, al menos que sepamos, ha pasado de la vana solidaridad de la palabra a la consistente de los hechos. La medida está teniendo efectividad. Grandes compañías navieras han decidido, por temor a los ataques, circunnavegar África con el encarecimiento de costos que supone. La condición de Yemen para acabar con sus acciones es el cese de la agresión terrorista que sufre Gaza a manos de Israel y que llegue la tan necesaria ayuda humanitaria.

Fíjense en la vergüenza y catástrofe moral: nadie mueve política, económica y mucho menos militarmente un dedo para salvar a miles de niños inocentes de la barbarie en forma de bombardeos masivos continuos. En cambio, en unas pocas semanas, para “salvar” una importante ruta que condensa el 30% del comercio mundial, EEUU monta la pantomima de la coalición militar con sus lacayos. Digo pantomima porque no albergo duda alguna de que el poderío naval de EEUU se basta, ojalá no fuera así, para controlar ese estrecho e incluso castigar la osadía antiimperialista de Yemen con ataques a su territorio. El paripé de la coalición tiene dos objetivos: que los sirvientes europeos, con la correa cada vez más corta, sean aún más conscientes de que lo son y, de cara a grandes sectores de la población, reiterar el cuento, tan rimbombante como manido, de esa “comunidad internacional” que son alrededor de 1000 millones de personas en un planeta de más de 8000 millones. Esta coalición es una afrenta para la humanidad, pues nos revela la esencia del capitalismo: un predominio absoluto del negocio, de la riqueza de las élites, en el que las personas, especialmente de los países pobres, no valen nada. Los palestinos son esos nadie de los que nos hablaba esa voz imprescindible que era, y es, Eduardo Galeano. Y contra otros nadie, como son los yemeníes, dirige ahora sus baterías el imperio yanqui, pues no tolera que con sus magras fuerzas el pueblo de Yemen quiera entorpecer el brazo del matón que demuele Gaza y de sus imprescindibles cooperadores.

Faltan algunas gotas, o chorros, de iniquidad, pero el tema del ataque a Gaza es tan devastador que prefiero dejar las iniquidades que se salen de ese martirizado ámbito geográfico, trasladándome a Argentina y acabando en el estado español, para una segunda parte.

Añadido que escribo el 25 de diciembre: ayer noche fue el mensaje navideño de Felipe VI. Sospecho que el nieto político de Franco casi no ve la televisión ni se da un garbeo por las redes sociales de vez en cuando, porque si no me parece imposible que ante la catarata de imágenes del horror de miles de criaturas asesinadas en Gaza no hiciera referencia alguna, aunque sea mínima, timorata y elíptica, a una de las mayores infamias del presente siglo. Su padre en el mensaje navideño de 2001, lo busqué y lo comprobé, dedicó parte del discurso a clamar contra el terror del 11S en el corazón del Imperio. El terror multiplicado de Gaza, periferia del Imperio donde han sido derribadas tres Torres Gemelas (2900 por 3) llenas de infancia y en cuya “noche de paz, noche de amor” no han parado los bombardeos, merece el silencio de este clasista al que se le fue todo el tiempo en totemizar la Constitución del 78 como elemento ante el que postrarse. Sé que ser rey es encarnar, como dice la definición de iniquidad, una injusticia grande, pero disimula un poco Felipe.

Nota: aunque en la fecha del texto aparece el 18 de diciembre, día en que lo empecé, lo terminé y fijé en la pared del callejón el 22 de diciembre. El 25, después de oír el silencio clamoroso del mensaje del rey, añado el párrafo anterior. Para quienes han llegado aquí (y para los que no también, por supuesto) mi deseo de un 2024 donde en lo personal la sonrisa y las chiribitas tuerzan el brazo al ceño. Este texto es el último del año, aunque seguramente cerraré el 2023 subiendo uno de esos poemas que de vez en cuando intercalo en estas paredes infinitas.

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