jueves, 18 de mayo de 2023

La Unión Deportiva Las Palmas

Este no es un blog, huelga decirlo, que verse sobre temas deportivos. No obstante, dudo que hablar de fútbol sea hacerlo exclusivamente sobre un deporte. En otras geografías quizás podría aplicarse lo mismo a otras disciplinas deportivas aunque no cabe duda de que ninguna tiene la penetración global del fútbol. En un descampado con una pelota desgastada y cuatro piedras tienes un campo de juego y dos porterías. Así era, por ejemplo, en mi barrio, Buenavista, en los 60 e inicios de los 70 en un terreno que pocos años después fue otro bloque de viviendas. Y el faro que nos iluminaba a aquellos niños se llamaba Unión Deportiva Las Palmas, ese equipo que ahora mismo está abusando de la paciencia de unos confabulados, a su favor, dioses del fútbol. Un equipo cuyo nombre es reflejo fiel de sus orígenes, pues esa “unión” que encabeza su nombre es la de los cinco clubs que aparecen dentro de su escudo y que dieron origen a una entidad superior que pudiera competir a nivel nacional. Es un nacimiento hermoso que implicó el sacrificio de otras formaciones que, sin desaparecer, ya solo podrían competir en el llamado fútbol base. Ese equipo, fundado en 1949, se convirtió, siguiendo las palabras del escritor Manuel Vázquez Montalbán sobre el Barça, en una especie de ejército desarmado de Gran Canaria, era la representación más destacada de nuestra isla, un símbolo que nos convocaba a todos cada 15 días en el viejo Estadio Insular como fuente de posible alegría y autoafirmación. Durante bastantes años los componentes de la plantilla, salvo los porteros, fueron todos canarios, incorporándose después los oriundos y un par de extranjeros, casi siempre sudamericanos por la similitud con la idiosincrasia técnica del fútbol canario. 

Siempre recordaré a mi madre, como la inmensa mayoría de mujeres de su época ajenas al fútbol (hasta los años 80 ó 90 ibas a los partidos y casi te sorprendías cuando en aquel mar de hombres veías a una mujer, por supuesto, siempre acompañada de su pareja masculina), preguntándome “cómo quedó Las Palmas”. Y no puedo evitar pensar, seguro que sacando los pies del tiesto, que hasta aquella mujer ajena a la pelota sentía que el “equipillo” era nuestro estandarte de isla perdida en el Atlántico que, sobretodo a fines de los 60 y en los 70, tenía un fútbol diferenciado, que el citado Vázquez Montalbán en algún artículo en El País definió como pausado, lento y envolvente para un rival que a veces, no muchas ciertamente, al menos en la península, quedaba cuasi hipnotizado y derrotado.

La Unión Deportiva, cuando publico este texto, está en la vorágine, en ese tobogán de emociones que está siendo la lucha por el ascenso. Yo no voy a hablarles, ustedes lo imaginarán, de jugar mejor o peor, aunque, desdiciéndome rápidamente, déjenme decir algo sobre jugar bien o mal. El domingo 14 de mayo, a la misma hora que la UD nos dejaba mohínos por su empate con el Villarreal B, el equipo al que, fruto de mi antimadridismo, sigo como segundo tras Las Palmas, el Barça, ganó, con cuatro jornadas de antelación y unos números impecables, el título de liga. Sin embargo, no me gusta dejar la capacidad crítica olvidada en un altillo. En muchos de sus enfrentamientos a mí el fútbol del Barça me ha aburrido soberanamente y si veo un partido me gusta que gane el equipo al que sigo, pero no al precio del tedio, de la ausencia de una jugada decente que convierta el fútbol en una pequeña delicia que mereció un maravilloso libro de Eduardo Galeano llamado El fútbol a sol y sombra. Si el objetivo es sólo el triunfo y el camino no importa con enterarme del resultado al final tengo bastante. Lo siento, nunca he creído que el fin justifique los medios. Consiguió el objetivo, eso es impepinable. Alegría desbordada y celebración. La que sentiremos y haremos si la UD logra el ascenso, pero conviene ser crítico siempre, no ceder, aunque la pasión te acompañe, a la tentación de comulgar con ruedas de molino. Y pondré como ejemplo al equipo que siempre quiero que pierda: el Real Madrid. Sería un necio si no admirara su fe absoluta hasta el final del partido, esa cabeza alzada, sobretodo en Europa, cuando muchos equipos, casi todos, en circunstancias muy adversas, ya se habrían rendido. Si fruto de ser su enemigo no reconociera esa virtud me sentiría un tipo miserable que no intenta analizar con honestidad la realidad. Y aquí, imagino que lo han percibido, no estoy hablando solo de fútbol, hablo de forofismo vital, un elemento que afecta, en cualquier orden, la capacidad de reflexión. Dicen que, aparte del profesado a los hijos, el único amor permanente e incondicional de nuestras vidas es el de los colores futbolísticos. En el fútbol siempre te piden, y el aficionado la ofrece, militancia incondicional. Y generalmente te la llevas hasta la tumba, pero eso no implica la militancia acrítica, esa que a veces trata al futbolista como una especie de niño pequeño y mimado. Más injustificable aún hacia unas personas cuyos salarios, aunque hablamos de segunda división, están a una distancia sideral del salario medio en el estado español que, según el digital económico Expansión, fue en 2022 de 28.360 euros brutos al año. Según la página Salary Sport la masa salarial anual de los 25 componentes de la plantilla es de 12.142.416 euros. O sea, una media anual de 485.696 euros por jugador que implica unas 17 veces el salario medio del estado. Y ojo, sé que esa media, como casi todas las estadísticas, tiene pliegues tramposos, pues hay un desnivel importante entre unos pocos jugadores y otros muchos. No obstante, hasta el peor pagado gana más que, por ejemplo, los 76.823 euros brutos que ingresa Ángel Víctor Torres, presidente del Gobierno de Canarias. 

Reconozco que viendo los salarios escandalosos del fútbol, mayormente en primera, siempre me he cuestionado, con escasísimo éxito y  mucho menor empeño, la necesidad de desaficionarme. Cierto que, permítaseme la broma, después veo la exhibición del Manchester City en la primera parte del partido de vuelta de la semifinal de Champions contra el Real Madrid y casi propondría al fútbol, cuando es magistralmente jugado, como una de las bellas artes.

En cualquier caso mientras, ya en el ocaso, intento volverme un desafecto, y viendo que la primera división está a la distancia de ganar los dos últimos partidos, o si los dioses siguen encaprichados quizás de un esfuerzo menor, acabo con el cántico de aliento histórico de la grada que ha caído en cierto desuso. Su origen es controvertido, algunos lo sitúan en un aficionado del Marino que vino de Cuba y otros en la simbiosis fútbolística canario-inglesa de inicios del siglo XX. Me refiero al famoso

Riqui Raca

Sin Bon baca, sin Bon ba

¡Hurrá, hurrá, hurrá!

¡Las Palmas, Las Palmas!

¡Y nadie más!


domingo, 7 de mayo de 2023

La persona y la obra (o la invasión de los lectores ultrasensibles)

Creo que ya lo comenté en algún otro texto, a veces el título es un martirio chino y me pone negro encontrar uno que me satisfaga, y en otras ocasiones, las menos, me parece que también lo expresé, en cambio está puesto sin empezar a escribir una palabra. Hoy es de esos casos en que, sin saber muy bien por que andurriales me llevará el callejón y sus ramales, el encabezamiento no me hace pasarlas negras y además pienso que acerté en el blanco.

Quien suela leer mis escritos probablemente estará extrañado con el arranque y la proliferación en tan pocas líneas de tantas alusiones raciales. Está hecho, si el código penal pudiera aplicárseme, con toda la alevosía del mundo. He querido zafarme, aunque sea por un breve párrafo, de las correcciones político-lingüísticas que hoy cabalgan desbocadas, como, perdonen el ripio, negro cimarrón huyendo de la plantación. 

Me ha surgido la idea de algunas noticias que tienen en común el título que lo encabeza: la relación entre la persona, ese ente de pobre carne mortal sujeta a tantas servidumbres, y su obra. Entendiendo por obra un marco muy amplio que abarcaría desde lo artístico y cultural a lo científico e incluso lo tecnológico. La persona en cuestión (y la obra quizás también) puede estar viva o muerta. Entiendo que los vivos tienen posibilidad de defender su labor. Los muertos en cambio, adalides aparte, lo tienen imposible.

Empezaré por los muertos y unas noticias sobre cambiar la literalidad de la obra de algunos autores. Como primer ejemplo tenemos a Agatha Christie. Según El País la editorial HaperCollins eligió una comisión de “lectores sensibles” (sería interesante conocer los parámetros que marcan la sensibilidad o insensibilidad de esos leyentes) que eliminaron y modificaron “referencias étnicas y descripciones físicas” realizadas en sus novelas. O sea, la editorial está reescribiendo algunas de sus obras para adaptarlas a las “nuevas sensibilidades”. Las creaciones de Agatha Christie, como las de cualquier novelista,  son testimonio de su tiempo, una fuente histórica con sus bondades y sus lacras, con el racismo y el clasismo, que son pareja de baile y de los que, no tengo duda, estaría impregnada esta señora. Por supuesto, han eliminado las referencias a negros, judíos y gitanos, ni permitirán decir que un juez tiene el “temperamento de un indio”, desconozco si americano o asiático, que igual son de temperamentos diferentes. No se podrá comparar el torso de una mujer con el “mármol negro” (con el mármol blanco imagino que lo habrían tolerado, aunque puede ser que los comisionados detesten las metáforas en general), ni decir “oriental”, que recuerda al peligro amarillo de los comics o las películas de Fu Manchú de mi infancia. O se elimina una frase donde alguien dice que los ojos y narices de un grupo de niños, que molestan a los que seguramente serán una partida de estirados blancos racistas, les parecen “repugnantes”. 

HaperCollins, o cualquier editorial de cualquier país, tiene derecho a no publicar una línea racista, homófoba, xenófoba o que se salga un milímetro de los hipotéticos valores de la empresa o del canon social imperante, pero a lo que nadie debe tener derecho es a tocar una coma de una obra de quien ya no puede defenderla o, si lo considera pertinente, consentir los cambios. HarperCollins debe ser coherente y renunciar a la difusión de las creaciones de la señora Christie por sus altos principios éticos. No obstante, sospecho que a un nivel no inferior a su rectitud moral está su amor por los pingües beneficios del negocio que es editar a la gran pergeñadora de enigmas policiacos de buena parte del siglo XX. Señores, la congruencia es prescindir de las grandes ventas intemporales de la autora de Diez negritos Lo siento, perdón, en algunos países ya esa novela no se llama así. En Francia le pusieron un insulso Eran diez y en España Y no quedó ninguno, título bastante más siniestro y muchísimo más vulgar que el original.

Con otro autor, este básicamente de literatura infantil no almibarada, Roald Dahl, esta vez extraigo la información del digital catalán El Nacional, está ocurriendo algo similar. Otra comisión de "lectores sensibles", hay peligro de proliferación pandémica, le hace un "lifting lingüístico" que lo va a dejar con menos salero que toda esa pléyade de gente operada que tiene la cara, y sospecho que el alma también, con el tacto y la expresividad del cartón piedra. Veamos: el niño gordo pasa a ser “enorme” (este cónclave de lectores contratados parece que puede ser un poco cabroncete), los enanos de la fábrica de chocolate de Willy Wonka se convierten en “personas pequeñas” (así expresado, resulta indefinido y engloba a los niños). Por cierto, si tiras de este hilo  te cargas El señor de los anillos por la presencia de esas "personas pequeñas" que son  los enanos y  los hobbits. Se vetan términos como feo (todos guapos por decreto) o loco. A Matilda, uno de sus personajes emblemáticos, le impedirán leer al colonialista Ruyard Kipling que además de sobre Mowgli y Baloo escribió La carga del hombre blanco, poema de imperialista sufridor donde describe el sacrificio de los blancos intentado redimir a pueblos, oscuros por supuesto, “mitad demonios, mitad niños”. 

El colofón, según el digital 20 minutos, es Bond, James Bond, el 007 ya no dirá negro, y los "comisionistas sensibles" en este caso alterarán o suprimirán las escenas de sexo como una en la que el agente visita un club de striptease. Quizás desde la comisión de altas sensibilidades lo manden a meditar y recogerse en un convento de carmelitas descalzas, circunstancia que puede ser bastante más perturbadora, como nos muestra desde hace siglos El Decamerón, que un insulso puticlub. 

Ian Fleming Corporations: renuncien a publicar la obra de un autor ya fallecido que creó un personaje machista y con licencia para asesinar (esto en cambio no importa nada, lo vemos con absoluta normalidad), que trata a las mujeres como objetos de usar y tirar y que desprecia cualquier pueblo de tez no lechosa y que no tenga la civilizada costumbre de tomar un té a las cinco de la tarde. Sean consecuentes hasta el final y hagan el sacrificio que les daría credibilidad: abandonen la práctica de hacer dinero con creaciones que según parece les repugnan. A lo que no tienen derecho, insisto, es tocar una palabra de las obras. Como no las tocarían de un ensayo por muy perturbadoras e incorrectas o miserables que fueran las tesis del autor. Simplemente, no lo publicarían.

Un desvío momentáneo, otro más, en el callejón. En lo referido al tema de los negros se ha presentado una polémica curiosa con respecto a una docuserie (esa mezcla de la opinión de sesudos especialistas con un hilo narrativo-creativo interpretado por actores) de Netflix en la que se muestra a la reina Cleopatra como una mujer negra. Especialistas en el Egipto Antiguo han dicho que perteneciendo esta reina a la Dinastía Ptolemaica, fundada en el siglo IV a. c. por un general de Alejandro Magno, era una persona de origen griego y blanca. El problema es que no es una serie de ficción plena sino que tiene partes de documental. Claro, ahí el rigor debe imperar, eso ya no es sólo ficción histórica donde se sitúan en escena personajes reales que accionan, junto a otros inventados, a la conveniencia de la trama y las intenciones del autor. Una aclaración: todo el reconocimiento al sufrimiento de los millones de esclavos negros que durante más de 300 años, entre el siglo XVI y el XIX fueron raptados o comprados por negociantes blancos con la colaboración de reyes, enemigos entre sí, pero tan negros como los capturados. Y esto no es baladí, demuestra que la clase o estrato social, en cualquier época y lugar, es un elemento mucho más determinante que el color de la piel. Ustedes me dirán: si se peleaban tribus vecinas los capturados eran vendidos a los esclavistas todos por igual. Pues no. Al hijo del rey derrotado o de un noble le extraían un beneficio mayor fijando un rescate pues a los traficantes, en las subastas, lo que iban a valorarle era lo sana y fuerte que fuera la "mercancía", no su pedigrí. O sea, los económicamente pudientes recobrarían la libertad. 

Reconocimientos aparte, la raza no te hace bondadoso o malévolo, ni vamos a resarcir una gota del sufrimiento padecido por hacer alteraciones históricas desde una política inclusiva actual, muy en boga en la ficción, donde en algunas series televisivas como Los Bridgerton vemos ficticias sociedades decimonónicas de pudientes multirraciales, pero nunca, salvo con un sesgo negativo, nos enseñan sociedades donde la igualdad racial se acompañe de una mayor justicia económica que nos acerque a una sociedad más igualitaria. Mensaje subliminal: la sociedad de clases, con sus ricos y pobres multirraciales, es irremplazable, y oponerse a ella es algo bienintencionado pero (aquí llega la palabra muro) utópico. Me viene a la mente que en los albores de este siglo una compañera del instituto de Formación y Orientación Laboral hizo unos carteles con su alumnado donde, entre otras expresiones del trabajo humano, se veía una mujer negra empoderada, puño en alto, con un casco de obra. Muy poco tiempo después, con George Bush II, invasor en 2001 y 2003 de Afganistán e Iraq, hubo una mujer negra muy empoderada, cierto que no alzaba el puño y llevaba, aunque solo fuera simbólicamente, otro tipo de casco, uno militar que provocó decenas de miles de asesinados: Condoleezza Rice, halcón militarista del Partido Republicano, que desde la Secretaría de Estado dirigía en esos momentos la política exterior de EEUU.

Abandono el callejoncito y vuelvo al cauce principal. Con otro tipo de creaciones el intervencionismo modificador es más complicado. Me refiero al siempre controvertido territorio de las artes plásticas. Todo el mundo está al tanto del machismo de Picasso y el maltrato al que, según dicen, sometió a todas sus parejas. Creo que quizás habría que ponerle, en honor a las "personas sensibles", que aquí no pueden dar una pincelada que blanquee (oh, perdón), un telóncito al Guernica y que la persona aventurada que quiera ver el cuadro de un misógino tenga la osadía moral de descorrerlo y enfrentarse a la obra del desalmado. Claro, si entramos en el campo de la ciencia la cosa se complica. Cuántos avances cabalgarán a lomos, no de gigantes, sino de auténticos impresentables. Un ejemplo: Fritz Haber, un químico alemán, casi en  paralelo inventó una técnica para producir fertilizantes artificiales a gran escala que ayudaron a combatir las hambrunas, y potenció la investigación de gases tóxicos para, esquivando las trabas legales, usarlos de manera novedosa en los campos de batalla en la Primera Guerra Mundial. Los agentes químicos estaban prohibidos en las armas, pero, haciendo un regate legal, buscaron usarlos mediante bidones en los que el viento fuera el factor expansivo. El mismo hombre repartió en grandes cantidades vida y muerte. 

Entro ya en el autor vivo y su obra. Dos hombres, referentes de la izquierda, han sido recientemente cuestionados por su relación con personas que han trabajado a sus órdenes. Me refiero a Boaventura de Sousa y a Vicenç Navarro. Uno portugués y el otro catalán, han desarrollado su labor en el ámbito universitario en diferentes países. Además están ubicados en el espectro ideológico de la denominada izquierda transformadora. El primero ha sido acusado de acoso sexual y trato abusivo por tres mujeres que trabajaron con él en diferentes momentos. El segundo, fuera de la universidad hace varios años, de trato despótico con sus colaboradores y el personal administrativo. Escritores habituales en las páginas de opinión del digital Público, este medio ha decidido prescindir de la colaboración de ambos. Estos casos son, más allá de lo que las investigaciones determinen, lacerantes, pues ambos son destacados pensadores que han estudiado y denunciado las injusticias que asolan a las clases más desfavorecidas. Es indudable que impacta de manera muy negativa para la causa de la izquierda que dos personas de esa enjundia intelectual en el trato cotidiano a sus colaboradores cercanos o a otras personas en una posición subalterna, quizás hayan actuado con parámetros absolutamente contrarios a sus propias prédicas de justicia social. 

En el citado digital Público Alfredo González-Ruibal ha escrito un interesantísimo artículo llamado La izquierda siempre ha sermoneado. Y hace bien, que viene a colación con este asunto. El autor defiende que en algunos ámbitos se piensa que “la izquierda se ha vuelto moralizante y puritana” mientras la derecha “defiende la libertad moral y el hedonismo”. Bien sabemos que ahora la palabra libertad es el tótem electoral de la derecha. Afirma González-Ruibal que “los movimientos emancipatorios han sermoneado desde que existen”. Y añade algo que comparto plenamente: “la revolución tiene que ser tanto ética como política. Es más, no se pueden distinguir una de la otra”. Habla de que la derecha siempre ha sido, aunque sea de manera implícita, hedonista. Y pone el ejemplo de la Iglesia, máxima autoridad moral en la Edad Media, regentando o dando licencias de prostíbulos, o de los señoritos, burgueses o nobles, violando a sus criadas embarazándolas de hijos de los que se desentendían. El autor lo enmarca en algo bastante conocido: la hipocresía burguesa. Así, expone que la izquierda criticaba el derecho de pernada y defendía a quienes sufrían unas relaciones sexuales o unos abusos que son sobretodo unas “relaciones de dominación”. También hace referencia a las críticas de quienes querían cambiar el mundo, al alcoholismo que devastaba los barrios obreros y abotargaba las conciencias. Siempre, añado yo, recuerdo ver cartelería soviética criticando el consumo excesivo de bebidas espirituosas y recomendando hábitos saludables.

La noticia de Boaventura y Navarro muestra dos elementos de los que habla el texto de González-Ruibal: la hipocresía burguesa de no practicar en mis relaciones cotidianas la justicia  que defiendo en mi actividad pública y, por otro lado, que la esencia del abuso siempre viene de las posiciones de poder. Fijémonos en que el señorito lo tenía muy fácil para atropellar a una criada analfabeta que teme caer a un nivel de explotación, la prostitución, aún peor. Sin embargo, quienes denuncian a Boaventura o en su momento a Plácido Domingo o en términos de abuso laboral a Vincenç, son personas del siglo XXI con alta formación que lo han hecho después de pasar años de los supuestos hechos. La posición de inferioridad que implica la posible pérdida del trabajo alimenta los silencios. El poder casi siempre es la clave en cualquier ámbito y, reitero, desde la izquierda, por justicia y moral, nos oponemos, como esencia de nuestra ideología, a las prácticas abusivas. Estas prácticas basadas en el escalafón ni siquiera son uso exclusivo de los hombres. Eldiario.es ha informado de que la Universitat de Barcelona propone apartar de sus funciones a Margarita Díaz-Andreu, prestigiosa arqueóloga y premio nacional de investigación de 2021, tras  ser denunciada en diversas ocasiones por acoso laboral, mayormente a mujeres.

Quiero hacer una última consideración, quizás polémica, acerca de si el oprobio, que si se demuestran las acusaciones puede caer sobre la persona, debe transferirse a su obra. Mi opinión es que no. Las aportaciones de Navarro al estudio de la estructura social de la España de Franco y sus artículos sobre actualidad tienen el mismo valor que antes de enterarnos de esta noticia. Esto viene a enlazar con el arranque de este texto. Cierto que aquí la situación es inversa a los casos mostrados al principio: los textos no plantean dilemas por expresiones incorrectas de personas ya incuestionables por estar muertas y, en cambio, sería la mala praxis de los autores con sus subordinados la que cuestionaría su obra, no las ideas que esta transmite. Aquí no cabe modificar párrafos o palabras, son escritos del ámbito científico de las Ciencias Sociales que no aumentan o disminuyen su valor en función de la catadura moral de sus autores. Para ellos, personas físicas, el castigo que sea menester, como para sus posibles víctimas la reparación pertinente, pero sus obras, si son valiosas, deben perdurar.


Nota: 

En todos los artículos de este blog está operativa la posibilidad de expresar quien lo desee su opinión que siempre será respetada, en el sentido de no eliminada (como para hacerlo después de marcarme este rollazo), salvo que surja el insulto. Una vez, al principio de la singladura de este callejón allá por 2011, un señor, amable, al ver mi manera de pensar me escribió una lista con los precios de los pasajes a Cuba, Corea del Norte, China, etc. En donde él la ubicó sigue. No recuerdo bien y temo la memoria reconstructiva, pero creo que hasta se lo agradecí.

lunes, 1 de mayo de 2023

Contradicciones nocturnas

1

Y habrá noches

de tiranías interminables

donde imperará la licuefacción.

Retornarán (para morir) los saberes

carceleros de la amnésica memoria

emboscados tras las curvas

donde la matanza de los amantes,

bello claroscuro,

alumbra y alienta el mundo.


2

Ya pasó el tiempo

de salir una noche

y camuflado en reverberantes sombras,

con paciencia orfebre

hallar la tesitura perfecta,

nudo y camino,

entre la voz elegida,

unas sábanas revueltas

y un olvido para toda la vida.