domingo, 7 de mayo de 2023

La persona y la obra (o la invasión de los lectores ultrasensibles)

Creo que ya lo comenté en algún otro texto, a veces el título es un martirio chino y me pone negro encontrar uno que me satisfaga, y en otras ocasiones, las menos, me parece que también lo expresé, en cambio está puesto sin empezar a escribir una palabra. Hoy es de esos casos en que, sin saber muy bien por que andurriales me llevará el callejón y sus ramales, el encabezamiento no me hace pasarlas negras y además pienso que acerté en el blanco.

Quien suela leer mis escritos probablemente estará extrañado con el arranque y la proliferación en tan pocas líneas de tantas alusiones raciales. Está hecho, si el código penal pudiera aplicárseme, con toda la alevosía del mundo. He querido zafarme, aunque sea por un breve párrafo, de las correcciones político-lingüísticas que hoy cabalgan desbocadas, como, perdonen el ripio, negro cimarrón huyendo de la plantación. 

Me ha surgido la idea de algunas noticias que tienen en común el título que lo encabeza: la relación entre la persona, ese ente de pobre carne mortal sujeta a tantas servidumbres, y su obra. Entendiendo por obra un marco muy amplio que abarcaría desde lo artístico y cultural a lo científico e incluso lo tecnológico. La persona en cuestión (y la obra quizás también) puede estar viva o muerta. Entiendo que los vivos tienen posibilidad de defender su labor. Los muertos en cambio, adalides aparte, lo tienen imposible.

Empezaré por los muertos y unas noticias sobre cambiar la literalidad de la obra de algunos autores. Como primer ejemplo tenemos a Agatha Christie. Según El País la editorial HaperCollins eligió una comisión de “lectores sensibles” (sería interesante conocer los parámetros que marcan la sensibilidad o insensibilidad de esos leyentes) que eliminaron y modificaron “referencias étnicas y descripciones físicas” realizadas en sus novelas. O sea, la editorial está reescribiendo algunas de sus obras para adaptarlas a las “nuevas sensibilidades”. Las creaciones de Agatha Christie, como las de cualquier novelista,  son testimonio de su tiempo, una fuente histórica con sus bondades y sus lacras, con el racismo y el clasismo, que son pareja de baile y de los que, no tengo duda, estaría impregnada esta señora. Por supuesto, han eliminado las referencias a negros, judíos y gitanos, ni permitirán decir que un juez tiene el “temperamento de un indio”, desconozco si americano o asiático, que igual son de temperamentos diferentes. No se podrá comparar el torso de una mujer con el “mármol negro” (con el mármol blanco imagino que lo habrían tolerado, aunque puede ser que los comisionados detesten las metáforas en general), ni decir “oriental”, que recuerda al peligro amarillo de los comics o las películas de Fu Manchú de mi infancia. O se elimina una frase donde alguien dice que los ojos y narices de un grupo de niños, que molestan a los que seguramente serán una partida de estirados blancos racistas, les parecen “repugnantes”. 

HaperCollins, o cualquier editorial de cualquier país, tiene derecho a no publicar una línea racista, homófoba, xenófoba o que se salga un milímetro de los hipotéticos valores de la empresa o del canon social imperante, pero a lo que nadie debe tener derecho es a tocar una coma de una obra de quien ya no puede defenderla o, si lo considera pertinente, consentir los cambios. HarperCollins debe ser coherente y renunciar a la difusión de las creaciones de la señora Christie por sus altos principios éticos. No obstante, sospecho que a un nivel no inferior a su rectitud moral está su amor por los pingües beneficios del negocio que es editar a la gran pergeñadora de enigmas policiacos de buena parte del siglo XX. Señores, la congruencia es prescindir de las grandes ventas intemporales de la autora de Diez negritos Lo siento, perdón, en algunos países ya esa novela no se llama así. En Francia le pusieron un insulso Eran diez y en España Y no quedó ninguno, título bastante más siniestro y muchísimo más vulgar que el original.

Con otro autor, este básicamente de literatura infantil no almibarada, Roald Dahl, esta vez extraigo la información del digital catalán El Nacional, está ocurriendo algo similar. Otra comisión de "lectores sensibles", hay peligro de proliferación pandémica, le hace un "lifting lingüístico" que lo va a dejar con menos salero que toda esa pléyade de gente operada que tiene la cara, y sospecho que el alma también, con el tacto y la expresividad del cartón piedra. Veamos: el niño gordo pasa a ser “enorme” (este cónclave de lectores contratados parece que puede ser un poco cabroncete), los enanos de la fábrica de chocolate de Willy Wonka se convierten en “personas pequeñas” (así expresado, resulta indefinido y engloba a los niños). Por cierto, si tiras de este hilo  te cargas El señor de los anillos por la presencia de esas "personas pequeñas" que son  los enanos y  los hobbits. Se vetan términos como feo (todos guapos por decreto) o loco. A Matilda, uno de sus personajes emblemáticos, le impedirán leer al colonialista Ruyard Kipling que además de sobre Mowgli y Baloo escribió La carga del hombre blanco, poema de imperialista sufridor donde describe el sacrificio de los blancos intentado redimir a pueblos, oscuros por supuesto, “mitad demonios, mitad niños”. 

El colofón, según el digital 20 minutos, es Bond, James Bond, el 007 ya no dirá negro, y los "comisionistas sensibles" en este caso alterarán o suprimirán las escenas de sexo como una en la que el agente visita un club de striptease. Quizás desde la comisión de altas sensibilidades lo manden a meditar y recogerse en un convento de carmelitas descalzas, circunstancia que puede ser bastante más perturbadora, como nos muestra desde hace siglos El Decamerón, que un insulso puticlub. 

Ian Fleming Corporations: renuncien a publicar la obra de un autor ya fallecido que creó un personaje machista y con licencia para asesinar (esto en cambio no importa nada, lo vemos con absoluta normalidad), que trata a las mujeres como objetos de usar y tirar y que desprecia cualquier pueblo de tez no lechosa y que no tenga la civilizada costumbre de tomar un té a las cinco de la tarde. Sean consecuentes hasta el final y hagan el sacrificio que les daría credibilidad: abandonen la práctica de hacer dinero con creaciones que según parece les repugnan. A lo que no tienen derecho, insisto, es tocar una palabra de las obras. Como no las tocarían de un ensayo por muy perturbadoras e incorrectas o miserables que fueran las tesis del autor. Simplemente, no lo publicarían.

Un desvío momentáneo, otro más, en el callejón. En lo referido al tema de los negros se ha presentado una polémica curiosa con respecto a una docuserie (esa mezcla de la opinión de sesudos especialistas con un hilo narrativo-creativo interpretado por actores) de Netflix en la que se muestra a la reina Cleopatra como una mujer negra. Especialistas en el Egipto Antiguo han dicho que perteneciendo esta reina a la Dinastía Ptolemaica, fundada en el siglo IV a. c. por un general de Alejandro Magno, era una persona de origen griego y blanca. El problema es que no es una serie de ficción plena sino que tiene partes de documental. Claro, ahí el rigor debe imperar, eso ya no es sólo ficción histórica donde se sitúan en escena personajes reales que accionan, junto a otros inventados, a la conveniencia de la trama y las intenciones del autor. Una aclaración: todo el reconocimiento al sufrimiento de los millones de esclavos negros que durante más de 300 años, entre el siglo XVI y el XIX fueron raptados o comprados por negociantes blancos con la colaboración de reyes, enemigos entre sí, pero tan negros como los capturados. Y esto no es baladí, demuestra que la clase o estrato social, en cualquier época y lugar, es un elemento mucho más determinante que el color de la piel. Ustedes me dirán: si se peleaban tribus vecinas los capturados eran vendidos a los esclavistas todos por igual. Pues no. Al hijo del rey derrotado o de un noble le extraían un beneficio mayor fijando un rescate pues a los traficantes, en las subastas, lo que iban a valorarle era lo sana y fuerte que fuera la "mercancía", no su pedigrí. O sea, los económicamente pudientes recobrarían la libertad. 

Reconocimientos aparte, la raza no te hace bondadoso o malévolo, ni vamos a resarcir una gota del sufrimiento padecido por hacer alteraciones históricas desde una política inclusiva actual, muy en boga en la ficción, donde en algunas series televisivas como Los Bridgerton vemos ficticias sociedades decimonónicas de pudientes multirraciales, pero nunca, salvo con un sesgo negativo, nos enseñan sociedades donde la igualdad racial se acompañe de una mayor justicia económica que nos acerque a una sociedad más igualitaria. Mensaje subliminal: la sociedad de clases, con sus ricos y pobres multirraciales, es irremplazable, y oponerse a ella es algo bienintencionado pero (aquí llega la palabra muro) utópico. Me viene a la mente que en los albores de este siglo una compañera del instituto de Formación y Orientación Laboral hizo unos carteles con su alumnado donde, entre otras expresiones del trabajo humano, se veía una mujer negra empoderada, puño en alto, con un casco de obra. Muy poco tiempo después, con George Bush II, invasor en 2001 y 2003 de Afganistán e Iraq, hubo una mujer negra muy empoderada, cierto que no alzaba el puño y llevaba, aunque solo fuera simbólicamente, otro tipo de casco, uno militar que provocó decenas de miles de asesinados: Condoleezza Rice, halcón militarista del Partido Republicano, que desde la Secretaría de Estado dirigía en esos momentos la política exterior de EEUU.

Abandono el callejoncito y vuelvo al cauce principal. Con otro tipo de creaciones el intervencionismo modificador es más complicado. Me refiero al siempre controvertido territorio de las artes plásticas. Todo el mundo está al tanto del machismo de Picasso y el maltrato al que, según dicen, sometió a todas sus parejas. Creo que quizás habría que ponerle, en honor a las "personas sensibles", que aquí no pueden dar una pincelada que blanquee (oh, perdón), un telóncito al Guernica y que la persona aventurada que quiera ver el cuadro de un misógino tenga la osadía moral de descorrerlo y enfrentarse a la obra del desalmado. Claro, si entramos en el campo de la ciencia la cosa se complica. Cuántos avances cabalgarán a lomos, no de gigantes, sino de auténticos impresentables. Un ejemplo: Fritz Haber, un químico alemán, casi en  paralelo inventó una técnica para producir fertilizantes artificiales a gran escala que ayudaron a combatir las hambrunas, y potenció la investigación de gases tóxicos para, esquivando las trabas legales, usarlos de manera novedosa en los campos de batalla en la Primera Guerra Mundial. Los agentes químicos estaban prohibidos en las armas, pero, haciendo un regate legal, buscaron usarlos mediante bidones en los que el viento fuera el factor expansivo. El mismo hombre repartió en grandes cantidades vida y muerte. 

Entro ya en el autor vivo y su obra. Dos hombres, referentes de la izquierda, han sido recientemente cuestionados por su relación con personas que han trabajado a sus órdenes. Me refiero a Boaventura de Sousa y a Vicenç Navarro. Uno portugués y el otro catalán, han desarrollado su labor en el ámbito universitario en diferentes países. Además están ubicados en el espectro ideológico de la denominada izquierda transformadora. El primero ha sido acusado de acoso sexual y trato abusivo por tres mujeres que trabajaron con él en diferentes momentos. El segundo, fuera de la universidad hace varios años, de trato despótico con sus colaboradores y el personal administrativo. Escritores habituales en las páginas de opinión del digital Público, este medio ha decidido prescindir de la colaboración de ambos. Estos casos son, más allá de lo que las investigaciones determinen, lacerantes, pues ambos son destacados pensadores que han estudiado y denunciado las injusticias que asolan a las clases más desfavorecidas. Es indudable que impacta de manera muy negativa para la causa de la izquierda que dos personas de esa enjundia intelectual en el trato cotidiano a sus colaboradores cercanos o a otras personas en una posición subalterna, quizás hayan actuado con parámetros absolutamente contrarios a sus propias prédicas de justicia social. 

En el citado digital Público Alfredo González-Ruibal ha escrito un interesantísimo artículo llamado La izquierda siempre ha sermoneado. Y hace bien, que viene a colación con este asunto. El autor defiende que en algunos ámbitos se piensa que “la izquierda se ha vuelto moralizante y puritana” mientras la derecha “defiende la libertad moral y el hedonismo”. Bien sabemos que ahora la palabra libertad es el tótem electoral de la derecha. Afirma González-Ruibal que “los movimientos emancipatorios han sermoneado desde que existen”. Y añade algo que comparto plenamente: “la revolución tiene que ser tanto ética como política. Es más, no se pueden distinguir una de la otra”. Habla de que la derecha siempre ha sido, aunque sea de manera implícita, hedonista. Y pone el ejemplo de la Iglesia, máxima autoridad moral en la Edad Media, regentando o dando licencias de prostíbulos, o de los señoritos, burgueses o nobles, violando a sus criadas embarazándolas de hijos de los que se desentendían. El autor lo enmarca en algo bastante conocido: la hipocresía burguesa. Así, expone que la izquierda criticaba el derecho de pernada y defendía a quienes sufrían unas relaciones sexuales o unos abusos que son sobretodo unas “relaciones de dominación”. También hace referencia a las críticas de quienes querían cambiar el mundo, al alcoholismo que devastaba los barrios obreros y abotargaba las conciencias. Siempre, añado yo, recuerdo ver cartelería soviética criticando el consumo excesivo de bebidas espirituosas y recomendando hábitos saludables.

La noticia de Boaventura y Navarro muestra dos elementos de los que habla el texto de González-Ruibal: la hipocresía burguesa de no practicar en mis relaciones cotidianas la justicia  que defiendo en mi actividad pública y, por otro lado, que la esencia del abuso siempre viene de las posiciones de poder. Fijémonos en que el señorito lo tenía muy fácil para atropellar a una criada analfabeta que teme caer a un nivel de explotación, la prostitución, aún peor. Sin embargo, quienes denuncian a Boaventura o en su momento a Plácido Domingo o en términos de abuso laboral a Vincenç, son personas del siglo XXI con alta formación que lo han hecho después de pasar años de los supuestos hechos. La posición de inferioridad que implica la posible pérdida del trabajo alimenta los silencios. El poder casi siempre es la clave en cualquier ámbito y, reitero, desde la izquierda, por justicia y moral, nos oponemos, como esencia de nuestra ideología, a las prácticas abusivas. Estas prácticas basadas en el escalafón ni siquiera son uso exclusivo de los hombres. Eldiario.es ha informado de que la Universitat de Barcelona propone apartar de sus funciones a Margarita Díaz-Andreu, prestigiosa arqueóloga y premio nacional de investigación de 2021, tras  ser denunciada en diversas ocasiones por acoso laboral, mayormente a mujeres.

Quiero hacer una última consideración, quizás polémica, acerca de si el oprobio, que si se demuestran las acusaciones puede caer sobre la persona, debe transferirse a su obra. Mi opinión es que no. Las aportaciones de Navarro al estudio de la estructura social de la España de Franco y sus artículos sobre actualidad tienen el mismo valor que antes de enterarnos de esta noticia. Esto viene a enlazar con el arranque de este texto. Cierto que aquí la situación es inversa a los casos mostrados al principio: los textos no plantean dilemas por expresiones incorrectas de personas ya incuestionables por estar muertas y, en cambio, sería la mala praxis de los autores con sus subordinados la que cuestionaría su obra, no las ideas que esta transmite. Aquí no cabe modificar párrafos o palabras, son escritos del ámbito científico de las Ciencias Sociales que no aumentan o disminuyen su valor en función de la catadura moral de sus autores. Para ellos, personas físicas, el castigo que sea menester, como para sus posibles víctimas la reparación pertinente, pero sus obras, si son valiosas, deben perdurar.


Nota: 

En todos los artículos de este blog está operativa la posibilidad de expresar quien lo desee su opinión que siempre será respetada, en el sentido de no eliminada (como para hacerlo después de marcarme este rollazo), salvo que surja el insulto. Una vez, al principio de la singladura de este callejón allá por 2011, un señor, amable, al ver mi manera de pensar me escribió una lista con los precios de los pasajes a Cuba, Corea del Norte, China, etc. En donde él la ubicó sigue. No recuerdo bien y temo la memoria reconstructiva, pero creo que hasta se lo agradecí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario