martes, 19 de septiembre de 2023

Catástrofes naturales y humanismo

La naturaleza, nutricia y maravillosa, también despliega fenómenos que pueden ser catastróficos para los seres humanos. Quizás el más devastador, por su imprevisibilidad y por el grado de intensidad que puede alcanzar, es el movimiento sísmico. Los grandes terremotos son la bestia acechante, de dimensiones descomunales, que puede, con un zarpazo de un minuto o dos, matar a miles o decenas de miles de personas y generar una destrucción casi absoluta bastante más devastadora en las zonas más pobres, donde las construcciones se realizan con materiales de mucha menor calidad. Japón, país de fuerte sismicidad, ha logrado que terremotos de 7 ó más grados en la escala de Richter generen globalmente daños bastante pequeños o al menos muy limitados en lo que respecta a las personas. Por supuesto, siempre hay circunstancias específicas que pueden producir desgracias irreparables. Pero está claro que el desarrollo (englobando también en este término esa faceta del desarrollo humano que es la prevención desde las entidades estatales) de un país, o incluso de una zona en concreto dentro de una región o una propia ciudad, puede suponer la condena o salvación de centenares o miles de vidas. 

He empezado por los terremotos porque, como he dicho, al menos por ahora tienen el terrible handicap de lo sorpresivo pues aunque los científicos puedan predecir, por ejemplo, que la falla de San Andrés en California producirá en un futuro no lejano un terremoto devastador, debemos tener en cuenta que lo temporalmente próximo, lo que es poco más que unos segundos en parámetros humanos, si lo trasladamos al tiempo geológico se convierte en cientos o incluso miles de años. Además, cuando el terremoto se alía con la nocturnidad o la madrugada le hurta a muchas personas el brevísimo margen de tiempo que pudieran tener para coger a los niños y salir de esas ratoneras en que se pueden convertir, sobretodo en zonas rurales, sus viviendas. 

Nuestro vecino marroquí padeció el día 8 de septiembre un gran terremoto en la zona turística de Marrakech que si produjo susto entre los turistas sembró muerte (alrededor de 3000 fallecidos) y destrucción en las aldeas más remotas, muchas veces ubicadas en terrenos escarpados favorecedores del corrimiento de tierras y comunicadas por caminos precarios. Como en toda catástrofe la inmediatez de la ayuda  es un elemento esencial para salvar vidas. Parece razonable, cuando un hecho natural tan calamitoso se produce y además eres un país con un alto grado de pobreza, que aceptes y solicites toda la ayuda posible para intentar rescatar, en una lucha contrarreloj, al máximo de personas. Esta ayuda debería dejar aparcados, por el tiempo de la emergencia, los diferendos políticos que puedas tener con otros países. 

Imagino que en lo expresado estaremos bastante de acuerdo. No obstante, no sé si lo sabe todo el que lea esto, Marruecos desechó la ayuda de su vecino fronterizo y principal rival en el Magreb por las desavenencias que mantienen desde hace decenios. Argelia, con visión humanista, en el minuto uno ofreció y dispuso ayuda para enviarla de inmediato, pues en las primeras horas se solventa la supervivencia o no de muchas personas. Marruecos en esa hora de muerte y sufrimiento priorizó con inhumanidad, quizás condenando a parte de su población, la enemistad política. Les pondré un ejemplo que no es igual pero que visualiza lo que es dejar de lado las diferencias políticas cuando la catástrofe asoma. El 11 de septiembre de 2001, cuando se producen los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono, EEUU tenía que aterrizar una ingente cantidad de aviones, sobre 6000 creo, ante la incertidumbre de la magnitud de lo que estaba sucediendo. Cuba, bloqueada económicamente por ese país desde hace más de 60 años (es el mayor grado de hostilidad antes del escalón de la guerra y un tipo de guerra silenciosa pero dañina) ofreció sus aeropuertos a EEUU si se veía desbordado y los necesitaba. Ese es un proceder humanista, ético e irreprochable. Y ojo, un apunte que me viene al pelo aunque no es el objeto de este texto, pero ya conocen los vericuetos de mi callejón. El presidente Biden, para algún sector de izquierda un tipo progresista, acaba de firmar, en base a la llamada Ley de Comercio con el Enemigo, la prórroga durante un año, hasta el 14 de septiembre de 2024, del bloqueo económico y financiero contra Cuba. Ya sé que mucha gente plantea que los problemas de Cuba son fruto de la ineficiencia de su gobierno. Debo ser honesto y reconocer que no soy conocedor profundo del asunto y carezco de capacidad para repartir porcentajes. Pero sí me surge siempre la misma pregunta: por qué si la acción del propio gobierno cubano produce problemas y descontento a su población EEUU mantiene, incluso ignorando votaciones masivas anuales en contra de la ONU, ese bloqueo año tras año. Parece que lo lógico, e inteligente, sería levantarlo por completo y dejar al gobierno cubano sin el argumento fundamental con el que explican sus estrecheces. Sin embargo, no, son pertinaces, por lo tanto parece innegable que han calibrado cuidadosamente las serias dificultades que generan a la isla.

Vuelvo a Marruecos. Curiosamente, tampoco aceptó ayuda de otro de sus aliados tradicionales: Francia. Según parece, porque este país ahora tiene unas relaciones cordiales con Argelia. E incluso desechó la ayuda  de EEUU porque la posición de Biden sobre el Sahara transita por cierta ambigüedad y no es tan cerradamente pro marroquí como la de Trump. España sí pudo ayudar, sospecho que debido a la vergonzosa posición del PSOE aceptando la llamada solución autonómica para el conflicto del gobierno marroquí con la República Árabe Saharaui Democrática.

Canarias es territorio de sismos, pero no por su cercanía a zonas de contacto de placas tectónicas, sino por su origen volcánico, que da lugar a terremotos bastante menos agresivos y que cuando en una zona empiezan a detectarse masivamente, lo que se llama, todos en Canarias lo hemos oído, un enjambre sísmico, suele ser el posible anuncio de una erupción volcánica, como la del Tajogaite hace ahora dos años en la isla de La Palma o, en 2011, el volcán que erupcionó en el mar a apenas un par de kilómetros de La Restinga en el sur de El Hierro. 

No quiero dejar de referirme al racismo que asomó en las redes tras el terremoto y el envío de ayuda española. Ciertos sectores ultraderechistas criticaron, haciendo referencia a los damnificados del volcán palmero, la ayuda a Marruecos viviendo aún personas en La Palma en casas hechas con contenedores o de madera. No deja de asombrarme tanta miseria moral. Se pueden hacer bastantes críticas, y temo que quizás muchos afectados palmeros estén lidiando con la maraña burocrática y con el desespero de la pérdida de sus casas o no saber, como los vecinos de Puerto Naos y La Bombilla, cuando podrán regresar a sus hogares, pero no podemos negar que en general tiende a protegerse de manera prioritaria y, con bastante eficiencia, lo irrecuperable: la vida de las personas. Estamos comparando un evento con miles de muertos y otro con gravísimos daños materiales pero con solo una vida humana perdida.

Ahora existe una corriente ciudadana, en sintonía con estos tiempos de enaltecimiento de una visión absurda e insolidaria de la libertad, que reclama que no los molesten ni alarmen. Digo que son insolidarios porque no se dan cuenta de que si en un evento natural potencialmente muy destructivo no sigues las indicaciones multiplicas la tarea (que va a ser enorme) y agravas el peligro de todos los servicios de emergencia. Ocurrió recientemente en Madrid. Temió el gobierno de esa comunidad unas lluvias masivas en la capital y mandó a los móviles, algo novedoso, un zumbido con un mensaje de alerta. Como después las lluvias en la ciudad aunque intensas no fueron tan graves (tampoco leves, entre las provincias de Toledo y Madrid murieron 6 personas) arreciaron las críticas por la invasión de la intimidad y el mantra de que “el poder” nos quiere asustados para controlarnos mejor y mermar nuestra “libertad de cantar bajo la lluvia”, obviando que el principal control, el que realmente interesa a los sectores que dominan el cotarro, ya está hecho: que consideremos que no hay alternativas al capitalismo en que vivimos y que la mayoría de la población denoste, como opción de vida, la posibilidad del socialismo, de una sociedad más humanista. El debate de las alertas ha sucedido también en Canarias cuando ante una situación meteorológica previsiblemente complicada se han suspendido las clases y después la lluvia no ha tenido la magnitud esperada. La memoria tiende a la flaqueza. El Domingo de Resurrección de 2002 una lluvia torrencial en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife produjo 8 muertos y 12 desaparecidos (imagínense si llega a ser un día laboral). Pienso que con ese antecedente ante una predicción meteorológica alarmante, ciencia no exacta, con buen criterio se prima la seguridad sobre el posible, valga la ironía, chaparrón de críticas que el responsable político de turno recibirá si la incidencia es menor de lo pronosticado.

En la parte más oriental del Magreb se encuentra Libia. Cuando en 2011 es derrocado Gadafi por la acción militar de la OTAN, como apoyo a una supuesta insurrección popular en el marco de la denominada Primavera Árabe, Libia tenía los mejores indicadores económicos y sociales del continente africano. Tras el asesinato de Gadafi ha habido, con intermitencias, una situación de guerra civil y caos con diferentes milicias armadas controlando sus feudos y en algún momento hasta una dualidad de gobiernos. En esa situación es imposible que no se produzca un reflejo en el bienestar de la población y que los indicadores no se contraigan o estanquen. Lo que no se mantiene o cuida se deteriora y si no hay medios y una organización detallada acerca de cómo actuar ante las emergencias, la catástrofe está servida. Y se produjo el 11 de septiembre, cuando el ciclón Daniel descargó con fuerza y produjo la rotura de dos presas que arrasaron parte de la ciudad de Derna. Cualquiera entiende que una presa es una infraestructura con un potencial destructivo importante que, si está debidamente monitoreada y sometida a mantenimiento no se rompe de un día para otro. Entiendo que en la escasez se prioriza, pero el problema es que pienses que en Libia casi nunca llueve, porque tienes razón, pero esa razón te condena si no estás preparado para la excepcionalidad. Y cuando vives en el conflicto perpetuo de banderías, sin un proyecto social para la vida digna de la población, la mortalidad de la devastación se dispara. En el caso libio, que ha estado en un segundo plano informativo a pesar de la brutalidad de las cifras, hay 11.000 muertos y más de 10.000 desaparecidos. O sea, siendo claros, más de 20.000 muertos en un país llevado a un dramático retroceso en el que grandes bandas organizadas de criminales trafican, la CNN detectó en 2017 la celebración de subastas de esclavos de facto, con subsaharianos que buscan llegar a Europa. Imagino que la OTAN y el denominado mundo occidental estarán orgullosos de haber llevado la libertad, en su concepto más vacuo, a Libia.

Y al país de la libertad me voy para acabar. El 8 de agosto se desató en  Maui, isla del archipiélago de Hawái, perteneciente a EEUU, un voraz incendio forestal que produjo 115 fallecidos al confluir con vientos huracanados. En informaciones del 23 de agosto, dos semanas después, aún se contabilizaban más de 300 desaparecidos en el sentido de personas de las que las autoridades no sabían nada (la lista llegó a ser de más de 1000 desaparecidos). Lees informaciones diversas y no puedes dejar de sorprenderte de que el país más avanzado del planeta, aquel que tiene capacidad de intervenir militarmente en cualquier parte del mundo, pueda tener estas cifras de fallecidos que hablan de una medidas de protección cuando menos manifiestamente mejorables y una falta de preparación para ponerse en el peor escenario. Ya les pasó, siendo un evento diferente, en 2005, cuando el Huracán Katrina mató, según las cifras oficiales, a más de 1800 personas. Y un huracán no tiene la inmediatez aterradora de un terremoto. Se puede ir observando su evolución, la potencialidad de su peligro y preparando la respuesta. El huracán Flora dejó en 1963, en los albores de la revolución, más de 1700 fallecidos en Cuba. Desde hace decenios una organización eficaz de los servicios de emergencia y la preparación de la población, sabiendo por ejemplo cada familia al lugar donde acudir en caso de huracán, han logrado que los fallecidos por estos eventos disminuyeran drásticamente, no superando casi nunca la decena. Y seguramente los huracanes posteriores no han sido tan potentes, pero estoy convencido de que aquella devastación de Flora fue una enseñanza básica para, desde la prevención humanista del estado y la conciencia de la población, minimizar el daño humano. Hay una noticia recurrente en los informativos, año tras año, que suele emitirse en un breve casi rutinario: la acción de las lluvias monzónicas en Pakistán, India y Bangladés suele producir  decenas o centenares de muertos. Y me pregunto si en estos tiempos de grandes avances, en los que India ha aterrizado con éxito hace un mes una nave espacial en el polo sur de la Luna, esas lluvias cíclicas, tan beneficiosas para las cosechas, tienen que cobrarse siempre un tributo de sangre.

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