sábado, 25 de marzo de 2023

Tamames. Pasapalabra. Epílogo francés al hilo de una frase de Yolanda Díaz.

Tamames.

Empiezo a escribir este texto, de antemano nunca sé el tiempo que estaré dándole vueltas, el día antes del inicio de la moción de censura de VOX en la que se postula Ramón Tamames a la presidencia del gobierno. De entrada pienso que es una acción política bastante inocua. Me parece mínimo su impacto en las próximas contiendas electorales del 28 de mayo y de finales de año. VOX dudo que obtenga rédito en el sentido de que su nicho electoral choca por el centro, por la zona donde el imaginario ubica la moderación, con un PP que ya ha pasado sus peores momentos y está absolutamente vacunado contra la sangría electoral de la corrupción. Ese territorio no le penaliza un ápice. Incluso se puede instalar en una arrogancia, lindante con lo desagradable y el desafío, que probablemente lo que hace es afianzar la fidelidad de su grey. Sin ir más lejos, como ejemplo, en un chat del grupo parlamentario del PP en la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso escribió: "La izquierda está acabada. Matadlos". Si eso llega a salir de alguien de Unidas Podemos, organización para la que parece que están vedadas las metáforas que rigen para otros, se habría hablado como mínimo de guerracivilismo o de ofensa a la memoria de las víctimas de ETA durante muchos días. Insisto, creo que el exabrupto mantiene prietas y en disposición de combate las filas. En casi cada texto que escribo incido en la atroz derrota ideológica del espectro, nunca mejor dicho, de la izquierda ante una derecha que, totalmente desacomplejada, impone su desparpajo, su agenda y su visión del mundo. 

Y Tamames, su biografía personal, es un ejemplo de esa derrota que se alarga decenios. Militante durante 25 años del PCE, ha declarado que nunca fue comunista. Sí, esa es una moda actual. Muchos antiguos militantes del PCE proclaman que nunca fueron comunistas, que su militancia tuvo la urgencia de la lucha contra la dictadura y que el PCE, hasta bien entrados los 60 fue, si no el único cauce de lucha, sí, el más pertinaz en combatirla gota a gota en tiempos de extrema y a veces mortal aridez. No olvidemos que el 20 de abril de 1963, 24 años después de finalizada la Guerra Civil, fue ejecutado en Madrid el militante comunista Julián Grimau. O sea, aquí se escuchaba a los Beatles y empezaban a acortarse las faldas e imperar los bikinis en las playas, mientras en la calle tu vida, manifestándote, haciendo una pintada o lanzando octavillas, no valía nada.

Un inciso: este viene a cuento de los perezrevertes y mariovaquerizos  del mundo que dicen que en los años 60 y 70, salvo las políticas, había libertades generalizadas mayores que hoy. Debe ser que existía el divorcio, se podía abortar, no habían leyes que perseguían a los homosexuales, se era mayor a los 18 años, la mujeres casadas no estaban sometidas legislativamente al marido y los niños, suprema libertad la de ser analfabeto, esto sí es real, no tenían la obligación de ir al colegio, libertad en vena, libertad de la buena, libertad que suponía que en 1981 el 16,5% de la población de la provincia de Las Palmas era analfabeta, subiendo esa cifra en las mujeres a un libérrimo 20%.

Vuelvo al cauce: decía, siguiendo a Pablo Milanés, que la vida en las calles no valía nada porque los uniformados podían disparar impunemente. Como muestra acaba de cumplirse, el 10 de marzo, 51 años del asesinato a balazos en Ferrol, durante una jornada de huelga, de dos trabajadores de los astilleros Bazán por la acción asesina de la policía. No quiero enredarlo mucho, pero sí, ser comunista fue una acción de riesgo durante todo el régimen fascista. Y algo más. Sé que el objetivo básico era la lucha por las libertades contra la dictadura, pero creo que cualquier militante comunista, del PCE u otra organización a su izquierda, e incluso socialista, tiene un rasgo esencial: su preocupación por las capas sociales más desfavorecidas de la población, básicamente la clase obrera. Y eso implicaba, al entrar en el PCE u otra organización de izquierdas, la lucha por una sociedad más igualitaria. Es importante recalcar esto porque para mí desaliento observo como muchos de estos antiguos militantes, no es que ya no sean comunistas sino que ya ni siquiera tienen una mínima empatía social. No les queda ningún resquicio de esa preciosa foto en la que el Sábado Santo de 1977, Tamames enarbola, extendiendo al máximo su brazo, la histórica bandera comunista con la hoz y el martillo. Ese brazo extendido al cielo, le guste o no a Tamames, reivindicaba una ideología y una militancia que en su gesto, que ya no es suyo, veía plasmado su sacrificio. Que el mismo hombre de la foto en el discurso filtrado a ElDiario.es censure que el salario mínimo suba a, cifra muy limitada para sobrevivir, 1080 euros, es una catástrofe… para él, para su condición de persona que seguro que se considera humanista. Afirma que eso pone en peligro a muchos pequeños y medianos empresarios. Si una empresa no puede pagar un salario mínimo de 1080 euros a sus trabajadores, sean 2, 10 ó 50 no es viable y debe echar el cierre. Lo que no puede, ni debe permitirse, es que una empresa sobreviva a base de tener a sus trabajadores en un régimen de semiesclavitud. Siempre se alardea desde la derecha de lo maravilloso que es ser español y de la envidia que nos profesan por otros lares. Sin embargo, esas huestes alardeadoras, básicamente la gente de VOX y el PP, cuando se trata de la dignidad de los salarios o la consecución de derechos son gente muda e inerme. Siempre o callan o se oponen aunque luego disfruten o padezcan los derechos logrados o perdidos. 




Este texto lo escribo tomando como base algunos aspectos del discurso filtrado que, según él, no variaría mucho del definitivo. Entiendo que lo mínimo es presentar propuestas que tengan como base la realidad de los datos, sobretodo cuando acudes a la tribuna parlamentaria con aire más profesoral que político. Digo esto porque uno de los puntos que expone en ese borrador es la necesidad de modificar la ley electoral para eliminar la sobrerrepresentación de los partidos nacionalistas. Idea, falsa, que circula, desde hace muchos años, impulsada por los nacionalistas españoles. Tanto al PSOE como al PP en las últimas elecciones de noviembre de 2019 cada diputado le costó algo más de 56.000 votos. A ERC, el grupo nacionalista más numeroso, 67.000. Al BNG, que tiene un único escaño, 120.000 votos, más del doble de lo que necesitaron el PSOE y PP. Los dos partidos nacionalistas canarios (Coalición Canaria y Nueva Canarias), que fueron coaligados, obtuvieron algo más de 124.000 votos. O sea cada escaño les salió por 62.000 votos. Y sé que el tema tiene mucha relación con las circunscripciones provinciales y que se podría debatir la conveniencia de mejorar la ley electoral, pero no utilices  como base de tu argumentación una falacia. Izquierda Unida si estuvo en algún momento muy infrarrepresentada  pues con casi un millón de votos tenía dos diputados. Los datos siempre deben ser reales y a partir de ahí se expone una idea y se debate.

“En la Guerra Civil no hay un lado bueno y otro malo” defiende Tamames. Esto me resulta especialmente lacerante. En España no solo ha habido que aguantar la dictadura fascista más larga (con Portugal) sino la mediáticamente más protegida bajo el manto, que suele usarse para orillar la reflexión, de los crímenes que cometieron ambos bandos. En la lucha contra el nazismo los aliados cometieron grandes matanzas donde murieron miles de inocentes, pero sin justificarlas, eso no resta que era una lucha global y necesaria contra el nazi-fascismo. La guerra y las atrocidades sobre la población civil van históricamente de la mano. Parte del ejército español, brazo armado de la oligarquía, apoyado por falangistas y carlistas y los monárquicos alfonsinos y recibiendo desde primera hora la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista, se sublevó con enorme crueldad contra una República que ya en agosto de 1932, a los 16 meses de proclamarse, sufrió otro intento de golpe de estado: la Sanjurjada. Claro que la Segunda República, como dice Tamames, no fue idílica, sus poderosos enemigos no le dieron ninguna tregua y además, nadie va a negarlo, en un pueblo con enormes déficits sociales históricos había ansias de justicia y visiones y actuaciones diferentes en el marco de la propia República, pero no era inevitable la guerra. Esta se produce porque el golpe fracasa en unas zonas y triunfa en otras, pero no se dejen embaucar, en ningún caso comienza por una ignición ante la calentura del ambiente. Desde que se produce el triunfo del Frente Popular en febrero del 36 la sublevación militar comenzó a prepararse. Lo he dicho muchas veces, pero como sus altavoces mediáticos son mucho más potentes lo reitero. En Canarias, donde no hubo guerra y nunca se quemó una iglesia y la lucha de clases no tenía demasiado encono, se calcula que la represión pudo costar alrededor de 1.000 vidas entre fusilados y desaparecidos. Una barbaridad para una población que apenas superaba el medio millón de habitantes y que dejó una marca de miedo indeleble que se me presenta clara con el recuerdo, ya referido en este callejón, de mi abuela diciéndoles a mi padre y a mi primo en los primeros años de los maravillosos (y sangrientos) 70, cuando hablaban en casa de mi tía en La Isleta, cuando desconfiar era el hábito: “cuidado con los vecinos, bajen la voz, no hablen de política”. Probablemente la abuela del vecino le decía al hijo o al nieto lo mismo.

Moderna autocracia absorbente. De esta manera rimbombante ha definido Tamames al gobierno de coalición. Quien esto escribe se sitúa más en el campo de la decepción que en el del encanto. Ante algunos logros como la subida del SMI o la Renta Mínima Vital veo que la reforma laboral se maquilló muy moderadamente sin recuperar todos los derechos arrebatados. Piénsenlo, es una táctica estupenda de la derecha: hacemos una reforma brutalmente lesiva y después cuando llega el péndulo en forma de PSOE, ahora en coalición con Unidas Podemos, o se queda lo aprobado por la derecha o se reforma en parte, con lo que en buena medida lo retrocedido se consolida. La Ley Mordaza, que Pedro Sánchez se comprometió a derogar íntegramente, sus taxativos tuits lo señalan, a meses de acabar la legislatura, presiones policiales mediante y medicina preventiva ante el improbable contagio del modelo de protesta francés, es probable que perdure. Pero mi desagrado ante la timoratez del gobierno no me lleva al disparate de tildarlo de autócrata, más cuando el supuesto autócrata puede perder el cargo a fines de año y la judicatura ha estado jugando un papel de oposición política que contradice el calificativo de absorbente, en el sentido de engullir, que usa el señor Tamames. Y lo de moderno supongo que vendrá de que no le cuadran como autocracia sanchista los modelos faraónicos antiguos tipo Ramsés II o las satrapías persas.

Dice Tamames que presentarse es un “último tributo” a España. Y yo, casi tan egocéntrico como don Ramón, me pregunto por qué alguna gente puede hacer tributos a su patria y otros discurrimos los días sin tan altas miras. Siempre, siempre hay que estar con el desdeño de Antonio Machado a "los tenores huecos" y con el poema de Beltold Bretch Preguntas de un obrero que lee. Sin gente que cocina o levanta casas, o un maestro y una médica pocos tributos pueden hacerse a la patria.


Pasapalabra.

De Tamames, que fue a concursar para entrar en el inexistente panteón hispano de los hombres ilustres, a otro concurso más mundano pero que despertó mucha más pasión entre la ciudadanía. 

Pasapalabra es un concurso con un preámbulo larguísimo y chorra en el que casi todo el mundo está esperando un culmen llamado El Rosco. El lugar de la sabiduría enciclopédica o, para ser más exactos, de los memoriosos. Y Pasapalabra tiene un héroe, hablar en pasado de él sería un acto casi impío, que responde al nombre de Orestes y podría ser el príncipe amado de cualquier cuento o mitología por su bonhomía, palabra que lo define con exactitud pues creo que su persona transmite la definición textual de la RAE: afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y el comportamiento. 

El problema es que cuando hay un héroe también hay, la vida y su representación lo necesita, un antihéroe. Y ese papel le ha tocado a Rafa, una persona que parece estupenda pero que, casi ninguno lo haríamos, no resiste la comparación con lo que transmite Orestes. Creo que no exagero si digo que por cada seguidor de Rafa había diez de Orestes. El duelo, épica lucha contra las cuatro definiciones o saberes casi imposibles de los 25 que hacen el pleno, duró 196 jornadas. Su desenlace fue, con expectación, pues se anunció con varios días de antelación, el jueves 16 de marzo con todo tipo de parafernalia, incluido el cambio horario. 

Y ahí fue la hecatombe. El héroe más amado, el mimado de los siempre caprichosos dioses, cayó de un mandoble sin réplica posible y el bote de más de dos millones de euros, algo más que una mera corona de laurel, fue a manos del concursante profesional, esa especie de, en comparación con el héroe caído, mercenario soldado de fortuna. La mesada de cabellos en las redes, ese latido de nuestra época, fue generalizada. Vivimos tiempos tan conformistas en lo esencial como inconformistas en lo insustancial. Sus seguidores, convertidos en cegados fieles, no podían contentarse con velar su “cadáver” hermoso y sabio. Había que arrastrar la razón, la nobleza de la contienda (siempre, al menos ante las cámaras, imperó el respeto y la camaradería) por el fango del sentimiento desatado. Y surgió la palabra que empuerca: tongo. Y así ensucian la hermosa derrota del joven Orestes tras más de 300 programas. Ese rosco, que si llega a ser su ídolo el que lo contesta de un tirón habría sido el éxtasis de las masas enfadadas y el cenit de las dificultades, se convirtió en digno de un parvulario, en una burla que hasta el peleado con los más elementales signos de puntuación se sabía. Orestes era el mejor, clamaban aunque las cifras, siempre con ganas de llevar la contraria (74 roscos ganados por Rafa, 58 por Orestes y 64 empates), lo cuestionaban. Los datos, cabrones, jodiendo una bella historia de amor. Amor furibundo que puede ser a un equipo de fútbol o a una patria, ojo.


Epílogo francés al hilo de una frase de Yolanda Díaz.

"La política no va de ruidos y de presiones". Yolanda Díaz fue sindicalista y creo que aún es militante del PCE. Mientras ella sentencia de esta manera sus camaradas sindicalistas y comunistas de Francia, entre otra mucha gente, están combatiendo en las calles, con movilizaciones casi continuas, siempre ruidosas e intentando presionar al gobierno francés, la reforma que pretende subir la edad de jubilación de los 62 a los 64 años. En España ya hace algunos años que la edad de jubilación subió de los 65 a los 67 años entre el silencio clamoroso y la descompresión casi absoluta de las calles.

Quizás los franceses no logren sus objetivos, pero tengo la impresión de que eso de celebrar su día nacional conmemorando una revolución que decapitó a un rey quizás les marque cierta impronta. Aquí en cambio la idea, aún imperante entre grandes sectores de la población, es que la democracia fue otorgada por un rey generoso que pudiendo ser Franco II nos concedió la libertad.

La política, y Yolanda Díaz lo sabe muy bien aunque ahora quiera presentar una imagen de estadista conciliadora, es todo aquello que incide en la vida colectiva de los pueblos. Uno de los actos políticos más trascendentes del siglo XX español es el más arriba citado golpe militar de 1936. Fue un acto político de una dimensión brutal pues cambio la vida política, social y económica de un país entero por décadas. Lo mismo podríamos decir, en el polo ideológico opuesto, de la revolución bolchevique de 1917. Sé que es hermoso ver la política como el mundo del entendimiento y el pacto o de los grandes oradores en las tribunas, pero en general, aunque le quite glamour y altura de miras, se juega en gran medida, sea en el palacio o en la calle, en el ámbito de la presión y el fragor.

Y un fragor maravilloso, lleno de razón, desprende este minuto y pico de la diputada de Francia Insumisa Rachel Kéké.






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