En su punto más álgido, elecciones generales de 1979, el PCE obtuvo
1.900.000 votos. En su punto más álgido, elecciones generales de 1996, la
coalición Izquierda Unida, creada por el propio PCE y otras fuerzas a la
izquierda del PSOE, obtuvo 2.600.000 votos.
Estos datos son importantes. La izquierda oficial y referencial para
millones de ciudadanos de este país, obviando que sus políticas nunca han
puesto en cuestión, al revés la han apuntalado, la estructura de poder del
estado español, ha sido el PSOE. Hablamos de un “gigante” que ha llegado a
tener hasta 11 millones de votos. Si cuando se funda Podemos, hace algo más de
dos años, algún augur nos dice que hoy, tras las elecciones del 26 de junio,
una coalición de esta organización e IU estaría a 400.000 votos y 14 diputados
del PSOE habríamos tratado a semejante adivino de orate y fomentador de
inalcanzables sueños húmedos. Sin embargo, esa es la realidad actual. Pero no
sentimos que un sueño se haya realizado sino, al contrario, aún en muchos
paladares persiste la amargura de quién se siente derrotado tras tropecientos
mil sondeos y una encuesta a pie de urna que parecía la antesala del anunciado
asalto a los cielos, para devenir, a medida que el diestro recuento avanzaba,
en imprecaciones al esquivo cielo recorriendo miles de hogares probablemente ateos.
La amargura del millón de votos perdidos. No niego esa realidad
objetiva. Podemos e IU sumaron el 20 de diciembre, por separado, algo más de
6.000.000 de votos. El 26 de junio, unidos, tuvieron algo más de 5.000.000.
Matemáticamente el traspiés es innegable. Pero quiero poner en la palestra un
aspecto para mí fundamental. En diciembre Podemos aún se movía en la ambigüedad
de los de arriba y los de abajo y eludía su carácter de partido de
izquierdas. En junio, coaligados con IU, esa organización encabezada por el
comunista y ex simpático mediático Alberto Garzón, ya no tenían escapatoria. Se situaban
a los ojos de los votantes teleinformados, aunque su campaña fuera timorata en exceso y
mansurrona con un despreciativo Pedro Sánchez, en el espectro de la izquierda
filocomunista, de ese fantasma que el Manifiesto de don Carlos y don Federico
anunciaba, hace más de siglo y medio, que recorría Europa. Ya Podemos no era sólo
el ente bolivariano, la conquista inversa quinientos años después. Ya no sólo nos
podían ilustrar, telediario tras telediario, saltando de la uno a la tres o la
cinco (la sexta daba cal y arena, que también los rojos ven la tele y dan
audiencia y consumen), con las penalidades y los horrores cotidianos de Venezuela, con la foto de una niña colombiana
que a la hora de morir por desnutrición adquiría la territorialidad venezolana,
con un parlamento, venezolano por supuesto, que citaba a Pablo Iglesias para
que acudiera, volando desde el reino de las tramas corruptas, a dar cuenta de
turbias financiaciones que los tribunales españoles han desechados en múltiples
ocasiones. Ahora Podemos, en un salto de calidad en la escala del mal, era, es,
también comunista. Y el comunismo, en el imaginario de muchos españoles, es lo
más terrible del mundo, un mal equiparable al fascismo, aunque fueran los
comunistas los más incansables luchadores antifascistas que hubieron en España
y los que fueron decisivos (sin desmerecer, pero poniendo en su lugar el mítico
desembarco de Normandía) para derrotar la mayor amenaza que ha tenido Europa:
esa cumbre de la barbarie fascista que fue el nazismo. Con experiencias
históricas temporalmente muy limitadas, con errores y crímenes y con
importantes logros, nunca bien ponderados, la ideología comunista está demonizada.
Y el español empobrecido, hiperexplotado y sin memoria histórica, que llevado
por la crisis a la frontera del terror, hoy siente como una bendición tener un
trabajo aunque su sueldo haya menguado un 20 ó 25%, ese español que, con
mentalidad de esclavo y nula conciencia de clase suele considerar que su jefe
le da de comer, teme, cercado por los grandes medios de desinformación, que los
bolivarocomunistas vengan a echar por tierra una recuperación económica que
permite que nuestro país sea el que más ha visto incrementarse en estos años de
zozobra un poderoso indicador social: el número de millonarios en España ha
subido un 51%, llegando a los 192.500 ricos (¡a tiro de piedra de los
200.000!).
Partiendo de la crucifixión expuesta y de los datos del arranque de
este texto, alentando un prudente optimismo, esos cinco millones tal vez no
deban percibirse como techo y sí como un suelo que, debidamente fertilizado en las calles,
quizás permita el crecimiento de unas habichuelas mágicas que nos aúpen a ese
cielo que hasta ahora es propiedad privada de los ogros que,
incomprensiblemente, tanto amamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario