Ha visitado
España un emperador negro y crepuscular. Estados Unidos es un imperio que cada
4 años elige al hombre que dirige, al menos nominalmente, sus destinos. Utilizo
la palabra hombre con plena conciencia, pues varones han sido, hasta ahora,
todos los ocupantes del sillón presidencial de ese país. Quizás, incluso podría
decir ojalá en vista del varón fascista que es alternativa, esta afirmación
quede obsoleta el próximo mes de noviembre y una mujer, Hillary Clinton, ocupe
la presidencia. No lancen campanas al vuelo, ni hagan fiesta en exceso, los
corazones progres que quieran ver en esa circunstancia un avance para los
derechos de la mujer. La India de las violaciones constantes tuvo como
presidenta a Indira Ghandi. El Pakistán donde repugnantes canallas queman con ácido
a las mujeres que cometen la osadía de rechazarlos como maridos, tuvo como
lideresa a Benazir Bhuto. Ambas llegaron a sus responsabilidades, sin negar las
capacidades políticas que debían poseer, por pertenecer a sagas políticas que
accedieron al gobierno con la independencia de sus países en la década de los
40. El hipotético acceso de Hillary al rango de emperatriz del llamado mundo
libre occidental (siempre quedan los eslavos y sus devaneos con el mundo
asiático encarnado por China), mal menor deseable ante la bestia Trump, no
supondría cambios sustantivos en la situación de la mujer en los territorios
imperiales. No olviden a esa halcón negra llamada Condolezza Rice, que voló a
las ordenes de ese criminal de guerra blanco, que nunca será juzgado, llamado
George Bush jr.
El negro, o el
blanco, es insustancial ante el sustantivo Imperio y las no menos sustantivas
clases sociales. Estoy convencido de que los ciento y pico negros abatidos por
la policía en lo que va de año (sobre un total de 500, siendo el 14% de la
población), aparte del color de piel, tenían en común una extracción social
humilde que los convertía automáticamente en individuos sospechosos. Todos
hemos visto los espeluznantes vídeos de los últimos días. Esa pistola que se
coloca en el pecho de un hombre inmovilizado boca arriba en el suelo y es
disparada en dos ocasiones. El policía asesino se retira y queda la imagen de
la sangre brotando con un siniestro borboteo. El emperador no fue al funeral de
ese hombre, ni del joven que expiró en su coche sin siquiera tiempo de quitarse
el cinturón de seguridad. Pobre (el emperador), iba a salir a funeral casi
diario. Sin embargo, el emperador que en su juventud fue mochilero y disfrutó
de la comida barata de la llamada piel de toro (astados vengativos han dejado
tres muertos en diversos ¿festejos? en los últimos días), sí acudirá a las
honras fúnebres de los policías blancos ejecutados por un vengador ejecutado a
su vez por un arma novedosa, al menos para mí: el robot bomba. Un paso
evolutivo, sofisticado y tecnológico, sobre el pedestre humano-bomba. Y esos
funerales que demuestran que el emperador, tonalidades de piel aparte, sabe
quiénes son los suyos, me retrotraen a uno de los títulos más significativos
del cine español de la época fascista: Bienvenido Mr. Marshall. Sí, Sevilla
tras acicalarse para recibir como se merece al jefe de los jefes, tras cerrar
calles y espacios públicos, elaborar postres especiales y vestidos de faralaes con
la bandera borbónica y la de las barras y estrellas, se ha visto convertida en
un trasunto de Villar del Río. La única diferencia es que la fugaz caravana polvorienta
del año 1953 ha
mutado en el rutilante Air Force One cruzando el cielo sevillano camino de la
base naval de Rota, lugar donde el emperador confraternizó con sus tropas, esas
que nunca han incomodado a la más extraña especie de nacionalista no
nacionalista, el amante del “¡yo soy español, español, español…!”.
Como colofón baboso
al patético remedo de la película de Berlanga, un trío formado por Rivera,
Sánchez y, desafortunadamente, Iglesias, ha esperado durante una hora para
repartirse diez minutos humillantes. Rivera, el más honesto por sincero,
expresó su admiración y ganas de servir al Imperio. Sánchez, el más desvergonzado,
nos mintió diciéndonos que repasó toda la política nacional e internacional en
tan exiguo tiempo. Iglesias, ¿el más desorientado?, habló previamente de su
interés intelectual por conversar con Obama. Espero que los doscientos segundos
que le han tocado hayan sido tan deslumbrantes y reveladores que le compensen el tufo lacayo
que, para muchos de los que votamos a Unidos Podemos, tuvo tan larga espera y
corta presencia.
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