8.089.320 venezolanos
acudieron el domingo 30 de julio a votar la elección de una asamblea
constituyente en Venezuela. Esa cantidad representa el 41,5% del censo
habilitado para participar en la votación.
Viéndolo así, ateniéndonos exclusivamente a los números, podríamos
pensar que la cifra es baja. Sin embargo, y la oposición lo sabe, la cifra es
un gran éxito para el chavismo. También lo siente como un avance propio la
izquierda que no le baila el agua a la derecha o no quiere vivir en los alegres
mundos de Yupi, aquellos pagos angelicales donde no existe barro y la dureza de
una situación de lucha de clases, de disputa del poder planteada a cara de
perro. Esa cara colmilluda que enseña la derecha cuando sus privilegios son
puestos en cuestión, cuando un pueblo entra en el peligroso proceso, para los
intereses de la oligarquía, de pensar, de tomar conciencia, de sentirse un
sujeto protagonista de la historia. Es lamentable ver a tanta gente,
supuestamente de izquierdas, atacar al proceso bolivariano. Sí, esta palabra es
esencial, proceso, ninguna revolución o cambio social importante lleno de
tensiones y enemigos se gana en poco tiempo. Tampoco está libre de errores, de burócratas
o corruptos, circunstancia que, en ningún caso debería llevar a una persona de
izquierdas que sea consecuente a desear la derrota revolucionaria ante una
derecha entregada a la violencia y a la coacción y apoyada por poderosas
fuerzas extranjeras. Una derecha que está repitiendo en Venezuela, 40 años
después, la guerra económica que libró en Chile contra el gobierno de la Unidad
Popular encabezado por Allende. Ese Allende al que cierta izquierda, que
denosta a Maduro tratándolo poco menos que de patán, santifica, tal vez porque
la derrota, más si esta se tiñe de martirio, despierta una empatía que aunque a
la izquierda la dignifica (y hace bien en reconocer heroísmo de Allende) al
capital, en el fondo, le importa un pimiento. Son o desconocedores o
tergiversadores de la historia. Allende sufrió una guerra económica de la
burguesía (es celebre la frase de Nixon: “haremos chillar a la economía
chilena”), con acaparamiento y escasez, porque el proyecto de la Unidad Popular
era la construcción por vías pacíficas de una sociedad socialista, horizonte
que también se plantea el gobierno bolivariano de Venezuela. Por eso, gustos
verbales o apariencias estéticas aparte, el guagüero venezolano simboliza hoy,
para la izquierda mundial antiimperialista, lo que el médico chileno significó
ayer. Con una gran diferencia, la partida chilena se perdió. La venezolana
sigue en disputa. Y sobre esta comparativa un último dato: Allende sacó un 36%
de los votos populares. Le aupó a la presidencia el hecho de que el centroderecha
se presentó dividido.
8.089.320 venezolanos
acudiendo a las urnas es la segunda mejor votación histórica del chavismo, solo
superado por el propio Chávez, en la elección presidencial de 2012, con
8.191.132 votos. Las fuerzas de la revolución en Venezuela se quedaron a solo
100.000 votos de su mejor resultado histórico, mejorando en más de medio millón
los siete millones y medio sacados por Maduro en el año 2013. Y todo esto en
unas circunstancias durísimas, con zonas donde la oposición no es que llamara a
la abstención, lo que sería absolutamente lícito, es que forzó, ¿dictatorialmente?,
la no apertura de colegios electorales en determinados barrios que además se
vieron “trancados” con barricadas donde actúa como fuerza de choque el lumpenproletariado,
grupo social que Tribuna Popular, órgano de prensa del Partido Comunista de Venezuela
define y caracteriza, con clarificadora precisión:
“Es aquella
parte de la clase obrera que queda fuera del proceso de producción y socialmente
marginada”
(…)
“El
lumpenproletariado es extraordinariamente vulnerable y, por ello, es en su seno
donde la burguesía ha reclutado la carne de cañón imprescindible para sofocar
cualquier rebelión dirigida contra su dominio. La legión de los excluidos no se
caracteriza, pues, por su inadaptación, sino por su exceso de adaptación
precisamente. Nadie está más aferrado a los valores y símbolos capitalistas que
sus primeras víctimas, quienes han padecido en sus carnes con toda crudeza la
dialéctica del amo y el esclavo. No se trata sólo de un sector social
desclasado sino privado de su conciencia de clase y, en consecuencia, el más
expuesto al bombardeo mediático: todas las taras ideológicas de la sociedad
actual se manifiestan más acusadamente entre estos desplazados entre los que la
burguesía suele reclutar sus fuerzas de choque.”
La “dictadura”
venezolana, en aras de no agudizar los enfrentamientos, decidió no forzar la
apertura de esos colegios y lo que hizo fue habilitar centros de contingencia,
como el Poliedro de Caracas, donde pudieran votar las personas que no tuvieron
opción de decidir libremente si hacerlo o no porque, dominados por la
“democrática” oposición, en los barrios de clase media o alta, era materialmente imposible. María
Alejandra Díaz profesora de derecho constitucional explicaba en TeleSur como
ella había tenido que salir de su barrio a las tres de la mañana para evitar el
cierre de las vías y poder votar en uno de esos centros de contingencia. A los
que sitúan en la cúspide esa abstracta libertad individual que no existe ¿les
parece bien que los chavistas de los barrios pudientes tuvieran que desplazarse
a kilómetros de distancia a votar? En los barrios de mayoría chavista no
sacaron a los opositores a la fuerza para incrementar el saco de la
participación, que, una vez la oposición declino la contienda, era el cogollo
del asunto ¿Se imaginan grupos de vecinos en el estado español impidiendo la
apertura de colegios electorales y declarando “cerrados” barrios enteros? ¿Lo
consentiría el gobierno español o lo consideraría un ataque cuasi terrorista a la
sagrada constitución y a las libertades de los “mucho” españoles? Curiosamente,
en el referéndum que hizo la oposición, fuera de todo cauce legal, el 16 de
julio, ningún chavista impidió a ningún opositor, viviera donde viviera, que
fuera al lugar que estimara oportuno a participar en esa consulta que todos los
“medios de manipulación masiva” españoles bendijeron como culmen democrático a
la par que, esos mismos medios, sin asomo de sonrojo, consideran el referéndum
en Cataluña una acción antidemocrática y totalitaria de la Generalitat. El
“demócrata” Mariano Rajoy, que sobre un censo de más de 36 millones de
electores obtuvo menos de 8 millones de votos (22.5% del censo electoral), ha
sido taxativo: “El referéndum no se va a celebrar”. En cambio, el extraño
“dictador” Maduro sí permitió la consulta de la oposición.
8.089.320 votos
de cuya limpieza desconfían (¡pucherazo!) tanto la oposición como esa comunidad
internacional que componen EEUU y sus gobiernos acólitos. Para el asco tres
ejemplos bastan. Colombia con sus 7 bases norteamericanas, su incremento en
presupuesto militar y un goteo tan inexorable como silenciado de líderes
sociales asesinados. México con sus 43 de Ayotzinapa que el españolito medio
desconoce porque, desgracia dentro de desgracia, no nacieron en Venezuela. Brasil
con el golpista Temer acusando a Maduro, electo con más del 50%, de dictador. Los díscolos: Bolivia, Ecuador, Nicaragua,
Rusia… Deben formar lo que denominaríamos, con cierta laxitud lingüística, la
anticomunidad internacional. Lo que sería a nivel casero la antiespaña de toda
la vida. Es apropiado recordar a los teóricos, tanto internos como externos,
del puchero, que el CNE controló las elecciones parlamentarias que ganó la
oposición en 2015 e incluso los procesos electorales internos de esa oposición
cuando ha elegido un candidato único para enfrentar al chavismo. Cada victoria
de las fuerzas revolucionarias en Venezuela ha ido acompañada de las fanfarrias
mediáticas lanzando a los cuatro vientos la sospecha, insidiosa, de un fraude que,
aunque nunca se demuestre, sirve para
apuntalar el concepto con el que los medios trabajan sin descanso: dictadura.
Una de esas palabras que sirven para lo que a mí me gusta definir como huída
del pensamiento y entrega a una cómoda aquiescencia.
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