Leopoldo López, ese Nelson Mandela redivivo,
ha pasado de una prisión militar (desde la que protagonizó un impagable sketch
cómico gritándole a su mujer, que estaba saliendo del penal, con un vozarrón
acorde a la masa muscular que ha ido desarrollando entre rejas, el ya famoso: “Lilian,
me están torturando”), al arresto domiciliario. Por cierto, una de las
alegaciones del tribunal que ha decretado el cambio de su situación penitenciaria se ha
basado en un indefinido “motivo de salud” que, curiosamente para un individuo
que es torturado a distancia auditiva de su constantemente grabada esposa, ha
sido desmentido por sus correligionarios. O sea, la salud, torturas aparte,
perfecta. Habrá respirado Felipe González, ese ex presidente abyecto que
declaró que la dictadura venezolana era peor que la de Pinochet. No sé si la
oposición venezolana tendrá, hablando de similitudes infames, un cantautor a
mano, un Víctor Jara de ultraderecha que ofrendar al sanguinario Maduro. Ese que
un par de días después de la acción del policía que secuestró un helicóptero y
atacó diversos edificios oficiales, y al que aún no he visto ser tildado de
terrorista en ningún gran medio de desinformación masiva, fue caricaturizado en
un periódico venezolano tiroteado por el mentado policía. No sé yo como
actuarían nuestros insignes tribunales, a los que tanto molestan los chistes a
cuenta del vuelo de Carrero Blanco, ese gobernante democrático que durante más
de treinta años colaboró estrechamente con nuestro gran jefe fascio-terrorista
Francisco Franco.
Tras llegar a su casa, que parece ubicada en
medio de una extensa y tupida fronda, se alzó Leopoldo y asomó bandera en ristre
tras el muro de su finca. Como él no podía dirigirse a la concurrencia que lo
aclamaba, otra muestra de dictadura atroz, Freddy Guevara, un dirigente de su
partido que imagino airado cada vez que escribe su apellido, leyó un comunicado
en el que Leopoldo llamaba a seguir, a perseverar “la lucha en la calle”. Se
fue de la cárcel a su casona con la latita de gasolina en la mano. Y la latita
de gasolina no es, en este caso, una metáfora socorrida, de quien esto escribe.
Al menos ocho personas han sido quemadas por la oposición pacífica venezolana,
que se ha dedicado a la caza del chavista con la complicidad de unos medios que
han querido, estoy convencido que con bastante éxito, retorcer, desfigurar (cuestionando el famoso refrán que establece
la inferioridad de mil palabras ante una imagen) con sus discursos lo que nos
muestran las imágenes. Oposición que también se ha empleado pacíficamente en
atacar a pedradas maternidades, en asaltar cuarteles rompiendo vallas contra
las que lanzan camiones, en “trancar” arterias principales durante días e ir
sus “muchachos” casi a la guerra con mochilas, escudos, cascos y cóteles
molotov (mira que usar un invento símbolo histórico de la izquierda revolucionaria
y al que da nombre un Comisario del Pueblo Soviético).
Sí, mientras desde el gobierno “dictatorial”
de Maduro realizan llamados a la paz, al diálogo, López, envalentonado, cree
que es el momento de dar una vuelta de tuerca callejera. Imagínense si Otegui el día que salió de
prisión llega a decir que hay que luchar también en las calles. Piénsenlo.
Otegui está inhabilitado hasta 2021 para presentarse a cargo público, y nunca se
le permitió recibir en la cárcel la visita de una comisión internacional.
Leopoldo López, el que habitaba las mazmorras que habrían hecho estremecerse a
Pinochet, pudo ser visitado por Zapatero.
Las comparaciones son imprescindibles. Y en
muchas ocasiones tremendamente odiosas. En mayo pasado, con el desconocimiento
de la inmensa mayoría de una población española y el silencio o apenas el
susurro de la noticia breve en los medios del capital, fue liberado Óscar López Rivera, un hombre que si
podría mirar cara a cara, en estatura moral, a Nelson Mandela, pues estuvo
encarcelado 36 años, 12 en aislamiento, en la llamada tierra de la libertad, por
ser un independentista puertorriqueño al que el gobierno yanqui condenó por
actos de sedición y conspiración para derrocarlo. ¡Vaya! Lo que quiere hacer el
bueno de Leopoldo en Venezuela, con la salvedad de que él tras tres añitos ya
está en casa. Y eso que la fiscal general de Venezuela, hoy en contra del
gobierno, solicitó en 2014 para Leopoldo López treinta años de prisión, que la
sentencia dejo en trece y medio, por instigar y organizar los disturbios, las guarimbas,
que originaron cuarenta y tres muertos. Por cierto, un dato interesante que vi
en TeleSur: la asociación que representa a los familiares de los asesinados en
las citadas guarimbas, también desconocida por casi toda la población española
debido al enorme sesgo derechista de los grandes medios, dieron la bienvenida a
ese cambio en la situación de Leopoldo López si contribuye a pacificar el país.
Aquí se plantea un simple acercamiento de presos vascos a cárceles de Euskadi
seis años después del abandono de la lucha armada de ETA y las principales asociaciones
de víctimas del terrorismo ponen el grito en el cielo.
Una última apreciación, el 1 de junio fue
asesinado, en una barricada montada por opositores, el juez Nelson Moncada, que
en 2016 formó parte del tribunal de apelación que confirmó la sentencia de
Leopoldo López. Por razones obvias, no deja de ser curioso el espíritu vengativo
de la “dictadura venezolana”.
Maduro, aunque te proclames cristiano ten
cuidado con tus mejillas y las de la gente más humilde de tu pueblo, la derecha
católica de toda la vida nunca ha puesto ni la una ni la otra.
"Las casitas del barrio alto" de Víctor Jara. Hace una pequeña y recomendable introducción
Las nuevas armas de la pacífica oposición venezolana
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