“La guerra no es triste, porque levanta las almas…
porque nos enseña que fuera de la Bandera, nada, ni aún la vida, importa. Gracias
Rafa”.
Este tuit se publicó en la cuenta oficial del Ejército
de Tierra tras el partido de tenis que perdió Rafa Nadal en su disputa por el
bronce olímpico.
El texto está extraído de un artículo llamado “A pie y
sin dinero”, escrito el año 1949, en el diario ultraderechista El Alcázar, por Camilo
José Cela en honor del arma de Infantería y dedicado al general fascista y fundador
de la legión José Millán Astray, a quién, con cierta polémica, se atribuye esa
cumbre del pensamiento expresada en seis palabras que reza: “¡muera la
inteligencia, viva la muerte!”.
Franco, creador de un ejército a su imagen y
semejanza, estaría orgulloso, y quizás también su nieto político, nuestro nunca electo jefe del estado. Éste, si
pudiera, seguro que lo retuitearía. Haciendo un poco de humor negro quizás habría
que darle la razón al enfervorizado nacionalista español que maneja la cuenta
del ejército. Si eres creyente, la guerra es una gran lanzadera de almas. Masas
de seres humanos enviados al cielo. No entraré a especular sobre los criterios
de admisión que establezcan los cancerberos de los diversos paraísos (Walhalla,
huríes o contemplar eternamente la mirada de Dios), creados por las diferentes
confesiones.
Y en cierta medida, tirando un poquito más del cabo
del cinismo, tiene razón el tuiteador de aromas fascistas, para algunas personas
o élites sociales las guerras no son tristes. Son una herramienta básica para
levantar, como opción b ante la posibilidad de que seamos unos desalmados a los que espera la nada, imperios
económicos y/o políticos.
El problema es que está feo y es erróneo (por eso
eliminaron el tuit 3 ó 4 horas después), perdonen el chiste malo, ser tan “franco”. Hay que mantener la apariencia democrática, que es una de las bases de la paz social. Uno tiene el oficio de profesor, y en las escuelas o institutos una de las tantas premisas es “educar para la paz”. Estupendo. Me parece muy
pertinente, pero sé que la guerra es una realidad tristísima y cotidiana en
muchos lugares del planeta, incluso cuando la quieren vestir con los ropajes,
que mucha gente compra, de la intervención militar humanitaria. Y sé que en los
colegios hacemos el paripé cada vez que conmemoramos y lanzamos globitos los días
de la paz, mientras el estado español, con un sonoro silencio mediático, vende
armas a la tiranía saudí para que bombardee hospitales en Yemen (sí, a veces
para que las almas suban al cielo divino, se les manda la muerte desde el mismísimo
cielo terrenal).
El tuit ha tenido otra consecuencia indirecta y
reveladora. Cuando el dirigente de Izquierda Unida y diputado de Unidos
Podemos, Alberto Garzón, intentó acceder a la cuenta oficial del Ejército de
Tierra se encontró con que tenía el acceso vetado. Garzón es un defensor de la
bandera republicana, esa bandera tricolor y humilde que en 1931 enarboló el
pueblo trabajador que vive la vida en minúsculas. O sea, Garzón, y él lo sabe,
aunque tolerado mientras no huela poder, sigue siendo el enemigo para la mano que mueve al ejército de
la mayúscula Bandera o la vida, ese que
triunfó, para siempre, en 1939.
Antítesis del espíritu vacío e inhumano del tuit del
ejército de Tierra, me permito transcribir los versos, plenos de sencillez y vigencia,
que escribió hace casi 80 años, ya en la cárcel donde moriría, el poeta
comunista Miguel Hernández. Pertenecen al libro inacabado “Cancionero y romancero
de ausencias”.
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes
hombres
si no mueren de amores.
Tristes,
tristes.
En mi opinión el "tuit" de la cuenta oficial del ejército de tierra delata la existencia de un profundo sentimiento ideológico en el seno de nuestras fuerzas armadas, que se denominan así, precisamente porque ostentan la inconmensurable potestad del monopolio de la fuerza y la competencia de defender nuestro estado de una agresión exterior. Esperemos que la proliferación de este sentimiento en una institución que no ha sufrido reformas desde hace más 40 años no sugiera a sus miembros la legitimación de erigirse de nuevo en salvapatrias y demás canallesca.
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