Tradición.
Concordarán conmigo en que es un término bastante
complejo. Tranquilidad. No es mi intención polemizar en este texto sobre “el
noble arte de la tauromaquia” o “un ritual donde se tortura hasta la muerte a
un toro”. Tampoco lo es referirme al vigoroso “paseando a tu puta madre” con el
que Carlos Herrera zanjó un tuit en el que, tras un comentario emocionado del
locutor acerca de una procesión en honor de la Virgen de Las Nieves, la web
Cartelera Polítika se hacía la siguiente pregunta: “ya estamos paseando
muñecos?” No. Mi objetivo no es hablar de estás tradiciones. No obstante, me
permito hacerles una recomendación a quiénes gusten de ejercer la sátira:
cuidado, no está, acogiéndome a la tradición refranera, el horno para bollos.
La semana pasada la revista El Jueves habló de Fuerteventura como “el Caribe de
los pobres” y toda la institucionalidad de este archipiélago, olvidándose de
que todos somos Charlie y blablablá, expresó su malhumorado rechazo.
A mi mente han acudido dos tradiciones menores, tan
prosaicas como veraniegas, que hunden sus raíces en mi lejana adolescencia y,
temo, se están perdiendo (quizás fuera más adecuado el pasado que el presente
continuo): la canción y la serpiente. La primera declinó tras el largo y férreo
reinado de Georgie Dann y el efímero, casi bufonesco, de King África. Ahora,
los lugares de fiesta nocturna tienen en los disjeys a sus dioses creadores de
una única, magmática, canción río encauzada por una especie de tam tam
acelerado y diseñado para ser soportado mediante aportes químicos varios. La
segunda, que es a la que yo quiero llegar (aunque sea casi a la mitad del texto),
hacía referencia a los medios informativos, a la sequía estival que, en
general, tenían los teletipos (hasta este concepto nos sitúa en lo añoso), lo
que producía que saltaran a la primera página noticias de poca enjundia o
incluso rumores de muy dudosa veracidad. Actualmente, sin distinción estacional alguna,
vivimos en un enorme nido de ofidios. Algunos de ellos enormemente venenosos,
que buscan, generalmente con eficacia, inocular en nuestras mentes el veneno pegajoso
de la confusión, del totum revolutum, de una cierta perversidad intrínseca, y
ventajista, del ser humano. Un ejemplo. Ayer durante un almuerzo familiar,
delicioso y amplio, uno de los miembros más jóvenes hizo dos afirmaciones
rotundas que son ejemplo de esa confusión. La primera fue un clásico: “todos
los políticos son unos corruptos”. El problema no es lo que piense este joven
que me pareció una estupenda persona, lo grave es que su pensamiento está melosamente
extendido y lleva las adherencias, peligrosas, de la antipolítica. La segunda
también es un clásico, aunque bastante atenuado por el encogimiento del peligro
que representan los sujetos a desacreditar: “todos los sindicatos son corruptos
y viven del estado”. Reafirmó mi percepción de que la huelga en un futuro quizás
no muy lejano, transite, de donde ya casi está, la historia, al mito.
A los ofidios de derechas, expertos en intranquilizar
la candidez de mucha gente de izquierdas,
hizo referencia tangencial Pablo Echenique cuando, tras descubrirse que
tiene alma, pequeña, pues no es rico, de estafador a la Seguridad Social, dijo
que la relevancia de su caso le parecía una serpiente de verano. ¡Echenique
dimisión!, bramaron las derechas y algunos izquierdistas que quizás en algún
momento han pagado a alguien, un profesor en paro por ejemplo, por ir una
horita diaria a darle clase a un estudiante poco talentoso o que atraviesa
dificultades en alguna materia.
Mientras esta magnífica crisis ha llevado a muchísima
gente al limpísimo reino de los sueldos de miseria, el gobierno nos dice que el
paro decrece y que cada vez se contrata más. Siempre se recalca por los decrecientes
sindicatos la temporalidad del empleo, pero casi nunca sale el dato, esencial,
de cuál es el salario medio de los nuevos contratos. No, no me he ido del
asunto Echenique, que pagaba 300 euros mensuales a una persona por una hora
diaria de trabajo como ayudante personal. Si su labor era de lunes a viernes ese trabajador
recibía por cada hora casi 15 euros. Reconozcámoslo, en un país donde muchas
personas trabajan 8 o más horas diarias por salarios que no siempre llegan a
los 1000 euros (al trabajador que ingresa esta cantidad por 8 horas diarias le
sale de media la hora a 6.25 euros), el salario que abonaba Echenique no era,
ni mucho menos abusivo si lo comparamos con los niveles salariales que están
proliferando en este país. De hecho, lo que no ha salido a los medios es la
cantidad con la que se quedaba la empresa cuando era ella quién pagaba a este
trabajador, que quizás, cuando aquella prescindió de sus servicios y Echenique
decidió seguir contando con él, por su apurada situación no cotizó a la
Seguridad Social.
Da asco. Los criminales y sus lacayos ponen focos de
criminalización en lugares de sufrimiento, espacios donde dos personas, una con
grave dependencia y otra, seguramente, con gran necesidad, llegan a un acuerdo
que les facilita un poco la vida a ambos. Mientras, hónrenme llamándome
demagogo, la cotización de las grandes empresas es mucho menor del 19% que me
retienen cada mes a mí, la evasión fiscal de los grandes patriotas sigue siendo
de miles de millones y, lo vuelvo a repetir, los 20 españoles más ricos tienen
la misma riqueza que los 14.000.000 más pobres. Sí, este tendría que ser un
titular informativo perenne. Y aquí no hablaríamos de una serpiente, sino de un
dragón pertinaz que achicharra a los que, cada vez son más, van quedando a la
intemperie.
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