lunes, 25 de junio de 2018

Rivera, la fascistina y un doble epílogo mustio


Si tuviera una desmesurada capacidad inventiva podría pensar que el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, es un consumidor habitual de una peligrosa sustancia: la fascistina.
Parece que en cada intervención pública suya su lema fuera un remedo de la antaño famosa medalla del amor: más fascista que ayer, pero menos que mañana.
Me referiré, por orden cronológico, a sus últimas incursiones en el consumo de tan peligrosa sustancia.
En primer lugar nos contó que era un veedor o detectador incansable de españoles. Aunque resulta ser un extraño especialista, pues a la par nos explica su incapacidad para establecer cualquier tipo de distinción o clasificación entre ellos, por evidente que resulte. En concreto, creo que es uno de los efectos más notorios de la fascistina (variedad joseantoniana), el individuo es incapaz de diferenciar entre el español oligarca o rico y el español pobre o con dificultades para llegar a fin de mes. Para Albert, en sus ensoñaciones, son iguales los 20 españoles más ricos y los 14 millones más pobres. Y tiene razón en un aspecto: ambos grupos sociales detentan la misma cantidad de riqueza. Los caminos de la igualdad entre los españoles, como los de Dios, son inescrutables.
En segundo lugar, tras pasearnos por la bondad de ser español desde el palacio al desahucio, Rivera pasó, en un mitin malagueño, ante la mirada aquilina de Vargas Llosa, español por convicción y ahora ejerciente de converso, al mundo de las propuestas concretas. España necesita un umbral, un tamiz que no pueda atravesar ningún antiespañol: el 3%. Cualquier partido que quiera asentar sus reales en el sagrado congreso español debería superar ese porcentaje de votos a nivel estatal. Si tomamos como referencia las últimas elecciones de 2016, en las hubo algo más de 24 millones de votantes, los partidos que obtuvieran menos de 720.000 votos quedarían fuera del parlamento. O sea, todos los partidos a los que el nacionalista mayor del reino acusa de nacionalistas. Lo mismo que Albiol (otro adicto a la fascistina) quería limpiar Badalona, el amigo Albert quiere limpiar España. Más allá de que imagino que sería posible burlarla con una argucia legal (una especie de gran coalición tipo elecciones europeas), la propuesta, que probablemente tiene mucho de “prietas las filas” y golosinear el oído de los seguidores del “a por ellos”, es bastante irresponsable, e incluso peligrosa, para los intereses de los unionistas españoles. Por una razón simple. Abocas a los partidos  nacionalistas, incluso a los meramente conseguidores, a plantearse la hipótesis independentista. Si tú me excluyes de tu parlamento por ser infraespañol, o al menos serlo bajo sospecha, si me impides sentirme participe en la toma de decisiones sobre la gran nación española, adiós, yo me que do con mi pequeña patria, el ámbito al que tú restringes mi acción política.
En tercer lugar, en una entrevista con Susana Griso, el consumidor de fascistina, cual cabra, siempre tira al monte. Camino que, en este caso, es su manera de llegar a un lugar que, disimulos aparte, siempre le resulta grato: el Valle de los Caídos. El futuro Arlington español. Tenga cuidado con las sobredosis (de fascistina adulterada en este caso con unos gramos de paletismo) señor Rivera. El Valle de los Caídos es una vergüenza, una infamia fascista en la cual se rinde culto al mayor terrorista del siglo XX español. Sí, Rivera, cuando hablas de condenar al Franquismo (con la boca chica que decimos en Canarias) pero también el terrorismo estás olvidando que el Franquismo (a mí me gusta llamarlo fascismo, pues refleja su esencia mucho mejor) es el terrorismo por excelencia, practicado por Su Excrecencia. Lo he dicho en otros textos, pero lo reitero: Franco y los felones que  le secundaron, sublevados contra el gobierno legítimo de la Segunda República, asesinaron, como banda criminal, estableciendo una cifra a la baja, al menos cien veces más que el icono terrorista español: ETA. Además ETA nunca tuvo la capacidad, si al concepto de terrorismo nos atenemos, de atemorizar a tanta gente como el fascismo español durante 40 años.
Un consejo Rivera, quizás malo para tus intereses viendo los vientos que soplan en Europa, modera el consumo de fascistina.
Termino con un doble epílogo mustio y asqueado.
Se han recogido 260.000 firmas para quitarle a Billy el Niño la medalla que le concedieron en 1977. Desde el profundo respeto a los impulsores de la iniciativa y a todos los firmantes, triste país aquel donde toda la justicia que se le puede hacer a un torturador es quitarle una medalla. Recuerdo cuando, ufano, el poder español quería vender en Sudamérica las bondades de la Transición, ese maná podrido y blanqueador del fascismo. Un dato: en Argentina han sido juzgados alrededor de 800 represores de una dictadura (1976-1983) que duró menos de la quinta parte que la española. Aquí es casi una heroicidad, imagino las loas a Pedro Sánchez cuando lo haga, retirarle a un criminal una medalla.
Uno de los últimos actos del gobierno del PP, vía ministro Catalá, fue permitir la infamia de que, a hombros de su nieta, perviva el ducado terrorista de Franco. ¿Para cuando el decreto que elimine, al menos como primer paso, todos los títulos nobiliarios concedidos a los militares fascistas que se sublevaron contra el gobierno legítimo de la Segunda República? Aquí no pretendemos, por supuesto, llegar tan lejos como Chile, donde el Supremo ha ordenado embargar propiedades y 5,1 millones de dólares de Pinochet. Aquí llegamos a lo opuesto, a que la familia Franco regularizara 7,5 millones de euros con la amnistía fiscal promulgada en 2012 por el PP.
En el estado español, por lo que toca a la dignidad antifascista (no solo Rivera consume fascistina), con la limosna de algún acto simbólico que otro vamos más que satisfechos.

1 comentario:

  1. Yo, un tímido enfermizo, voy a ser un poco carota. Si te ha gustado el blog, recomiéndalo. Si he sido un poco osado disculpa. Un saludo y gracias por leerme.

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