sábado, 28 de enero de 2017

El fascismo no es cosa de chiste

En varias ocasiones he expresado en mis textos que la principal organización terrorista del siglo XX español fue “La 18 de julio”. Y que su jefe, el general fascista Francisco Franco, en correspondencia con su “caudillaje”, fue el mayor terrorista de la historia del estado español. También he mencionado en algún otro escrito a Pedro Perdomo, un vecino del barrio de La Isleta, en la isla de Gran Canaria, que estuvo oculto entre los años 1936 y 1969. ¿Cómo medimos el terror que autoencarceló a Pedro durante más de tres décadas? Y no fue un caso único, hubo decenas de “topos”, término acuñado por Manu Leguineche y Jesús Torbado en un libro con ese nombre, por todo el territorio español. Y además, sé que vuelvo a repetirme, no es sólo la mayor organización terrorista por una estimación cuantitativa: dar un golpe de estado sangriento que deriva (ante la respuesta de un pueblo que no permaneció inane, sino que respondió y en buena parte de la geografía española, con el concurso de militares republicanos, venció la sublevación), en una guerra antifascista de tres años que ocasionó medio millón de muertos. Y como colofón un régimen fascista de 40 años que hizo de la tortura su seña de identidad y que dejo más de 100.000 personas asesinadas en cunetas. También es la principal organización terrorista desde un punto de vista cualitativo porque ejerció el terror sobre la población con las armas más contundentes, más devastadoras: las de la maquinaria del estado. Conclusión: decir ¡viva Franco! debería ser en cualquier país autodenominado democrático un delito de odio mucho mayor que decir ¡viva ETA! Establezco la comparación con las ochocientas y pico personas a las que quito la vida ETA porque esta organización es el paradigma del terrorismo en España, pero en cambio, desgraciadamente, casi nunca veo asociadas las palabras terrorismo y franquismo, demostrando la escasa cultura antifascista de este país, que se quedó anclado en la pueril e interesada versión (de la clase dominante, claro), de un pueblo que en el 36 se volvió “loco” y empezó a matarse de  manera compulsiva.
Si el mismo día a la misma hora y en la misma red social, dos personas de ideologías contrapuestas lanzan los vivas que yo he citado anteriormente, tengo el convencimiento de que uno será investigado por la fiscalía por ese engendro estúpido llamado delito de odio (¿es un delito de odio “odiar con toda el alma” a las eléctricas y sus abusos, con alevosía invernal, consentidos por el poder político, o es un mínimo acto de dignidad para no ser considerado poco menos que una ameba?), y el otro, el que aclame al cien veces más terrorista, no será molestado. Esta circunstancia, ya de por sí grave, se convierte en lacerante cuando son perseguidos por el aparato estatal quiénes hacen un chiste o mofa sobre un colaborador estrecho y hombre de confianza del jefe de la banda terrorista 18 de julio. Me refiero, por supuesto, a Luis Carrero Blanco, que en 1941 fue nombrado subsecretario de la Presidencia, en 1951 ministro de la Presidencia, en 1967 vicepresidente, y en junio de 1973, cuando el jefe delegó ese cargo al frente de la banda, efímero presidente por mor de una acción armada netamente antifascista llevada a cabo por ETA. No nos olvidemos que la oposición al terrorismo fascista que gobernó el estado español durante 40 años, guste o no, también se hizo, sobretodo en la década de los 40 por los maquis, y era legítimo, con las armas en la mano. Así, en una burla a tanto morador de cunetas que hay en este país, en una injusticia absolutamente antipoética, Carrero que era un dirigente de altísimo nivel de un régimen fascista (ese estado de excepción de la burguesía contra el pueblo cuando el hilo de la cometa democrático amenaza con romperse) cuya esencia era el odio, se convierte en intocable porque quiénes hacen chistes con la acción armada que lo mató (César Strawberry o Cassandra, una estudiante de Murcia) incurren en un delito de humillación a las víctimas del terrorismo. Él se humilló cuando se sublevó contra el legítimo gobierno de la República en 1936 y cuando, durante gran parte de su vida, fue el escudero de un genocida.
Siguiendo una estela que nos lleva más allá del odio, un año después, la fiscalía sigue sin llamar a declarar al locutor Jiménez Losantos, que dijo en antena: “Veo a los de Podemos y si llevo arma disparo”. Cuidado, aquí no hay delito de odio. Incluso añadiría que el odio de cierta gente es, poniéndome pelín teatral y antiguo, un blasón. El delito es mucho más grave que el odio o la humillación, es la amenaza, es, se supone, el paso previo al ataque a la integridad física de una persona. Insisto, que algún o alguna valiente escriba en las redes, yo no, que soy un cobarde: “Veo al rey Felipe VI y si llevo arma disparo”. Insisto, si yo fuera valiente y escribiera en una red social lo que acabo de escribir, entendería que la fiscalía me llamara a declarar pues estoy expresando mi disposición a cometer un delito. Porque ni siquiera podría alegar que es esa invocación genérica, en la que tienes el subterfugio de que te refieres a la institución, tipo ¡muerte al Borbón!, que a veces se escucha en Cataluña entre los que aspiran a establecer una república independiente. Por esto, más que asombrosa es reveladora la inacción ante las palabras de Jiménez Losantos. Y es igualmente revelador que exista con total impunidad, y recibiendo en la segunda legislatura de Aznar subvenciones, la Fundación Francisco Franco, y que el gobierno sea capaz de decir que la obra en la que más empeño puso el jefe terrorista, El Valle de los Caídos, no es un monumento franquista, siendo como es el monumento fascista por excelencia, no de España, sino de Europa. Podría hablar también de ese museo patético de exaltación fascista que es el restaurante Casa Pepe, en Almuradiel, cuyo dueño, ya fallecido, salió en un informativo diciendo, en un alarde de honestidad que le honra, ante tanto facha disfrazado, que “uno de los dos hacía falta en España: Hitler o Franco”. En homenaje a esta declaración, y otras que aparecen condensadas al pie de este texto, el PP, con la aquiescencia de Ciudadanos, le puso una calle a este buen señor y, creo que no ofendo su memoria, fascista de pro.
Todo esto demuestra que en el estado español puedes enaltecer la violencia, con total impunidad judicial, si ésta tiene una matriz fascista. Pero si eres rojo cuidadito con las bromas (o los chistes).



miércoles, 11 de enero de 2017

Israel y el "untermensch" (en su camión o ejecutado a sangre fría)

El anterior texto que subí a este blog hablaba de “camiones rigurosamente vigilados” con el objetivo de impedir que esas potenciales armas mortíferas irrumpan como un Leviatán asesino. El ejemplo parece que cunde. La última acción de este tipo se ha producido hace pocos días en Jerusalén. Un palestino lanzó el vehículo que conducía contra un grupo de soldados israelíes que estaban subiendo a un autobús. Cuatro soldados resultaron muertos y el conductor del camión fue abatido a balazos.
Primera medida del gobierno israelí (que en los diferentes informativos, si la citan, lo hacen de pasada): la vivienda de la familia del terrorista ha sido demolida. Con un par. Ya sé que no es una práctica aislada, al contrario, es habitual en Israel. Puedo estar equivocado, pero no me suena que esa medida se lleve a la práctica en otros lugares del planeta, circunstancia que de producirse tampoco la justificaría. Una familia en pleno a la calle por el “delito probado” del parentesco sanguíneo, y la hipócrita comunidad internacional no denuncia ese método digno del nazismo. Por su parte la UE sigue manteniendo, vergonzosamente, a Israel como socio económico preferente mientras pone lupas sobre Cuba, Venezuela o Rusia y observa con prismáticos inversos a un estado gamberro.
Además, las autoridades fascistas israelíes procedieron a la “detención administrativa” de varios familiares. Detención administrativa quiere decir que estarás privado de libertad por un periodo de seis meses, que puede irse renovando, sin que se formule acusación alguna contra ti. Se estima que actualmente hay 750 palestinos detenidos en Israel en esta situación que no es muy aventurado afirmar que consiste, de facto, en un secuestro de estado. Cuando el estado, con todo su poder coercitivo, te detiene, lo mínimo exigible es que, sea justa o injusta (esto se dirimirá posteriormente en los tribunales), formule una acusación contra tu persona.

Siguiendo con los derribos, me pregunto si las diligentes autoridades israelíes han derribado la casa de Elor Azaria, sargento de una unidad ¡médica! que disparó en la cabeza a un palestino que yacía herido e inmovilizado en el suelo y no suponía amenaza alguna para nadie en ese momento. Este caso ha tenido que ser juzgado por la grabación de un vídeo que recoge el hecho. Cabe preguntarse cuantas ejecuciones extrajudiciales, que no han salido a la luz pública, se habrán llevado a cabo en otras ocasiones por el autodenominado “ejército más moral del mundo”. La sociedad israelí, mayoritariamente, incluido el primer ministro Netanyahu, pide que una vez se sepa la sentencia, tras el veredicto de culpabilidad por homicidio (a mí me parece un asesinato alevoso), el sargento sea indultado. Esto es una sociedad enferma de miedo y racismo. Los nazis pusieron en boga, desde su delirante arcadia aria, el término “untermensch” (subhumano) para referirse a la gente del este: polacos, rusos, serbios, gitanos… y judíos. Pues eso.

Observen atentamente el vídeo y fíjense en un hecho estremecedor: después de que el sargento médico carga su fusil y dispara, ninguna persona a su alrededor se inmuta lo más mínimo. ¿Qué conclusión se puede sacar de esa circunstancia?

miércoles, 4 de enero de 2017

Camiones rigurosamente vigilados

Este encabezamiento parafrasea el título de la novela “Trenes rigurosamente vigilados” del escritor checo Bohumil Hrabal. Pero reconozco que, en primer lugar, acudió a mi mente, cambiando la palabra monstruo por camión, el título de la película de Bayona “Un monstruo viene a verme”. Ambos hacen referencia al mismo hecho: el camión, per se, sin carga explosiva alguna, como novedosa arma de terror aportada por el año 2016. No obstante, haciendo alusión a lo mismo, el enfoque es totalmente diferente. El segundo da la voz a alguien que probablemente está a punto de perderla y, lo que me hizo descartarlo, me parece que tiene una carga implícita de crueldad, que me incomoda aunque sea para usarla en un texto de opinión. Siempre he sido muy crítico con el concepto terrorismo, y siempre he pensado que los más deleznables actos terroristas realizados a lo largo de la historia han sido perpetrados, no por organizaciones clandestinas, más o menos capaces, o por los ahora llamados “lobos solitarios”, sino por estados bajo la cobertura de esa acción, hipotéticamente reglada, llamada guerra. Seguro que si alguien es cuestionado por el acto (aplicándole a este término el significado de acción concreta en un momento temporal breve) terrorista más brutal de la historia, acudirá a su mente, con imágenes diversas, el impacto de los aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York en septiembre de 2001. Sin embargo, el acto terrorista instantáneo con mayor carga de consecuencias inmediatas, en forma de decenas de miles de muertos de, literalmente, un segundo para otro, se produjo el 6 de agosto de 1945 a las 8.15 de la mañana, hora de Japón, sobre la carente de valor estratégico ciudad de Hiroshima. El segundo acto terrorista instantáneo más grave de la historia de la humanidad aconteció 3 días después sobre Nagasaki con una mortandad algo menor, perece que fruto de caer la bomba “menos centrada” sobre la urbe. Nunca oirán en ninguna noticia conmemorativa hablar de ese acontecimiento en términos de acto terrorista. A veces casi ni se nombra al estado que llevó a cabo, con crueldad inusitada ese acto. ¿Se imaginan la durísima adjetivación que tendría esa misma acción, año tras año, si la hubiese realizado la denostada Unión Soviética?
Después de explicar mi desacuerdo con el concepto restrictivo de terrorismo que nos imponen y que hace que muchas acciones realizadas por ejércitos no reciban esa consideración, como por ejemplo cuando el estado de Israel bombardea ese campo de tiro cerrado que se llama Gaza, siempre me gusta llevar al primer plano el respeto por ese algo intransferible que es el dolor de cada víctima y de las personas que la quieren. Por esta razón ese primer título, que hacía un artificio harto improbable con lo que pudo pensar alguien justo antes de morir o ser herido, me producía cierta desazón.
Y entonces aparecieron los Trenes rigurosamente vigilados. O también podría ser, en una extraña contradicción con el sonsonete de la paz y los hombres de buena voluntad, unas Navidades rigurosamente vigiladas. Navidades con  mastodónticas jardineras y bolardos, no como elementos decorativos o contra el incivismo voraz del coche hacia muchas aceras o espacios peatonales. No. En realidad devienen, al modo de murallas medievales, en modernas defensas, en parapetos ante un artilugio de muchas toneladas conducido por quién la mayoría de las ocasiones (y casi siempre olvidándose el carnet de identidad o el pasaporte en el lugar del crimen) habita, siguiendo con referencias culturales, en La Ciudad de Dios de la que hablaba Agustín de Hipona. El mundo civilizado plantando cara, entre villancicos y ardientes tarjetas de crédito, al bárbaro paganismo.
El año ha comenzado con varios atentados en Iraq y uno en Turquía. El ocurrido en esta última nación, y más en concreto en la ciudad de Estambul, que simboliza ese transito entre Oriente y Occidente, ha tenido, con muchos muertos occidentales, sin llegar a ser París o Alemania, amplia repercusión en los medios, donde surge de inmediato la siguiente cuestión: ¿hay víctimas españolas? La pregunta, por supuesto, es pertinente. Imagino la angustia de personas con familiares en esa zona. En Iraq, donde ha habido en este arranque de año, varios atentados con mayor número de víctimas, la mención ha sido, en términos coloquiales, de pasada, fugaz. Unas imágenes de los destrozos, casi siempre en un mercado, generalmente de una zona chií, donde se observa gente desorientada e intuyes, con lo que la pregunta no suele salir en las televisiones, que no hay ningún turista español paseando por esos lares, tan ajenos a la mentada ciudad divina, esa donde, oh paradoja, la tarde del 5 de enero se aprestan a desfilar unos magos de oriente mientras miramos de reojo que esté bien ubicada la muralla y sus almenas con guardianes que nos protegen del peligro, nada mágico, que habitando entre nosotros, siempre viene de oriente.
Navidades rigurosamente vigiladas contra camiones acechantes, como el vehículo malvado de una película de dibujos de Disney, para sentirnos más seguros. Cierto que como coletilla nos dicen, y no nos mienten, que la seguridad absoluta no existe. Y tienen razón, al menos por lo que hace al ciudadano de la calle, de esa calle hipervigilada de las grandes ciudades de la libertad donde mi  transitar y el de millones de anodinos como yo, puede ser filmado casi paso a paso. En cambio, estoy convencido de que ese primer modo de atentado rabioso de los humildes, piensen en Cánovas o Canalejas, que era el magnicidio, ir derechitos a los grandes jerifaltes políticos o económicos es ya casi un vestigio del pasado. Los grandes líderes mundiales cuentan con protecciones casi inexpugnables. Nosotros no. Nosotros vivimos unas navidades donde a los plácidos sabores dulces o salados, que rutinariamente nos felicitan, se les añade ahora el picante de la inquietud.