lunes, 29 de abril de 2013

El primero de mayo y un jubilado áureo


El primero de mayo es la fecha más emblemática de la clase trabajadora. Año tras año se realizan manifestaciones rituales.  He utilizado con una intención ligeramente aviesa el término ritual. No dudo que necesitamos los ritos pues quizás, aquí me estoy metiendo en camisa sociológica de once varas, son ellos los que nos sueldan como colectivo, los que nos fortifican. Pero también tengo la impresión de que el rito en no pocas ocasiones nos quita imaginación, nos vuelve grises y anodinos, poco creativos. Sé que le primero de mayo no es una fecha para divertir, para buscar novedades epatantes y modernas. Al revés, detesto que se hable de la fiesta del trabajo. Es todo lo contrario a una jornada festiva. Hablamos  del día de la lucha obrera por excelencia, el día que a los patrones, a los oligarcas del mundo, debería hacer mesarse los cabellos (como en una tragedia clásica) o buscar oscuros rincones en los que refugiarse, al menos mientras durara la tormenta obrera. Sin embargo, poco falta para que se invite a los jefazos de la patronal a la cabecera para no desaprovechar la ocasión de seguir negociando un buen pacto social, de arrinconarnos a nosotros mismos arrinconando la lucha de clases. El rito del primero de mayo tenía antaño su máxima expresión en los desfiles de la Plaza Roja de Moscú, con los jerarcas soviéticos viendo desfilar a centenares de miles de trabajadores que para los rojos occidentales encarnaban (de encarnado) el futuro. Esos centenares de miles se dispersaron, arrasados por el vendaval del capitalismo salvaje, en multitud de granos de arena de un año para otro, no sé si buscarían otro rito al que asirse o si encontrarían ese asidero, aunque fuera menor, en un Pizza Hut anunciado por Gorbachov, un anticomunista que llegó -oh paradojas de la burocracia y el seguidismo acrítico- a dirigir el Partido Comunista de la Unión Soviética. Aquí no tienen, Méndez y Toxo, tribuna a la que subirse, para revistar a sus efectivos. Ellos van delante con la pancarta imaginando voluptuosos pactos sociales o un Village People redivivo con patronal y gobierno. Al dúo sindical lo percibo un poco envarado y duro de caderas, pero creo que Rajoy le sacaría gran partido al rol del policía macarra. Lo dicho, aquí no hay tribuna, aquí abunda la resignación, la obligación, el imperativo moral. Y me jode –no encuentro sinónimo sustitutivo con equiparable contundencia- ir a la manifestación por imperativo, con la asunción de la derrota por delante, sabiendo que estamos más puteados que emputados y que la vida siendo corta parece que se empeña en brindarnos una derrota larga, una derrota proporcional a los 88 millones de euros (14.600 millones de pesetas) que el pronto jubilado Alfredo Sáenz, consejero delegado del Banco de Santander, se llevará fruto de su modesto plan de pensiones y de una vida dedicada a crear riqueza (la de él y los de su clase social, que hacen piña) y a sembrar desmemoria (la de nuestra clase disgregada). Vamos a manifestarnos para dar testimonio de nuestra fe en una clase trabajadora desolada, que quizás esté bajo el sol tibio de una playa o soñando con un trabajo improbable que seguramente la retrotraerá a unas condiciones laborales propias del siglo XIX, de los tiempos anteriores a la lucha por las ocho horas, por una vida digna para los trabajadores, que alumbró la llama mortecina que es hoy el primero de mayo.
Hoy, entre mareas de gente parada bordeando la tragedia, trabajar, tener un sueldo para subsistir, según el pensamiento dominante, que como siempre digo es el de la clase dominante, es un privilegio. Si tu trabajo lo realizas para el estado te ganas miradas torvas, sientes que tu privilegio se torna insoportable. El señor Sáenz seguro que en este instante que escribo está tranquilo, con la conciencia límpida, tal vez conversando con Zapatero el indultador o con Mariano el reformador, sin provocar entre la mayoría silenciosa y decisiva el más leve enfado o reproche. Esa mayoría sabe que hay elegidos, que el fuego es propiedad de los dioses, que asaltar los cielos, aunque no creas en el pecado, es castigado como tal, que los trabajadores, como clase, estamos condenada a ser un moderno Sísifo, arrastrando siempre, cuesta arriba, la puñetera piedra. Un dato: el que esto escribe, que gana sobre 26000 euros netos anuales como funcionario de educación, tendría que llevar trabajando desde la época de el faraón Ramsés II (siglo XIII a. c.) para acumular, a día de hoy, la pensión que se embolsará el oligarca Sáenz. A un mileurista le bastaría con laborar desde el Neolítico. Nada. Apenas un parpadeo en el devenir terráqueo.

domingo, 21 de abril de 2013

Legitimidades y elecciones


El Partido Popular gobierna el estado español gracias a su mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados. 186 sobre 350. Comodísima mayoría absoluta. Supera en 22 diputados al conjunto de las fuerzas restantes. No corren peligro en ninguna votación y pueden gobernar sin necesidad de pactar con ninguna otra fuerza política. El último ejemplo es la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) sobre las hipotecas, que han cambiado a su gusto y han aprobado con el resto de la cámara en contra. Tienen mayoría absoluta, es legítimo que lo hagan, me dirán algunas personas. Pues yo lo matizo. Tienen mayoría absoluta parlamentaria, pero no la tienen en las urnas. Sacaron el 44,62% de los votos emitidos. En términos absolutos: 10.830.693 votos sobre un total de votos emitidos de 24.590.557. Estas cifras quieren decir que el resto de las fuerzas concurrentes sacaron, globalmente, cerca de un 11% más de votos. El PSOE en el año 82 sacó 202 diputados (mayoría absoluta brutal) con 48,11% de votos. Ninguna mayoría absoluta parlamentaria desde el 77 para acá se ha visto respaldada con una mayoría absoluta de votos. Lo antedicho quiere expresar que tenemos un sistema electoral cuando menos cuestionable, pues gobiernas con mayoría absoluta cuando las urnas realmente no te la han dado.
En Canarias el sistema es más torticero, más lacerante si nos fijamos en el peso territorial de los votos. Lo explicaré. El parlamento de Canarias tiene 60 diputados. Cada provincia -son dos- elige 30. Estos 30 se reparten entre las diferentes islas. La provincia de Sta Cruz de Tenerife reparte así: Tenerife 15, La Palma 8, La Gomera 4 y El Hierro 3. La provincia de Las Palmas: Gran Canaria 15, Lanzarote 8 y Fuerteventura 7. El desequilibrio es acusado -y no pierdo de vista que el ser un territorio fragmentado, aislado, aporta unos condicionantes específicos-. Tenerife y Gran Canaria tienen cada una más de 800.000 habitantes. La Gomera 20.000 y El Hierro 10.000. Estos son los datos. Con una sencilla regla de tres se entiende a lo que me refería cuando hablaba del peso del voto. Demos una vuelta de tuerca.
En EEUU “cuna y esencia” según los doctos de la democracia, -aunque según parece al hermanito terrorista vivo no le van a leer de momento sus derechos, echándonos por tierra tanta cultura democrática cinematográfica- puede ser presidente el candidato con menos votos populares. Sí. El sistema es curioso. En cada estado se eligen, en función de su población, unos delegados o electores que son los que a su vez eligen al presidente. Con la peculiaridad de que el que gana en un estado, aunque sea con solo voto de margen, arrastra, cuál partida de póker, con todos los delegados en juego. O sea, estos no se reparten en proporción al número de votos recibidos. Así, se puede ser presidente teniendo menos votos populares que tu contrincante. Bush hijo obtuvo en la famosa y controvertida elección del 2000, que se dirimió con una sentencia del Tribunal Supremo, 543.810 votos menos que el “ecologista” Al Gore (aún recuerdo cuando Zapatero gastó una pasta, tan gansa como servil, del erario público, para comprar miles de copias de su oscarizado documental). Todo un ejemplo de elección presidencial democrática. El que pierde gana.
El tema de las mayorías electorales, que como los caminos del Señor muchas veces son inescrutables,  viene a cuento de las elecciones presidenciales celebradas en Venezuela en las que Nicolás Maduro se impuso por 272.000 votos (1,8%) a Henrique Capriles. Enseguida salieron los medios dominantes (que son de la clase dominante), que legitiman las reformas antiobreras del PP basándose en una mayoría absoluta que en votos es inexistente, a decir que la mayoría es exigua, que Venezuela está partida en dos mitades. Cierto, Venezuela está partida en dos mitades, una un poquito más grande que la otra, tiene mayoría absoluta de votos. En España ejerce el poder con mayoría absoluta un partido que está a más del 5% de la mitad más uno. En dos mitades están divididas EEUU y Francia con presidentes que ganaron por menos del 4% de votos.
No obstante, reconozco que cuando hablan de dos mitades tienen cierta razón. En Venezuela las elecciones tenían un componente del que carecían en EEUU, Francia o España. Allí estaba en disputa un modelo de sociedad, dos proyectos de país diferentes. Uno de ellos pone como eje central el avance hacia una sociedad socialista. No se trataba de esa palabra que tanto gusta aquí: la alternancia. Eran elecciones a cara de perro, con gran trascendencia internacional, pues Chávez puso a Venezuela en el mapa, en la centralidad. Aquí, en Francia, en EEUU o en Alemania, el modelo capitalista, dogma de fe, no se cuestiona. Votamos, acaso, la mayor o menor bondad del gestor del sistema. Por cierto, criticar la hipotética elección de un jefe de estado desde un país donde el método de elección se deja al albur amatorio de un señor y una señora determinados, es, cuando menos, osado y digno de sarcasmo.
EEUU no reconoce a Maduro por lo ajustado del resultado. ¿Saben que en EEUU están prohibidos los observadores internacionales? ¿Saben que Capriles ganó su elección a gobernador en diciembre pasado con las mismas maquinas de votación y con un 3% de diferencia sobre su competidor? ¿Saben que en Venezuela se auditan el día de las elecciones el 54% de los votos y que a lo largo de todo el proceso se han auditado 14 veces las máquinas de votación? ¿Saben que tanto por ciento de maquinas de votación se audita en EEUU? El 0%.
Venezuela es un campo de batalla fundamental, el nexo de la nueva independencia de América Latina. Esa victoria, escasa, que debe tener el efecto beneficioso de servir a los revolucionarios para analizar errores y deficiencias, apuntala ese camino, ese eje diferenciado, con voz propia, que va naciendo en el Caribe y América Latina.
El presidente “ilegítimo” venezolano tiene el apoyo (casi 51%) que ningún gobierno español –mayorías absolutas falsas y mediáticas aparte-  ha tenido nunca.
 
Para acabar un acto de incitación a la violencia. Una perla ensangrentada que quizás ya conozcan.
El periodista Saenz de Buruaga, de la COPE, escribió en su tuiter, ante una norma de la Junta de Andalucía que quiere garantizar a los niños en extrema pobreza tres comidas al día (desayuno, almuerzo y merienda), lo siguiente: “Otra ocurrencia Andalucía. Los niños por decreto tres comidas al día. Y por qué no una bicicleta”.
Ante ciertos pensamientos de la extrema derecha se me viene a la mente el título impactante de un texto del escritor italiano  Primo Levi, donde cuenta su experiencia en los campos de concentración nazis: "Si esto es un hombre".

miércoles, 17 de abril de 2013

Atentados, almas y héroes

Seguiré por la senda de lo obvio que mucha gente no ve. Por la senda del doble rasero y la infamia.
La maratón de Boston. Dos bombas matan a tres personas y hieren a ciento cincuenta.
Lamentable. ¿Quién tiene las entrañas podridas de atentar contra actividad lúdico-deportiva en la que participan personas de diferentes países? El telediario de la 1 se va a un entrenamiento de atletas españoles de élite y estos expresan su congoja, el impacto emocional que padecen. Dicen que a pesar de todo hay que ir a la siguiente maratón haciendo de tripas corazón. El terrorismo indiscriminado socializa el terror. Blindamos espacios, sobre todo los transportes, pero por lo que se ve se abren otros. Una carrera popular con miles de participantes es, en esencia, un acto absolutamente abierto a la ciudadanía. Es complicado ponerle puertas detectoras a un circuito de 42 kilometros y 195 metros. El blindaje absoluto, aún, no existe. Sí, podemos ver destrozada nuestra vida, en el sentido físico y mental, por un fogonazo.
Ahora viene, de mi mano, la demagogia.
Hace poco más de una semana, en una aldea de Afganistan, murieron 10 niños por un ataque de aviones de la OTAN que buscaba insurgentes. La información vino aderezada por la foto de los 10 cuerpecitos alineados sobre una estera o manta. La organización que mató a los niños -a la que España pertenece- lamenta el error y promete una investigación exhaustiva de la que nunca sabremos nada. Ya sé que hablar de la doble moral, del doble rasero, de lo que pesa el alma de un muerto y lo que pesa la de otro (los 59 gramos universales para todas las almas son mentira), empieza a ser cansino, propio de rojos irredentos que quieren, de tapadillo, justificar el terrorismo. Quizás el rojo individualista que esto escribe tenga esa dualidad. Reconozco la tragedia humana que es una muerte violenta, agravada por lo inesperado de la situación. Pero debo ser honesto, no deja de producirme una cierta satisfacción imaginar la zozobra, aunque sea efímera, del gran productor mundial de zozobras ajenas, del imperio cuya alma pesa más que la de ningún otro pueblo. Imperio que dice que extiende al planeta el ámbito de investigación del atentado. ¿No dan ganas de atizarle a semejante chulo prepotente?
Diría que es casi instintivo. Seguramente lograran tanto blindaje como odio despiertan. El problema es que no se pueden blindar de si mismos, de su concepción de la vida.
De los 10 cuerpecitos no blindados -me sorprendió el poco espacio que ocupaban todos juntitos y amortajados-, creo que no se enteraron en los lugares donde entrenan los deportistas "solidarios" que escribían dolientes mensajes en las redes sociales. Quizás, pensándolo bien, matar a esos niños es un acto de legítima defensa preventiva. ¿Cuando fueran mayores -más temprano que tarde, allí no hay adolescencia- está alguien en condiciones de asegurar que no iban a coger un fusil o, peor aún, ponerse un chaleco bomba? Sí, la muerte lejana, la muerte del mal, no vale nada, apenas para aguantar la tabarra del rojo trasnochado, siempre con ganas de complejizar la sencillez del mundo.
Sé que una maldad o una injusticia (escoja cada persona según su convencimiento moral el término) no se combate con otra maldad u otra injusticia. Pero también sé que somos alentadores de esas lacras, que recorremos el camino inverso, cuando "desalmamos" a los 10 cuerpecitos mandándolos a un rincón fugaz de los noticieros y en cambio a un soldado de una fuerza de ocupación, que fruto de su acción imperialista en un país ajeno vuelve herido o fallecido, se le rinden honores y se le trata -en portada del formato que sea- de héroe.
Los diez cuerpecitos afganos, como ya dije, me parecieron tan breves, que creo que entre todos no llegaban a completar un héroe.
 
Acabo poniendo el enlace a un breve texto irónico que escribí sobre el doble rasero hace tiempo.

viernes, 12 de abril de 2013

Optimismo republicano. O avizorando un pajarito tricolor


Reconozco que mi tendencia natural es a ver, en términos coloquiales, “la botella medio vacía”. Poniéndome un poco engreído haría mío aquel famoso aserto que dice que “un pesimista es un optimista bien informado”. Los cobardes vitales, los aprensivos, siempre tendemos al pesimismo. Yo milité en el Partido de Unificación Comunista de Canarias (PUCC), uno de los muchos partidos comunistas que florecieron a mediados de los 70 al calor del “conflicto chino-soviético” (conflicto de capital importancia como se comprenderá para la revolución proletaria en Canarias o en el estado español) y con la esperanza, loable, pero extraña, de unificar a los comunistas en un solo ente organizativo mediante el método de crear partidos como hongos.  A lo que iba: en mi época activista (me suena rara esta palabra) yo me consideraba, en un burdo juego de palabras que compartía con algún camarada, osadamente, “marxista-pesimista” (por si algún lector es muy joven y no está familiarizado con el término, hago referencia al marxismo-leninismo, base ideológica de los partidos comunistas). Ya en la cincuentena, como más arriba ha quedado claro, soy perseverante en uno de los componentes de la dualidad. Unas anteojeras grises que en un tanto por ciento elevado no son más que una negación infantil de las inexorables leyes que rigen la vida. Por lo que respecta al marxismo, he dejado de ser un hombre osado y ya no me reclamo marxista por la simple razón de no ser conocedor profundo de la obra de Marx, más allá de algunos rudimentos básicos. Confieso, con cierta vergüenza, que la teoría económica, en general, siempre ha producido en mí el terror de un Leviatán surgido de las aguas. De Marx he utilizado, principalmente en mis clases, su visión de la historia como un devenir movido por la lucha de clases. El enfrentamiento entre los poderosos, los detentadores de la riqueza, y los desposeídos, los que sólo tienen la fuerza de sus brazos y el esfuerzo de su mente para ganarse la vida (curiosa expresión esta de “ganarse la vida” que contradice la máxima que habla del inalienable derecho a la vida de todos los seres humanos). Lo reitero, he perdido la arrogancia intelectual de llamarme marxista, pero he perseverado en la moral fatalista del pesimismo.
Pero.
Un pero. El adversativo que utilizamos para el contraataque.
Una persona lectora de este foro me dijo que había que ser optimistas, que casi era un deber en estos tiempos. La izquierda transformadora conoce la frase que dice, con bastante fatalismo y sorna: “de derrota en derrota hasta la victoria final”. Elías Jaua, ministro de exteriores de Venezuela , -es hermoso enlazar el 14 de abril republicano con el posible triunfo de las fuerzas revolucionarias en Venezuela- decía que ellos, los luchadores de izquierdas, estaban “diseñados” para resistir y que el factor subjetivo Chávez los había puesto en el camino de la victoria, de lo inimaginable para ellos apenas unos años antes (¿ir hacia el socialismo en los 90, cuando los países del “socialismo real” naufragan en el capitalismo salvaje?).
Quién de tanto en tanto de un paseo por este callejón conoce mi fervoroso rechazo a la monarquía, que se corresponde “sensu stricto” (déjenme marcarme un latinajo, que viste mucho) con su carácter de institución animal, al basar sus fundamentos en la función reproductiva, necesaria para nuestra perpetuación como especie, pero indigna para elegir al ser humano que se sitúe en la cúspide de un estado. Por lo tanto para mí, acendrado republicano, el 14 de abril es casi un sueño. Muchas veces he pensado la emoción que tuvo que ser echar a un rey, sea éste un felón (caso del abuelo de Juan Carlos) o un santito (caso desconocido), me he visto recorriendo las calles con entusiasmo agitando la tricolor. El 14 de abril es la fecha más fastuosa de la historia contemporánea española. Nació una república que trajo el voto para la mujer, el divorcio (que no volvió hasta 1981), la reforma agraria, la enseñanza laica, la separación efectiva de la iglesia católica y el estado, etc.
Muchos vimos como aquel grito de las manifestaciones posteriores a la muerte de Franco: “España mañana será republicana” se iba apagando en las mullidas moquetas de las cortes donde la izquierda besaba la bandera bicolor e hincaba la rodilla ante el rey impuesto.
La losa monárquica se presentaba, 23 F interpuesto, más rotunda e inamovible que la tonelada y media que cubre a Franco en el Valle de los Caídos. Hace unos pocos años a la gente republicana de mi quinta, pensar en ver una república, aunque fuera ya con bastón y audífono, nos parecía una entelequia, una fantasía mayor que cualquier saga que hiciera un compendio de mitologías varias.
Ya lo dije antes. Pero. Ahora mismo hay un pero hermoso. Este 14 saldremos a la calle con otras ganas. No saldremos a la calle como un deber, como un homenaje a la vieja república robada, con el semblante de resistencia que planteaba el canciller venezolano. La imposibilidad ha caído. No hemos ganado nada,  incluso podemos perderlo todo, "pero" ya vamos teniendo la sensación de que el castillo amenaza ruina, que la situación es volátil, cambiable. Que no es poco. Javier Ortiz, periodista cuyo blog leía todos los días hasta su muerte hace cuatro años, decía: “otro mundo es posible… pero no necesariamente mejor”. Javier: con tu permiso retiro el no. Mientras contemplamos revolotear al pajarito chavista tricolor, que inspira a la derecha mucho más temor que risa, y escandaliza a la cartesiana mente del progre, seamos optimistas.


viernes, 5 de abril de 2013

Juan Carlos en su laberinto, que es el nuestro

Después de decenios durante los que la monarquía navegaba por las aguas plácidas del silencio y la complicidad mediáticas, desde hace unos pocos años el río de aguas mansas se ha transformado en un rápido lleno de peñascos. El rostro impenetrable de la monarquía entre bambalinas se ha transformado en una careta de rictus grotesco cuando ha salido a escena.
Un escándalo se suma a otro.
Hace unos días se ha sabido que Juan Carlos recibió de su "pobre padre" (según la leyenda monárquica) una herencia de 375 millones de pesetas. Un tercio de los 1.100 millones que dejó su padre -el patriota que quiso luchar en el ejercito fascista a las órdenes de Franco-  en un banco suizo. O sea, el dinero a buen recaudo. El misterio es si el rey ha traído el dinero a España y ha tributado por él. Dicen que lo están investigando.  Debe ser que cuando uno se zambulle en dinero, como el tio Gilito, se le extravían más de dos millones de euros como si nada.
Corina ha tenido casita anexa a la Zarzuela, que va a acabar degrada a sainete o vodevil, en una coyunda entre negocio, política y placer que demuestra lo impune que se ha sentido la institución medieval que está a la cabeza del estado español. Se habla del 3% de esta señora con un desparpajo insultante mientras a todos los trabajadores de este país se nos recortan nuestros salarios.
Urdangarín asume que probablemente tendrá que visitar el trullo una temporadita para ejercer de pararrayos y que la tormenta que ya ha llegado, no inunde el palacio. El suegro es un tipo  que ahora mismo, operación de cadera y operación política mediante, está enclaustrado ojeando las memorias africanas de Isak Dinesen, soñando con la sabana africana que tantas veces su pie holló, mientras se habla sin tapujos de su abdicación en Felipe. "Savia nueva para la institución" que diría un cursi.
El rey debe estar triste, hasta sus más fieles seguidores, esos que han dado en llamarse " republicanos juancarlistas", están tomando cierta distancia, lo que induce a pensar que ven al enfermo con mal aspecto, contagioso. Ahora alguno, indeciso, acentúa su republicanismo sin disminuir aún su juancarlismo y, gente previsora, dispuestos a abrazar el "felipismo", pensando, republicanos sacrificados, que el morado puede esperar. A mí ese espécimen me causa repugnancia intelectual, por una simple razón, eleva a los altares de prócer democrático, a un posibilista criado al arrullo del fascismo y que, como ya he dicho en otras ocasiones, nunca reconoció la lucha y el sufrimiento antifascista de tanta gente anónima. Un ejemplo claro del juancarlista era el exsecretario general del PCE Santiago Carrillo. El hombre de izquierdas más halagado por la derecha de este país a cuenta de su "altura de miras" durante la Transición, últimamente conocida, con minúsculas, como la transacción. Carrillo siempre defendió, desde su condición de republicano por supuesto, ardorosamente al rey. Con un magnífico argumento: prefería un rey neutral, sin ideología, a un presidente de derechas como sería, ejemplo que varias veces puso, Aznar. A mí el argumento me anonadaba, pues me decía: "Si esta es una de las grandes cabezas pensantes de la izquierda española..." En primer lugar, si la gente elige de presidente a Aznar tendré el consuelo de que los extraviados no habrán sido sus  padres por el malhadado día que, discúlpeseme la expresión, echaron el polvo, sino las urnas penetradas de votos. En segundo lugar, no les quepa duda, los reyes tienen ideología. Y es conservadora, de derechas. Desde el momento en que el rey se sitúe en el campo de la izquierda real tiene dos opciones: o renuncia a la corona y a todos sus títulos nobiliarios o, poniéndome estupendo, la abole directamente, pues si es un hombre que conjuga sus ideas con su praxis tendría que renunciar a un cargo público que no proviene ni del mérito ni de la elección, sino del azaroso viaje de un espermatozoide espabilado en busca del privilegiado óvulo.
Que el juancarlista, básicamente votante del PSOE, un hombre teóricamente de izquierdas que se supone defiende, al menos, la igualdad de oportunidades en el acceso a una serie de derechos sociales y a los cargos públicos, defienda un resto de la sociedad estamental, como es la restricción del acceso a la más alta magistratura del estado, a mí, obtuso que soy, me resulta inconcebible. Soy intransigente. Para mí no es baladí que una persona de izquierdas admita que el principal cargo público de un país, suprema paradoja, sea propiedad privada de una familia.
No creo que esta familia deba ser igual ante la ley que el resto de las familias. El fiscal del caso Urdangarín dice que imputar  a Cristina sería tratarla de manera desigual. Bien. Estoy convencido de que a esa señora hay que tratarla de manera desigual porque desde la cuna ha tenido un status de privilegio y ha sido criada en condiciones de excepcionalidad. Además, si un virus ferozmente republicano exterminara a toda su parentela, menos sus vástagos, sería la madre del ¿futuro? jefe del estado. Por lo tanto, ante el exceso de privilegio, le correspondería, desde la lógica y el equilibrio, un exceso de exigencia moral y jurídica en su comportamiento. Si usted es una infanta de España -título un tanto ridículo- su nivel de obligaciones debe estar acorde con su nivel de privilegios. O sea, no habría igualdad. Hablo saliendo de mi republicanismo y situándome en una lógica monárquica consecuente. Quizás el siguiente ejemplo no les parezca adecuado pero lo pongo al juicio de ustedes: ¿Le podemos pedir a una persona con ingresos de mil euros mensuales el mismo esfuerzo fiscal que a otra que gane diez mil?
Otro tema, con el que más de uno se ha tropezado, es el de los insultos o, como se dice jurídicamente, injurias al rey. Hace varias semanas fue condenado a seis mil quinientos euros de multa el coronel Amadeo Martínez Inglés (la misma fiscalía recurrente para desimputar a la infanta, en este caso pedía un año de cárcel) por insultos al rey al decir que es, cito palabras textuales: "el último representante en España de la banda de borrachos, puteros, idiotas, descerebrados, cabrones, ninfómanas, vagos y maleantes que a lo largo de los siglos han conformado la foránea estirpe real borbónica".
Ustedes me dirán que son insultos. Y yo, dándoles la razón, diré: ¿y qué? ¿No es Juan Carlos irresponsable ante la ley? ¿Su privilegiada existencia por vía constitucional, no habilita a una persona carente de los mismos a decir, incluso en lenguaje de grueso calibre, lo que piensa de él y su estirpe? ¿No existe ante alguien tan férreamente protegido ni siquiera el derecho al exabrupto?
Si yo dijera acerca de una persona que es jefe vitalicio de un estado, no juzgable, cuyas cuentas y fortuna es opaca, del que se sospecha que vende la marca de su país cobrando comisiones. Insisto, si yo fuera valiente y dijera que un individuo de esa catadura moral es un chorizo, un ladrón de guante azul, un patriota de la billetera...¿Sería llamado por el juez por injurias al excelso personaje? ¿No sería desigual la contienda? Ya que yo no fui el ente resultante del titánico espermatozoide que fecundo al anhelante óvulo, pido la libertad de decirle lo que quiera, incluso de injuriarlo. Y si su deseo es que a quién le insulte se le juzgue, el mecanismo es muy sencillo. Por ejemplo: el 14
de abril, una fecha de esperanza, salga ante las cámaras, renuncie a su inmerecida posición de privilegio y solicite un referéndum sobre la forma de estado. Después, intentando controlarse y sin mandar a callar a nadie, baje a batirse dialécticamente a la arena. Y si alguien le injuria, acuda, libre de su regia coraza, a la justicia.
Un consejo: si en el camino ve a un juancarlista ondear fervorosamente una bandera republicana no se haga mala sangre.