lunes, 18 de febrero de 2013

Y Yoani salió de La Habana (parafraseando a Vázquez Montalbán)


El domingo 17 de febrero salió de La Habana, como si la parieran al mundo, recién nacida talludita, la bloguera cubana  Yoani Sánchez. Sin embargo, por si alguien lo desconoce, ya vivió dos años en Suiza, de 2002 a 2004. O sea, ya ha salido -aunque fuera anónimamente- de Cuba.  Y además, directamente al corazón bancario, a uno de los órganos acumulativos del capitalismo. Y tuvo libertad para volver a la que los enemigos de la revolución cubana llaman isla-prisión. No está haciendo nada novedoso para ella. Quizás para otros cubanos si lo sea. Recordemos una circunstancia. El moverse libremente por el mundo tiene que ver más, en muchas ocasiones, con las posibilidades económicas  que con las propias libertades. Seguro que en el mundo hay muchos blogueros y activistas políticos y sociales realmente perseguidos y hasta torturados o asesinados. Y ningún foco mediático los ilumina. Se trata de hacer mártir a alguien que no lo es en absoluto, que incluso vive en Cuba con un nivel económico  infinitamente mejor que la mayoría de la población. Dinero que ha recibido de los numerosos premios internacionales que aparte de convertirla en un símbolo le han permitido gozar de una posición económica  envidiable. La población cubana, dentro de la pobreza, tiene acceso a unos servicios como sanidad y educación, que aquí cada vez están más en entredicho. Si el sueño capitalista de Yoani se apodera de Cuba no dudo que los oropeles revestirán de lujo y luminarias deslumbrantes grandes zonas de La Habana, como ahora pasa en Moscú, de capital de los soviets a capital del lujo. Si un niño no puede ir al colegio o un joven no accede a la universidad o una operación deja de ser gratuita no habrá una cámara que filme, no habrá un foco que saque ese paso atrás para la humanidad que sería que tantos aspectos que Cuba ha puesto en su centralidad se desvanecieran. El capitalismo es experto en mostrar sus riquezas y ocultar sus miserias. Es buen escaparatista y mejor barredor bajo las alfombras. Y quede claro, diáfano, prístino,  que defiendo el derecho a viajar incesantemente de una persona. Esa necesidad de viajar que, según algunos, (¿nunca han oído la frasecita que dice que el nacionalismo o el patriotismo se curan viajando? Yo estoy cansado de escuchársela a ciudadanos del mundo españolísimos,  vitoreantes hasta la lágrima de “la roja”) amplía las miras de los que somos grey sedentaria. Eso sí, si vienes en cayuco de África te remiten de vuelta, libertad incluida, al corazón de las tinieblas. El capitalismo se reveló en los premios Goya con su realidad de amplio espectro. La actriz Candela Peña, entre focos y lentejuelas, rodeada de gente guapa, dijo que su padre murió en un hospital público sin agua ni mantas. Mientras tanto los cubanos tienen desde el 2003 un Festival de Cine Pobre. Vaya iniciativas raras las de estos aspirantes a irreductibles galos. La libertad, aunque sea la de viajar si tienes el dinero necesario, es un preciado bien, pero no existe en abstracto. Se concreta siempre en una realidad y en un momento histórico determinado. Y no es ajena a la lucha de clases. Si ésta se encona y la sociedad opulenta observa que al rebaño le están creciendo colmillos…, que quizás hasta se atreve a usarla, habrá, sí o sí,  conciliábulo de pastores.  Yoani es una representante del pensamiento burgués, un pensamiento que convierte la libertad en una invocación cuasi divina, hueca. Y como tal, debe ser combatida ideológicamente por los que defendemos la libertad de tener un techo, alimento, acceso a una formación radical (de raíz, no se alarmen) que nos ayude a discernir, a analizar los caminos que se nos presentan, a ser diversos. No hay que impedirle a Yoani que viaje, que hable, que haya podido escribir, al subirse al avión en La Habana, con melindres de dama decimonónica -visualizo a la Scarllett O´Hara de “Lo que el viento se llevó”- una frase rotunda: “ya siento el olor de la libertad”.  Que se fije donde pisa, perdón, donde viaja, creo que en algún país que tiene programado visitar empieza a oler a podredumbre e instituciones muertas.
A todo lo contrario huele esta “Pequeña Serenata Diurna” de Silvio Rodríguez y la victoria de Correa -siempre señalando a los poderosos mediáticos- en Ecuador.





domingo, 10 de febrero de 2013

El rey debe morir para que el país pueda vivir


Como ustedes imaginarán, la frase que encabeza este texto no es obra del hacedor de este blog. Ya me gustaría tener esa capacidad de síntesis y de mandar un directo tan contundente a la mandíbula de muchos pensamientos. Pertenece a Maximilien Robespierre, apodado por sus seguidores como “el Incorruptible”. Este apodo trae a mi mente un paralelismo malicioso. Ustedes saben que ante la cruz el vampiro retrocede espantado. ¿Plantar un retrato de don Maximilien en los morros de más de un sospechoso del estado español sería un eficaz ejercicio de detección de corruptos?
Si me he apresurado a dejar clara la paternidad del titulo, no es sólo por honestidad intelectual  -que también-, es por apartar de mi el cáliz de una hipotética injuria a un señor, con cargo vitalicio y hereditario (por dar alguna pista), que en este país no es injuriable so pena de acercarte al juzgado a pasar, en el mejor de los casos, un mal trago. Así que la imputación –palabrita regia hoy en día-  al revolucionario francés, que nos legó la siguiente frase que me parece una maravilla de finura: “Castigar a los opresores de la libertad es clemencia, perdonarlos es barbarie”. Desde mi óptica, esta frase y la que da título al texto, están hermanadas. Y son de una actualidad feroz -pues feroces son para mucha gente los tiempos que vivimos-.
Intento explicarme. Desde un punto de vista institucional la muerte del rey que tenemos –en teoría-  carece de relevancia, pues la monarquía se basa en el relevo biológico de un individuo por otro.  Su máxima expresión es la famosa frase que dice: “el rey ha muerto, viva el rey”. La muerte. El pensamiento dominante (la escuela es el menos importante de sus correas de transmisión) nos instruye en que no se desea la muerte de nadie -cuando Franco murió corrieron las lágrimas y el champán-, mientras nos presenta como un hecho tan inexorable como la sucesión de la noche y el día, el que miles de personas reciban a diario la visita de la parca a causa del hambre y sus secuelas. La muerte física del rey español la llorarían –creo- sus familiares y la lamentarían -con el consuelo del inmediato relevo de Felipe VI- los monárquicos sinceros. Yo, no siendo ni una cosa ni otra, deseo su muerte… institucional, política y económica. La de él y la de la clase que representa, que es mucho más importante que un Borbón. Reconozco que tener la oportunidad de vivir un 14 de abril, enarbolando en las calles de mi ciudad una tricolor, es uno de mis imaginarios vitales más viejos y queridos. Pero les hago una confesión, esa República de mis sueños debería tener como una de sus máximas la cita de Robespierre: castigar a los opresores de la libertad es clemencia y perdonarlos barbarie.
Alguien me objetará: “Aquí hay libertad”. Yo de entrada le reconoceré que aquí hay determinadas libertades, como expresión, manifestación y reunión… dentro de unos límites acotados por una clase dominante que proviene de la época fascista.  Pero no olvidemos que al coronel Amadeo Martínez Inglés le piden un año de cárcel por  un delito de expresión: injurias al rey; que muchos participantes en las manifestaciones que se han realizado en Madrid de manera espontánea han sido multados con entre 300 y 600 euros; que Otegui está en la cárcel por reunirse con otros compañeros para avanzar en el final de ETA (campañas propagandísticas al margen). Quizás haya espacios de libertad. Pero el poder, ideológico y coercitivo, de los opresores es apabullante si Urdangarín tiene la desfachatez de decir que se está viendo sometido a un “empobrecimiento injusto” sin temor de que una tropa de desahuciados, de familiares de personas dependientes, de parados, de recortados varios… se lancen a asaltar el palacete en el que mora con la inimputable  infanta. El poder de los opresores es apabullante si el presidente de una patronal que suspira viendo “Lo que el viento se llevó” se permite decir textualmente (El País, 10 de febrero de 2013): “los jóvenes están deseando trabajar y casi no les importa las condiciones”. Y lo más lacerante es que el aspirante a esclavista, voz de su clase, acierta, y hasta se queda corto. Entre los 20 y los 60 años hay una legión de seres humanos que trabajarían en las condiciones que fueran.  Un empresario -creo que fue en un telediario- lo aclaraba aún más. Hablando sobre parados de larga duración decía que estos eran buenos trabajadores pues pensaban: “más vale que me porte bien”. Trabajador bueno es igual a trabajador sumiso o sometido,  a una persona que carece de libertad real salvo que opte, de manera nihilista, por caer en la más terrible exclusión social: la mendicidad. Resumiendo, hay una legión esclava que, desconocedora de su himno -La Internacional-, arrasada por el enorme poder mediático de sus propietarios, no sabe que existe la opción, legítima, ajustadísima a derecho, de intentar ponerse “en pie a vencer”, que puede ser libre si no comete la barbarie de perdonar a sus opresores.
Hay reyes que deben morir para que el país pueda vivir. Yo señalo dos: las cúpulas bancarias (socialistas en las pérdidas que hemos pagado todos, liberales furibundos en las ganancias) y las cúpulas político-empresariales que se encaman obscenamente y legislan el saqueo y el recorte constante de derechos, la muerte social de muchas personas.
Ante el poder de esos reyes son necesarios muchos republicanos etimológicos, muchos defensores de “la cosa pública”, de lo que es de todos, defensores del común -de ahí la palabra comunista-. Cada vez hace falta más gente que haga suya a Rosa Luxemburgo cuando expresó, hace casi 100 años, un futuro con dos vías alternativas: "socialismo o barbarie".
Acabo con otra cita del antes demonizado y hoy controvertido Robespierre: “Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para el pueblo el más sagrado e indispensable de los deberes”. Creo que la primera insurrección se produce en nuestro interior, sospecho que es la más complicada.
 
 

jueves, 7 de febrero de 2013

Agradecimiento

Todos conocemos el dicho que reza: "de bien nacidos es ser agradecidos".  Quería hacer un doble agradecimiento. En primer lugar a todas las personas que se pasean, cuando su tiempo se lo permite o su apetencia se lo sugiere, por este callejón. Me gusta elaborar el blog porque me fuerza a pensar, a escribir, a intentar ser un poco más feliz cuando acabo un texto y estoy medianamente satisfecho, cuando siento que he elaborado un escrito que, es lo mínimo que me exijo, tiene dignidad suficiente para que otros ojos lo lean. Esos ojos son para mí básicos. Sería un gran hipócrita si dijera que escribo -en plan poeta maldito- para mí. No. Escribo porque  también quiero que me lean, porque me apetece sugerir pensamientos y emociones (tanto con los artículos como con la poesía ilustrada).
La segunda parte del doble agradecimiento al que hacía mención al inicio de este texto es hacía los que además de leer, participan con sus comentarios. Algunas personas expresan sucintamente que les ha gustado. Me estimulan y -honestamente debo de reconocerlo- hacen feliz a mi ego, ese chiquillo díscolo. Creo que es algo humano, cuando conocemos a alguien con quien compartes una cierta visión de muchos aspectos de la vida, tendemos a sentirnos reconfortados. Otras personas aportan sus reflexiones, y a esas personas sean concomitantes o discrepantes, les agradezco muchísimo que aparte de leer consideren este callejón perdido un lugar digno donde dejar sus pensamientos. Todas las aportaciones -salvo las maleducadas y las fascistas- son bienvenidas y leídas atentamente.
Mil gracias y un saludo afectuoso.







domingo, 3 de febrero de 2013

La corrupción o el ansia desmedida de dinero

Odio la moralina. Quizás porque mi vida encierra, en las paredes de mi conciencia -ese ring donde se solventan luchas tan encarnizadas como inútiles en muchas ocasiones-, una pugna feroz por descatolizarme. Con Jesús, a pesar de mis dudas sobre su existencia histórica, tengo una relación más amable. Creo que bastantes de las ideas que se le atribuyen están vigentes, son, de una manera naif, de dibujos perfilados y colores luminosos, imperecederas. En resumen...  un patrimonio moral de la humanidad. La moralina en cambio es herrumbre para el pensamiento, una capa de podredumbre que nos simplifica, que nos impide adentrarnos en muchas ocasiones en los territorios más sinuosos, más traicioneros, que nos pueden dejar malheridos. Tiende a ser preceptiva, y yo cada día -manías de viejo- detesto más los preceptos.
Sin embargo, en el tema del dinero, me pregunto si me estaré acercando a posiciones que lindan con una moralina del tipo: "el dinero corrompe a las personas". Digo esto porque me cuesta entender la necesidad de muchos congéneres de acumular ingentes cantidades de dinero. Sé que esa es la esencia del capitalismo. Y sé además que el capitalismo hace otra cosa mucho más perversa y que le sirve, más allá de sus cuerpos represores, para mantenerse en el poder: inocularnos a todos la idea de la bondad de acumular riquezas, y que esa acumulación es legítima y deseable y -trampa de las trampas- está, como si de un reino de los cielos terrenal se tratara, al alcance de todos.
Sé que el dinero es un elemento esencial para el intercambio de bienes y servicios. ¿Se imaginan que pagarán nuestro trabajo en especie? Vaya latazo. Lo que a mí cada vez me resulta más complicado de entender es para que desean unos seres humanos, que ya viven bastante bien adecuándose a las normas legales de las que se dota el propio sistema capitalista que ellos defienden fervorosamente, saltarse sus propias reglas, ponerse más allá de la línea fronteriza que ellos han trazado.
Urdangarín, por supuesto, tenía que dedicarse a los negocios turbios pues sus hijos corrían peligro de tener que acudir a la sanidad pública o a la escuela pública. O él y su costillita no imputable corrían peligro de dejar de esquiar o de moverse por aguas procelosas con el Bribón del suegro.
Bárcenas, por supuesto, tenía que acumular 22 millones de euros en Suiza pues ya estaba harto de la vivienda de protección oficial de 70 metros cuadrados en la que se agostaba su magnífica cabellera (esto es resentimiento de calvo, lo confieso).
La cúpula del PP, por supuesto, procedente toda de los barrios marginales de las ciudades españolas, compensaban una vida de sufrimiento con unos sobrecillos digestivos cortesía de algunas ONG  de caridad empresarial.
La corrupción. Es el monstruo de moda. El dragón que está devastando el régimen canovista redivivo en la transición española. El PP amenaza ruina y el PSOE ya es una ruina. Son los edificios donde ha trabajado la carcoma estos 35 años. El rey y su familia, después de decenios de vestir los oropeles de unos medios de comunicación serviles, se pasean desnudos.  Los corruptores están en un discreto segundo plano, ellos no se presentan a las elecciones. se limitan a dirigir, financiación mediante, la obra. Y se han dado cuenta de que estos interpretes están ya muy ajados. Y, como bastantes de ustedes, me pregunto... ¿qué nuevo espectáculo nos están preparando?
No puedo evitar alborozarme viendo a esta gente -realeza y tenores vetustos- repitiendo consignas gastadas con la gestualidad del cemento, pero me preocupan los amos. Son inclementes. Para los corruptores, su posición de clase dominante "de toda la vida" es sagrada. Lo han demostrado en repetidas ocasiones. La rebelión militar del 36 es un ejemplo diáfano. Tocar sus privilegios es casus belli. Sus brazos ejecutores: militares y clérigos, domeñaron física e intelectualmente a toda una generación. El trípode actual -PPSOE y monarquía- amenaza con derrumbarse. O hacemos la alternativa o nos la hacen. Y temo que sea más cruel aún que la acción del PP.
Como me ocurre en muchas ocasiones, tengo la sensación de que a veces me desvío un poco de mi intención original a la hora de elaborar una reflexión. Mi intención primigenia era preguntarme por el sentido del ansia de enriquecerse, de acumular bienes materiales desaforadamente. Mi intención era cuestionar el que desde niños nos educan en el afán de la acumulación, no sólo como algo lícito, sino deseable. Mi intención era proclamar -dicho pomposamente- que podemos vivir bien sin necesidad de acumular riquezas. Que ser rico no debe ser la finalidad de ningún ser humano digno. Por una simple razón: ninguna persona necesita ser rica
-tener mucho más de lo que puede disfrutar- para vivir bien material y espiritualmente. Tal vez me he instalado en una especie de socialismo utópico. Seguro. Pero sigo planteando una ecuación que me da vueltas en la cabeza y que, sin ser profesor de matemáticas, planteo a mis alumnos en clase a veces. Si en este planeta viven 7.000 millones de personas y se producen alimentos para 10.000 millones, ¿por qué unos 1.000 millones pasan hambre? Está ecuación criminal tiene, al menos para mí, la maldad de la peor acción terrorista. A ver que sistema político despeja esta incógnita que por ahora parece irresoluble.