sábado, 14 de enero de 2012

Mi afluente se secó

 La  entrada del 27 de diciembre, en la que realizaba un "panegírico del hombre providencial", la terminaba diciendo: "tal vez sea hora de callar". En aquel momento no tenía claro, aunque ya lo vislumbraba, (quizás fuera miedo) que el periplo de este blog llegaba a su fin. El 31 de diciembre, cuando publiqué la que será la última lámina, ya lo tenía decidido: moriría con el año. No habría ninguna entrada más, aunque quedaría aquí como testimonio de unos meses personalmente muy intensos. Ni siquiera diría adiós. Me iría del callejón en silencio. Han pasado catorce días y sigo firme en mi decisión de abandonarlo. Sin embargo, no puedo evitar que me ronde la sensación de ser maleducado, desconsiderado con las personas que quizás se asomen por aquí con alguna frecuencia y sientan cierta extrañeza de no ver ninguna entrada en este mes.
El blog se deja de actualizar por una sencilla razón: no tengo nada nuevo que decir. Esta aventura me ha permitido constatar que mi pensamiento se sustenta en unas cuantas ideas, en las que día a día me reafirmo, pero que en su corpus básico ya están expuestas en los textos que he publicado. Todo lo que podría escribir a partir de ahora serían, en gran medida, variaciones sobre un mismo tema, acercarme, en la mayoría de las ocasiones, mezclando la sinuosidad y la frontalidad (ironía con el cuchillo en los dientes) a lo que yo siento que son las infamias, por desgracia crecientes, de nuestro tiempo.  Silvio Rodríguez termina su canción "Ojalá" citando un "viejo gobierno de difuntos y flores". Hoy, parafraseándolo, podríamos hablar del eterno gobierno de oligarcas (palabra que se quiere sustituir por esa niebla llamada mercados) y embaucadores, a los que no pocos, sino demasiados, hacen la ola. Antonio Machado en su poema "He andado muchos caminos" escribió dos versos que los define a la perfección: 

Mala gente que camina
y va apestando la tierra
...

 A mi edad, ya algo avanzada (52 años), y aunque recortado, laboralmente estable, intentaré recorrer la senda de la impavidez casi absoluta. 
Otra razón añadida, y de bastante peso, es que cada vez me interesaba más, sin perder nunca de vista el contenido, la forma, que la manera de afrontar los textos fuera novedosa, hasta deslumbrante (el ego es puñetero), y que tuvieran (esbozo una sonrisa) "calidad literaria".
O sea, en el tribunal de mis propias expectativas, estaba condenado.
A todas las personas (han habido 34.500 visitas, poniendo bastantes enlaces, que conste) que en algún momento, desde el 20 de julio, se acercaron por este callejón, gracias y un saludo. A los más asiduos, que probablemente sean los que lean este texto, si me lo permiten, un abrazo.